Sucede con cierta regularidad que la corteza oceánica se introduce bajo la corteza continental. Estos grandes movimientos liberan magmas y fluidos hidrotermales que ascienden por fisuras y grietas; minerales líquidos incandescentes que -en su camino de subida a la superficie de la tierra- se enfrían y cristalizan. A esas formaciones verticales se les llama filones, vetas y vetillas.
Como un modo de dar cuenta de tales vetas de escritura acumulada, hice un análisis de repeticiones de palabras por cada año del diario y clasifiqué luego cada una de sus entradas con las palabras resultantes: vetas que señalan otros depósitos minerales, otras estructuras verticales que atraviesan la horizontalidad del tiempo de la escritura del diario.

VETA ☷ cuerpo

OCULTAR EL CUERPO

Utilizando la forma 
De la grieta 
Para darse forma
¿Tras de qué grieta 
Continúa el cuerpo 
Como grieta?

El accidente 
Geográfico 
De la columna 
De montañas 
Así tan inmenso

Sublime 
Se hubiese dicho
Hace dos siglos

Irremontable
Como el cuerpo
Con el que coincide
Y en las grietas 
Busca forma.
Pietà [pjeˈta] (piedad)

Suspendido en el aire
Abrazado por la caída
Que es una madre dulce
Sueña dormido pues
Otro de los obsequios
Del mundo es la posibilidad
De soñar despiertos.

Está bien / son los sueños
Naves que nos llevan
A nuestro destino ideal.
Así como un cuerpo tendido
-Un tronco un remo los restos
De un naufragio- puede ser
Nave de nuevos anhelos.

Está bien está bien
Tocará ahora ponernos serios

Es dolorosa la desgracia
Humana es motivo de rabia
Angustia e indignación
Y en el mejor de los casos
Los poemas son injustos

Tradicionalmente / dispositivos
De disciplinamiento aparatos
Judiciales. Somos nosotros quienes
Apostamos demasiado a su cierto
"Coeficiente emancipatorio" demasiado

Al inmediato placer
De leer y escribir.
En una de las calles laterales de la biblioteca / nacional, durante / todo el día 26 de diciembre sentado / la pierna derecha sobre la izquierda las manos / en los bolsillos de la parka vista al frente.
El sol salió de entre las montañas de la cordillera / de Los Andes a mediodía aplastó cada cosa y más tarde desapareció tras los edificios / la historia cotidiana del día.
Durante todo ese tiempo el hombre se mantuvo allí sentado.

La imaginación y los paradigmas monumentales de la cultura / quizás inviten a pensar en una posible vida estatuaria para ese cuerpo a la intemperie / una vida que lo preserve de las estaciones y el paso del tiempo.
Como las estrellas
que brillan y titilan,
los dorados narcisos

a la orilla del lago
bailan con el agua
movidos por el viento.

En el poema de los narcisos
-I Wandered Lonely as a Cloud-
de William Wordsworth
el mundo baila y se mueve.

En cambio en El iris
salvaje
de Louise Glück
el mundo / el poema ofrece

sus diversas flores
coloridos y frágiles
cuerpos que cruzan

el umbral de la vida.

"Uno por uno"
desde una tanqueta
le gritaron a Maicol

Palacios el día que fue
a la comisaría de Collipulli
a buscar a su padre
La franja flexible
Entre dos cuerpos
-Entre el perro y el humano
Por poner algún ejemplo-
Resiste
La fuerza que la deforma.

En otras palabras:
El paseo ondulante del perro
Encuentra la línea recta del humano.

Compañía se le llama a esta interacción
Que solo se interrumpe con la muerte.
Seguramente
En el futuro
Voy a ver menos

En el futuro
Seguramente
Voy a escuchar poco

En el futuro
Moveré mi cuerpo
Con mayor dificultad

Seguramente un libro
No será para mí
El mejor de los objetos

En el futuro
Voy a desear

Tomar un libro
Entre mis manos

Para escribir después

-Como hoy aunque
De manera diferente-

La historia
De mi vida completa.

Como un párpado
Como unos brazos
Como la tierra 

Así mis ojos
Así mis manos y mis brazos
Así el barro de estos 
Brazos de estos ojos
Escucharon tu historia

Era la historia del hijo
Que tuviste en tu cuerpo
Y cuidaste

Nada de eso sabía yo
Por eso guardé silencio
Y escuché.

una idea una sensación aparece /

un cuerpo tendido en luz y sombra

pero tambalea entre dos imágenes:

la de un cuerpo enorme
irremontable

la de un cuerpo pequeño
tibio y frío

hoy que el sol despunta sobre un campamento
improvisado en la línea de la frontera /

Cordillera Cuerpo Tendido

Se desprendió el casquillo
Y fue a dar el cuerpo
Resplandeciente
Bajo tierra.

