Sucede con cierta regularidad que la corteza oceánica se introduce bajo la corteza continental. Estos grandes movimientos liberan magmas y fluidos hidrotermales que ascienden por fisuras y grietas; minerales líquidos incandescentes que -en su camino de subida a la superficie de la tierra- se enfrían y cristalizan. A esas formaciones verticales se les llama filones, vetas y vetillas.
Como un modo de dar cuenta de tales vetas de escritura acumulada, hice un análisis de repeticiones de palabras por cada año del diario y clasifiqué luego cada una de sus entradas con las palabras resultantes: vetas que señalan otros depósitos minerales, otras estructuras verticales que atraviesan la horizontalidad del tiempo de la escritura del diario.

VETA ☷ sol

En una de las calles laterales de la biblioteca / nacional, durante / todo el día 26 de diciembre sentado / la pierna derecha sobre la izquierda las manos / en los bolsillos de la parka vista al frente.
El sol salió de entre las montañas de la cordillera / de Los Andes a mediodía aplastó cada cosa y más tarde desapareció tras los edificios / la historia cotidiana del día.
Durante todo ese tiempo el hombre se mantuvo allí sentado.

La imaginación y los paradigmas monumentales de la cultura / quizás inviten a pensar en una posible vida estatuaria para ese cuerpo a la intemperie / una vida que lo preserve de las estaciones y el paso del tiempo.
Tesoro

Por ríos de aroma
Se pierden
En busca
De un tesoro modesto

Descansan después
Bajo el sol

Con la barbilla
Y el corazón latiendo
Sobre el pasto

Uno pensaría
Que a diferencia
De los humanos
Los perros
No tienen el problema

De encontrarse
A sí mismos.

una idea una sensación aparece /

un cuerpo tendido en luz y sombra

pero tambalea entre dos imágenes:

la de un cuerpo enorme
irremontable

la de un cuerpo pequeño
tibio y frío

hoy que el sol despunta sobre un campamento
improvisado en la línea de la frontera /

Cordillera Cuerpo Tendido

(Ella) Sostiene la lapicera
Bic azul sobre un mar
Regular de letras. Cada ola

Representa una letra
De una serie regular
De caracteres.

U   n    m   a   r    c   a   l   m   o   .
U   n    e   s   p   e   j   o   .

Ella, la mujer sentada
En las escalinatas del Archivo
Nacional la mujer que escribe
En su cuaderno siempre
La misma palabra bajo el sol
Apareció hoy con la cabeza rapada.
Una ventana al mundo

Como en una película silente el viento mueve las hojas del árbol / indiferente de la acción, el decorado o la vida escenificada: el cine está en el movimiento de las hojas.

Otros días la luz del sol proyecta las hojas del árbol en la pared de la cabecera de la cama y su reverso de sombras se mueve sobre los cuerpos dormidos.

En esa frase manoseada / disputada (el cine está en el movimiento de las hojas) aparece (para mí / hoy / todavía) aquello difícilmente apropiable en los libros: la ausencia de deliberación.

*

De manera similar
me parece
Marguerite Duras
hablaba de Barbara
Loden en Wanda
a propósito
de su autenticidad
a la hora de actuar.
Pescan en la pileta al pez koi nishikigoi
La pileta es el mundo donde convive con el
Hierbajo acuático el pelillo gelatinoso
Que muerde y come confunde con el anzuelo

Y la lienza lo alza a los gritos y risas corrientes
De aire lo arrastran lo llevan de allá para acá
La lienza se suelta se tensa en el aire mientras
Las manos intentan tomar el cuerpo
Que escurridizo cachetea el cemento

Imitando el brazo convulso separado del cuerpo
Cede boquea no dejan de reír y celebran
Se calma conmovido se abandona a las risas

Por la boca recibe fuera del agua
la luz del sol
Desnudo de mar desnudo de pileta en un parque
Cercano al estadio regional de fútbol
de Antofagasta frente al balneario.

después de los primeros rayos de sol luego de una semana lluviosa las ventanas se abren 
se despliegan sábanas y frazadas alfombras mantas y manteles

Leo bajo el sol y conmigo lee la perra los mensajes de la hierba, la lengua de los chincoles y las raras, no poco frecuentes en el litoral, el ruido de sirenas y bocinas lejanas transportado por el viento. Todo se confunde entre briznas polen y semillas que abren surcos en la materia del aire. De la boca de la a, de la abierta boca de la u que aúlla al cielo, escucho el sonido de las hojas, el sol entre las hojas, su sombra sobre la hierba.
Me enamoré de la luz tenue de una sombra
Aquella que proyecta el reflejo del sol por la mañana
En las ventanas de los edificios de negocios
Sobre esta pared interior.
por entre las nubes
la isla del sol sobre el mar
otro día / soleado una isla oscura
de noche la isla de la luna
todas islas aparentes.
Pasamos mayormente en la cocina, acompañados de los amigos nuevos y los amigos muertos, de los viejos amigos y los recién nacidos, de todos los amigos posibles alrededor de un gesto, alrededor de la cornucopia de hojas verdes y champiñones donde el sol descansa.
Descansa, es un decir, es invierno y llueve, pero así se siente.

990

Una habitación flota entre las nubes esta noche, como un sol tenue, hace miles de años muerto.

