Hacia el año 2011 o 2012, comencé a anotar el presente, sin mayor propósito, sin ninguna rigurosidad o frecuencia preestablecida. He decidido, ahora, exponer esos apuntes que brotan cuando se “deja de escribir”, la escritura que media la distancia entre un libro y otro, bajo la condición de continuar con esta práctica y publicar esas notas durante un tiempo indefinido.

Mostrando entradas de enero, 2017

506

Entre la publicación de Perro del amor en 1970 y Fábulas ocultas pasaron 36 años. En este tiempo Oliver Welden junto a Alicia Galaz dieron vida a la revista Tebaida en Arica, donde Galaz dictó clases de literatura. Luego del 11 de septiembre del 73, se autoexiliaron en Estados Unidos.
Durante esas tres décadas, Alicia Galaz prosiguió su carrera académica, publicó Oficio de mudanza y Señas distantes de lo preferido, también sus trabajos sobre Góngora y Gabriela Mistral y fue incluida en alguna antología de poetas latinoamericanas, mientras Oliver Welden, sentado a la sombra amplia de ese árbol pequeño, se mantuvo en silencio, como buen perro, como paisano.
Perro del amor es un libro profundamente erótico, de un deseo activo y robusto, abultado como la primavera, hecho desde la pura fascinación. Perro del amor es hermano del primer libro de Galaz, Jaula gruesa para el animal hembra. En ambos libros, alejado de la posesión, el sexo no está sublimado por alguna idea del amor como bien superior, a lo sumo, se vive en su reverso como compañerismo, pero, en términos más simples, como animalidad en la figura del “amor desatado”, en la figura del animal hembra que vive su sexualidad, poderosa y política, como diferencia.
Fábulas ocultas, por otra parte, publicado tres años después de la muerte de Alicia Galaz, es también un libro lleno de erotismo. Son poemas, sin embargo, de un “amor oscuro”, del amor a una mujer muerta, poemas sobre la persistencia del deseo sexual tras la muerte de quien se ama.
Después vinieron Oscura palabra y The Sweden Poems, un total de 60 textos publicados en 2010 y 2014, respectivamente. Pareciera ser que tras la muerte de Alicia Galaz algo se desató en Welden, algo se abrió, algo brotó tras 36 años de silencio. Sin embargo, según sus propias palabras, durante esos años en los que perdió “el afán de publicar”, nunca dejó de escribir, pues, aunque se quiera, “no se puede dejar de escribir”.
Es inevitable, para mí, imaginar a Oliver Welden como un hombre viejo, montado sobre la circunferencia de su estómago, que ocupa toda la vida que le resta en escribir estos últimos tres libros.
Esta es una imagen con la que me identifico, una imagen que me complace, el horizonte que digo será mi futuro: escribir y amar como un anciano, con toda la vida que me resta.

505

Cocinar, cuando el mundo se vuelve insoportable, un caldo grueso de hongos y verduras, con ajíes verdes crudos, cilantro y cebollín, para sudar la bilis negra del verano y respirar.

504

Es de noche y el viento frío de la playa nos golpea, somos amigos desde niños. Estamos sentados en la arena frente al mar alrededor de los lugares donde no pudimos o quisimos entrar. Apenas nos miramos, el brazo roza el brazo tibio del otro. Estamos bien.

503

Imagina un bosque
si digo verde
peciolo
hoja

la oscuridad desaparece.

502

El brote no tiene por qué decir
aquello que no dice
nombrar el pájaro tras el salto del peciolo
a la vida y a la muerte.

501

Una nube contra el cielo
un árbol
nube negra
contra el cielo claro.

500

Una poética del brote

Todo está
De inmediato
Desencadenado.