Ahora -por si hubieses pensado

Lo contrario-

Las balas no son semillas
Ni es el pecho tierra fértil.
Como un cuerpo que se deja
Caer sobre la caja de un texto /
Y entre líneas descubre
El peso de cada letra
(En el fondo del ojo acuoso /
Espejo del cielo).

Todo esto hago / esto sueño
A pesar de todo.

Un arcabuz, Orlando,
Es la letra lanzada
Al mar profundo.
"Las lianas en nuestra América", escribió en 1873 José Victorino Lastarria, pueden crecer en un momento, pero sus sarmientos toman "el vigor del árbol secular en que se enlazan, y viven con él una edad prodigiosa".

Los árboles -en el discurso de inauguración de la Academia de Bellas Letras- eran robustas metáforas del liberalismo político, la filosofía positiva y la lengua castellana. En el siglo XIX, las lenguas eran entendidas como plantas y árboles.

Durante el XX, las palabras llegan a ser hojas que se unen para formar ramas. También los sintagmas se conceptualizaron como estructuras de superficie a las que subyacen ramas o raíces. Del otro lado del campo (semántico), la idea del rizoma quiso derribar la estructura arbórea del conocimiento occidental y sus raicillas ("estamos cansados del árbol"; árboles y raíces "nos han hecho sufrir demasiado").

Hoy los árboles (sus raíces y relaciones simbióticas con ciertos hongos) parecen ser comprendidos como sistemas de comunicación e interconexión descentralizados similares a la imagen nodal que se tiene de internet (...).

A pesar de todo,
de todas formas, nunca

es el tronco el que produce atractivo, sino la liana, la rama, la raíz o la micorriza. Nunca / la corteza dura, sus nudos tensos, su olor ininteligible, nunca / la vida de la araña y los gusanos o el cabeceo del carpinterito.

Quizás el humanismo publicitario, que proclama que estamos todos conectados, o la idea contemporánea, casi religiosa casi paranoica, de que todo tiene sentido, algo tengan que ver con este desprecio del tronco -pues se lo da por sentado-, su cuerpo fibroso y su corteza. Otra realidad se impone con el tronco, con la copa y su presencia sombría: cuando un árbol cae o es talado, pueden morir con él especies completas de plantas y animales.

El desprecio del tronco, "el odio chileno al árbol" puede ser una actitud de ligereza ante la muerte (de los demás, de todo lo colectivo).

(Ahora bien, respecto de los hongos, valga tal vez una excepción pues con ellos la muerte -y el valor de la vida por consiguiente- cambian por completo).
Una ventana al mundo

Como en una película silente el viento mueve las hojas del árbol / indiferente de la acción, el decorado o la vida escenificada: el cine está en el movimiento de las hojas.

Otros días la luz del sol proyecta las hojas del árbol en la pared de la cabecera de la cama y su reverso de sombras se mueve sobre los cuerpos dormidos.

En esa frase manoseada / disputada (el cine está en el movimiento de las hojas) aparece (para mí / hoy / todavía) aquello difícilmente apropiable en los libros: la ausencia de deliberación.

*

De manera similar
me parece
Marguerite Duras
hablaba de Barbara
Loden en Wanda
a propósito
de su autenticidad
a la hora de actuar.
Soñé que por algún motivo debía fingir mi muerte, realizar una representación de mi cuerpo muerto. Y yo llenaba un ataúd con frutas.
Pescan en la pileta al pez koi nishikigoi
La pileta es el mundo donde convive con el
Hierbajo acuático el pelillo gelatinoso
Que muerde y come confunde con el anzuelo

Y la lienza lo alza a los gritos y risas corrientes
De aire lo arrastran lo llevan de allá para acá
La lienza se suelta se tensa en el aire mientras
Las manos intentan tomar el cuerpo
Que escurridizo cachetea el cemento

Imitando el brazo convulso separado del cuerpo
Cede boquea no dejan de reír y celebran
Se calma conmovido se abandona a las risas

