Sucede con cierta regularidad que la corteza oceánica se introduce bajo la corteza continental. Estos grandes movimientos liberan magmas y fluidos hidrotermales que ascienden por fisuras y grietas; minerales líquidos incandescentes que -en su camino de subida a la superficie de la tierra- se enfrían y cristalizan. A esas formaciones verticales se les llama filones, vetas y vetillas.
Como un modo de dar cuenta de tales vetas de escritura acumulada, hice un análisis de repeticiones de palabras por cada año del diario y clasifiqué luego cada una de sus entradas con las palabras resultantes: vetas que señalan otros depósitos minerales, otras estructuras verticales que atraviesan la horizontalidad del tiempo de la escritura del diario.

VETA ☷ tierra

No hay palabras para describir
La opresión del presente 
Pero quizás algunas 
Palabras del pasado sirvan 
Para dar al menos una idea.

Se han dicho entre otras: sacrificio segregación guetificación  apartheid deshumanización genocidio campo de concentración campo 

De rosas

Un ejercicio de imaginación 

Una rosa no es una rosa
Menos 

La rosa que crece 
-Protegida por otras rosas y espinas-
A ras de suelo

Una rosa no es una rosa
Así como la rosa 
De pétalos oscuros
No es el oscuro 
Corazón de la tierra

[plano detalle]

Cae la lluvia sobre el rosal.

Una gota estremece un pétalo.

Otras gotas golpean. 

El oscuro carmesí.

Incarnadine (del francés 
Incarnadin Incarnatus en latín)
Es según el diccionario Collins 
Una palabra literaria o arcaica 
Es decir: una palabra en desuso
Para referir al color rojo oscuro
Parecido a la carne.

¿Son los golpes de la lluvia 
Causa de los cardenales
-Moretones se dice en CL-
De la rosa? 

O dime

¿En un mundo de música
Es la rosa instrumento de la lluvia?
En un mundo indiferente
¿Será acaso su voz?
Sobre esta tierra dormimos. 
Contemplamos el paso 
Del tiempo:

La vida abierta al mar 
Parecida a la vida 
Colorida de la flora endémica 

Lila de la dicliptera 
Amarilla del michay azul
De la flor azul de la dalea; 

Tuvimos tiempo de estar solos 
Sobre esta tierra 
-El tiempo del aprendizaje 
Y del juego-

Encontramos compañía en otros 
Que compartieron nuestra afición 
Por las cosas de la tierra. 

Hicimos el amor sobre esta tierra

Tras la partida otros 
Ocuparon el suelo en el que dormimos
Y soñamos. Elevaron 

Improvisados asentamientos 
Casas de madera y nailon 
De madera y latón casas
De madera y concreto.

Para quienes aseguran que en esta 
Tierra no hay nada, que nada 
Brotará de estas ruinas / digo

Bajo esta tierra descansan 
Los huesos queridos.

Como un párpado
Como unos brazos
Como la tierra 

Así mis ojos
Así mis manos y mis brazos
Así el barro de estos 
Brazos de estos ojos
Escucharon tu historia

Era la historia del hijo
Que tuviste en tu cuerpo
Y cuidaste

Nada de eso sabía yo
Por eso guardé silencio
Y escuché.

Se desprendió el casquillo
Y fue a dar el cuerpo
Resplandeciente
Bajo tierra.

Ahora -por si hubieses pensado

Lo contrario-

Las balas no son semillas
Ni es el pecho tierra fértil.

Con el propósito de detener la expansión sin control de terrenos tomados en el sector Costa Laguna al norte de Antofagasta, el día de ayer el Ministerio de Bienes Nacionales dio la orden de "recuperar" las 13 hectáreas de terrenos fiscales tomados.
Uno de los factores que detonaron el desalojo y demolición de esas viviendas precarias fueron las denuncias de ventas ilegales de terrenos de desierto. 

En el reverso de esas imágenes / aéreas de los macrocampamentos, de los planos generales y contrapicados de maquinaria pesada / está el negocio / de la división de la tierra / desierta, la compartimentación de las casas / por las que el desierto / arenoso / improductivo encuentra / un valor suplementario. 

En esas imágenes es visible el abuso, la necesidad y la exclusión social con las que -¿es posible decir?- el vacío de representación se llena.