499

Camino arriba, hacia la casa, el conserje, el portero, aquel que se ocupa de mantener limpio el edificio, el suelo donde camino, quien quiere hacerme feliz, riega el asfalto en un día caluroso. El agua baja por la calle y llega a donde estoy, cerca de la esquina.
Antes de que el agua arrastre pequeñas piedras y algunas hojas, basura y cuerpos muertos, antes de que inunde la superficie, dibuja formas que admiro, se separa, vuelve a unirse más allá, muestra el relieve del territorio.

498

El silencio de las cosas no está destinado a nadie.
Encapsuladas en su propia inmovilidad, sobre las cosas el día pasa.

497

Me detengo a mirar la manada del viento que pasa entre los árboles del cerro. Me concentro en la flexibilidad de alguna rama –que sale y entra en la luz de la tarde, que va y viene de la oscuridad de la copa– y pienso que en esa rama, viva y muerta, todavía prendida del árbol, está el poema.

496

Está, por un lado, el libro de los sueños, más propiamente el álbum, hecho de retazos de materiales heterogéneos, recogidos según aparecen, seducen o fascinan.
Por otro lado, el libro de la esperanza, que escribo para que estemos juntos, para que el sol salga y nos permita vivir un día más, un día a la vez, por el resto de la vida.
En algún sentido, en el horizonte, ambos son el mismo libro. El asunto es alcanzar a vivir el último y morir del primero.

495

Dos escrituras, según su lector, según su tiempo. El libro del presente, ese que se está escribiendo, atacado por lo inminente. El libro de los sueños, no el último, sino el suplementario.
Un libro para quien fui y el libro para el que seré, nunca un libro para mí.

494

Dos tipos de escritura según su destinatario.
Una escritura a modo de advertencia, como consuelo, que tiene por objeto decir no estás solo, para ese que fui.
Otra dirigida a mi yo futuro, que dice: no hay nada definitivo excepto la muerte, una vez cerrado el libro.

493

“Monstruo", antes "mostro". Tomado del bajo latín monstruum, alteración del latín monstrum, "prodigio" (que parece ser derivación de monere, "avisar", por la creencia en que los prodigios eran amonestaciones divinas).
(Joan Corominas. Breve diccionario etimológico de la lengua castellana).

~

El monstruo es un enviado de dios.

492

El monstruo, escondido en una choza cercana a la cabaña de la familia De Lacey, los espía, todavía ignorante de su condición monstruosa. Para entonces –rechazado por Victor Frankenstein, su propio creador– sabía que su cuerpo despertaba repulsión en los otros, pero aún no se convertía en un monstruo para sí mismo.
Tras las tablas de la choza, espía la amorosa vida familiar del viejo patriarca ciego y sus hijos, Ágatha y Félix. Este último ocupa sus días en enseñarle a Safie, la joven árabe dueña de su corazón, los fundamentos del francés, su lengua materna.
A partir de estas lecciones destinadas a Safie, el monstruo, espiando por entre las tablas, adquiere una lengua; quien no sabía sino del hambre, el frío y el calor, conoce una cultura.
Este descubrimiento será su condena. Por el lenguaje, el monstruo es capaz de definirse como otro, en su diferencia específica con la vida biológica de los humanos. A través de la lectura de libros como El paraíso perdido, Las cuitas del joven Werther y Vidas paralelas de Plutarco, logra también conocer una cuestión fundamental para la novela, que en los hombres habita juntamente el bien y el mal.
El monstruo espía a la familia De Lacey por unos meses en los que crece en su pecho la esperanza de ser comprendido –más allá de su apariencia horripilante– como un ser bondadoso. En uno de los episodios más emocionantes de la novela, el monstruo, temblando por la incertidumbre, decide descubrirse frente al anciano ciego.
La primavera se acerca y un sol tibio difunde alegría, los hijos de De Lacey emprenden un largo paseo por el campo. Convencido de que el anciano no huirá frente a su aspecto repulsivo, el monstruo decide salir de su refugio y traspasar el umbral de la puerta de la cabaña. Simulando ser un viajero en busca de descanso, le cuenta al anciano su historia rogándole que interceda para obtener la protección de unos amigos que, a pesar de ser bondadosos, solo ven en él a un monstruo despreciable.
Luego se escuchan las risas y los pasos de los hijos que regresan; desesperado, el monstruo se aferra a las piernas del anciano, descubre su verdad y le suplica que lo salve y lo proteja, que no lo abandone en este momento crucial. Félix, Agatha y Safie entran en la habitación. Todo es horror, gritos y desmayos, Félix emprende contra el monstruo, lo golpea y este –que hubiese podido desmembrarlo, “como el león al antílope”– huye de regreso a la espesura de los bosques.