Por la boca recibe fuera del agua
la luz del sol
Desnudo de mar desnudo de pileta en un parque
Cercano al estadio regional de fútbol
de Antofagasta frente al balneario.
A veces escribo (ego) por el deseo / la ilusión de hacerle fintas a la muerte (“”) en un mundo cuya historia nos habla mayor-mente / de la destrucción de ciudades bibliotecas sus habitantes y lectores.
Como si todo estuviera en contra pero aun así yo (ego) escribe porque todo está en contra yo (ego) decide / vivir.
Pero un día cualquier en una esquina del centro la esquina de Alameda y Mac Iver fuera de la Biblioteca Nacional alrededor de una docena o dos docenas de carabineros -vestidxs de verde y negro / protegida la cabeza el pecho los hombros los brazos las piernas protegidos los pies- toman el cuerpo de una mujer lo elevan lo mueven de acá para allá lo contienen lo sostienen cuando se hace pesado y se lanza al suelo toman sus cosas su toldo su mercancía no le dan mayor importancia a la presencia de su hija y su hijo y se arma un alboroto hasta que deciden retirarse y dejan allí donde había un toldo de venta informal de ropa para perros y juguetes unas mujeres llorando.

Hay ciertas letras que se conservan a pesar del paso del tiempo ciertos ejércitos que sobreviven el paso del tiempo pero no / el ejército de las letras.
Otro deseo -pues habrá letras u otros signos- que al final de los tiempos les sobreviva unx lectorx.
sone ante el limite de la playa con un mar de letras y palabras alfabetos e idiomas desconocidos para mi declaraciones de propiedad amor y odio la espuma era el espacio blanco de las orillas de la gran pagina cuerpos malheridos por una u otra letra estaban tumbados sobre la arena con arena en los dientes y entre las unas llena de arena la herida donde algun acento circunflejo cedillas y tildes desprendidas permanecian incrustadas yo era alli otro herido otro perdido mas
Soñé con un hombre herido por espada con un perro mordido por una serpiente. Yo trataba de ayudarles removiendo la espada ahuyentando la serpiente pero el resultado era el mismo: el colmillo del tiempo. Miré alrededor y vi que era tradición del lugar cubrir de arena todo cuerpo tendido.
No huelas chiquitita la muerte del pájaro caído entre los arbustos / con el cuello roto con el ojo vacío / menos / huelas tu propia muerte.

Como una montaña
Un cuerpo muerto es irremontable e inmenso

Como una montaña
Una montaña grande como un muerto

Pero un cuerpo muerto
No es más que un cuerpo muerto, escucho

Del roce de tu cuerpo vivo en el camino de arbustos.
La escritura, su presencia, mi presencia se cuidan la una a la otra. Me cuido de reducir al máximo el ruido de mis pasos, practicar una presencia leve y respetuosa cuando duerme, que es la mayor parte del día. Hace un tiempo me había pasado que al verla en la calle a distancia, arrojada, tuve un sobrecogimiento: estaba allí, con toda la fragilidad de su cuerpo pequeño. Ayer me pasó cuando después de comer me hizo fiesta, se acercó simplemente para que la acariciara, y sentí algo que puedo llamar ternura. Entiendo que es muy difícil volver cuando se toma este camino: el camino del cuidado mutuo; pero también que no es necesario volver.
Un sueño. Una pesadilla.
La pieza. Domingo. Ocupado en mis propios asuntos: los asuntos del cuerpo; los asuntos de la imagen. Fascinado por las grietas que las imágenes
(azules de la desnudez,
blancas del camuflaje)
proyectaban sobre mi cuerpo: tomado mi cuerpo entre mis propias manos como objeto propio.
Por la ventana, primero, la mamá, segundo, la hermana grande hablaban acerca de mi desarrollo, mis nuevos gustos, reían sin tomarme en serio. Y yo refunfuñaba y hacía pucheros. Y yo me volvía bolita y me tocaba cada parte del cuerpo mientras las miraba por el rabillo del ojo a modo de venganza. Pero era tierno para ellas.
De la flora ruderal me muestra la ortiga, el amaranto, la flor de la mostaza. De esos obstinados brazos verdes recuerdo: la hierba perenne, la avena hirsuta o la semilla de la Erodium cicutarium, que tuerce su cuerpo y gira hasta encontrar un pedazo de tierra.
¿Cuántas horas son tres horas o seis horas frente al resto de la vida?
¿Cuánto tiempo tarda el sí -un sí inmediato- en salir de la boca cuando todo el cuerpo ha ya decidido de antemano?
Tengo unas cosas que contarte. Mi vida durante los últimos meses. El confinamiento nuevo. Las decisiones que se imponen. La apuesta por la revolución del cuerpo. La honestidad consigx mismx por añadidura.
Comienzan los días y las noches fríos
cuerpos vencidos se arrastran
a la siga de otros cuerpos arrasados