975

Luego de hablar brevemente con mi papá, pienso que pronto debe jubilar. Vivir esa etapa transitoria. Comenzar a despojarse -entre otras cosas- del miedo ante el deterioro del cuerpo. Supongo que en algún momento aquella experiencia, que llamamos, a veces, simplemente, vida, se transforma en otra cosa. Quizás en un reconocimiento. La muerte está aquí, indisociable del cuerpo que recibe el calor del sol, el calor de otros cuerpos, la satisfacción de la comida y la bebida, el sentimiento amable de la comodidad, el placer sexual, el goce sensitivo que ofrece el viento, el olor del mar, el pasto o la primera lluvia del año. Todo aquello por lo que sonreímos, abrimos la boca, los ojos; las pupilas se dilatan, las manos se abren los brazos, extendemos la espalda, se tensan los músculos, transpiramos, se relajan; hablamos bajito o para adentro palabras amorosas. Pero luego tiembla la voz de tu padre al otro lado del teléfono, como la tuya a este extremo, y piensas que es difícil, porque nunca han sabido comunicarse de esta forma, pero lo intentan aunque no puedan el uno ni el otro decir lo que callan: es el cuerpo, su exultación, parte del miedo.

963

El viejo perro negro
en el hueco de su cuerpo
hundido bajo el sol

le hago sombra
pero no se molesta

conmigo siempre manso
como con todo
quien le fuera conocido

acaricio su lomo negro
y no se molesta

resopla la hierba el verde
pelaje de la Tierra

ese otro animal conocido

a contrapelo el pelo grueso
y duro de las canas
en el verde lomo
en el pelaje negro.

949

El sol -que aparece tras la lluvia en medio de las nubes- hace nítido el borde de la hoja / caída a los pies del árbol, en la falda del cerro.

938

Al despertar, sentado sobre la cama, veo en la pared las líneas de pintura craquelada, sus formas y patrones:
rayo – tormenta
raíz – micorriza
ola - mar.
El sol, que choca con el muro exterior sobre el marco de la ventana, proyecta luz y sombra en la pared.
Forma y patrón, luz y sombra son la materia del mundo aquí dentro.

935

Tomo un vaso de agua lleno.
Inclino la cabeza y con ella el cuerpo.
Atraviesa el sol el vaso.
Se disuelve en el agua. Bebo.
Ilumina el sol el resto
del departamento / a mi espalda.

931

Los grandes movimientos armoniosos. Las pequeñas fugas violentas. Un hueso se rompe. Una rama. La convulsión de un cuerpo. Las nubes avanzan en el cielo. El mar se eleva y desciende. La Tierra es atraída por la gravedad inmensa. Del sol que curva el tiempo y el espacio. Y no hay dolor. No hay angustia.

921

A la pregunta -que como el sol sale cada día y se pone- por la muerte, una respuesta provisoria: la singularidad de la vida.

919

Con las plantas, crecemos dentro, inclinados a la ventana donde el sol va y viene, paciente, secretamente enamorado de nosotros.

918

La luz del sol, reflejada en lo alto del edificio de cristal, se proyecta en la falda del cerro Santa Lucía: edificio de luz sobre la calle vacía.

897

“Presentiment – is that long shadow – on the Lawn –
Indicative that Suns go down –

The Notice to the startled Grass
That Darkness – is about to pass –”
E. Dickinson. 764.

874

Me distraigo, divago, imagino grandes cumbres, movimientos descendentes, vibraciones, la moneda del sol, la hoja del agua, la sombra del viento y recuerdo, de pronto, que hace una semana has muerto.
No importan ni su repetición ni el paso del tiempo, es una experiencia siempre nueva.

843

En la ribera, los arbustos se levantan, levantan sus sombras negras y parten. Son los hombres que viven alrededor del Gran Sauce, a la orilla del río, defecan entre los arbustos, esconden en los arbustos el preciado oro de sus cosas o se levantan con negras bolsas en primavera, parten a lavar sus vestidos en las fuentes cercanas, cuando el sol es amable.

830

Digo en mi cabeza cualquier cosa
Y siento una alegría extraña
Es el primer día de primavera
El sol calienta el rostro
Se escucha el golpe de los frutos
Que anuncian su caída
Cuando la hoja recién rompe.

828

Hace una semana murió David Berman. Mi tía murió hace siete semanas. Tenían la misma edad.
Tres o dos días después de su muerte (y enterarme de sus causas), escuché una entrevista realizada en junio pasado en la que hablaba de Purple Mountains, su disco próximo, la próxima gira de promoción.
En la entrevista responde a cada pregunta con sinceridad, habla de su depresión con una honestidad vergonzosa.
Al día siguiente no tengo fuerzas; aun la más superficial interacción la siento como un ataque personal que me deja abatido. P., luego, de noche, me escucha y reconforta por el chat. La honestidad es antisocial. En algunos contextos, frente a los desconocidos, a quienes no pueden verte sino como la imagen de lo otro. Me preocupa este reconocimiento tras recordar mi honestidad frente a personas que recién conozco; en relación con mi sexualidad, con mis dolores y alegrías.
Hoy desperté y leí el libro de B., –el sueño es otro libro, que nunca acaba de comenzar, interrumpido por el sol–. Me emociona su lectura. Descubro en él la expresión de una vida calma, preocupada por su cuerpo que envejece y el ambiente en el que se desenvuelve, lleno de una sabiduría tibia y silenciosa que no por eso carece de voz. Es la voz de un cuerpo que nutre y educa los cuerpos de los que ama en un mundo estragado, como este en el que vivimos.
Recuerdo haber leído sobre el trabajo que realizó Juan Downey con los yanomami, caníbales endogámicos que, al morir sus cercanos, queman sus cuerpos en una pira y comen sus cenizas, como una forma de asegurar la inmortalidad de sus seres queridos. Todo cuerpo es, entonces, un hogar (el fuego en la palabra hogar), un edificio, una villa / un montón de otros cuerpos que participan del mundo a la manera de la masa.
No sé qué quiero decir. No hay nada definitivo en estas palabras sobre la muerte o el amor por los que mueren. Está bien.