491

Savasana

“Meu corpo
que deitado na cama vejo
como un objeto no espaço
que mede 1,70 m
e que seu eu”.
Ferreira Gular

490

Savasana

El cerebro de un individuo adulto pesa más de 1 kilo. Un corazón promedio, 300 gramos. ½ kilo cada uno de los pulmones, la piel de un humano de mediana estatura (1,70 m.), aproximadamente 5 kilos.
Todo cae (atraído de manera irresistible) en lo otro. Todo, cuando cae, libera energía, esa energía es mensurable, tiene también su propio peso.

489

Savasana

Un montón de piedras al lado del camino es para el viajero un signo de que, antes, otro estuvo allí. Un montón de piedras no significa otra cosa: alguien anduvo por allí, allanó el camino.
Quizás bajo ese montón de piedras yazga aquel que fue amado tanto como para que ese otro, de cuerpo tenso, amontonara piedras.
En cualquier caso, ya sea para mantener alejado el cuerpo muerto de los animales carroñeros y de la imprudencia de los brutos, ya para indicar un hito en el camino, un montón de piedras va adosado al borde del planeta.

488

Savasana

Recordé una calle inclinada en medio del desierto
o rodeada de cerros.
Recordé o imaginé
contra el cielo azul los pájaros negros que rondaban la cancha de tierra.
Luego el volantín negro
de bolsas de basura negra que los niños persiguen
porque, a veces, si el tiempo es favorable
la muerte es también un juego.

486

Savasana

Un pequeño cosquilleo sobre el pecho florido. Imagino
un animal más pequeño retozando allí en el pecho
la ampolleta encima lo ilumina todo
como buen sol bajo el que retoza como yo
recostado sobre la tierra.

484

Nunca más la ropa me lleve
a parte alguna
no soy no llego
a ser perfectamente

una jaula para ser
perfectamente

uno.

483

Caminando en medio de la gente en un día de feria tengo la sensación de que esta ropa que llevo no me pertenece. Bajo ella el cuerpo palpita: ese movimiento soy yo.

480

Savasana

Acostado bajo la sombra del limón (que es símbolo de mi pertenencia al mundo) soy como una piedra, un peso atraído al centro del planeta.

479

Savasana

Soñé que estaba acostado bajo la sombra de un limonero imaginando el cielo tras las hojas cuando supe:
Toda la lluvia y el mar están contenidos en la hoja del limón.

478

A lo lejos (aunque miro de cerca –pues para el sujeto todo es de una distancia irremontable–), se mueven las plantas, giran
los cuerpos celestes.

477

Vamos a comprar un pedazo de vidrio morisco: la piel dura en los dedos tajados del vidriero.

476

En este sistema económico se está siempre al borde de quedar sin nada. La vida subjetiva fluctúa entre la acumulación y la ruina.
Recordatorio: la identidad ha de ser excéntrica, eufórica quizás, una pura conmoción.

475

La novela, antes de interrogarse sobre qué es lo que tiene que decir, debe preguntar por el tiempo. Como el cómico que mide en minutos su deseo de representación, la novela debe preguntarse: cuántos minutos tengo para decir lo que quiero decir.

474

Savasana

Pegado al suelo o al sueño, arraigado me levanté de a poco, como una planta imita –rezagada– la elipse del sol.

