Hacia el año 2011 o 2012, comencé a anotar el presente, sin mayor propósito, sin ninguna rigurosidad o frecuencia preestablecida. He decidido, ahora, exponer esos apuntes que brotan cuando se “deja de escribir”, la escritura que media la distancia entre un libro y otro, bajo la condición de continuar con esta práctica y publicar esas notas durante un tiempo indefinido.

Mostrando entradas de febrero, 2016

429

“Todo es jaula
para que uno sea perfectamente
uno”.

Humberto Díaz-Casanueva

428

Atardecer de domingo. La inminencia. Habrá ahora que levantar los restos del fin de semana, limpiar los segmentos oscurecidos en la alfombra, los rincones en los que las noches se obstinan, restituir el orden para recibir el día con los brazos abiertos, de cara al sol.

427

Soñé que estábamos en una casa amplísima. En algún momento te perdí de vista o me perdí simplemente en medio de las incontables habitaciones. Comencé a abrir puertas que conducían a otras piezas vacías en busca de la salida a la calle. Logré llegar a un patio donde encontré a un hombre joven sentado sobre el pasto, llevaba a cabo una tarea que no pude identificar pues se levantó enseguida me vio aparecer, como con una deferencia ancestral frente al extranjero. Me indicó la salida como se lo pedí. Al fondo de la casa, vista desde donde estábamos, tras una puerta con mosquitero vi a un niño de sexo indeterminable sumergido en la luz de la cocina, estaba parado casi de espaldas a mí, mirándome por sobre el hombro. Logré entrar a la casa. En la habitación había una pareja de jóvenes aprestándose a dormir. Apagaron la luz y yo, cuestión extraña, continué allí, de pie, en medio de la oscuridad. Antes de esto habíamos intercambiado algunas palabras, yo era una presencia palpable, no un fantasma, una persona completamente diferente. Un ruido como de uñas arañando una superficie de madera se repetía debajo de la cama, no los dejaba dormir. La mujer se quejaba, encendió la luz. Dentro de la pieza había un mirlo negrísimo buscando la salida de esa jaula, algo así como la libertad, un mundo más amplio. Antes de que ambos entraran en pánico y de paso asustaran al pájaro, me puse de rodillas y le hablé al mirlo, pero sin palabras. Le ofrecí mis manos abiertas, abrí la ventana y el mirlo voló de vuelta a la noche. Luego, otros pájaros comenzaron a salir de los rincones oscuros de la pieza: un gorrión, algunos chincoles, pequeñísimos chercanes, un zorzal; los ayudé a todos a salir por la ventana, pero no alcancé a salir yo mismo cuando desperté. 

~

El proceso fundamental de la actividad onírica consiste en contar los sueños

426

El uso de la imagen electrónica en Notebook on cities and clothes (1989) implicó para Wim Wenders un repliegue en la concepción de los contenidos representados; de pronto, un tiempo nuevo (el “tiempo real”), un flujo inédito, la continuidad de los gestos que la cámara de video hacía posible filmar abrieron la continuidad efímera del presente.
En términos generales, un cambio tecnológico envuelve una pregunta por la identidad. ¿Quién soy, a quién frecuento, a quién persigo, ante quién aparezco?

425

El deseo es por (“a causa de” / “tiene como objetivo”) la fascinación.

Tranquilo. Alguna otra forma de vida cubrirá tus huellas.

Todo es signo de algo más para quien está despierto.

Al decir de H.D.C., “cada poeta es un ecólogo”.

423

El libro de la esperanza. Brotar / devorar / saltar a la vida.

422

Leo en el diario la noticia sobre un dron miniaturizado capaz de polinizar una flor. Al despertar veo a los pies de la cama el cuerpo agonizante de una abeja.

421

En algún momento el deseo de interioridad se confundió con la simple exposición de intimidades (la ideología de la transparencia). Es necesario un repliegue (batirse en retirada), volver sobre los procedimientos que caracterizan el comienzo como “apertura”, la sinceridad como “apertura”, para –una vez abierto el pecho– ver el funcionamiento de lo interior.

420

El libro de la esperanza. Debe ser escrito antes de incorporarse por completo, con los ojos de quien sueña.

419

La ráfaga de la nota que nos despierta al mundo.

El largo aliento del poema que envuelve y adormece.

El libro que se escribe en los sueños, el libro que se escribe en medio del tráfago del mundo.

418

El libro debe ser un largo poema interminable sobre la esperanza. En algún lugar de ese poema descansa el pedazo de tierra que nos sostiene.

417

La experiencia del rizo.
¿Qué repetir?: el comienzo.

416

La semilla del Erodium cicutarium se entierra como un muerto obediente, así como quien se cansa de la vida. Estira, sin embargo, luego, su largo brazo para tomar el sol.

415

Hernán Castellano Girón ocupa una frase fantástica para hablar de la afición de Filadelfio por el vino: “Apreciaba el buen mosto”.

414

“Con la vista inmóvil, fija en la negrura del barro, adormecíase, huía de sí mismo hacia los días lejanos a los cuales iba a poner término definitivo la vida nueva, el olvido con que venía soñando desde tanto tiempo” (Emilio Rodríguez Mendoza. Vida nueva).

413

Dilema del monomaniaco: ¿qué repetir ahora?

Volver a comenzar. Encontrar un modo de comenzar que se crea definitivo (el último comienzo que conduzca a la consecución final de la vida), que ocupe el espacio de una verdad última: la escritura de la vida nueva, la utopía del foliolo, el cuerpo abultado: el largo brazo de la semilla que abrasa el sol.

412

¿Qué clase de enemigo es ese que se frecuenta?

Yo es una casa embrujada.

411

Aquel árbol, de flor roja de apariencia carnosa, florece en septiembre, mantiene sus flores durante todo octubre. Es 14 de noviembre y sus flores se pudren en el suelo. La hoja nueva, verde, resplandece junto al sol de la mañana.

410

En inglés una palabra para foliolo es leaflet: un folleto, pequeña publicación de un número reducido de hojas.

409

Foliolo, cada una de las “hojuelas de una hoja compuesta”. A partir de esta definición, habría que pensar en comunidades politizadas cuyos individuos actuaran como los foliolos de la Mimosa pudica o pensar un cuerpo (deseante) compuesto de foliolos, ligero y verde, quisquilloso.

408

“Qui suis-je? Si par exception je m’en rapportais à un adage: en effet pourquoi tout ne reviendrait-il pas à savoir qui je ‘hante’?”

“Who am I? If this once I were to rely on a proverb, then perhaps everything would amount to knowing whom I ‘haunt’”.

“¿Quién soy yo? Como excepción podría guiarme por un aforismo: en tal caso, ¿por qué no podría resumirse todo únicamente en saber a quién ‘frecuento’?”

Según la edición española de Cátedra, el verbo “hanter” ocupado por Bretón refiere tanto al dicho “dis-moi qui tu hantes, je te dirai qui tu es” que equivale al “dime con quién andas y te diré quién eres”, como a la ocurrencia de una aparición sobrenatural. Así precisamente lo refleja el verbo “haunt” en inglés que, además, tiene el sentido de frecuentar, “ir seguido” a un lugar.

Yo es, entonces:

ese “con quien ando”
ese a quien persigo como un fantasma.

407

La memoria tiene acceso a fragmentos de experiencia. A través de operaciones complejas de identificación, referencia y diferenciación, crea imágenes que podemos amar o no, ansiar o detestar, frente a las que podemos sentirnos fascinados o envidiar. Las imágenes, a veces (situadas del lado de la naturaleza del lenguaje, de la afirmación, la arrogancia), no nos permiten vivir la vida hasta “perder el aliento” o participar de la vida que sobrevive a la vida que vivimos.

Hay una frase de G. Deisler que quizás aclare en algo lo que quiero decir: “Hay imágenes y objetos que resumen lo que somos”.

406

“Maleness is a deficiency disease and males are emotional cripples.
To call a man an animal is to flatter him; he’s a machine, a walking dildo.
Every man is an island”.