La recurrencia de imágenes acuáticas (la orilla de los grandes ríos, las lluvias que erosionan el suelo y los edificios, el aluvión que arrasa todo; el sonido del agua penetrando la tierra; diques, baldes, cuencos, el vaso con agua atravesado por el sol; la lectura por inundación o drenaje) indica un reverso: algo está contenido / algo quiere salir o se expande.
Yo que tomé esta tierra y levanté con ella
Una montaña y un abismo
Hice manto de las chinchillas para capear el frío.
Como si yo fuese la tierra, cavó un hoyo para protegerse de la ventisca, el viento frío del invierno.
De la flora ruderal me muestra la ortiga, el amaranto, la flor de la mostaza. De esos obstinados brazos verdes recuerdo: la hierba perenne, la avena hirsuta o la semilla de la Erodium cicutarium, que tuerce su cuerpo y gira hasta encontrar un pedazo de tierra.
Para calmarme en algún momento de angustia, me recuerda que de entre las junturas de cemento o los adoquines donde la tierra y la humedad se acumulan, sucede a veces que pequeñas plantas o malezas crecen a pesar de las condiciones desfavorables del entorno.
Parece perfectamente lógico que un árbol crezca sobre la tierra que un pájaro vuele sobre la copa o descanse en sus ramas -así, por antonomasia, paradigmáticamente-. Todo esto vemos cada día y todo esto es cierto, pero cuando el árbol se yergue y la tierra se mueve,
En medio de savasana, la tierra comienza a temblar y no tiembla porque esté mi cuerpo tendido. Sino porque la fricción entre dos placas tectónicas cedió algún milímetro y, con ellas, las ondas energéticas que reverberaron -como cotidianamente lo hacen- hasta encontrarse con mi espalda, sobre el suelo, donde, muertos, ondeamos. En la sacudida recordé las palabras dichas con sorna, aquellos insultos juguetones, esos chistes, esas bromas que mediaban la relación entre mi abuelo y sus nietxs, yo entre ellxs, como un sincero intento de comunicación.
2012. 5 de diciembre. La NASA publicó una imagen nocturna de la Tierra capturada desde el espacio conocida como “The Black Marble”.
1972. 7 de diciembre. Desde una distancia de alrededor de 29.000 kilómetros desde la superficie de la Tierra, la tripulación del Apollo 17 en su camino a la Luna toma la fotografía conocida como “The Blue Marble”.
1946. 24 de octubre. Se tomó la primera imagen conocida desde el espacio en la que es reconocible la curvatura de la Tierra. Se utilizó la tecnología del cohete Nazi modelo V-2 capturado tras la Segunda Guerra por el ejército estadounidense. Fue lanzado desde Nuevo México con ayuda del científico Nazi Wernher von Braun, quien participó en el desarrollo de la tecnología del V-2 para el ejército alemán. En 1950, el ingeniero Clyde Holliday -que diseñó la cámara montada al cohete- escribió para National Geographic que tales imágenes mostraban “cómo se vería nuestra Tierra para los visitantes de otros planetas” (Richard Conway. “The First Ever Photograph from Space”. Time. 16 de julio, 2014).
A mis pies desentierro la rama de una palma; con cuidado cada una de sus costillas. Limpio -de entre las vértebras de la espina dorsal- la tierra húmeda.
Abren los arbustos sus ramas para acompañar el paso del viento. Animales pequeños le siguen. Adheridas a su pelaje, transportadas por el viento, semillas y esporas se unen a la caravana. Muchas semillas van a dar a un suelo demasiado seco o demasiado húmedo, otras hunden su brazo en la tierra y crecen arbustos en el sendero.
Vistos desde las alturas próximas, simulan a la gran serpiente, que el movimiento agitado de las ramas hace visible como una amenaza: no interrumpas el camino del animal mítico, no quieras ver aquello que es invisible; pero la ciudad crece con las semillas, todo parece al alcance de la mano.

999

Sufrió
Dicen que fue para mejor
Alguna vez plantó
Su mano en la tierra

Cavó una tumba
Para un pájaro muerto.

963

El viejo perro negro
en el hueco de su cuerpo
hundido bajo el sol

le hago sombra
pero no se molesta

conmigo siempre manso
como con todo
quien le fuera conocido

acaricio su lomo negro
y no se molesta

resopla la hierba el verde
pelaje de la Tierra

ese otro animal conocido

a contrapelo el pelo grueso
y duro de las canas
en el verde lomo
en el pelaje negro.