473

Savasana

En los brazos de yo que me dolía o sobre el suelo, jugando al muerto, recién afeitado como buen muerto, sentí
El aire de la almena
La mano serena
Que mi cuello hería.

472

Savasana

Hoy desperté con el cuerpo pesado por la práctica de un sueño atlético / a saltos. Tras la rutina de acomodar cada coyuntura, cada hueso con su vacío elástico, comprendo:
La calma
Ser un animal vulnerable, a salvo
De su interioridad pretenciosa.

471

¿Qué se hace / qué se puede hacer entre libro y libro? El problema no es ahora la incertidumbre abierta tras finalizar “el poema”. Sin fin, la escritura es ya condena (ausencia de objeto), ya paraíso (presente puro).
Acomodar el cuerpo a una imagen, decir –frente a los otros– “soy escritor” es, en cualquier sentido, menos que ser, según el día, según la dieta, cuando no se está escribiendo.

470

“El último año de mi vida”. La humillación más alta: quitarle a quien ya no tiene nada lo único que resta: su tristeza.

469

Por resistirse a hacer legibles las voces que dictaban su política revolucionaria, Juana fue condenada a la hoguera.
Recordando La pasión, Adrienne Rich escribió sobre el deseo de un poema desnudo, en el que nada quede por decir:

“If there were a poetry where this could happen
not as blank spaces or as words
stretched like a skin over meanings
but as silence falls at the end
of a night through which two people
have talked till dawn”.

El lenguaje deja caer un velo sobre cada cosa. De ahí el privilegio de la significación, la paranoia que compele a encontrar sentido hasta en el más insignificante de los hechos.
Más que el incesto, la culpa de Edipo fue desconocer el decir de la Esfinge, al relacionar su significante enigmático con un significado velado. El lenguaje tiende sus señuelos.
Hay una especie de fuerza que atrae y repele en las cosas, una especie de bello silencio, distinto al silencio que cae a la llegada del alba ("al levar! / qu’ieu vey l’alba e l jorn clar"), cuando no hay más que decir; otro que la resistencia a hacer legible el misterio (de Dios: “La luz viene en el nombre de la voz”).
Como la Esfinge, las cosas aluden a la fractura de la significación, exponen la cesura al interior de cada palabra, el corte (la “talla” para Raúl Ruiz fue otro modo de manifestar la discontinuidad constitutiva del cine: “La talla es una forma de montaje”).
Las cosas se resisten a encontrar sentido aunque, al mismo tiempo, son recuperadas siempre como sentido: todo signo es una cosa doble y abierta, diferente. Frente a las cosas quizás no quede más que asumir que son naturaleza.

468

Tras todo, cuando intento leer lo ya escrito: lo que escribo permanece inaccesible para mí.

467

Ambos lados del paradigma (la doxa de la “libertad” político-sexual) se arrogan falta de tolerancia o directamente intolerancia.
Hay cierta amargura detrás. La palabra pierde sentido o, ya desde hace tiempo, no tiene sentido alguno: el llamado a la tolerancia es una estrategia típica de los discursos dogmáticos.
En la "cuestión" de la identidad, el problema no es la tolerancia, sino la conmoción.

466

El libro de los sueños, ese que alimenta el deseo / de escribir, toma siempre, para mí, la forma del poema, señala la utopía de una escritura que se vive en la absoluta necesidad.

La escritura que se practica más allá de toda duda, para Barthes, está cifrada en el deseo de “hacer una novela”: no en la obra (que es finalmente la operación de vínculo entre texto y nombre propio) sino en el trabajo (opĕra).
Es claro, esa escritura que nunca es pública ni política es impensable desde el dominio de la literatura o desde cualquier otra institución. Queriendo abrazar la continuidad de la “obra monumental”, solo es accesible a partir de notas, apuntes, fragmentos, residuos que refieren siempre a una totalidad vacía = el sujeto.
A partir de aquí, “podemos” decir que el problema de la práctica absoluta de la escritura (o de la escritura como necesidad) proyecta dos figuras: menos que sujetos, dos imágenes (porque para llegar a decir “yo”, primero debe existir la imagen de “mí mismo”):