una mano busca su reverso y juntas
encuentran una piedra tibia.
En medio de savasana, la tierra comienza a temblar y no tiembla porque esté mi cuerpo tendido. Sino porque la fricción entre dos placas tectónicas cedió algún milímetro y, con ellas, las ondas energéticas que reverberaron -como cotidianamente lo hacen- hasta encontrarse con mi espalda, sobre el suelo, donde, muertos, ondeamos. En la sacudida recordé las palabras dichas con sorna, aquellos insultos juguetones, esos chistes, esas bromas que mediaban la relación entre mi abuelo y sus nietxs, yo entre ellxs, como un sincero intento de comunicación.
El miedo de no encontrarnos con nuestro reflejo al levantar la cabeza o doblar la esquina hacia el edificio de metal y vidrio, confrontado con el miedo ese de no reconocer en otrx a unx semejante, señalan, primero, una relación con el hábito y, segundo, una concepción del cuerpo como unidad y, de allí, de la subjetividad por las que cuerpo y sujeto coinciden. La raíz de esos miedos está precisamente en la falta de coincidencia, la ausencia de identidad por la que no solo yo sino también lxs otrxs se disuelven o pierden peso. Esposito enfatiza que en las representaciones de la violencia originaria los humanos no se mataban por sus diferencias sino por una intolerable semejanza: “Aquellos que combaten a muerte entre sí no lo hacen a pesar de que, sino precisamente porque son hermanos”.
El peor miedo: ver en otrx tu propia desnudez.
Dibujar un cuerpo es dibujar un vacío. Con el dibujo, pienso, no hay mayor diferencia.
El verbo to draw se utiliza cuando se dice: “tensar” el arco, “desenfundar” una pistola, “pasar” la mano por una superficie (el dedo por la mesa, la mano por la frente) y también para “dibujar”. To draw, según le escuché alguna vez a una profesora, es ese gesto que indica el movimiento del brazo / que se separa y vuelve al cuerpo.
Sobre la mesa una hoja de celulosa lavada, blanca. El lápiz presiona esa superficie y comienza a trazar una línea que forma un cuerpo / que se parece al cuerpo recordado-referido-citado, pero es otro.
Leo en una novela que los fantasmas no aparecen en las fotografías porque la placa no era lo suficientemente sensible para capturarlos.

Pero para algunxs, en el pasado, las fotos no hacían sino retratar fantasmas.

Para otrxs la foto era una especie de palimpsesto. Una escritura acumulativa en la que la permanencia de los rastros de escrituras borradas funcionaba como una metáfora precisa de la larga exposición temporal a la que debían someterse lxs retratadxs con los primeros mecanismos fotográficos. Walter Benjamin llegó a hablar de esos retratos como el resumen de un rostro.
Para Nadar o Balzac la foto capturaba (literalmente: atrapaba) las láminas que se desprendían de todos los cuerpos y llenaban el aire. Los aparatos fotográficos -según las supersticiones del XIX- robaban el alma, eran especies de máquinas cazafantasmas.
Alma, imagen y fantasma eran concebidos como filmes, películas, láminas, cuerpos de luz que, capa a capa, conformaban eso que llamamos el cuerpo de otrx, el cuerpo querido, deseado, odiado de otrx, cuya muerte estaba implícita en el desprendimiento cotidiano de las láminas fantasmagóricas, fílmicas, fotográficas que los constituían.
Respecto de los fantasmas, si hay algo cierto es que en el transcurso de dos siglos -que coinciden con la modernización capitalista de las sociedades occidentales- han ido desapareciendo de las fotografías.
Ayer, durante halasana, la postura del arado -el peso del cuerpo depositado en la parte superior de la espalda, el cuello y los hombros formando una base triangular, las piernas sobre la cabeza hasta el suelo- sentí la apertura del pecho. Fue una apertura tanto física, de los huesos y los músculos, como de la memoria. La apertura a un recuerdo difuso o, más bien, a una sensación olvidada, de seguridad y calma.
Hoy. Hablamos con la mamá por teléfono, de la pandemia y la representación bienintencionada de la violencia en la tele. Luego, del humedal de La Chimba en Antofagasta, de los animales endémicos de la zona, diminutos caracoles y arañas, como murmurados al desierto. De las aves que en sus viajes migratorios bajan al humedal a descansar y alimentarse. De otros pájaros vistos por la ventana, de los que apenas sabemos sus nombres, pero son siempre una sorpresa, un regalo íntimo que atesoramos y compartimos.
Tras un día o dos de permanecer callado o, más bien, sin poder decir una palabra, limpio la casa, limpio mi cuerpo, en silencio.

Pienso que este diario debería honrar esa incapacidad de decir que conduce a la práctica del cuidado y el oído.

Imagino, entonces, un libro. Un libro en el que cada hoja en blanco representa un día. Páginas blancas en las que los pájaros despliegan su canto y el viento golpea la ventana, en las que reverbera el murmullo humano.