404

Consecuencias de la moral en el lenguaje: la clausura de la polisemia, de los desvíos, del delirio.

403

E. Marty escribe en las memorias de su amistad: “Para Barthes era loca cualquier persona cuya vida no estuviera disciplinada por la escritura”.

~

Una vida disciplinada por la escritura.
Una escritura disciplinada por la vida.

402

La libertad se cumple necesariamente en un cuerpo futuro.

401

A veces me es difícil “dejar ir” las cosas. De ahí un sentimiento de vergüenza. Deseo, entonces, como respuesta definitiva, renunciar a todos y todo, volver a comenzar / renacer. ¿Acaso no se trata, el ejercicio del diario, siempre de volver a comenzar?

400

Veo el documental sobre Lil Wayne. En su nube de marihuana y cough syrup dice: "Repetition is the father of learning. Money, bitches, all that comes from repetition".

398

Escucho a una persona que dice, sentada en la mesa del lado, que las víctimas de incendio que sufren quemaduras en un gran porcentaje de su cuerpo no sienten dolor pues los terminales nerviosos de la piel se queman por completo.
No me interesa la veracidad de sus palabras. Recuerdo haber tenido un sueño en el que estábamos en el último piso de un edificio que estaba siendo devorado por un incendio: una calma hermosa nos envolvía mientras nos mirábamos a los ojos.

397

Sueño que nos bañamos en un río amplio, profundo, atardece. El agua que no vemos se divide cuando nos golpea para volver a unirse más allá, donde la noche comienza.

En el mismo río entramos y no entramos / pues somos y no somos los mismos.

Un cuerpo nunca es idéntico a sí mismo.

Hay un hombre durmiendo detrás de cada arbusto, detrás de cada cosa.

396

Leo el reverso de los 40 días. Me parecen las notas de una persona “deprimida”. Sin embargo, fueron 40 días en los que pude sentirme entregado. El amor (que acá solo debería significar esto: el deseo de vivir la vida con respeto) requiere entregarse a lo que esta ofrece, sin pensar, arrojarse.

395

Me siento bien tras el contacto superficial con un grupo de gente.
Es obvio, la única forma de salir del aislamiento es a través del contacto con los otros. Sin embargo, el deseo de continuar aislado continúa detrás, todo por la satisfacción inmediata pero profunda que implica vivir una y otra vez “la salida”.

394

Vuelvo a entrar. Todo bien, todo igual. Algún olor que me cuesta reconocer. Poco a poco me atrapa, me envuelve. Recuerdo.

392

23 de octubre.
Se cumplieron los 40 días. Entre el día 1 y el día 40, la salida del sol se adelantó 10 minutos.

391

22 de octubre.
El sol sale a las 7:31 minutos.

El cuenco. La pregunta no es por el contenido sino por la posibilidad de contener.

Me pregunto qué pasó con este deseo de simulación: escribir para que salga el sol y la vida que nos sobrevive continúe.

Una indiferencia monumental, eso es lo que vemos en el rostro de los otros.

390

20 de octubre.
Leo en el muro de Manuel la siguiente cita:
“Mi cuenco de mendigo
acepta hojas caídas”.
Taneda Santoka

La cuenca de Santiago está rodeada por la cordillera de los Andes, por la cordillera de la costa.

El ojo lo ve todo, pero no puede verse.

389

19 de octubre.
Desde que comencé este ejercicio la salida del sol se ha adelantado alrededor de 10 minutos.

Ciertos miedos / a la tierra que estremece el suelo que nos sostiene, por ejemplo / la ofrecen de manera inusitada y hermosa.

388

17 de octubre.
La constancia del hastío hace insoportable frecuentar a las personas que no estimo –el resto / los otros–. Ahora un deseo inmenso de dormir para despertar / renacer a una vida simple, de cara a las cosas que configuran este espacio.

Por la tarde vi 4 ejemplares de tordos, 2 machos y 2 hembras.

¿Cómo hablar del dolor de los otros?

Si digo lluvia, ¿llueve en tu cabeza?

Le digo a R., tras estar apenas unos minutos presente: “Me tengo que ir un poco”. Bromea con esta forma que uso para trasmitir, apenas, que tengo cosas que hacer, cosas que impiden que me quede, pero que de no ser por ellas me quedaría a gusto, también que no me voy del todo, pues uno siempre deja una imagen tras de sí.

387

16 de octubre.
Encuentro en el diccionario esta bella acepción de cúmulo: “Conjunto de nubes propias del verano que tiene apariencia de montañas nevadas con bordes brillantes”.

“Y tengo por los contrarios una rabia carmesí”.

Esta, la última semana de la cuaresma, los últimos 7 días, 7 oportunidades para ceder a la tentación de dejar de escribir.

386

15 de octubre.
“Todo discurso sobre la alteridad es un discurso sobre la memoria. La memoria introduce el momento de alteridad en la historia”.

El desafío a la individualidad del objeto por su puesta en proceso. La localización en el espacio debería hacer evidente la precariedad fundamental de esa operación: la inevitable “pérdida” del proceso.

385

14 de octubre.
Para. Mira a tu alrededor.

384

13 de octubre.
He dejado de anotar mis sueños. Tengo la sensación de haber soñado algo conmovedor, pero el olvido ganó. ¿De qué manera que no puedo anticipar se manifestará ese sueño durante el día?

Todo termina / todo se pudre
se convierte en una noche.

La realidad, muy bien, está social, discursivamente construida, pero no por eso deja de golpearnos, no por eso el dolor deja de existir. Es más, ese conocimiento (como cualquier conocimiento) no evita que suframos.

383

12 de octubre.
El pedazo de tierra que nos sostiene.

Entre nosotros y la montaña están nuestras vidas, la actividad psíquica, los dominios del sueño y los discursos de la doxa. Soñamos la vibración blanca de la montaña pero esta permanece en frente con su oscuridad indescriptible.

382

11 de octubre.
Existe sin embargo una distancia inexplicable entre nosotros y cada cosa, entre las cosas y las plantas, entre estas y los animales: la monumental indiferencia de la mirada.

La relación no es entre las palabras y las cosas, sino entre esa multiplicidad que percibimos como cosa y su enunciación. Esta relación no es necesaria, completamente, lingüística.

381

10 de octubre.
Otra vez el sol del amanecer me toca la cara / proyecta mi sombra sobre la pared / me da una vida clara con la cual me identifico: la calma.

La sombra es el tamaño exacto de un cuerpo.

Realizar un acto sin sentido por 40 días. El asunto, la pregunta no es por el sentido, sino por la repetición.

380

9 de octubre.
La salida del sol es siempre una sorpresa, ahora mismo calienta mi mejilla izquierda mientras escribo. Un deseo nuevo, escribir para que salga el sol y la vida que nos sobrevive continúe.

Al decir de W. Herzog: una indiferencia monumental, eso es lo que vemos en el rostro del oso.

379

8 de octubre.
En juegos inofensivos o serios nos imponemos al otro. Sonrisas, el asombro o el horror de reconocerse camino llano.

378

6 de octubre.
Las marcas del agua están por todas partes. No hay cosa que escape al tiempo: ese murmullo estruendoso de lo derruido.

Todos los discursos que uno produce a lo largo de la vida son catalogables.

Al final de la vida no queda más que un conjunto de textos.

377

5 de octubre.
“Pues de todos los seres que respiran y se arrastran sobre la tierra, no hay ninguno más desdichado que el hombre”.

376

4 de octubre.
Me veo a la vuelta de la esquina en la cara de otro, es la presencia de mi demonio.

Continúo, el viento estremece el árbol, las hojas del ciruelo me devuelven al mundo.

375

3 de octubre.
¿Cómo ganarse el derecho a decir yo?

“Yo, tan luego yo,
capturado en el sueño de la Gran Salina”.

“Se trata, en definitiva, de un problema de anonimia; yo busco desaparecer como autor”.

¿Hay relación de identidad posible sin el recurso al sentido?