-El amateur
-El bulto

La del amateur es una práctica sin narcisismo, una escritura sin "ego": pues “cuando se hace un dibujo o una pintura como amateur, uno no se preocupa por la imago, por la imagen que se va a dar de sí haciendo ese dibujo o esa pintura”.
Mientras el amateur se identifica con la producción que libera del hacer para los otros, la figura del bulto –cifrada en la imagen del niño marroquí (“sentado por estar sentado”; “sin hacer nada”. Incidentes)– es la de una exterioridad inmóvil, un simple estar allí, por el que “el sujeto está casi desposeído de su consistencia de sujeto”.
Si bien ambas figuras reclaman experiencias diferentes (el placer que se encuentra en el proceso de producción / la verdadera pereza), no son, sin embargo, alternativas opuestas, el bulto sería un más allá del amateur en tanto es la imagen lo que se suspende en la práctica de la escritura.
Sin ego, sin imagen, sin consistencia, no hay en realidad diferencia alguna entre yo y lo que escribo.

464

“Como un monje, el escritor de la novela debe obsesionarse con las pocas cosas que le están permitidas. En realidad, nada le está simplemente permitido, sino que a todo está obligado, porque cumplir el deseo de la novela implica la suspensión (la abolición) de otros deseos”.
Beatriz Sarlo, a propósito de La preparación de la novela.

463

Insistencia del día

El nombre verdadero es i, no "uno", ni "yo", sino i. Se sigue: “Insistencia del día” es una máscara, una especie de ortopedia del habla.

La imagen i en la mente quiere ser impronunciable, es a su vez un resto ( ) y un suplemento ( ): el aire que rodea (i).

Entre yo que escribe (i.e.: quien se arroga la posición de sujeto) y lo que escribe, descansa (duerme) el deseo de escribir.

Es el libro de la esperanza (y la espera), escrito antes de incorporarse por completo, con los ojos de quien sueña.

Distinto, sin embargo, del libro de los sueños.

i es un libro de amor. Del amor entendido como diferencia, que es una forma política de amar.

Existen ciertas utopías:
-dormir “sobre ambas orejas”
-ver el mundo como un proceso de constante formación y destrucción
-la continuidad de las cosas en todas las cosas.

Y algunas frustraciones:
-la necesidad de que la declaración de amor se renueve constantemente
-que no pueda el otro vivir el paraíso que deseo para él.

La escritura de i comenzó hace un par de años a partir de cuatro o cinco versos:

"Se escriben libros para decir que uno está solo en el mundo
que el día se hace más largo cuando uno está solo
se escriben libros para constatar la presencia de las cosas
para decir
estoy por fin conmigo
rodeado por las cosas",

pero concluyó en cuarenta días, dos años más tarde.

El método: escribir por cuarenta días como la primera cosa que haga al despertar (pues toda tarea que se emprenda por cuarenta días queda por siempre).

Como todo libro, i es un libro fundamentalmente incompleto –a lo sumo finge comenzar y terminar–. Alegría: la posibilidad de continuar (viviendo), reescribir, sobreescribir como práctica de una escritura inacabable.

i es una forma incompleta, que podría ser parte de ese libro pura escritura que todavía no es alguno, incansablemente otro; i.e.: el diario abierto, futuro, “no el último, sino el suplementario, el más íntimo y el más querido”.

La escritura que –por demasiado presente– no se puede anhelar o recordar.