825

Entre tantas estrellas
Estaba el sol
Nubes entre otras nubes
Y volaban pájaros

Contra el cielo
Sobre las copas
De los árboles.

Corría el viento
Entre las hojas
Los edificios de oficinas
Y habitaciones.

Había muebles bajo las estrellas
Bajo los techos cocinas
Camas bajo el sol
Utensilios bajo el cielo

Todo estaba solo.

808

Me dormí fantaseando una fantasía febril. Imaginé mi vida y mi muerte mi renacimiento entre los brazos del viento mi sexo mi afecto, el amor vegetal la tiranía del sol en otoño la flexibilidad de mis brazos, mi corteza ruda. Cuando desperté, en el diario, el cura Valente escribía sobre el libro de Rafael Rubio como si no hubiese pasado nada entre 1960 y junio de 2019, como si la historia y mis sueños no tuvieran ningún peso, ninguna sustancia.

794

El agua pasa bajo el sauce, iluminada por la luz del sol, repite el movimiento de las hojas, que siguen el río, que siguen el viento.

780

¿Qué nos recuerdan las plantas que crecen en los intersticios de los adoquines, entre las grietas del asfalto y el cemento, esas plantas y brotes ruderales que encuentran alguna abertura, algún orificio en el suelo para salir al sol?, pues que bajo el asfalto, bajo el cemento y los adoquines, está la tierra.

771

Aprieto por error el botón de enter en medio de una frase y tengo la sensación de haberla roto, como se rompen por descuido las frágiles ramas de la enredadera, los hermosos espárragos en los que la vida resuena, como en el preciso momento en que la yema vegetal rompe y se convierte en peciolo.
Es el sonido del brazo del texto, de la rama del texto, que se extiende en busca del sol y suena.

769

Luego de acabar de afeitar esa barba rala que cada vez me parece menos mía, veo mejor las manchas que con el pasar del tiempo han marcado mi piel.
Cuando niño, a los siete u ocho años, acompañé a la mamá a visitar a un doctor que, auscultando el iris del ojo (ventana del alma), podía diagnosticar enfermedades biliares, padecimientos del páncreas y el apéndice, y curarlas con yerbajos e infusiones.
Notó el rostro manchado de la madre (por el sol, los metales presentes en el agua potable del desierto, los cambios del cuerpo tras dar a luz a una hija y dos hijos, la injusticia) y diagnosticó que yo (empequeñecido por esa mirada torva que me reducía a una metonimia de mi madre) padecería en la edad adulta de sus mismos achaques:
mal estómago coyunturas
débiles manchas
en el rostro nubes
tras las ventanas de los ojos.

763

Cibus, somnus, libido, per hunc circulum curritur. “El hambre, el sueño, el deseo, ese es el círculo en cuyo interior giramos” (Séneca. Epístola LXXVII).

Rodeamos la pista de aterrizaje como una gran ave rapaz a su huidiza presa.

Rompemos una nube. El sol proyecta la sombra del avión sobre esa otra sombra opaca.

Las nubes huyen de la ciudad para cubrir el bosque.

Carreteras, caminos, senderos que penetran la espesura conducen hacia el claro del bosque, de donde los animales huyen.

Volamos sobre el vellón de nubes. El cielo es el gran lomo de la blanca alpaca.

El cielo continúa en el río invertido. En el río, vemos el rostro del asombro y el espanto.

En el bosque, surcos por donde el humano ha abierto camino, claros donde deidades y daimones aparecen, donde nos sentimos arrojados e inermes, donde el animal viejo va a morir.

Rodeamos y rodeamos la pista de aterrizaje a la espera de que escampe. Mientras, miro las nubes lejanas y visualizo formas de animales gloriosos a los que temo y amo como a un padre muerto, proyecto mi ego sobre las nubes, creo ver a dios como un hombre desesperado por la soledad ve a dios en todas las cosas, el sol me toca tras sortear las nubes y el sagrado gran ojo de este pájaro de incontables ojos. Me vuelvo loco.
La voz del capitán interrumpe esta manía. Han autorizado una nueva aproximación a la pista de aterrizaje. El aire sube por las alas y descendemos.

Somos esa sombra que remonta los verdes cerros. Allá abajo, en algún claro, un animal mira al cielo con miedo y corre.

753

“Si el ojo no fuera parecido al sol
Nunca podría mirar el sol.
Si el sol no fuera parecido al ojo
Nunca podría brillar en ningún cielo.

Si la flor no fuera como la abeja
Y la abeja no fuera como la flor
No podrían sonar en el mismo cielo”.

724

La luz del sol, a las 7 de la tarde de un día domingo, atraviesa la ventana y proyecta en la pared la sombra de la enredadera.
Las impurezas e irregularidades del vidrio forman vetas y líneas sinuosas en las hojas de la planta que traslucen.
Lejos, surcando el cielo, alguien ve la orilla de una playa de donde el mar se retira, al final de la tarde.

690

Martes y jueves a las siete de la mañana imita el cuerpo al árbol que se enraíza en el suelo y quiere abrazar el sol.
Entre los beneficios de esta práctica matinal está la inmediata conciencia del cuerpo que durante el día persiste como memoria. Caminar o estar sentado es, entonces, una actividad llena de vida, mirar es la posibilidad de ver el horizonte estético del mundo.
Y existe también otra cuestión quizás hermosa. De alguna manera, la práctica es una extensión del sueño.