374

2 de octubre.
Se acaba el día, se encienden las habitaciones / ceden luego a la noche / el cielo se enciende y gira en el pasado que dormimos.

373

1 de octubre.
La ficción es la siguiente: el alba es aquel momento en el que es posible ver las continuidades entre las cosas, continuidades que el sol –según nuestra concepción diferencial del ser, del sentido, del tiempo y el espacio– cancela.
Las continuidades no desaparecen, son visibles para quien ve con los ojos del alba, quien todavía sueña o no despierta del todo, para quien ofrece la cara amable.

372

30 de septiembre.
El sol se dispersa en la bruma, su línea avanza sobre la superficie del mundo.

Quizás sea imposible no relacionarse de manera cruel con el mundo. Exacerbar esa crueldad implicaría abandonarse a la violencia, aniquilarse.

371

28 de septiembre.
Ser más arbitrario, yuxtaponer rabiosa, caprichosamente. El deseo no es por el sentido inanticipable, sino por la posibilidad de continuar escribiendo.

Me parece imposible expresar de manera simple aquello que deseo. No es un problema de estilo, es un problema de referencia, de denotación, de la relación entre el lenguaje y el mundo.

Hoy es el cumpleaños del padre. Pienso en enviarle de regalo un reloj con la siguiente inscripción: te devuelvo el tiempo.

370

27 de septiembre.
Imaginar el mundo como una esfera en la que bulle la vida, reverbera, y en cada golpe se transforma, cambia su tono.

El cuerpo delgado, no débil (infirmus). Tenso.

369

26 de septiembre.
El libro sobre las cosas, la relación luctuosa con las cosas, el libro de la esperanza.

Cómo las cosas determinan nuestra soledad, el espacio que habitamos.

Una mirada que va desde las cosas –baja hacia su fundamento– y sube al cielo extranjero.

Hay sentido en el mundo, si entendemos por sentido una relación mínima entre dos cosas; pero no aquel sentido por el cual podemos decir que ambas se relacionan.

368

25 de septiembre.
El rumor / el sonido / el canto dan forma a todas las cosas.

El cuenco donde la vida se acumula excesiva, lama, lodo sonoro.

La anulación en el otro. Ahora soy nada / un cuerpo sin sentido / el cuenco del mendigo, la forma de quien pide, la forma de quien comparte.

367

24 de septiembre.
Despierto llorando. No es la anulación, el anonadamiento, sino la exacerbación del cuerpo lo que se ha ido descubriendo.

Anoche, frente al espejo me vi a mí mismo con una cara que no pude reconocer, la nariz más grande, me miraba desafiante, quería imprimirme miedo, pero más bien me causó risa. Ahora es, de manera consciente, parte de mí, ese que secretamente me dirá qué hacer, mi Cyrano, mi demonio.

40 días: la afirmación del ego en su multiplicidad.

366

23 de septiembre.
Hay nuevas horas, nueva luz, espacios amplios, un mundo nuevo.

Hoy escribí casi exactamente lo mismo que ayer. El décimo día, día del hastío, de la repetición, número de la vida vieja.

A veces siento que emprender esta, como toda otra tarea, carece de sentido. Este es el mundo, “¿hay sentido en él?”

Luego de la alegría –inmensa, me atrevo a decir– caigo en este hastío, dudo de todo, de mis intenciones declaradas de benevolencia. Llego a pensar que necesito estos estados de autoconmiseración, de esta morbidez que se manifiesta contra la vida activa. Ahora mismo el cuerpo frío de las cosas me consuela. Un sentimiento persiste: la mística desaseada de la anulación, del anonadamiento, del llanto, de eso que a los ojos del mundo –que son mis propios ojos– es nada más que depresión.

Un sentimiento horripilante llega como corolario: ¿quién es esa persona?

365

22 de septiembre.
El alba, de rosados dedos.

La práctica de los 40 días más que ofrecer rigor / rigurosidad al “ejercicio”, al “trabajo” de escribir, le imprime a veces una desagradable sensación de tarea cumplida. Extraño la inmersión constante en el presente que implica escribir un diario sin propósito alguno.

Existe, por otro lado, una cierta ausencia de control que me interesa / fascina y obliga a continuar.

“Una cierta ausencia de control”. El adjetivo indefinido es decidor sin embargo: señala certeza y duda al mismo tiempo.

364

20 de septiembre.
La montaña surge de la noche.

Hay preguntas fundamentales, que apuntan al fundamento de las cosas. Así, la pregunta por el tiempo que tarda en formarse una piedra, el suelo que sostiene los edificios que nos sostienen.
Sin duda, podemos atisbar esa temporalidad a través de las marcas que ha dejado sobre la materia, pero esa pregunta por los fundamentos no pretende analizar, reconstruir o explicar lo plegado (las capas de tiempo denso).
La pregunta por el fundamento es una pregunta sin propósito: ese tiempo es inaccesible. A la deriva del conocimiento intelectual, esta pregunta tiende puentes entre tiempos diferentes, diferentes materiales, para explorar sus continuidades. La pregunta por el fundamento de las cosas es, en este sentido, una pregunta por sus relaciones amistosas. Una pregunta que actúa (quizás) como crítica a la concepción diferencial del ser, de lo individualizable, del individuo frente a eso que llamamos naturaleza.
De manera esencial, ese tiempo –el tiempo del fundamento– nos es vedado, pero no la capacidad de imaginar, la capacidad de simulación.

Camino de vuelta a la casa, veo a un niño venir de la mano de su padre, una alegría inexplicable me golpea: me emociona todo lo que le queda por vivir.

363

20 de septiembre.
El cielo vedado parpadea en las habitaciones, capa tras capa, vida tras vida, resquebraja la piedra. En el alba su rumor sube. En el alba nada es diferente.

Hay preguntas fundamentales, que apuntan al fundamento de las cosas.

La pregunta por el fundamento de las cosas debiese actuar como crítica a la concepción diferencial del ser, del individuo frente a eso que llamamos naturaleza.

Puede ser que el tiempo, el cielo, nos sea vedado, pero no la capacidad de imaginarlo.

Como el habla del enamorado de los Fragmentos… que no analiza, simula.

362

19 de septiembre.
Soñé que había dormido la vida entera. En el momento de mi muerte, un atisbo de algo que supe real me cubrió, invitándome al sueño placentero en el que me sentí más vivo, incorporado al fin.

Tras el sueño vino un sueño más profundo, en el que pude dormir “sobre ambas orejas”.

“Aquí yace el poeta Hiponax. Si eres malvado, no te aproximes a su tumba. Si eres honesto y vienes de un lugar virtuoso, no temas, siéntate; y, si quieres, duerme”.

Esta mañana he escrito algo que debiera ser una observación más o menos desapasionada del alba. Anoto luego de una asociación que me atraviesa los ojos: “Entonces lloro”. Vuelvo a leer esta nota a las 17:14 horas y no logro comprenderla.

361

15 de septiembre.
Inmediatamente después de la escritura del alba, anoto: “Los amigos insensibles parpadean en los cielos verticales, se multiplican, cerca y lejos, sus constelaciones”.

15:45. El cuerpo se revela contra la muerte.

360

14 de septiembre.
Luego de la escritura blanca del ayuno, siento: esta es mi cura, no la simple espera (por nadie, de nada), mi amuleto.

La escritura del alba, una práctica de neutralización, un amuleto.

359

13 de septiembre.
Camino contra el sol. Aparece la sombra de alguien que sigue mis pasos. Pienso antes que otra posibilidad, que eres tú, que vienes a sorprenderme.

Segunda parte del ejercicio: leer por las tardes.

¿Por qué alguna vez en el pasado, en el futuro, dejar de ser esto que soy en este momento: una persona abierta a los otros y al mundo, calmada?

Por otro lado reposa también la sensación de que me he vuelto una persona indeseable, un manipulador insaciable que puede imitar a su antojo los sentimientos del otro y propiciar su simpatía.