En este libro, yo elijo de alguna manera reducir mi movimiento, consagrándolo al aseo del espacio en el que despierto, como, observo y escucho pues, después de uno o dos días, sé que no es necesario que diga nada.

996

Una mosca toma mi cuerpo por la yema del dedo entre sus patas / y me eleva en el aire.

995

Por el sonido -que esta mañana vuelve a desconcentrarme de la lectura- reconocemos la distancia y el espacio / ocupado por grandes cuerpos sólidos, como el cerro y los edificios; lugares de paso abiertos por donde fluye el cardumen mecánico de los automóviles; espacios densos como las copas de los árboles en las que centellean más allá pájaros pequeños. El sonido es
profundo
extenso
visual esta mañana.

987

En “Nos han dado la tierra” de Juan Rulfo leo:
“Somos cuatro. Hace rato como a eso de las once
éramos veintitantos; pero puñito a puñito se han ido
desperdigando hasta quedar nada más este nudo
que somos nosotros”. Hace rato había estado viendo
en Google Maps el lugar que ocupo en el mundo
(un punto aproximado en ese mapa es mi lugar en el mundo),
rodeado por líneas punteadas que representan calles,
puentes, autopistas, límites comunales, regionales,
largos ríos quebradizos y fronteras. Así como algún
punto del mapa señala el lugar aproximado de mi cuerpo,
otros indican esos puñitos, puñados, nudos de mujeres,
hombres jóvenes y viejos, en los puntos de ilegalidad
que dibujan las líneas de las naciones.

983

John Donne dijo
“No man is an island
Entire of itself”.
Valerie Solanas
Por otra parte escribió:
“Every man is an island
Trapped inside himself”.
Yo observo los límites
De este cuerpo
Sin continente sin mar rodeado
Que se detiene
Ante el deseo de otrx.

975

Luego de hablar brevemente con mi papá, pienso que pronto debe jubilar. Vivir esa etapa transitoria. Comenzar a despojarse -entre otras cosas- del miedo ante el deterioro del cuerpo. Supongo que en algún momento aquella experiencia, que llamamos, a veces, simplemente, vida, se transforma en otra cosa. Quizás en un reconocimiento. La muerte está aquí, indisociable del cuerpo que recibe el calor del sol, el calor de otros cuerpos, la satisfacción de la comida y la bebida, el sentimiento amable de la comodidad, el placer sexual, el goce sensitivo que ofrece el viento, el olor del mar, el pasto o la primera lluvia del año. Todo aquello por lo que sonreímos, abrimos la boca, los ojos; las pupilas se dilatan, las manos se abren los brazos, extendemos la espalda, se tensan los músculos, transpiramos, se relajan; hablamos bajito o para adentro palabras amorosas. Pero luego tiembla la voz de tu padre al otro lado del teléfono, como la tuya a este extremo, y piensas que es difícil, porque nunca han sabido comunicarse de esta forma, pero lo intentan aunque no puedan el uno ni el otro decir lo que callan: es el cuerpo, su exultación, parte del miedo.

963

El viejo perro negro
en el hueco de su cuerpo
hundido bajo el sol

le hago sombra
pero no se molesta

conmigo siempre manso
como con todo
quien le fuera conocido

acaricio su lomo negro
y no se molesta

resopla la hierba el verde
pelaje de la Tierra

ese otro animal conocido

a contrapelo el pelo grueso
y duro de las canas
en el verde lomo
en el pelaje negro.

962

Desperté de mi sueño con la siguiente revelación:

Sé el cuerpo que espera
Porque siendo ese cuerpo
La espera acaba.

959

¿qué animal continúa su marcha recta,
y con ella el polvo, la brizna de hierba
rasgada con ella? animal incorpóreo,
imagen del gran felino que tuerce
el cuerpo en el aire al cambiar
abruptamente
de dirección.

958

Soñé con un gato azul recién nacido, uno de una camada de gatos azules. La ternura más inmediata se hizo dueña de mi cuerpo. Mis manos y mis brazos fueron entonces en completo éxtasis, fuera de sí.

952

14.06.2020/14:17

Te pueden matar por el color de tu piel
Te pueden matar porque eres pobre
Te pueden matar por tus prácticas sexuales
Te pueden matar por tu sexo
Te pueden matar por tu género
Te pueden matar porque no eres valiosx
Te pueden matar porque no tienes dignidad
Te pueden matar porque no quieres ser como ellxs
Te pueden matar porque tu cuerpo coincide con tu deseo, pero no hay una palabra para decirlo
Te pueden matar por desobedecer
Te pueden matar por decir no.