685

El sol es una línea de luz en el horizonte, los cerros de espinos y cactus se visten con la noche.

684

El sol es una línea de luz en el horizonte. Cactus, espinos y demás arbustos esperan a un lado de la carretera a que esta marcha interminable termine.

680

Descansaba con la mejilla apoyada en el barro. El sol bajaba por entre las briznas de hierba cuando comprendí:
En la boca, en las narices de cualquier hombre más o menos conectado con la tierra está el olor, el sabor del hambre.

674

Sobre sillas y colchones que amontonan en un rincón del mundo, frente al cine clausurado, celebran el día. Ayer pedían monedas fuera del supermercado. Hoy gritan y ríen y hablan tomando cajas de vino / gajos de sol sobre el cemento de las veredas, sentados en sus sillas y colchones.

671

Motivos de dolor:
-que el otro no pueda vivir el paraíso que deseo para él
-el crimen por inconsciencia / el crimen de arrogancia: dañar sin querer (a quien lo quiere a unx)
-que no encuentres refugio
-mantenerme callado cuando es necesario decir cualquier cosa: está bien / el sol cae / el día comienza / se abre el poema
-no tener nada que escribir.

661

En un país quebradizo está este techo bajo el cual nos protegemos del sol con miedo

658

El sol grande
apocalíptico
de las tardes de verano.

640

La vida, como toda ficción que simula la vida, comienza con la salida del sol.
Wanda (1970), la primera y única película de Barbara Loden, empieza por la mañana, en una casa empobrecida, ubicada en las cercanías de un yacimiento de carbón al norte de Pensilvania.
Dentro de la casa un niño llora; el llanto se superpone al ruido de camiones y excavadoras. Wanda duerme sobre un sillón en la casa de su hermana y, a medida que el ruido del día comienza a iluminar las cosas, despierta.

639

Mi hermano me avisó por chat. ¿Te acuerdas del Chino (que danza
“buscando el punto
de muerte
de su enemigo”)?
Le dieron doce años.
Dicen que el viejo los dejó entrar a su casa (el Chino era dos hombres esa noche, dos hombres jóvenes, uno tras otro, uno la cáscara del otro), dicen que no entraron (no pudieron haber entrado) por fuerza. Que eran conocidos, que antes de entrar ya habían entrado y vuelto a entrar tantas veces. Que el viejo mismo era conocido entre la gente de la provincia.
Dicen que el viejo era homosexual y que el Chino y su amigo, conociendo que el viejo andaba con cabros jóvenes, aprovecharon de entrar, pero el Chino o su amigo no son cabros y entraron –maricas, putos, huecos, cáscaras el uno del otro– y estuvieron toda la noche y salieron con el sol, mal vestidos.
Salieron con la ropa por delante, el cuerpo diminuto para tanto muerto, sombras tras la ropa de otro hombre dicen. Que bailaron, intentaron curarse con cuidado de curarlo al viejo antes y pudieron verse y lo pasaron bien (imagino). Que llegaron a conocerse –sombra peregrina y cuerpo conocido–. Que el sol estaba saliendo y aprovecharon por fin de salir. Y salieron.

“–Usted ha supuesto que yo creo a mi adversario
cuando danzo– me dice el maestro
y niega, muy chino, y solo dice: él me hace danzar a mí”.

637

Soy un niño y entro a la casa jugando a ser mujer. Me contoneo y lanzo besos. El papá me da un golpe y me reta.
Hacia la tarde –cuando el sol es un recuadro entre el sillón y la tele– me arrastro, ruedo hasta sus pies y me acurruco para que me toque la cabeza.

633

Entre los escasos fragmentos que alcancé a escribir conservo los siguientes:

“Y el juego consiste en darle a los postes a pesar de que la noche es inminente o, por lo mismo, por tanta luz inútil, tanta luminaria y tanto camino iluminado. Sus nombres eran bíblicos: Zacarías, Saulo, Manuel, José. De alguna manera, yo soy todos ellos”.

“Ocho y media de la tarde, ni siquiera nueve. Hora del día, y era esto un consenso entre los niños perdidos para siempre el mes de junio de 1990, en que la sombra de una persona alcanzaba su mayor dimensión, especialmente en el solsticio de verano.
Saulo siempre fue el más alto de todos, lo seguían la Caty y la Olga, José, de menor edad, aún no alcanzaba un desarrollo satisfactorio, era más bien bajo. Saulo, por lo tanto, lograba abarcar una mayor extensión de terreno con su sombra. Con los brazos abiertos, se extendía calle abajo llegando al mar, o eso decía, a los mil años, cuando fuera un gigante.
El mundo no tiene sino doscientos a los once: por eso no andaban gigantes por la calle; a lo más un tipo de dos metros y tanto que habían visto por televisión: ‘¡El hombre más viejo del mundo!’ (y más alto), de una edad cercana a los ciento veinte. Desde aquí se desprendía que el ser humano (niñas y niños, todos), aproximadamente a los setenta u ochenta años de la formación del planeta, recién había proliferado. Antes, bajo la forma de animalejos diversos vagaba por los océanos. Las montañas no existían. Nunca se preocuparon de ellas. Eran un espejismo. No existe la distancia. Esto lo afirmaba Olga. José creía en cambio que el mar era lo que no existía. Una vez leyó que las ratas en transatlánticos arribaban a islas lejanas, caminaban por una crisneja, escalaban por las cadenas de las anclas, nadaban hasta un barco, partían. José decía que los marineros eran todos unas ratas; el mar, una forma especial de decir montañas (había muchas maneras de decir una misma cosa y eso lo aterraba). Las ratas venían de las montañas entonces. Él y toda su familia vivían en una ínsula. Su madre le recriminaba que leyera tanto: te vas a quedar ciego… Leer, concluyó, es malo para la vista.
Saulo, en cambio, afirmaba que era solo el sol lo que existió. ¿Y la lluvia?, a veces llueve en invierno o otoño… La lluvia no es sino otra forma del sol. El sol tiene dos formas extremas si más condensado o disperso. El sol es un círculo en el cielo y uno que baja subiendo de nuevo y para siempre. O dos anillos entrelazados, que giran. Todo el desarrollo del humano era explicado por el principio de giro perpetuo de dos anillos entrelazados.
Olga en realidad no creía en estas cosas, con el año y medio que le llevaba a Saulo tenía todo muy claro. El mundo era el mundo simplemente”.