961

En el momento de abrir los grandes ojos al alba -en el sueño-, lo vi venir, surcar el horizonte, cruzar el umbral hacia el patio: un perro nuevo.
Lo vi perseguir saltamontes, escarbar la tierra, remover piedras con el hocico en busca de gusanos. La tierra era húmeda bajo las piedras y húmeda en su superficie. Nos entendíamos, yo era más bien una proyección de su deseo, sombra de perro y él, perro en camino de ser humano. Estaba yo prendido de su sombra amplia.
Continuó comiendo insectos o creciendo simplemente en su ejercicio de verdugo. Era una muerte ingenua para él, feliz para mí también, pero las vísceras, el centro tibio de los insectos no dejaba de conocer el aire tras crujir el exoesqueleto, romperse las patas o quedarse las antenas entre sus colmillos.
En un momento cosechó una cucaracha del tamaño de su pata entre las flores del jardín. Descubrió conmigo al empujar una piedra lisa, un túnel oscurísimo frente al que se detuvo. Un túnel que la luz como un líquido viscoso tardaba en llenar. Vimos la boca de ese túnel oscuro moverse como un animal fantástico, sin piernas o cabeza, sin cola ni lomo, sin deseos, una expansión pura de sí mismo. Atacarlo suponía desestabilizar el suelo que nos había mantenido por tanto tiempo en pie.

933

Savasana es la asana del muerto. En el momento de finalización de la práctica, acostados en la oscuridad, con todo el peso del cuerpo sobre la tierra, tratamos de dejar de pensar, concentrándonos en la respiración.
En ese momento, en el que uno desea dejar de pensar, asaltan imágenes. Primero, las preocupaciones del día que, más o menos inmediatamente, se cancelan cuando la atención se sitúa en el aire que entra por las fosas nasales. Después, se avecinan recuerdos frecuentes. Otras veces, uno cree descubrir alguna cosa, algún matiz, una nueva cara entre esos recuerdos.
Hoy recordé la imagen de una persona. Más específicamente, recordé y ese recuerdo fue un reconocimiento: alguna vez la amé, en el pasado, como la amaba ahora, sin saber, mientras permanecía muerto.
Por supuesto, ese recuerdo también perdió importancia.

931

Los grandes movimientos armoniosos. Las pequeñas fugas violentas. Un hueso se rompe. Una rama. La convulsión de un cuerpo. Las nubes avanzan en el cielo. El mar se eleva y desciende. La Tierra es atraída por la gravedad inmensa. Del sol que curva el tiempo y el espacio. Y no hay dolor. No hay angustia.

883

La ciudad, no existe ningún lugar en la Tierra para quien la busque. Está bosquejada en los cielos, como un patrón para quien quiera verla. Para que, al verla, encuentre la ciudad en su interior.

880

Continúa el año. No termina o empieza. El tiempo abierto: los 14 años de movilizaciones de los secundarios, los treinta años de democracia, los más de cuarenta de la dictadura, el gran tiempo de las divisiones históricas.
De pronto se acabó el calendario, se abrió la tierra y todos los tiempos mostraron la beligerancia del presente.

872

Con los pies descalzos, siento el suelo con cada uno de los dedos, ejerzo fuerza sobre la tierra más abajo desenvuelta, tensa en su vida beligerante y arcaica.

870

Tras su muerte el muerto pasa a ser parte de la familia, parte de la muta, parte / de la manada. Tras su muerte el muerto pasa a ser propiedad de la manada, pierde toda individualidad, pasa / a ser parte también de la tierra, crece en los hierbajos, se integra al cuerpo del gusano, al cuerpo de la papa y el grano.

865

El sol que sube por el cerro. El viento que baja por su falda. Ejercen presión sobre mi cuerpo, cuando camino de vuelta, esta tarde.
Resiste al comienzo la presión el cuerpo, pero cede. Se abre cada uno de sus poros. Respira el tejido aireado, de pronto nuevo, recompuesto. Absorben el sol las papilas que experimentan el mundo. Cada agujero recibe y da, convive en el aire con las partículas de luz cálida, del viento tibio. Tocan los surcos de los pies los surcos de la goma del zapato, tocan / los surcos de la tierra, bajo el asfalto, sobre las raíces y la vida subterránea.
Consigo entrar, de vuelta a la casa. Me siento, como lo hago siempre, sobre la imagen de un cuerpo que lee.