462

Al problema de volver a comenzar –ya como futuromanía, ya como condena– corresponde una idea de la vida / de la identidad insatisfecha / fisurada. Solo puedo vivir / decir yo cuando encuentro esa forma brillante / diferente / nueva de comenzar a vivir o escribir: al problema de volver a ser –entre quien no quiere morir y quien no puede hacerlo– corresponde una idea de la vida disciplinada por la práctica de la escritura.
Marty llegó a creer que Barthes consideraba loca a toda persona cuya vida no estuviera disciplinada por la escritura. En otro fragmento escribe: “Su locura era su yo”, la “enfermedad de escribir”.
Nada tiene que ver la manía de la praxis con “estar loco”; en su sentido más simple, ambas locuras se oponen: es loco quien no vive para escribir - la escritura como locura de trabajo impide vivir (desear, amar / ser amado).
La disciplina, sin embargo, no satisface la incógnita de la vida insatisfecha. El problema de volver a comenzar / volver a ser implicaría encontrar una vía de escape a la oposición entre vida y escritura.

Su figura
su poética
es la deriva.

461

“Entonces, perdí el afán de publicar. Ya no me pareció ni interesante, ni importante, ni necesario. Lo que tenía que decir tenía que decírmelo a mí mismo. Era necesario encontrarme a mí mismo, saber quién diablos era yo. Y para esto sí que era importante y necesario escribir y nunca dejé de hacerlo. No se puede dejar de escribir”.
Oliver Welden

460

Imagino a Oliver Welden como un animal viejo, sometida su memoria a la violencia de la vida que se recuerda. Estas y no otras, para mí, serán siempre sus últimas palabras:

“Ya no puedo tender el arco,
que otro lo tienda”.

459

A tu pregunta, respondo:

como un anciano,
así como con toda la vida que me resta.

458

Un arte del comienzo:
Reverente tú en mi presencia
Declaro solemnemente que aun en mitad del desierto encontraría yo motivos de amor
Y su último acto de amor fue abandonarme
Llegué a los treinta años sin pene
¿Cómo comenzar?

457

Dos concepciones ya tradicionales del texto:

-un lugar donde se amontonan niveles
-un espacio donde se tejen redes.

Esta distinción descansa sobre una dicotomía operativa: profundidad y superficie. Como en toda opción hay, por cierto, una moral que la garantiza: la que determina lo profundo como objeto de interpretación: la verdad de un texto, figura de la sustitución, ideología del referente. Es obvio, la vigencia de la idea de la red nos hace más deseables, pensar en redes interconectadas donde el sentido se disemina es más legible hoy que pensar en niveles de profundidad. Pero una hoja

¿cuál es el sentido de una hoja?
Una hoja, professor,
es “una superficie infinitamente profunda”.

456

En el mejor de los casos, los viajes deberían devolvernos la imagen de quienes somos. No de quien “realmente” somos, aquella ilusión de suficiencia: máscara, mascarada, persona. A la interferencia luminosa, muaré: la fluidez del mar que el sol hace visible. En el peor de los casos, esa imagen que somos para los otros: el infierno, la vida bajo la mirada de los otros.
El viaje ha perdido el prestigio que tenía para los antiguos, para el intelectual militante: el neoliberalismo, la autodeterminación y el monocultivo.

455

Sigo. Camino por la calle al este: el sol me golpea la cara, atardece.

454

Despierto en la mañana de este domingo, el mobiliario –ínfimo– del otoño baja por el cerro y mi mirada sube hacia su cumbre donde los turistas me devuelven la mirada

452

Un sentimiento conmovedor que nunca podré explicar de manera simple.
El recuerdo (como una gota tibia que toca el cerebro y se expande) de la bondad.

451

La solución parece simple: vivir en trance; entregarse de manera amorosa a la escritura que es imposible de recordar o de anhelar, por demasiado íntima, por demasiado presente.

450

Miro los borradores del libro próximo por encima del hombro, con recelo o una especie de miedo a no tener ya más que decir. Me distraigo en tareas inútiles antes de enfrentarme a ese montón de hojas tiradas sobre el escritorio. Escribo entonces: "Miro los borradores del libro próximo por encima del hombro…"
Entre dos modos de escritura (la escritura del proyecto vital, arrojada al futuro e imposible y la escritura del diario, atacada por lo inmediato) pasa la tarde como un fantasma amado e indiferente.