“Y en el presente están todos muertos, perdidos sus cuerpos en algún lugar de la playa, arrastrados por los tumbos.
Ahí los veo emerger de entre el resto de los cuerpos de la fosa, entre esos brazos y torsos sin dueño, enverdecidos por el mar, el rostro de Saulo, la ropa de Zacarías, la mano que llevaba el reloj de Manuel todavía marcando el tiempo”.

“Que el planeta fuera plano o redondo, un disco flotante o cualquier otra de las teorías del resto, no fue nunca una de sus preocupaciones. La elipse que el sol dibujaba sobre el cielo como la de los astros menores o la luna; la curvatura de las nubes; el ineludible descender de los viajeros que es su ascender, recortados por el horizonte; la difícil imaginación del borde, juntura de mar y cielo; o la vez que subieron el cerro esperando ver la pared del mundo y solo descubrieron más y más cerros, otros convertidos montañas, planicies, pampas salares desierto bosques ciudades, costa, mar tomando altura y vuelta a dar con el primer hito, por el mismo camino, pasando fuera de la casa, repitiendo la ruta que soñaron. Podrían haber dicho: primera vez que emprenden aventura, primera vez sin supervisión, la primera de vuelo los padres, a no mediar la amplitud racionalista del rostro de la Olga, su ceño de inteligencia, las trenzas que disimulaban buenamente bajo un aspecto infantil, largas tardes al sol, prolongadas jornadas de observación atenta, incontables días e incontables noches de arduas evaluaciones del comportamiento de aquellos niñitos, niños que fueron sus amigos, sus enemigos, su familia; a no mediar su amor, sus casi dos años menos de juventud.
La redondez de la tierra, para Olga, la naturaleza de su acción, manifestaba su evidencia. Pudo deducir, sin mitologías, cada proceso y explicarles, de haber querido, el ineludible movimiento circular, indeterminado e infinito del mundo y sus estratos. Y más particularmente, que la sombra de una persona se alargaba tanto cuánto su relación con la orientación de la luz del sol se lo permitía y que –en un momento de su ciclo diario– la sombra coincidía con la altura exacta de sus cuerpos; que pasado el mediodía era el momento preciso para saber cuánto más crecidos estaban; que las ocho y media de la tarde durante el solsticio de verano era por completo una ilusión, un simulacro de sus futuras medidas; que incluso José podría ser más alto que todos si más cercano al crepúsculo vespertino se confrontaba con la sombra que Saulo proyectó a media tarde; que el ser humano no alcanza los mil años; que los cuerpos vuelven al mar, donde todo después se cierra”.

629

Antes de que llegáramos –alguna tarde de verano– a correr por el arenal marcado de cal. Antes de dividir el campo en dos fuerzas opuestas y complementarias. Antes de que la pelota eclipsara el sol, cuando no había nadie, brillaba sobre la sal del desierto.
Y no hubo testigos.
Y no hubo cobardes.

~

De un lado la noche y del otro el sol se enfrentaban en el crepúsculo.

627

Lo recuerdo alrededor de una cicatriz, todo el cuerpo expandiéndose alrededor de la piel dura de una cicatriz.
El reloj en su muñeca brillaba junto al sol, cuando de arriba bajaba a la cancha a buscarlo. Ya era tarde y había que volver, encender las luces, cerrar las puertas y las ventanas.

562

Luego del almuerzo, el sol entra por la ventana y dibuja un rectángulo sobre el piso. Me estiro bajo su luz, ruedo hasta encontrarme con la tibia dureza de sus piernas y me duermo.

551

El sol marca el cuerpo de bañistas y albañiles, penetra en las hojas de las plantas, modifica el color de las cosas, funde el plástico, quema el pasto. En la capa fotosensible de la tierra se imprime la luz y el tiempo.

540

Ayer creí llegar a una especie de reconocimiento. Es, sin embargo, algo que ya había pensado, pero a lo que ahora se suman los últimos días en Antofagasta.
Tras la vida vieja y su ruptura, vino la experiencia de la desolación: no tener nada ni a nadie, no hay lugar. Esta experiencia, en su versión luminosa, condujo a la posibilidad de “volver a nacer”, la posibilidad de la “vida nueva” como locura de trabajo y tal.
Pero, luminosa u oscura, tras la desolación está el desierto.
En el viaje –que es siempre un regreso– comprendí que existe un lugar o, al menos, su promesa: el retorno a la memoria infantil, la alegría infantil (sin habla), donde soy querido a pesar de mis dificultades para aceptar el amor sin medida.
Ahora la valentía: mirar, ofrecerme, permanecer quieto y escuchar, estar presente, respirar, estirarme cuando el sol se entrometa por la ventana y descansar cada vez que sea necesario.