358

12 de septiembre.
Toda tarea que uno emprenda por 40 días queda por siempre. A partir de mañana, escribir por cuarenta días como la primera cosa que haga al despertar.

El procedimiento: levantarse antes de la salida del sol. Escribir en ayuno. 40 días hasta el 23 de octubre, el día en que nací hace 33 años.

357

día 40. Una nube, pequeña, dorada, posada apenas sobre la línea de la montaña, anuncia la salida del sol, la insistencia del día.

356

día 39. A medida que el sol asciende y la luz disipa la oscuridad de la montaña, descubro que tras ella se alzan otras montañas, celestes, grises hijas del cielo, que la indiferencia del día esconde.

355

día 38. La noche se repliega reverente frente al día que avanza. ¿Quién tira el hilo del primer pájaro?

354

día 37. Un pájaro tira del resto de los pájaros. El mundo cae, los pájaros huyen a las cabezas de sus hijos.

353

día 36. El calor que el cuerpo pierde asciende para unirse con las nubes.

352

día 35. La densidad del aire comprime el metal, produce un chirrido milenario.

351

día 34. Todo quieto tras la lluvia. Estelas de sonido continúan su viaje infinito, la materia se abre, muestra sus fundamentos: el limo.

350

día 33. Vuelve la lluvia al cielo, las nubes se desagregan en cúmulos que desaparecen tras la montaña. La cáscara celeste se resquebraja, la luz penetra:
Verdes grúas brillan bajo el sol.

349

día 32. De este campo de intensidades, de esta multiplicidad, de este complejo vibratorio, digo:
blanco / gota
Y llueve.

348

día 31. Las grúas giran sin razón aparente, mueven objetos de un lugar a otro, reordenan el mundo.

347

día 30. La cáscara del cielo resquebraja en arreboles por donde la luz penetra: es el mundo que nace al día.

346

día 29. ¿Qué es la montaña para mí? ¿Qué es la montaña para sí misma?
Entre la montaña y yo, media un haz de luces, tiempo, mi deseo de decir montaña para que, al decirlo, rompa la tierra, se eleve bajo tus pies.

345

día 28. El refrigerador revienta el sonido del alba. De pronto todo cae en su sitio. El ciclo del día finge su continuidad: caótica danza que los solitarios imitan en pasos regulares, esquemas, figuras abstractas, luminosos signos discretos.

344

día 27. Las grúas transportan los pesados objetos de la sensibilidad, alzan pequeñas montañas, montículos aquí y allá. Las montañas contienen el barullo arbitrario del día.

343

día 26. Es domingo. Se escucha el trinar de las cosas, rumor de la noche que cuida el sueño de quien duerme.

342

día 25. Una línea rodea todo el cuenco. Ningún edificio se alza sobre ella, ningún suicida acude a ella para alcanzar la tarde, es la línea irremontable del ojo.

341

día 24. Cúmulos de nubes avanzan sobre la montaña, eventualmente cubrirán todo el cielo visible. Su amenaza es fútil, quieren restituir la noche.

340

día 23. Unos minutos más permanece el cuenco de Santiago en la oscuridad. Después el sol se expande tras remontar la montaña y todo continúa. Por unos minutos, la noche juega en el alba.

339

día 22. La luz del sol se expande sobre la superficie de la tierra, velo invisible que descubre cada cosa.

338

día 21. Una última gota cae, hace visible la superficie de las cosas, el dolor que comparten. Aunque todo permanezca de pie, ya ha empezado a derrumbarse. La tierra es generosa.

337

día 20. El pájaro, ennegrecido por la luz que asciende, pasa sobre mi cabeza; es el último vestigio de la noche.

336

día 19. Las grúas (de los edificios futuros, de vidas y muertes futuras) marcan el tiempo y el espacio, indican el cielo y la tierra.

335

día 18. Todo se desprende de la montaña, que es una oscuridad inmensa.

334

día 17. Al fondo la montaña sueña su presencia diferente, muaré, la vibración que desemboque en el blanco.

333

día 16. La enjambre de voces revolotea, una gota marca el ritmo propio de su caída, los automóviles dejan una estela ruidosa a su paso.
Despertar es ingresar a la densidad del sonido.

332

día 15. Las cosas permanecen en sí mismas (en su revés oscuro, cuando nada es diferente), se preparan para contener el sol.

331

día 14. El hueco del ala que permite el vuelo, la caja que reserva la voz (su alegría, su llanto sonoro), el vacío del mundo que esculpe las montañas.
En el aire todo sobrevive, reverbera en la concavidad del cielo.

330

día 13. La enjambre ruidosa se amplifica en el vacío de una oreja, álef del alba.

329

día 12. El canto de los pájaros transporta el rumor de las cosas; sin destino, se embelesa, tuerce, expande y contrae, llena el cuenco del mundo.

328

día 11. Todo me es indiferente, bajo el sol cada cosa hiere. No hay continuidad alguna entre las cosas, solo bordes, límites, líneas que dañan el paso del cuerpo.

326

día 9. La palabra se rompe. Secreta el día. Su rumor avanza.

325

día 8. Hacia lo lejos, nada es diferente, todo fluye.

323

día 6. El sonido continúa en la intermitencia de las luces. Entonces lloro.

321

día 4. Más allá de la bruma, el oro del día.

320

día 3. No despertar, mostrar al mundo la cara amable.

318

día 1. El sonido brota desde el fondo de las cosas, aumenta. En algún punto, revienta el día, se expande.

317

La fascinación tiene un efecto apotropaico: aparta el mal, nos mantiene protegidos.

316

El prefijo de- indica un movimiento descendente, es siempre caída. Toda interpretación debe ser un delirio.

315

Delirare. Propiamente, “apartarse del surco”, salir de los caminos.

314

Deseo del paraíso: recordar cada uno de los segundos que transcurrieron durante estos dos últimos días, una memoria “pánica”, horrorosa.

313

Caminar se hace difícil por lo placentero que es enfrentarse al mundo, los pies se hinchan, las rodillas tiemblan, energía nueva sube hasta los brazos, una brisa recorre la espalda. Todo llega desde abajo, de lo subterráneo.

312

El fascinus, palabra que los romanos utilizaban para significar al miembro en erección, es, a la vez, el amuleto con forma de falo erecto que se lleva para evitar el mal de ojo, la invidia. Atraído irresistiblemente por el fascinus, el fascinador no podía más que apartar la mirada de quien envidiaba.

311

Envidia y fascinación:
La mirada que hace / desea el mal del otro.
Lo irresistible, que pide ser mirado.

310

Toda la noche tratamos de encontrarnos. De estar solos luego; de huir, después, de los amigos que se entrometían en el espacio delirante que se fue construyendo entre nosotros, para nosotros.
Inventamos alguna excusa para apartarnos (caer, solos, juntos), pero no conseguimos más que su lealtad acostumbrada, su ingrata compañía. Corrimos, entonces, fuera de los caminos hasta estar seguros de habernos perdido.

309

Aceptar vivir la primavera –“Spring, idle spring, / you poor excuse for summer” – es darle a lo real “una consistencia excitada, aumentada”.

308

El peligro alegre de perder el nombre, la palabra, por el sonido obstinado del cuerpo.

307

Llega la noche y con ella la desesperación, el taedium vitae que sigue al placer.

306

La Asclepia acida, sarcostema, la planta carne, hostia del Asia o Soma, un “dios palpable” -según Michelet- “que dio a quinientos millones de hombres la felicidad de comer a su dios” o algo así. Crassula rupestris, Aloe vera, la Echeveria pulidonis, semejante al fruto de la alcachofa.

305

Un cuerpo no es un cuerpo sino cuando está fascinado.

304

En una de sus cartas a Isolda (él viaja por el sur de Chile, está en Valdivia), Óscar Castro escribe: “…mientras los niños se vestían, yo me encaminé hacia el invernadero del hotel. Conocí allí la Mimosa pudica, una planta semejante a un helecho común que encoje todas las hojas de la rama cuando uno la toca. Luego pude admirar trescientas variedades diferentes de quiscos. Los había de todas las formas y caprichos que pudo inventar la imaginación. ¡Y yo, Isolda, pensaba intensamente en ti al contemplar aquellos prodigios de la naturaleza!”

