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Siempre, esas pocas veces, que viajé a visitarlo, le llevaba un libro de regalo. Veía, yo, cómo de a poco, a medida que rompía el papel de regalo, se iba decepcionando al descubrir su contenido.
Una de las últimas veces, ya con total hastío, se me adelantó y dijo: Ah, ya sé lo que es, es un libro.