826

Hunde las manos en la hierba
Poda / remueve la tierra
Para que crezca
Más y más verde
La brizna salvaje
Cuerpo en la gaiola
Sombra del fuego sin borde.

819

Me dice que a veces le embarga la sensación de que la vida es difícil o, más bien, que ha resultado difícil. No por las dificultades materiales y políticas que supone vivir en un país injusto, sino porque los amigos están perdiendo la cabeza y las amigas ya la han perdido hace tiempo y que eso le produce una cierta angustia.
Entonces me escribe esperando que le escriba de vuelta. Pero yo no escribo. Dibujo y repito en cambio estas letras sobre un cuaderno de croquis para que aparezca tras sus formas la forma suave del mar.
Yo no respondo. Elijo por sobre la comunicación este ejercicio arraigado en la esperanza de que el color del mar coincida con el color de la escritura o que, al menos, la acumulación de estos fragmentos se parezca en algo a la tierra acumulada, a la historia del suelo y de la gente que habitó este territorio, convertida en astillas de huesos, trozos de loza y vidrio erosionados, indicios de una forma de vida en la que pudieron quererse, se dañaron y se amaron; formaron hogares en los que bebieron y comieron; construyeron edificios en los que trabajaron; cayeron sobre el suelo. Y el movimiento de la tierra, luego, y del viento, el movimiento del mar y del cielo erosionó sus huesos y utensilios y la tierra se les vino encima y deshizo su piel y su pelo, sus uñas y sus nervios y absorbió sus fluidos y ascendió como un brazo por entre las capas del suelo hasta romper el mantillo o, por alguna grieta del asfalto, extenderse al cielo.

Yo no respondo. Porque supongo en su mensaje una especie de obligación a la que me rebelo. Y porque a veces es más fácil pensar en los muertos que enfrentar a los vivos.

802

¿Cómo murió el padre de mi madre, la madre de su madre, el abuelo que fue padre e hijo y fue tierra?

793

Las grietas del pavimento replican los accidentes del territorio, el deseo de la tierra por recuperar su lugar.

785

Tras anclar brazos, cabeza y codos en la tierra, me ayuda a construir la postura; extiende mis piernas, guía mi cintura y consigo el equilibrio, parado de cabeza. El mundo se invierte y concentra en un punto que miro en frente, cuando todo pierde peso. Es el punto del equilibrio.

780

¿Qué nos recuerdan las plantas que crecen en los intersticios de los adoquines, entre las grietas del asfalto y el cemento, esas plantas y brotes ruderales que encuentran alguna abertura, algún orificio en el suelo para salir al sol?, pues que bajo el asfalto, bajo el cemento y los adoquines, está la tierra.

762

Comienza el descenso. Abajo los barcos dejan largas nubes blancas tras de sí.

Nubes, islas, ciudades del mar y del cielo.

De entre las nubes, aparece el gran cerro Coloso, interrupción del cielo.

En piedra blanca sobre la arena rojiza del desierto, los primeros mensajes al cielo.

La ciudad aparece / cuerpo dentro de una sombra, las nubes silenciosas.

Las ruedas tocan el asfalto. Se conmueve la estructura de aluminio y otros metales ligeros. Se elevan los frenos de las alas para oponer resistencia al viento.

Ponemos los pies sobre la tierra.

748

Purun o puruma son tierras de barbecho o desérticas. A esta noción queda asociada también la de la virginidad y, por extensión, la de salvaje y la de libre: así, la mujer virgen, la vicuña sin cazar, el pez nunca pescado, la planta salvaje, son reputados como puruma”.

734

“‘Parasítico’. La palabra es interesante. Sugiere la imagen de la ‘lectura obvia o unívoca’ como la de un roble o un fresno imponente y masculino, enraizado en la tierra sólida, que es, sin embargo, puesto en peligro por el insidioso zigzagueo de la enredadera (femenina, secundaria, dependiente), que solo puede vivir arrebatando la sabia vital de su huésped, quitándole su luz y su aire”.