951

Hasta el momento en que Gutiérrez, el joven escritor José Santos Gutiérrez [González Vera], decide dejar la casa familiar y le propone arrendar una pieza en un conventillo, Aniceto no había sino vivido apenas, en algún rincón entre Buenos Aires, Valparaíso y Santiago. Esta pieza donde comparten una cama de una plaza y media, dos sillas y una mesa en la que José Santos escribe y fuma por las noches, mientras Aniceto se sumerge en el sueño, abiertas las páginas de un libro, es su primer hogar o algo parecido a un hogar.
José Santos es narrador, Aniceto escribe poemas que se deslizan por los agujeros de sus bolsillos para perderse también en su memoria. Por las mañanas se reúnen con Sergio en la falda del cerro San Cristóbal para ejercitar el cuerpo: suben caminando y bajan luego corriendo para ir a trabajar a la imprenta de la revista Numen, propiedad del poeta Juan Egaña.
Duermen juntos, asean sus cuerpos uno al lado del otro, dialogan sobre literatura y política, siempre juntos, al menos por un tiempo. En la conversación que mantienen antes de acordar esa vida precaria, pero libre, en común, se preguntan el uno al otro si tienen “inclinaciones hacia la homosexualidad”. “NO”, responden con mayúsculas. No hay una relación sexoafectiva entre ambos, sin embargo, se llaman a sí mismos los “convivientes”.
Es la segunda década del siglo XX en Santiago de Chile y Aniceto -a pesar de haber experimentado relaciones heterosexuales pasajeras y frustradas- nunca ha manifestado ningún deseo por una mujer.
Es la segunda década del siglo XX, los hombres jóvenes mantienen, a veces, este tipo de relaciones homosociales y, a veces, las dejan para encontrar un trabajo estable, formar una familia e ingresar a la política, los discursos, la vida institucionalizada. A veces también dejan una vida u otra: allí se convierten, a veces, en “enfermos o viciosos, borrachos, cafiches u homosexuales”, en suma: en los seres humanos (“desnutridos, abandonados, sin preparación ni destino”) que conforman el “submundo extraordinario, pero un submundo humano” de los conventillos.

950

Lo que llaman crisis -queriendo decir “cambio profundo” / “intensificación brusca” de una situación adversa- reflota la injusticia hecha cuerpo en la vida precaria. Son estas condiciones (de trabajo, de salud, de vivienda) los productos de una jerarquía social naturalizada en el mito del trabajo (duro). Se llama crisis a las condiciones que esta jerarquía social no puede sino alimentar pues son ellas su alimento. Federici, Rivera Cusicanqui, tantxs otrxs, lo han dicho: el capitalismo / el colonialismo es la crisis. No la excepción, sino la norma. En este sentido, la crisis es una herramienta de transformación de los poderes económicos.
En el lapso / en la grieta, frente a la que algo / alguien se detiene, ¿qué queda de nosotrxs?

948

Alimentado el miedo,
el enemigo avanza.
Se intensifica su marcha,
se fortalecen los cercos
intercomunales.
El enemigo cuida
la llegada de la noche.

De la guerra no sabíamos nada,
nada del enemigo sonriente,
nada del asesino amable:
la guerra era la vida
como la conocíamos y no
conocíamos sino la guerra.

En momentos en
que la gestión de
la vida se hace visible,
se revela la guerra
como estrategia sin tiempo.

Para el político para
el poeta para
el filósofo es
fácil insuflarse
de esta / retórica que
valida la violencia sin condiciones
reflota / el deseo de
un poder central
el deseo del sacrificio.

Pero ante la guerra sin tiempo
ante la violencia original
ante el cuerpo sagrado. Ante
todo este deseo por lo trágico,
aparece otra evidencia, otra
realidad: el cuerpo como cifra;
la muerte como estadística; la
política como recuento.

El enemigo carece de toda dignidad.
su maldad más grande:
desconocerse como enemigo.

935

Tomo un vaso de agua lleno.
Inclino la cabeza y con ella el cuerpo.
Atraviesa el sol el vaso.
Se disuelve en el agua. Bebo.
Ilumina el sol el resto
del departamento / a mi espalda.

933

Savasana es la asana del muerto. En el momento de finalización de la práctica, acostados en la oscuridad, con todo el peso del cuerpo sobre la tierra, tratamos de dejar de pensar, concentrándonos en la respiración.
En ese momento, en el que uno desea dejar de pensar, asaltan imágenes. Primero, las preocupaciones del día que, más o menos inmediatamente, se cancelan cuando la atención se sitúa en el aire que entra por las fosas nasales. Después, se avecinan recuerdos frecuentes. Otras veces, uno cree descubrir alguna cosa, algún matiz, una nueva cara entre esos recuerdos.
Hoy recordé la imagen de una persona. Más específicamente, recordé y ese recuerdo fue un reconocimiento: alguna vez la amé, en el pasado, como la amaba ahora, sin saber, mientras permanecía muerto.
Por supuesto, ese recuerdo también perdió importancia.