449

FOLIOLO

Hoy vi un video de la Mimosa pudica, que recoge sus foliolos al sentir el más mínimo contacto de un dedo.
Leí, luego, algunos estudios sobre el proceso de habituación de la Mimosa a una misma clase de estímulos en un ambiente controlado.
La habituación no es más que el decrecimiento de la respuesta frente a un estímulo que, por su repetición, se considera inofensivo.

En condiciones de baja luminosidad, la Mimosa deja de recoger sus hojas considerablemente antes que en condiciones de luminosidad alta, frente a estímulos repetidos. Con el propósito de no desperdiciar energía de manera innecesaria, la Mimosa se habitúa con mayor rapidez a estímulos inofensivos, como el de la brisa tibia de la tarde.

Tras seis días de ausencia de estímulos, el proceso de habituación de la Mimosa continúa intacto. No recoge sus hojas ante el contacto de un dedo o la caída de una gota.

Tras veintiocho días, si acariciamos sus hojas o una gota de lluvia impacta sobre ellas, la Mimosa no recoge sus foliolos.

Tras cuarenta días, si besamos un foliolo o la caída de una gota de lluvia la estremece, la Mimosa pudica no recoge sus hojas.

La Mimosa es capaz de retener información sobre ciertos estímulos a los que se encuentra ya habituada. Esta habituación a situaciones consideradas inofensivas es, para algunos, una especie de memoria.

La memoria de la Mimosa dura al menos por cuarenta días.

No-me-toques
Sensitiva
Moriviví
Vergonzosa
Adormidera o Dormilona
la planta de la humildad y del rezo
hierba del sueño
planta de la vergüenza o Makahiya
también,
la planta de la memoria.

448

Ayer me quedé dormido con la seguridad de no haber soñado nada hace mucho tiempo. Hoy desperté con la sensación de un sueño obstinado, pero no recuerdo nada más que pequeños fragmentos, cosas que caen, objetos apenas vistos tras un golpe de ojo, los restos de un naufragio (tratar de despertar).
No puedo otorgarle legibilidad a esos fragmentos, ligar cada una de esas cosas a la espera de un sentido narrable. No hay, como es sabido, nada detrás de cada uno de esos objetos fragmentados -ni el deseo de felicidad ni el miedo a perder aquello que llamamos propio-, sino una disposición inmotivada en el espacio de la memoria: el movimiento de las aguas que golpean el cuerpo y se abren para volver a reunirse más allá.
Recuerdo ciertas sentencias que nos ayudan a vivir:

“entramos y no entramos en el río pues somos y no somos” (el río);

“no solo estoy en mi cuerpo como el marinero en su nave”;

“every man is an island”;

y, también, un deseo: que vuelvan las nubes verdes a cubrir el territorio, como un (gran) “árbol solo que llega al mar”.

447

“Las fieras huyen de los peligros que ven, y cuando han huido están tranquilas: nosotros nos atormentamos por el futuro y el pasado. Muchos de nuestros bienes nos dañan, ya que la memoria nos presenta el tormento del miedo y la previsión la anticipa. No hay nadie que sea desgraciado solo por las cosas presentes. Consérvate bueno”.
Seneca. Carta V. “De la ostentación en filosofía”.

446

Mientras riego las plantas que he olvidado por unos días, logro escuchar el sonido del agua penetrando la tierra seca.

445

Rutinas, ejercicios cotidianos para lidiar con el estrés: masajear la quijada, ejercer presión sobre los ojos, las sienes, estirar la espalda, soltar los brazos, porque la vida es suelta, elástica, tiene el ritmo del viento y del agua.

444

El encuentro es por supuesto fortuito, pero manifiesta una necesidad prehistórica: ver el mundo en su constante formación. Todo lo que crece se reanuda, todo reverdece y se destruye.