303

Antes yo no sabía nada y fui cruel, despiadado, inconsciente. Ahora sé que puedo ser cruel, puedo ser despiadado, es una certeza, pero elijo no ser.

302

El sueño de habernos conocido antes, los deseos de posesión, la invidia.

301

Aquello que vulgarmente llamamos belleza, pero que más se parece al espanto.

300

Llevar un diario secreto por cada una de esas personas que nos obligan a detenernos, a mirarlas de manera irresistible. Fragmentos de un diario mayor sobre la fascinación.

298

Una pregunta me inquieta. ¿Quiero que estemos juntxs o estar así: desequilibrado, maniático, fascinado?

297

Abro las ventanas. Recibo el aire frío de la mañana como un obsequio.

296

La distancia que permite ver las continuidades entre las cosas, eso que vulgarmente llamamos belleza.

295

Trato de concentrarme en alguna tarea. El recuerdo de los últimos días me estremece. ¿Se puede volver de la dicha?

294

Algo pasa (o deja de pasar) que rompe la fascinación: una “invisible herida”.

291

Salgo por la mañana. Veo los brotes de la hoja nueva, la exuberancia de la primavera que se pronuncia. No puedo evitar un sentimiento ridículo: son los signos de algo que comienza.

290

En la orilla, las olas devuelven los desechos a su apariencia mineral.

289

Me aconseja: cuida a tus amigos porque después –cuando estés realmente solo- los vas a necesitar.

288

Salgo por la mañana y al cerrar la puerta recuerdo un sueño que me parece recurrente.
Vuelvo del trabajo y la puerta está abierta de par en par. Una desesperación incomparable viene de inmediato, miedo a haber perdido algo de valor.
Sin embargo, al interior de este lugar que llamo “mi” casa, nada falta, todo está exactamente como lo dejé por la mañana, como si nada -al interior- fuese precioso para otrx más que para mí mismo.

287

"El alimento en la boca te relaciona / con el mundo"
Yo rezo por el espíritu del animal que como
-Me dijo E., alguna vez, la maestra-
Lloro de alegría por el sabor de las lentejas que abren / el corazón
Agradezco al sol su luz cítrica
Su dorada cáscara.

286

Excusas usuales para no reunirme con gente:
Tengo que trabajar
Estoy enfermo
Tengo que limpiar la casa
Tengo que escribir
La verdadera razón nunca funciona, siempre conduce a una cadena, interminable para mí, de preguntas: hoy quiero estar solo, aislado del mundo.

285

Tras la exposición de P., nos demoramos en decidir en qué boliche terminaríamos la jornada. Yo, por la espera, porque me sentía enfermo, tuve que despedirme para venir a descansar. Vi en el rostro de P., una desilusión que me alegró. Como con F., fuimos los más grandes amigos, ahora estamos distanciados por las circunstancias de la vida.

284

La experiencia implica cierta suma de errores, al decir de Baudelaire. Por supuesto, “tener experiencia” no implica evitar el error, reincidir. Cierto secreto regocijo en ser cruel, fallar, en la tarea que se emprende conociendo su fracaso.

283

Lo quiero a F., lo respeto, lo admiro, lo resentí, a veces, porque no es esa persona que conocí hace años. Pero ese es mi problema. Por lo mismo lo he dejado de ver, a mi pesar, ensimismado en la ficción del crecimiento personal, ético. Él, desplegándose como quien abraza el mundo con ternura.

282

Ayer nos vimos otra vez en la exposición de P., me contó del viaje iniciático que mañana emprende. Estoy un poco enfermo y no entiendo lo que quiere: que le cuide desde lejos, con la paciencia de los viejos amigos. Recién hoy, al despertar me doy cuenta y le escribo: que tengas un buen viaje, tranquilidad, todo el mundo te va a querer.

280

“Por el tragaluz, la madrugada hace temblar sus dedos claros. Los primeros átomos de luz se escurren hacia el cuarto. Por sobre la ciudad aún dormida y bajo las últimas y ateridas estrellas, los gallos burgueses y proletarios, como hermanos, zurcen la distancia con las agujas sonoras de su canto”. Nicomedes Guzmán. Los hombres oscuros.

278

Nuevamente me perdí en mí mismo, imaginando nuestro reencuentro: la escena perfecta en la que puedo practicar algún acto de bondad, ser gentil: llevarte un regalo oscuro, enigmático para el resto y simple, luminoso, para ambxs: un ramo de melisa, la piedra mágica que nos lave los sueños, la piedra del sol que nos ampare del mundo.
Al parecer el acto de delicadeza nada tiene que ver -como la bondad- con el hecho de llevarlo a cabo.

277

“Cuando recuperé la razón
me senté en una piedra a llorar como un niño
olvidando que ya era un hombre hecho y derecho”.

276

El decorado en las fotos de estudio de fines del XIX.
Veo el retrato de unos hombres sentados sobre esplendorosas sillas en lo que parece ser, a primera vista, un jardín interior (un invernadero). Ramos de flores, guirnaldas decoran las paredes; se entrometen, en medio de sus piernas, maceteros: helechos, diferentes variedades de quiscos, la Mimosa pudica.
No existe naturalidad alguna en esa escena, tampoco en los rostros saturados por la exposición. De ahí cierta distancia, pero la delicadeza de situar, azarosa o estratégicamente, por motivos del más estereotipado convencionalismo o por un derroche de creatividad, esos maceteros sobre el suelo del estudio, al centro de la foto…, como si el carácter mortuorio de tales fotografías no viniera de las vidas para siempre perdidas, sino del énfasis en la dimensión vegetal de la muerte.

275

Al parecer no quiero nada más que volver a “la casa”, vivir con la madre, los hermanos, el sobrino. Son ellos el objeto de mis sueños.

274

Soñé esta pregunta: ¿Cuál es el estado de naturaleza de tus zapatos?

273

Los hombres oscuros. Es importante la mirada, ya sea en el narrador que se entrega a la apertura del paisaje o a la mañana, a la caída de la noche, ya en algunos personajes: la mujer de Víctor Alfonso, el suplementero revolucionario, lo mira con orgullo mientras este vuelve al conventillo con su presencia simple y se sirve la comida.
Estos momentos -en medio del erotismo interrumpido o frustrado, de los malos olores: el guano y el hedor del amor furtivo, el hacinamiento y los vicios- parecen requerir de un lenguaje que escape de cierto expresionismo decadente o un realismo de tableau, para entregarse al luminoso trabajo del lenguaje analógico.

272

Después R., recibe el plato y me consuelan. El dolor se disipa, las energías retornan al cuerpo cuando tras la mesa el sol despunta.

271

De ahora en adelante, ¿todo se tratará de despedirnos?

270

“…por el hecho de la alimentación moderna, la carne humana ha asimilado la industria al punto que ya no se distingue de ella. Para decirlo en otras palabras: nuestra carne se ha vuelto industrial. En esto se podría ver una transposición de la eucaristía a la historia material de los hombres: la industria, que se hacía carne en los hombres, se ha vuelto carne de los hombres a través de la alimentación”.

268

Cansado, ya sin fuerzas, en mi sueño. Tras recurrir a la medicina de los vivos y los muertos, accedo a comer un trozo de carne para recuperar las fuerzas que he perdido luego del viaje (¿se deja de viajar alguna vez?). Su sabor es como el recuerdo de algún episodio insignificante que de pronto nos asalta con luz nueva. Lloro -como Loyola- mucho y no puedo seguir comiendo.

267

Nos encontramos al doblar la esquina. Nos abrazamos para despedirnos antes de partir a cualquier otro sitio.

266

La felicidad, a veces, es también indeseable.

265

Ser gentil, entonces, cargar en el bolsillo la piedra del sol por si la espantosa multitud del mundo te persigue, cargar, al menos, un ramo de melisa, por si necesitas dormir.