525

Quiero decirle al sobrino: Escribamos un poema nítido.
Nítido como estos cerros
de la cordillera de la costa
a la hora en que el sol cae
en un día de enero.
Repitamos una y otra vez el poema
para quedarnos con su forma nítida
para que el día y el sol y la hora ya no importen.

519

Vivimos en la misma casa, pero en diferentes extremos. A la salida del sol, cuando está en su cenit, al llegar la noche nos reunimos como nuevos paganos.

508

Por las mañanas tomo la bicicleta y me voy a la playa. Señoras y hombres jóvenes practican ridículos deportes bailables de nueve a diez, algunos bañistas toman desayuno sobre la arena, armados de sándwiches y termos resplandecientes. Solo los viejos se internan en el mar. Más allá de las boyas, descansan flotando de cara al cielo porque el sol es todavía gentil a esta hora de la mañana. Yo floto junto a ellos, cuando una gran nube esparce su sombra sobre la cordillera de la costa.

496

Está, por un lado, el libro de los sueños, más propiamente el álbum, hecho de retazos de materiales heterogéneos, recogidos según aparecen, seducen o fascinan.
Por otro lado, el libro de la esperanza, que escribo para que estemos juntos, para que el sol salga y nos permita vivir un día más, un día a la vez, por el resto de la vida.
En algún sentido, en el horizonte, ambos son el mismo libro. El asunto es alcanzar a vivir el último y morir del primero.

492

El monstruo, escondido en una choza cercana a la cabaña de la familia De Lacey, los espía, todavía ignorante de su condición monstruosa. Para entonces –rechazado por Victor Frankenstein, su propio creador– sabía que su cuerpo despertaba repulsión en los otros, pero aún no se convertía en un monstruo para sí mismo.
Tras las tablas de la choza, espía la amorosa vida familiar del viejo patriarca ciego y sus hijos, Ágatha y Félix. Este último ocupa sus días en enseñarle a Safie, la joven árabe dueña de su corazón, los fundamentos del francés, su lengua materna.
A partir de estas lecciones destinadas a Safie, el monstruo, espiando por entre las tablas, adquiere una lengua; quien no sabía sino del hambre, el frío y el calor, conoce una cultura.
Este descubrimiento será su condena. Por el lenguaje, el monstruo es capaz de definirse como otro, en su diferencia específica con la vida biológica de los humanos. A través de la lectura de libros como El paraíso perdido, Las cuitas del joven Werther y Vidas paralelas de Plutarco, logra también conocer una cuestión fundamental para la novela, que en los hombres habita juntamente el bien y el mal.
El monstruo espía a la familia De Lacey por unos meses en los que crece en su pecho la esperanza de ser comprendido –más allá de su apariencia horripilante– como un ser bondadoso. En uno de los episodios más emocionantes de la novela, el monstruo, temblando por la incertidumbre, decide descubrirse frente al anciano ciego.
La primavera se acerca y un sol tibio difunde alegría, los hijos de De Lacey emprenden un largo paseo por el campo. Convencido de que el anciano no huirá frente a su aspecto repulsivo, el monstruo decide salir de su refugio y traspasar el umbral de la puerta de la cabaña. Simulando ser un viajero en busca de descanso, le cuenta al anciano su historia rogándole que interceda para obtener la protección de unos amigos que, a pesar de ser bondadosos, solo ven en él a un monstruo despreciable.
Luego se escuchan las risas y los pasos de los hijos que regresan; desesperado, el monstruo se aferra a las piernas del anciano, descubre su verdad y le suplica que lo salve y lo proteja, que no lo abandone en este momento crucial. Félix, Agatha y Safie entran en la habitación. Todo es horror, gritos y desmayos, Félix emprende contra el monstruo, lo golpea y este –que hubiese podido desmembrarlo, “como el león al antílope”– huye de regreso a la espesura de los bosques.

486

Savasana

Un pequeño cosquilleo sobre el pecho florido. Imagino
un animal más pequeño retozando allí en el pecho
la ampolleta encima lo ilumina todo
como buen sol bajo el que retoza como yo
recostado sobre la tierra.

474

Savasana

Pegado al suelo o al sueño, arraigado me levanté de a poco, como una planta imita –rezagada– la elipse del sol.

456

En el mejor de los casos, los viajes deberían devolvernos la imagen de quienes somos. No de quien “realmente” somos, aquella ilusión de suficiencia: máscara, mascarada, persona. A la interferencia luminosa, muaré: la fluidez del mar que el sol hace visible. En el peor de los casos, esa imagen que somos para los otros: el infierno, la vida bajo la mirada de los otros.
El viaje ha perdido el prestigio que tenía para los antiguos, para el intelectual militante: el neoliberalismo, la autodeterminación y el monocultivo.

455

Sigo. Camino por la calle al este: el sol me golpea la cara, atardece.

431

El cielo cubierto del nuevo año. De entre las nubes el sol parpadea por un instante; señala la espléndida presencia de lo que aparece –diferente– frente a nosotros.

428

Atardecer de domingo. La inminencia. Habrá ahora que levantar los restos del fin de semana, limpiar los segmentos oscurecidos en la alfombra, los rincones en los que las noches se obstinan, restituir el orden para recibir el día con los brazos abiertos, de cara al sol.