696

Explicación consolatoria: etimología.
Tras la etimología (el origen / la verdad de las palabras) está el deseo de un lenguaje motivado o, al menos, la fantasía de la denominación / del nombre que cae sobre la tierra.

681

La fuerza gravitacional de la tierra atrae hacia sí el mar. La masa del mar atrae a su vez la tierra. El planeta gira sobre su eje y, en una elipse, alrededor de una estrella. Su luz viaja por el espacio, penetra la superficie convexa de la atmósfera, se cuela entre las nubes de esta tarde nublada y brilla sobre el mar.

680

Descansaba con la mejilla apoyada en el barro. El sol bajaba por entre las briznas de hierba cuando comprendí:
En la boca, en las narices de cualquier hombre más o menos conectado con la tierra está el olor, el sabor del hambre.

633

Entre los escasos fragmentos que alcancé a escribir conservo los siguientes:

“Y el juego consiste en darle a los postes a pesar de que la noche es inminente o, por lo mismo, por tanta luz inútil, tanta luminaria y tanto camino iluminado. Sus nombres eran bíblicos: Zacarías, Saulo, Manuel, José. De alguna manera, yo soy todos ellos”.

“Ocho y media de la tarde, ni siquiera nueve. Hora del día, y era esto un consenso entre los niños perdidos para siempre el mes de junio de 1990, en que la sombra de una persona alcanzaba su mayor dimensión, especialmente en el solsticio de verano.
Saulo siempre fue el más alto de todos, lo seguían la Caty y la Olga, José, de menor edad, aún no alcanzaba un desarrollo satisfactorio, era más bien bajo. Saulo, por lo tanto, lograba abarcar una mayor extensión de terreno con su sombra. Con los brazos abiertos, se extendía calle abajo llegando al mar, o eso decía, a los mil años, cuando fuera un gigante.
El mundo no tiene sino doscientos a los once: por eso no andaban gigantes por la calle; a lo más un tipo de dos metros y tanto que habían visto por televisión: ‘¡El hombre más viejo del mundo!’ (y más alto), de una edad cercana a los ciento veinte. Desde aquí se desprendía que el ser humano (niñas y niños, todos), aproximadamente a los setenta u ochenta años de la formación del planeta, recién había proliferado. Antes, bajo la forma de animalejos diversos vagaba por los océanos. Las montañas no existían. Nunca se preocuparon de ellas. Eran un espejismo. No existe la distancia. Esto lo afirmaba Olga. José creía en cambio que el mar era lo que no existía. Una vez leyó que las ratas en transatlánticos arribaban a islas lejanas, caminaban por una crisneja, escalaban por las cadenas de las anclas, nadaban hasta un barco, partían. José decía que los marineros eran todos unas ratas; el mar, una forma especial de decir montañas (había muchas maneras de decir una misma cosa y eso lo aterraba). Las ratas venían de las montañas entonces. Él y toda su familia vivían en una ínsula. Su madre le recriminaba que leyera tanto: te vas a quedar ciego… Leer, concluyó, es malo para la vista.
Saulo, en cambio, afirmaba que era solo el sol lo que existió. ¿Y la lluvia?, a veces llueve en invierno o otoño… La lluvia no es sino otra forma del sol. El sol tiene dos formas extremas si más condensado o disperso. El sol es un círculo en el cielo y uno que baja subiendo de nuevo y para siempre. O dos anillos entrelazados, que giran. Todo el desarrollo del humano era explicado por el principio de giro perpetuo de dos anillos entrelazados.
Olga en realidad no creía en estas cosas, con el año y medio que le llevaba a Saulo tenía todo muy claro. El mundo era el mundo simplemente”.

“Y en el presente están todos muertos, perdidos sus cuerpos en algún lugar de la playa, arrastrados por los tumbos.
Ahí los veo emerger de entre el resto de los cuerpos de la fosa, entre esos brazos y torsos sin dueño, enverdecidos por el mar, el rostro de Saulo, la ropa de Zacarías, la mano que llevaba el reloj de Manuel todavía marcando el tiempo”.