264

En la nota tercera del canto vigesimocuarto de la traducción del Conde de Cheste, en la nota segunda de la edición a cargo de Francisco Montes de Oca, del Infierno, se lee respectivamente:

“Corría entre los antiguos que una piedra llamada heliotropia hacía invisible al que la llevaba”.

“Se decía que la flor del heliotropo hacía invisible al que la llevaba”.

263

“A través de aquella espantosa y cruel multitud de reptiles corrían gentes desnudas y aterrorizadas, sin esperanza de encontrar refugio ni heliotropo”.

262

Como el inmortal que finge su muerte. “Delicadeza pura: aparentar estar muerto para no impresionar, herir, desconcertar a los que mueren” (Roland Barthes).

261

Nada, ningún gesto -para el otro, para uno mismo-, ninguna delicadeza es necesaria. Demorarse, a veces, cuando vamos demasiado rápido; detenerse cuando el resto avanza sin contemplación; esperar un rato para encontrarnos.

260

“Entre esa cruda y aflictiva copia
corren gentes desnudas y asustadas
que no esperan guarida, ni helitropia”.

259

Cruzo la calle, cambio de dirección, me detengo y vuelvo en busca de algo sin importancia o pierdo el tiempo en alguno de esos incansables rituales entre la casa y mi destino. Hace años, cuando ni siquiera sabíamos uno del otro.

258

Soñé que caminábamos por la playa. En el sueño, ni el tiempo o el espacio se alteraron, ni dejamos de ser quienes éramos entonces, ninguna sensación de extrañeza nos advertía que soñábamos.
Solo caminábamos por la playa, escuchando sobre el sonido del oleaje la armonía de las piedras que chocaban, una en otra, al recogerse la marea.

257

Se levanta del asiento con impertinencia, bosteza y se estira. Yo intento dormir, pero no puedo evitar observar su cara idiota mientras mira por la ventana. Siento una horrible distancia entre nosotros, no puedo identificarme con su escasa humanidad; de inmediato el desprecio, cierto asco por el gesto de su boca semiabierta, signo inequívoco de estupidez, por sus ojos que se abren de manera desproporcionada, al tiempo que una sonrisa le suaviza el rostro.
El asombro lo embarga, todo cambia ahora, me emociona su entrega sincera a la maravilla que significa surcar el aire, sobre la cordillera de Los Andes.

255

Ser más como el otro, conservando aquello que amamos en nosotros mismos. Ser uno solo con lo que se ama.

253

El verano se obstina en mis sueños, ese lugar parecido a la felicidad, allí donde podemos reencontrarnos.

252

En un mundo en el que las estaciones se han reducido a dos.
Frutos del invierno:
Manzanas, peras, kiwis y plátanos.
Frutos del verano:
Sandías, frutillas, duraznos y ciruelas.

251

Una emoción incontenible tras comer una naranja. Dulce fruto del cielo que otorga vida.

250

La fruta entra a la boca y sube lento a la memoria. La calma del verano, luego; la gentileza del sol sobre el cuerpo tras salir del mar vienen con ella.

249

Fingir sabiduría, felicidad, Juana, o erudición; representar el placer y el dolor, escribir que estoy triste antes que estar triste, ¿no se trata acaso de eso, el diario?

248

¿Cuánto demora el viaje?

247

El viaje es interrumpido por una falla mecánica. Debemos esperar en medio del desierto a que el próximo bus nos lleve a nuestros respectivos destinos. Es de noche y el cielo es elocuente. Los pasajeros pierden la paciencia de inmediato o bromean con el desinterés de los sobrecargos. Tomamos café o Coca-Cola, imaginamos el paso del tiempo capeando el frío; algunos planifican el día, aprovechan para sacar cuentas, cerrar algún negocio, advertirse de las costumbres de los habitantes de la ciudad próxima. Yo miro hacia arriba y recuerdo: la Cruz del Sur, la Osa mayor, Escorpión y Tauro, el punto rojo de Marte, tendidos sobre el techo de la casa.

246

Nos abrazamos con delicadeza en el momento de la despedida. Yo recuerdo un cuerpo más fornido, lleno de vida. Me sorprende ahora esta inconcordancia, esa delgadez que me obliga a tenerlo más cerca para estrecharlo. Él me abraza también con cuidado, como quien toma un objeto invaluable y teme dejarlo caer.

245

Y no es solo que me haya alejado físicamente, que me haya ido el tiempo que tarda un desierto. Estoy lejos también de una manera familiar de llamar a las cosas, propias. De un lenguaje -estoy tentado a escribir- menos “frondoso”, menos “diverso”, más “pobre”. O, más bien, de un lenguaje que no necesita (como yo, el que escribe, quien tiene poder), para explicarse, es decir, para exponerse de manera completa, más que un conjunto limitado de signos: el este, el coso, ¡bah!, eso.
El amor allá me es más simple, está atado de manera directa a esas sílabas, a esos ruidos plenos de sentido e insignificantes, interjecciones y onomatopeyas que rodean la mesa, que rondan, como fantasmas amistosos, la casa.

244

Digo o imagino que digo (a estas alturas qué importa): Tienes que ser fuerte, no dejarte morir, todos en la casa te queremos. Alejado, sin embargo, ya hace mucho.
Ahora escribo “la casa” como si un dolor, como si esa parte de mí, minúscula y densa, enquistada en el pecho, de pronto me recordara, tras hacer una mala fuerza, que el tiempo pasa, que el cuerpo nos traiciona, que vivir lejos, a veces, para algunos, es continuar huyendo de uno mismo.

243

Vamos camino al cine. Cruzo en rojo con cuidado de que no venga algún auto, me sigue sin preocupaciones. Al otro lado de la calle le pregunto por qué cruzó con luz roja si sabe que no debe. Luego, en cada esquina, aunque no se aproxime auto alguno, espera el verde. Yo sigo y me alejo y él corre para alcanzarme. Alega por mi injusticia. Yo le respondo que tiene que aprender a considerar las situaciones. No porque el semáforo esté en rojo significa que necesariamente debe esperar a que dé el verde, que si hay luz verde de todas formas debe mirar a ambos lados de la calle, que debe aprender a decidir por sí mismo… Responde con un orgullo nuevo: No quiero aprender, yo elijo la mayor ignorancia.

242

Yo leo por las mañanas después del desayuno, tras el almuerzo mientras los otros duermen siesta, al llegar la noche cuando la familia se calma. Él me ha estado mirando con cierta distancia o curiosidad, no sé, hasta que me pregunta qué estoy leyendo. En voz alta le leo un poema que al parecer lo sorprende, me pide que le lea otro. Después de unos días hablamos y me cuenta: me gustó ese poema que dice: “Las estrellas perdidas son para ti, el frágil cuerpo de un bañista es para ti”.

241

Esta vez le llevo otros dos libros. Rápidamente los deja a un lado para seguir viendo televisión o jugando. Luego de un rato va a su pieza, se echa sobre la cama y comienza a leer.

240

Me contó por qué me odiaba hace tanto, con una memoria admirable para un niño. Según él, alguna vez, yo lo traté mal. Por supuesto yo no recuerdo nada. Me odia todavía y le pido disculpas. De inmediato se aligera, pierde un peso de años. Acepta sin pedir otra cosa y me aligera, de paso, a mí, de un peso que no conocía.

239

Siempre, esas pocas veces, que viajé a visitarlo, le llevaba un libro de regalo. Veía, yo, cómo de a poco, a medida que rompía el papel de regalo, se iba decepcionando al descubrir su contenido.
Una de las últimas veces, ya con total hastío, se me adelantó y dijo: Ah, ya sé lo que es, es un libro.

238

Dibujamos un círculo sobre la arena. ¿Qué es?, ¿qué puede ser? Una pelota, una naranja, el sol o una rueda.
Sabemos, le digo, que una pelota no es una fruta o el sol una rueda, pero en algo se parecen. Todos son un círculo, la circularidad, insisto, es ese aspecto que comparten y por el cual podemos llegar a decir: naranja del cielo o:
el sol rebota en la arena de esta playa
rueda
hacia la tarde.