443

El amor pide actos de justicia. Cuando se trata del amor como apertura a la diferencia, solo se puede hablar de la singularidad absoluta del presente.

442

Hay aquello que de tan íntimo y tan presente, no puede ser recordado: la memoria pánica, una “perfecta, amorosa adhesión al presente”.

~

Para el amor, todo otro tiempo es innecesario.

441

La declaración: la utopía del amor consiste en la suspensión del tiempo, en la renovación constante del afecto como alternativa política.

440

Existen, no obstante, algunas frustraciones:
La necesidad de sentirnos queridos, de que la declaración se repita constantemente.
Que no pueda el otro vivir el paraíso que deseo para él.

439

La caída. Caemos al mundo, así como cuando, demasiado cansados, un pestañeo nos lanza al sueño y de vuelta a la densidad de nuestro propio peso.

438

Amamos y vivimos en el mundo, sin embargo.
Entender lo que nos separa desde la angustia, la insatisfacción, no contribuye sino a pensar el amor, la vida alegre, como un espacio fugaz, “un placer extinguido apenas saboreado”, en el que se anula la diferencia por el pestañeo de lo absoluto inaccesible. Pero no, habrá que entender lo que nos separa (los motivos de dolor) no para reparar esa distancia, sino para, desde ella, mirar de nuevo las cosas.

437

Luis Oyarzún anotó en su diario: “Pues la verdad es que el hombre siempre deseará su propia muerte, confesándoselo o no a sí mismo, mientras no regrese al paraíso, pues fuera del paraíso, que es, al fin y al cabo, nuestro único lugar natural –nuestra verdadera patria, pues allí fuimos creados–, siempre nos sentiremos insatisfechos, angustiados, extranjeros. Todo goce, si no es un pris-aller, un placer que se extingue apenas saboreado, no es sino el reflejo o la esperanza de la vida paradisíaca, lo que Bergson en una página admirable llama alegría”.

436

A veces, en un instante accedemos a lo universal. De todo esto se trataría el amor, la amistad, el compañerismo intensos (Patricio Marchant cifró la intensidad de la Unidad Popular en la música de la palabra “compañero”). El instante como experiencia de lo universal, el espacio absoluto de fusión andrógina en el amor, sería de alguna manera una experiencia de orden divino, un pestañeo en la esperanza de la vida paradisíaca que desplaza toda utopía secular.
Amamos y vivimos, sin embargo, en el mundo.

435

He llegado a pensar, casi a decir:

“Distantes, dejando de pesar el uno sobre el otro, ¿acarreamos nuestras almas con esfuerzo?”

“Acabas de cumplir 82 años. Has encogido seis centímetros, no pesas más de 45 kilos y sigues siendo bella, elegante y deseable”.

434

La comunicación nunca ha sido entre un emisor y un receptor. Una carta de amor está dirigida a nadie, tiende puentes entre los vivos y los muertos, repercute en el tiempo. Como yo, un texto está lleno de fantasmas.

433

Frente a la unidad de la conciencia (o a esa conciencia que se concibe como unitaria), la multiplicidad de lo que aparece fantasmáticamente, lo que aparece en la figura de lo múltiple.
Allí donde la conciencia es entendida como la representación espacio-temporal que me hago de mí mismo, ese modelo que implica que para ver el mundo primero debo verme a mí mismo, frente a esa idea aparezco y me aparezco, asedio aquello que fantasmea y, por su parte, me asedia.

432

Miramos por la ventana los edificios derrumbados, en mi sueño. La onda expansiva tarda en llegar, el suelo se abre, una gran grieta nos recibe con sus manos abiertas.

~

Miro por la ventana. El pájaro se posa sobre la rama y estremece el árbol.

431

El cielo cubierto del nuevo año. De entre las nubes el sol parpadea por un instante; señala la espléndida presencia de lo que aparece –diferente– frente a nosotros.

430

“Aquí me detenga. Que también yo
contemple un poco la naturaleza”.

Constantino Kavafis