“Que el planeta fuera plano o redondo, un disco flotante o cualquier otra de las teorías del resto, no fue nunca una de sus preocupaciones. La elipse que el sol dibujaba sobre el cielo como la de los astros menores o la luna; la curvatura de las nubes; el ineludible descender de los viajeros que es su ascender, recortados por el horizonte; la difícil imaginación del borde, juntura de mar y cielo; o la vez que subieron el cerro esperando ver la pared del mundo y solo descubrieron más y más cerros, otros convertidos montañas, planicies, pampas salares desierto bosques ciudades, costa, mar tomando altura y vuelta a dar con el primer hito, por el mismo camino, pasando fuera de la casa, repitiendo la ruta que soñaron. Podrían haber dicho: primera vez que emprenden aventura, primera vez sin supervisión, la primera de vuelo los padres, a no mediar la amplitud racionalista del rostro de la Olga, su ceño de inteligencia, las trenzas que disimulaban buenamente bajo un aspecto infantil, largas tardes al sol, prolongadas jornadas de observación atenta, incontables días e incontables noches de arduas evaluaciones del comportamiento de aquellos niñitos, niños que fueron sus amigos, sus enemigos, su familia; a no mediar su amor, sus casi dos años menos de juventud.
La redondez de la tierra, para Olga, la naturaleza de su acción, manifestaba su evidencia. Pudo deducir, sin mitologías, cada proceso y explicarles, de haber querido, el ineludible movimiento circular, indeterminado e infinito del mundo y sus estratos. Y más particularmente, que la sombra de una persona se alargaba tanto cuánto su relación con la orientación de la luz del sol se lo permitía y que –en un momento de su ciclo diario– la sombra coincidía con la altura exacta de sus cuerpos; que pasado el mediodía era el momento preciso para saber cuánto más crecidos estaban; que las ocho y media de la tarde durante el solsticio de verano era por completo una ilusión, un simulacro de sus futuras medidas; que incluso José podría ser más alto que todos si más cercano al crepúsculo vespertino se confrontaba con la sombra que Saulo proyectó a media tarde; que el ser humano no alcanza los mil años; que los cuerpos vuelven al mar, donde todo después se cierra”.

616

Sobre el tronco la copa
los edificios más arriba
de vidrio y metal que multiplican el cielo

basura espacial orbita la Tierra
una estrella brilla
su luz penetra mi ojo.

551

El sol marca el cuerpo de bañistas y albañiles, penetra en las hojas de las plantas, modifica el color de las cosas, funde el plástico, quema el pasto. En la capa fotosensible de la tierra se imprime la luz y el tiempo.

538

Volamos sobre la costa, lo suficientemente alto como para imaginar la curvatura de la Tierra que se insinúa en el horizonte. Abajo la ciudad y su reflejo se pierden bajo las nubes (“cuerpo dentro de una sombra, las nubes silenciosas”).
De pronto una certeza: lo que quiero es “eso”, poder volver, tener un lugar disponible para volver.

488

Savasana

Recordé una calle inclinada en medio del desierto
o rodeada de cerros.
Recordé o imaginé
contra el cielo azul los pájaros negros que rondaban la cancha de tierra.
Luego el volantín negro
de bolsas de basura negra que los niños persiguen
porque, a veces, si el tiempo es favorable
la muerte es también un juego.

486

Savasana

Un pequeño cosquilleo sobre el pecho florido. Imagino
un animal más pequeño retozando allí en el pecho
la ampolleta encima lo ilumina todo
como buen sol bajo el que retoza como yo
recostado sobre la tierra.

446

Mientras riego las plantas que he olvidado por unos días, logro escuchar el sonido del agua penetrando la tierra seca.

418

El libro debe ser un largo poema interminable sobre la esperanza. En algún lugar de ese poema descansa el pedazo de tierra que nos sostiene.

389

19 de octubre.
Desde que comencé este ejercicio la salida del sol se ha adelantado alrededor de 10 minutos.

Ciertos miedos / a la tierra que estremece el suelo que nos sostiene, por ejemplo / la ofrecen de manera inusitada y hermosa.

383

12 de octubre.
El pedazo de tierra que nos sostiene.

Entre nosotros y la montaña están nuestras vidas, la actividad psíquica, los dominios del sueño y los discursos de la doxa. Soñamos la vibración blanca de la montaña pero esta permanece en frente con su oscuridad indescriptible.

377

5 de octubre.
“Pues de todos los seres que respiran y se arrastran sobre la tierra, no hay ninguno más desdichado que el hombre”.