237

Está el desfase que el sueño profundo imprime sobre el cuerpo.
Las noches en que el cuerpo se encuentra fuera de sitio: el milímetro excesivo que solo la piedra mágica puede limar.
También la brizna de piel que cubre la carne viva: ese necesario desfase entre la escritura y el dolor.

236

Una burbuja escapa y rodea el aire, pequeña y fugaz esfera en la que el mundo olvida sus esquinas.

235

Metáforas de la vida cotidiana, catacresis en las que la muerte nos muestra su verdad: pomo de la puerta, saponina, el jabón y las manzanas.

234

A veces vuelve la sensación de ese milímetro excesivo; ese milímetro del mundo desplazado que me deja de lado o detrás: el milímetro en el que las cosas se alejan a una distancia irremontable o, a veces, se acercan demasiado. Y todo cae o se desliza entre los dedos: las ventanas se avecinan, las puertas se cierran en las narices, los peldaños me tienden trampas. Son noches de vasallo, noches en las que me pierdo en el vasto territorio de la cama, camino a la mañana.

233

El jabón, petrificado en la jabonera, tras el largo viaje. Vendrá, luego, su “baba luminosa y nacarada”, a reblandecer las manos.

232

Despierto en el medio de la noche. La mitad del cuerpo frío, insensible un ojo. Un rectángulo de luz delinea la puerta del baño al frente. Sigo al brazo que confío hacia el pomo de la puerta que no alcanzo, se desplaza a la mitad inútil, que no despierta del cuerpo. Todo, la cama, la alfombra, los zapatos, un milímetro fuera de sitio.

231

El jabón es una piedra complicada -dice Ponge-, lejos de sentir placer en hacerse rodar por las fuerzas de la naturaleza, se desliza entre sus dedos.

230

Primero fueron noches incontables de un malestar tenso; en las que me levantaba de la cama con el cuerpo fuera de sitio. En la oscuridad me apresuraba hacia el baño dejando el pijama descascarado por el suelo, camino de la ducha.
“Las uvas huecas, perfumadas del jabón” me devolvían la calma y podía, entonces, caer dormido nuevamente sobre la tina, mientras el agua terminaba por lavarme los sueños.

229

“Hay mucho que decir a propósito del jabón. Exactamente todo lo que él cuenta de sí mismo hasta su desaparición completa”. Francis Ponge.

228

Me descubren escribiendo, cuando niño, una carta, de amor, de ilusión, de esperanza, a Marta o Gabriela o José. Avergonzado la destruyo en mil pedazos que boto al tacho de la basura, pero que quiero tragarme para hacerlos parte de mí mismo y preservarlos de sus burlas. Huyo corriendo al patio. Tras unas horas vuelvo a la casa y veo, fruncido el ceño “como todo hombre de estudio”, a mi padre, pegando uno a uno los pedazos de la carta.

227

Tenemos que mover la cama tras la muerte del padre, para barrer la pieza y que la vida se esparza, encuentre un lugar limpio donde brotar, luminoso donde crecer. Yo soy un niño y la madre una joven mujer a unos centímetros de su propio cuerpo. La cama es pesadísima, el día quieto. No podemos moverla, quizás lloramos de impotencia, no sé, solo recuerdo la bruma luminosa del patio inundando la pieza. De pronto la cama se mueve, es el fantasma bondadoso del padre que aligera el peso de estar solos.

226

Estamos acostados sobre el asfalto en algún lugar de la ciudad desierta, ¿qué constelaciones -me preguntas- señalan los vértices de las altas torres?

225

Tras cocinar en esta noche fría la comida que me mantendrá firme mientras escribo, la ventana empañada acumula el cielo nocturno y sus constelaciones.
Son las ventanas de las altas torres donde los amigos insensibles se desvelan o, en la duermevela de la melisa, confunden la vida con los sueños.

224

Otro día, otra mañana. Las ventanas se reflejan en las ventanas.

223

¿Dónde están los cerros azules, los cerros fluidos, la pluma que sostiene la calma del cielo
sumergido en las pupilas, la espalda granulada que descansa donde el sol atraca?

222

Anochece, el sol desciende, degradado el cielo. La luz se recluye en las ventanas de las altas torres.

221

El sol pestañea entre las torres que rotan y traslapan, cielos verticales donde la tarde sucede cada tarde.

220

El incendio de la mañana tras las torres residenciales.

219

Al decir de Watanabe:

“Hay días de felino
y días de paquidermo. Hoy sean bienvenidas
las benéficas ensaladas, la suave soya y las frutas
aunque tarde:
ya cincuenta años que comes carne
y estás eructando miedo”.

218

Más de una vez, de niño, estuve hospitalizado. Recuerdo un mediodía, luego del vapor del suero y el sueño, mi primera comida sólida: un pollo asado que comí como los enfermos o los desmemoriados comen, sin más certeza que la cuchara en la boca.
Nada tiene que ver esa ansiedad que produce la carne con la calma con que se preparan frutas y verduras, se lava la quinua, lentamente se cocina el arroz y las legumbres que despiertan a una mañana blanda.

217

“Pero quizás si esta pausa era un poco necesaria”, le escribe Moisés a Humberto, “ya que debíamos darnos cuenta verdaderamente de que ya no estábamos cerca, de que ya nuestras cosas no iban totalmente una al lado de la otra. ¿Y quiere creerme? Puedo decirle con mi propia lengua que en cuanto a lo imperecedero de nosotros nada ha cambiado, en nada podrá ya cambiar. Hay un destino entre nuestras buenas frentes. Un destino bello e implacable. En lo que a mí se refiere, me someto a él con alegría. Y es que nuestras ‘soledades’ parecen verdaderamente hacer una sola, querámoslo o no”.

216

El príncipe me arroja su diario a la cara. En él leo episodios de la vida joven que vivimos. De esos años, yo recuerdo cierta bruma colorida, como si hubiese estado siempre despertando y el sol de la mañana me nublara los ojos. En su diario, la vida es más completa, los objetos más definidos. Yo soy un mueble hermoso arrojado en la esquina del mundo, la luz que rebota en la madera para volver a golpear su retina.

215

Tuve este sueño en el que escribí líneas, líneas y formas, colores: ocres, grises, azules pálidos, el punto granate del otoño.

214

Está la ropa de calle, con la cual nos presentamos al mundo, libre idealmente de manchas y roces, libre de la acción erosiva del cuerpo en su medio. Y está la ropa de casa, adelgazada, semitransparente y olorosa, tibia del domingo, pegada a muslos y glúteos. Esa ropa adherida, también, al sueño.
Esta es la ropa de la depresión, la soledad, de eso que llamamos descuido de uno mismo, pero también es la ropa suave del amor propio y del amor a los otros.

213

Tras la masacre de Orlando, tras el asesinato de Daniel Zamudio, se sugirió en algún medio que el asesino era un homosexual reprimido. Esta sutil figura, que se presenta tolerante a las prácticas homoeróticas y promueve sus agenciamientos políticos, sin embargo, pretende anular el problema social que hay detrás: la homofobia profunda, "it's the queer inside they fear", as Mr. Carlin said; ya que al circunscribir toda esa violencia a un grupo, a los problemas identitarios de quien no quiere o puede presentarse “tal cual es”, se escabulle el problema de fondo: el odio a uno mismo, el horror de reconocerse como una persona abierta a la sexualidad y sus prácticas afectivas.

212

Sin embargo, estamos lejos, hermana, un abismo nos separa, mil trescientos kilómetros, la inconmensurable ligereza del desierto.

Yo aquí, con mi lámina de vida, y tú allá, con tu lámina de vida, esperando, ambos, una existencia más gruesa.