416

La semilla del Erodium cicutarium se entierra como un muerto obediente, así como quien se cansa de la vida. Estira, sin embargo, luego, su largo brazo para tomar el sol.

413

Dilema del monomaniaco: ¿qué repetir ahora?

Volver a comenzar. Encontrar un modo de comenzar que se crea definitivo (el último comienzo que conduzca a la consecución final de la vida), que ocupe el espacio de una verdad última: la escritura de la vida nueva, la utopía del foliolo, el cuerpo abultado: el largo brazo de la semilla que abrasa el sol.

411

Aquel árbol, de flor roja de apariencia carnosa, florece en septiembre, mantiene sus flores durante todo octubre. Es 14 de noviembre y sus flores se pudren en el suelo. La hoja nueva, verde, resplandece junto al sol de la mañana.

392

23 de octubre.
Se cumplieron los 40 días. Entre el día 1 y el día 40, la salida del sol se adelantó 10 minutos.

391

22 de octubre.
El sol sale a las 7:31 minutos.

El cuenco. La pregunta no es por el contenido sino por la posibilidad de contener.

Me pregunto qué pasó con este deseo de simulación: escribir para que salga el sol y la vida que nos sobrevive continúe.

Una indiferencia monumental, eso es lo que vemos en el rostro de los otros.

389

19 de octubre.
Desde que comencé este ejercicio la salida del sol se ha adelantado alrededor de 10 minutos.

Ciertos miedos / a la tierra que estremece el suelo que nos sostiene, por ejemplo / la ofrecen de manera inusitada y hermosa.

381

10 de octubre.
Otra vez el sol del amanecer me toca la cara / proyecta mi sombra sobre la pared / me da una vida clara con la cual me identifico: la calma.

La sombra es el tamaño exacto de un cuerpo.

Realizar un acto sin sentido por 40 días. El asunto, la pregunta no es por el sentido, sino por la repetición.

380

9 de octubre.
La salida del sol es siempre una sorpresa, ahora mismo calienta mi mejilla izquierda mientras escribo. Un deseo nuevo, escribir para que salga el sol y la vida que nos sobrevive continúe.

Al decir de W. Herzog: una indiferencia monumental, eso es lo que vemos en el rostro del oso.

373

1 de octubre.
La ficción es la siguiente: el alba es aquel momento en el que es posible ver las continuidades entre las cosas, continuidades que el sol –según nuestra concepción diferencial del ser, del sentido, del tiempo y el espacio– cancela.
Las continuidades no desaparecen, son visibles para quien ve con los ojos del alba, quien todavía sueña o no despierta del todo, para quien ofrece la cara amable.

372

30 de septiembre.
El sol se dispersa en la bruma, su línea avanza sobre la superficie del mundo.

Quizás sea imposible no relacionarse de manera cruel con el mundo. Exacerbar esa crueldad implicaría abandonarse a la violencia, aniquilarse.

359

13 de septiembre.
Camino contra el sol. Aparece la sombra de alguien que sigue mis pasos. Pienso antes que otra posibilidad, que eres tú, que vienes a sorprenderme.

Segunda parte del ejercicio: leer por las tardes.

¿Por qué alguna vez en el pasado, en el futuro, dejar de ser esto que soy en este momento: una persona abierta a los otros y al mundo, calmada?

Por otro lado reposa también la sensación de que me he vuelto una persona indeseable, un manipulador insaciable que puede imitar a su antojo los sentimientos del otro y propiciar su simpatía.

358

12 de septiembre.
Toda tarea que uno emprenda por 40 días queda por siempre. A partir de mañana, escribir por cuarenta días como la primera cosa que haga al despertar.

El procedimiento: levantarse antes de la salida del sol. Escribir en ayuno. 40 días hasta el 23 de octubre, el día en que nací hace 33 años.

357

día 40. Una nube, pequeña, dorada, posada apenas sobre la línea de la montaña, anuncia la salida del sol, la insistencia del día.

356

día 39. A medida que el sol asciende y la luz disipa la oscuridad de la montaña, descubro que tras ella se alzan otras montañas, celestes, grises hijas del cielo, que la indiferencia del día esconde.

350

día 33. Vuelve la lluvia al cielo, las nubes se desagregan en cúmulos que desaparecen tras la montaña. La cáscara celeste se resquebraja, la luz penetra:
Verdes grúas brillan bajo el sol.

340

día 23. Unos minutos más permanece el cuenco de Santiago en la oscuridad. Después el sol se expande tras remontar la montaña y todo continúa. Por unos minutos, la noche juega en el alba.

339

día 22. La luz del sol se expande sobre la superficie de la tierra, velo invisible que descubre cada cosa.

332

día 15. Las cosas permanecen en sí mismas (en su revés oscuro, cuando nada es diferente), se preparan para contener el sol.

328

día 11. Todo me es indiferente, bajo el sol cada cosa hiere. No hay continuidad alguna entre las cosas, solo bordes, límites, líneas que dañan el paso del cuerpo.

293

Vuelvo. Me siento a comer, en el escritorio, una clementina, hija del sol. Al mascarla lloro. Un sentimiento nuevo: felicidad y tristeza; por poder vivir, por dejar de hacerlo.

287

"El alimento en la boca te relaciona / con el mundo"
Yo rezo por el espíritu del animal que como
-Me dijo E., alguna vez, la maestra-
Lloro de alegría por el sabor de las lentejas que abren / el corazón
Agradezco al sol su luz cítrica
Su dorada cáscara.