931

Los grandes movimientos armoniosos. Las pequeñas fugas violentas. Un hueso se rompe. Una rama. La convulsión de un cuerpo. Las nubes avanzan en el cielo. El mar se eleva y desciende. La Tierra es atraída por la gravedad inmensa. Del sol que curva el tiempo y el espacio. Y no hay dolor. No hay angustia.

929

¿Por qué una imagen debería hundirse?

Sin peso, las imágenes son sutiles, gaseosas; las palabras: cáscaras, láminas. Juntas: un aparato sagrado que olvidó el peso
de un cuerpo muerto.

Un cuerpo muerto. Pocas veces vemos un cuerpo muerto,
sino cifras, bajas, datos / políticas
de la muerte, discursos

sobre el bienestar,

que ocultan los cuerpos,

su peso / su capacidad de hundirse.

927

El resplandor / el momento brillante de la vida, por el que decimos: esta persona estuvo viva / vivió / vive en mi memoria.
Todos alguna vez hemos sido reflejados por el rostro de otro. Pasamos por un momento a ser ese gesto, el movimiento de ese cuerpo distinto / que se aproxima.
En ese momento, dejamos de ser nosotros (la imagen que tengo de mí para mí) para ser un cuerpo que se aproxima: el gesto que proyecta un rostro sobre otro.

922

Reconocí de pronto la imagen del dolor. Era la imagen del mar, de las olas golpeando la orilla. Y el cuerpo herido era arrastrado por cada una de esas olas sin descanso. Y el cuerpo desmembrado se hacía parte de ese dolor sin cuerpo. Y el cuerpo erosionado, de esa energía sin organismo. Y el cuerpo pulido, de ese pulso sin órganos. Y el cuerpo disuelto, de esa materia.
Era la imagen del mar, del movimiento de las olas que se imprime en la arena húmeda y vibrante.

914

Hoy al ver a una mujer con un cabestrillo
recordé que cuando niño caí encima de otro
niño y mi cuerpo quebró su brazo en dos
mi mamá me obligó luego a visitarlo
y llevarle un cabestrillo blanco para su brazo
traté después de recordar sus gritos de dolor
pero no lo conseguí. Recordé sin embargo otra
cosa: que me agradecieron por ir a presentarle
mis respetos al cuerpo muerto de la tía muerta.

913

Sábado 7 de marzo de 2020, Santiago de Chile.
Hoy ha muerto otro hombre y su muerte es inexplicable. Podemos establecer los hechos, su cronología, identificar al responsable directo, exigir la responsabilidad institucional, las responsabilidades políticas, pero la muerte de un hombre es inexplicable. Un hombre, una mujer, un cuerpo que se expone es más que un cuerpo, una vida tomada en esa exposición es más que una vida. No es el cuerpo que deja de respirar, es la vida que va más allá de sí misma y olvida su sobrevivencia. En su sentido irreductible, a eso se llama dignidad.

907

La piel azul. La piel blanca.
La piel azul que proyecta sobre nuestro cuerpo el abrazo de otro cuerpo que se desnuda.
La piel blanca de la nieve que nos cubre, con la que debemos camuflarnos si queremos adaptarnos a la realidad. O desaparecer. Pasar desapercibidos.

906

La desnudez imaginada del cuerpo. No se puede estar desnudo. Solo en la medida en que me convierto en imagen para otro: imagen de deseo, objeto de poder, de amor: imagen de fascinación.
Soy una imagen para otro, que arriesga en esa transformación la multiplicidad móvil de su cuerpo fílmico.

905

El cinematógrafo de los Lumière tenía la capacidad de filmar y proyectar imágenes. La primera proyección realizada con el cinematógrafo se realizó en diciembre de 1895 en París. La primera proyección que se llevó a cabo en Chile, se realizó un año después por empresa de Luis Oddó.
Hoy, las imágenes se transmiten, descomponen y recomponen en unidades binarias, son visualizadas en las pantallas que median nuestra relación cotidiana con el mundo. Hoy, las pantallas ubicuas proyectan su luz azul sobre nuestros cuerpos. Así como afuera la nieve cae sobre todo.