211

En frente y a los costados, veo tras pequeñas ventanas la actividad de lxs vecinxs que descuelgan la ropa seca de los tendederos, barren los balcones o salen a fumar, todavía en pijamas, despeinados y, supongo, con la densidad olorosa de la noche impregnada en sus barbas y cabellos, la piel pegajosa. Son los cuerpos abatidos del domingo.
Una mujer mira los maceteros de su minúsculo jardín, huele la tierra húmeda y toca las hojas de las plantas para atisbar, quizás, la vida lenta que sobrevive a la vida que vivimos, más allá de las obligaciones familiares y los vaivenes de la economía.
Los árboles roncan cuando el viento arrecia, se cierra el cielo, las ventanas se cierran.

210

El verano se obstina en mis sueños, pero estamos ya en el mes de junio.
Al despertar, esa pesada sensación de desfase que el sueño profundo imprime sobre el cuerpo.
Todo se acomoda después, todo reanuda.

209

Camino perdido por la calle mientras lloro mirando a los extraños que me evitan o me ven pasar o paran para abrirme paso. Es mediodía y estoy aterrado por el ruido de las bocinas y el traqueteo del milenario chasis de los automóviles; arriba, el cielo cerrado por las líneas de los edificios. Doblo en una esquina y un hombre se arrodilla para atajarme de manera gentil, pregunta por mi nombre, mis apellidos, me pregunta dónde vivo, si acaso sé cómo volver a la casa. A todo respondo que no. Me toma de la mano y me conduce entre la gente hasta una comisaría. Allí se hacen cargo de mí, me dan postres para calmarme, jaleas, una sémola lánguida y desabrida que como porque no sé qué otra cosa hacer. Estoy sentado en un pabellón oscuro. Al fondo veo la puerta por la que entramos. Llevo aquí dos días o más en los que la noche se ha ausentado. La puerta se abre al tercer día y aparece la madre con una sonrisa hermosa de alivio en el rostro. El último bocado es dulcísimo. Después salimos a la calle rumbo a la casa. Me dice: fuiste muy valiente.

¿Este es el recuerdo que he estado buscando?

208

Qué es un círculo, en el cielo, por ejemplo. O dos círculos girando cuesta abajo. U otro botando de aquí para allá en medio de la algarabía de lxs niñxs.

207

Recuerdo un sueño que tuve de niño. Estamos con el hermano en la sala de espera de un consultorio. Ninguno está enfermo, pero esperamos sentados en esas ásperas sillas color vino. Al frente la sala de examen, a la izquierda hacia el fondo está la puerta de salida que es asaltada por una bruma de luz que entra por el vidrio tras inundar la mañana. Antes, justo al lado de la silla en la que estoy sentado, hay un macetero lleno de tierra seca y brillosa, sin raíces. El hermano menor escarba esa tierra y encuentra una moneda fulgurosa como el sol de su rostro, corre hacia la calle por el pasillo y se funde con la bruma. Desesperado escarbo entonces la tierra y también encuentro, no una, sino incontables monedas que apenas puedo sostener entre las manos, con los bolsillos llenos. De pronto la puerta del pabellón se abre y aparece la mamá que me había estado buscando por siglos. Me obliga a dejar que esas monedas germinen en la sala de espera del consultorio, salimos a la calle y el día nos cubre.

206

Soñé que estábamos corriendo por la playa con el sobrino, el fantasma de la familia y otro niño, un gnomo o dulce duende de barba larga y abundante.
En la arena se escondían pequeños dinosaurios plásticos de diversos colores que el sobrino y su amigo recogían como tesoros.
El hermano luego de un rato le ordena que deje todos esos animalillos donde los encontró pues ya tiene suficientes juguetes.
El regreso a la casa es triste.
Estamos en una pieza vacía con suelo de madera, concentrados melancólicamente en la luz del sol que golpea las tablas y descubre la cremosidad del polvo en suspensión.
De pronto, por la ventana trepa el enano barbudo, deja caer de sus manos un caudal de pequeños dinosaurios plásticos que inunda las junturas de las tablas y la pieza. Nos miramos con un rostro bello y excesivo, el sol se adueña de nuestros cuerpos, descubrimos que somos parte de esa luz.

205

Esta taza
estas botellas estos
vasos.

Este continente vacío.

204

Le cuento a J., y me entiende. Nos juntamos luego de unas horas en las que ha tenido que atravesar la ciudad para atajar esta caída sostenida. Tomamos sopa de zapallo y comemos diversas ensaladas verdes. Quiero concluir la noche rodeado por desconocidos para acabar con la ilusión de toda suficiencia que me invento. La mañana es maravillosa. Por supuesto deja de serlo. Recién ahora vuelvo después de quedarme retrasado en incontables esquinas, entre el boliche y la casa.

203

Mi hermana llama y no contesto. Estoy demasiado al filo como para sostener la voz un sábado a media tarde. Me escribe luego por el chat e insiste. Yo me preocupo de mantener el orden de esta casa que usurpo hasta que no puedo ya negarme a leer sus palabras.
Escribe de su dolor en palabras difíciles porque experimentar el dolor es difícil. De repente todo se suaviza y estamos juntos como hace mucho. Le propongo que nos veamos en un lugar hipotético a las 6 de la tarde de este invierno u otro y escribe: Sí, tomémonos un té a las 6 de la tarde mientras vemos el atardecer frente al mar y hablemos, porque somos hermanos y solo los hermanos pueden hablar de estas cosas.

202

Puede ser que todos los proyectos que nos inventamos no vayan a acabar en nada: los trabajos inverosímiles que imaginamos mientras bebemos para capear el frío, las ideas que abarcan el cielo de los planetas habitables, los deseos de habernos conocido de niñxs para ser, ahora, un par de viejxs amigxs que se aman y soportan por sobre todas las cosas. Quizás cada unx muera más abandonadx que el otro en algún rincón de los extramuros de la patria, pero es bueno perder el tiempo juntxs, en frivolidades, en el trabajo, ha sido bueno reencontrarnos.

200

Pocos días que recuerdo en los que fui –ahora pienso- feliz. Esa tarde en Concón cuando bebimos ron, oriné en el patio de la cabaña y robamos una planta luego de ganar algo de dinero en la calle tocando guitarra. Esa otra tarde cuando intentaste demostrar tus habilidades marciales y caíste, la noche que salimos a la calle a gritar por nuestro amor desaparecido en medio del parque Bustamante. O esa vez que bailamos el odio en calzoncillos, la madrugada en la que le arrebatamos un árbol a la tierra y lo metimos a la casa para imaginar la mitología de las raíces. Y también están esos otros momentos que me reservo, no por pudor, sino porque son inexplicables.

199

Le doy a leer estas notas a C. “No se puede lastimar a nadie a costo de escribir”.
Es incómodo leer estas palabras, lo es también para mí escribirlas y exponerlas sin consentimiento; como te dije, las personas de las que hablo son también parte de lo que soy o, debiera decir, de la imagen que construyo de mí mismo, para mí. Soy injusto, pero los libros son injustos. Debo negociar cada frase, sin embargo, pensar en el respeto que les debo sin perderlxs a ustedes de paso o encontrarme, de pronto, escribiendo, como ha sido siempre, a salvo, arropado mientras regreso.

198

Para algunxs el poema se termina en un par de versos por los que se basta a sí mismo. Para otrxs acaba en el punto final, como consecuencia necesaria de la existencia. Para ciertxs poetas, el poema termina una vez cerrado el libro. Habrá otrx para quien se escriba a lo largo de la vida. Para lxs menos, el poema nunca comienza; para estxs poetas imposibles, el poema consiste en encontrar una manera de comenzar.

196

Le dije: entonces me vi enfrentado al mundo con nada más que mi cuerpo y un montón inútil de libros a la espalda.

195

Estuvimos con J., toda la noche hasta que anocheció otra vez y hablamos hasta no tener más que decir. Antes despertamos y fuimos a la feria un domingo de lluvia para aclarar el rostro y la mente con frutos secos, semillas y champiñones: shiitake, portobello, melena de león para no perder la memoria.