278

Nuevamente me perdí en mí mismo, imaginando nuestro reencuentro: la escena perfecta en la que puedo practicar algún acto de bondad, ser gentil: llevarte un regalo oscuro, enigmático para el resto y simple, luminoso, para ambxs: un ramo de melisa, la piedra mágica que nos lave los sueños, la piedra del sol que nos ampare del mundo.
Al parecer el acto de delicadeza nada tiene que ver -como la bondad- con el hecho de llevarlo a cabo.

272

Después R., recibe el plato y me consuelan. El dolor se disipa, las energías retornan al cuerpo cuando tras la mesa el sol despunta.

265

Ser gentil, entonces, cargar en el bolsillo la piedra del sol por si la espantosa multitud del mundo te persigue, cargar, al menos, un ramo de melisa, por si necesitas dormir.

250

La fruta entra a la boca y sube lento a la memoria. La calma del verano, luego; la gentileza del sol sobre el cuerpo tras salir del mar vienen con ella.

238

Dibujamos un círculo sobre la arena. ¿Qué es?, ¿qué puede ser? Una pelota, una naranja, el sol o una rueda.
Sabemos, le digo, que una pelota no es una fruta o el sol una rueda, pero en algo se parecen. Todos son un círculo, la circularidad, insisto, es ese aspecto que comparten y por el cual podemos llegar a decir: naranja del cielo o:
el sol rebota en la arena de esta playa
rueda
hacia la tarde.

223

¿Dónde están los cerros azules, los cerros fluidos, la pluma que sostiene la calma del cielo
sumergido en las pupilas, la espalda granulada que descansa donde el sol atraca?

222

Anochece, el sol desciende, degradado el cielo. La luz se recluye en las ventanas de las altas torres.

221

El sol pestañea entre las torres que rotan y traslapan, cielos verticales donde la tarde sucede cada tarde.

216

El príncipe me arroja su diario a la cara. En él leo episodios de la vida joven que vivimos. De esos años, yo recuerdo cierta bruma colorida, como si hubiese estado siempre despertando y el sol de la mañana me nublara los ojos. En su diario, la vida es más completa, los objetos más definidos. Yo soy un mueble hermoso arrojado en la esquina del mundo, la luz que rebota en la madera para volver a golpear su retina.

207

Recuerdo un sueño que tuve de niño. Estamos con el hermano en la sala de espera de un consultorio. Ninguno está enfermo, pero esperamos sentados en esas ásperas sillas color vino. Al frente la sala de examen, a la izquierda hacia el fondo está la puerta de salida que es asaltada por una bruma de luz que entra por el vidrio tras inundar la mañana. Antes, justo al lado de la silla en la que estoy sentado, hay un macetero lleno de tierra seca y brillosa, sin raíces. El hermano menor escarba esa tierra y encuentra una moneda fulgurosa como el sol de su rostro, corre hacia la calle por el pasillo y se funde con la bruma. Desesperado escarbo entonces la tierra y también encuentro, no una, sino incontables monedas que apenas puedo sostener entre las manos, con los bolsillos llenos. De pronto la puerta del pabellón se abre y aparece la mamá que me había estado buscando por siglos. Me obliga a dejar que esas monedas germinen en la sala de espera del consultorio, salimos a la calle y el día nos cubre.

206

Soñé que estábamos corriendo por la playa con el sobrino, el fantasma de la familia y otro niño, un gnomo o dulce duende de barba larga y abundante.
En la arena se escondían pequeños dinosaurios plásticos de diversos colores que el sobrino y su amigo recogían como tesoros.
El hermano luego de un rato le ordena que deje todos esos animalillos donde los encontró pues ya tiene suficientes juguetes.
El regreso a la casa es triste.
Estamos en una pieza vacía con suelo de madera, concentrados melancólicamente en la luz del sol que golpea las tablas y descubre la cremosidad del polvo en suspensión.
De pronto, por la ventana trepa el enano barbudo, deja caer de sus manos un caudal de pequeños dinosaurios plásticos que inunda las junturas de las tablas y la pieza. Nos miramos con un rostro bello y excesivo, el sol se adueña de nuestros cuerpos, descubrimos que somos parte de esa luz.

192

El primer día en la casa de P. y C., nos fue arrebatado por la luz. Nos prepararon un desayuno austero. En frente, una anciana tomaba sol sobre la azotea. Hice un comentario y rieron. Entonces fui el cuarto entre ellas.

157

El sol me roza la cara y un placer conocido estremece el cuerpo.

112

El sol se levanta y el paisaje se abre. Despertamos.

105

Son las nueve de la mañana y el sol lucha con las nubes por imponerse. Yo sufro los destellos de su lucha desde mi mesa, apretado contra los muros.

85

La luz del sol –exactamente a las 7:55 AM- proyecta la figura de unos árboles en el ventanal. Lo demás es una ausencia preocupante de luz en esta casa en la que nos encontramos. Tú continúas tu sueño por unas horas más, admiro esa capacidad para dormir en situaciones adversas. Hay un calor inmenso, sofocante aquí dentro. Las cortinas se mueven con un urgente deseo de acabar con la casa

6

El punto más lejano al mar (el sol, ícaro se precipita al mar).

5

El rostro. La puerta entornada entonces, la poca luz que entra resalta el sudor en la piel del rostro de mi hermano. Una línea y un círculo para finalizar la nariz. Hace calor aún.

Esa luz llega desde la ventana. Y la ventana –hacia el poniente- es la más cercana de los tres al sol. Ventana, hermano y yo, un triángulo escaleno del que represento el vértice occidental.