346

día 29. ¿Qué es la montaña para mí? ¿Qué es la montaña para sí misma?
Entre la montaña y yo, media un haz de luces, tiempo, mi deseo de decir montaña para que, al decirlo, rompa la tierra, se eleve bajo tus pies.

339

día 22. La luz del sol se expande sobre la superficie de la tierra, velo invisible que descubre cada cosa.

338

día 21. Una última gota cae, hace visible la superficie de las cosas, el dolor que comparten. Aunque todo permanezca de pie, ya ha empezado a derrumbarse. La tierra es generosa.

336

día 19. Las grúas (de los edificios futuros, de vidas y muertes futuras) marcan el tiempo y el espacio, indican el cielo y la tierra.

211

En frente y a los costados, veo tras pequeñas ventanas la actividad de lxs vecinxs que descuelgan la ropa seca de los tendederos, barren los balcones o salen a fumar, todavía en pijamas, despeinados y, supongo, con la densidad olorosa de la noche impregnada en sus barbas y cabellos, la piel pegajosa. Son los cuerpos abatidos del domingo.
Una mujer mira los maceteros de su minúsculo jardín, huele la tierra húmeda y toca las hojas de las plantas para atisbar, quizás, la vida lenta que sobrevive a la vida que vivimos, más allá de las obligaciones familiares y los vaivenes de la economía.
Los árboles roncan cuando el viento arrecia, se cierra el cielo, las ventanas se cierran.

207

Recuerdo un sueño que tuve de niño. Estamos con el hermano en la sala de espera de un consultorio. Ninguno está enfermo, pero esperamos sentados en esas ásperas sillas color vino. Al frente la sala de examen, a la izquierda hacia el fondo está la puerta de salida que es asaltada por una bruma de luz que entra por el vidrio tras inundar la mañana. Antes, justo al lado de la silla en la que estoy sentado, hay un macetero lleno de tierra seca y brillosa, sin raíces. El hermano menor escarba esa tierra y encuentra una moneda fulgurosa como el sol de su rostro, corre hacia la calle por el pasillo y se funde con la bruma. Desesperado escarbo entonces la tierra y también encuentro, no una, sino incontables monedas que apenas puedo sostener entre las manos, con los bolsillos llenos. De pronto la puerta del pabellón se abre y aparece la mamá que me había estado buscando por siglos. Me obliga a dejar que esas monedas germinen en la sala de espera del consultorio, salimos a la calle y el día nos cubre.

200

Pocos días que recuerdo en los que fui –ahora pienso- feliz. Esa tarde en Concón cuando bebimos ron, oriné en el patio de la cabaña y robamos una planta luego de ganar algo de dinero en la calle tocando guitarra. Esa otra tarde cuando intentaste demostrar tus habilidades marciales y caíste, la noche que salimos a la calle a gritar por nuestro amor desaparecido en medio del parque Bustamante. O esa vez que bailamos el odio en calzoncillos, la madrugada en la que le arrebatamos un árbol a la tierra y lo metimos a la casa para imaginar la mitología de las raíces. Y también están esos otros momentos que me reservo, no por pudor, sino porque son inexplicables.

61

Almorzamos los cuatro –el padre escarba la tierra esperanzado en encontrar algo, la silla de la hermana ahora la ocupa el sobrino-. No es importante la comida –digamos que es solo pan-. Es difícil comenzar una conversación cualquiera, aunque solo hayamos hablado de cosas sin importancia en nuestras vidas. Todo se reduce a alguna inútil prueba de fuerzas entre mi hermano y yo por la descarada falta de educación del sobrino que come con las manos, desparramando la comida por el suelo. El comedor es una pequeña plaza entre la cocina y la televisión
La mamá manifiesta, como siempre, un cansancio sincero por nuestra actitud y habla de la responsabilidad de los hombres.
Afuera los vecinos, impregnados de espíritu navideño, beben desde anoche en los jardines de la cuadra.

11

Antes el patio era de tierra. El suelo del patio. Había un árbol. Bajo el árbol un par de perros muertos. Cuando ya fui lo suficientemente grande, enterré a alguno. Luego edificaron camas leñadoras sobre ellos y dormí. Tuve miedo. Cemento cubrió la tierra, baldosas que semejan un tablero de ajedrez: tonalidades de azul cubrieron el cemento.