899

Puedo ser feliz en el horror,
puedo ser feliz en el fascismo,
puedo ser feliz contra tu cuerpo.
Contra la suavidad de tu cuerpo,
mi mejor arma, mi más querido brazo.

895

El argumento general de la discontinuidad entre representación y realidad. El argumento de la opacidad de las imágenes funciona (cuando funciona / cuando es funcional) como una verdad que apunta a la desnaturalización de las relaciones entre lenguaje y mundo: relaciones tradicionalmente entendidas como indiciales, de referencia, de correspondencia, de semejanza, de identidad. Pero no todo se reduce a eso, al vínculo del signo con su objeto.

Es cierto. El lenguaje no es el mundo. Puede muy bien no referir, ser inefectivo en su relación de continuidad con la realidad (cuando se dice –de noche–: una hoja en blanco; no se dice, por ejemplo, alguna hoja blanca), pero el lenguaje –a pesar de su trivial arbitrariedad (que dice: la relación entre significante y significado es inmotivada, convencional)–, el lenguaje cubre el mundo.

Discontinua, arbitraria, esta distancia marca otra distancia ontológica: la ausencia de correspondencia entre hecho del lenguaje y hecho del mundo (una hoja no es una hoja / blanca), pero el lenguaje es el mundo de una vez por todas, aunque no se corresponda con él (una hoja en blanco es un gran manto / blanco, una sábana blanca). El lenguaje cae lento, atajado por el aire, sobre todos los cuerpos, los envuelve: nieve / que cae blanca sobre las cosas.

El lenguaje es uno con el mundo. No se le opone. No corresponde a una realidad abstracta, otra, por la que la brutalidad de los hechos (la brutalidad policial, por ejemplo) se imponga sin mediación, como violencia pura y natural.
Lenguaje versus mundo; realidad versus representación, imagen versus referente. Son distinciones teóricas, abstractas, fundadas en intereses políticos y económicos.

892

Mientras afuera continúa la revuelta, yo busco la suavidad del cuerpo desnudo. Convencido de estar desnudo.

890

Cuando se dice –de noche–
Una hoja en blanco. No se dice
Alguna hoja blanca. Se dice

Cae la nieve blanca de noche

Sobre los cuerpos y las cosas
Que reciben los golpes
De la nieve

En el campo abierto
En el monte verde.

876

Escapábamos de la cárcel. Las circunstancias de nuestro encierro no interesan. Lo único relevante es que éramos inocentes. Un montón de niños y niñas que habían sufrido en sus cuerpos el mundo, los golpes del mundo, el abandono del mundo.
Abierta la puerta, abierto el horizonte abierto, el cielo, corrimos juntos cuesta arriba. Teníamos una pelota que pateábamos dando gritos mientras subíamos por las calles inclinadas a la falda del cerro.
Nuestras caras se encontraban de vez en cuando. Nos queríamos mucho, descubríamos en esas miradas rápidas, que ponían en riesgo nuestra fuga, una nueva forma de querernos, sin palabras, de manera libre, por la simple visión del cuerpo exacerbado.
Todos teníamos un brazo o una pierna más delgada que la otra, una pierna que sufría de alguna herida vieja, pero corríamos juntos de todas formas y los músculos -atrofiados por el encierro- se educaban en el movimiento. Estábamos ejercitando el cuerpo, estábamos sanando de a poco.

870

Tras su muerte el muerto pasa a ser parte de la familia, parte de la muta, parte / de la manada. Tras su muerte el muerto pasa a ser propiedad de la manada, pierde toda individualidad, pasa / a ser parte también de la tierra, crece en los hierbajos, se integra al cuerpo del gusano, al cuerpo de la papa y el grano.

867

Me perturba recibir el pésame de amigas y amigos, de otras personas que tienen un cariño general por mí. Pienso que aquella actitud respetuosa debería ser reservada a su familia, a sus viejos amigos. Por otro lado, comprendo que reconocen algo suyo en mí, como si ella hubiese sido a través de mí de alguna manera y yo en su cuerpo otra imagen de mí mismo, que la amistad realmente incorpora al otro en el cuerpo propio.
Entiendo ahora el duelo. Entiendo ahora que una parte de mí también ha muerto con ella y que una parte de ella vive en mí.

865

El sol que sube por el cerro. El viento que baja por su falda. Ejercen presión sobre mi cuerpo, cuando camino de vuelta, esta tarde.
Resiste al comienzo la presión el cuerpo, pero cede. Se abre cada uno de sus poros. Respira el tejido aireado, de pronto nuevo, recompuesto. Absorben el sol las papilas que experimentan el mundo. Cada agujero recibe y da, convive en el aire con las partículas de luz cálida, del viento tibio. Tocan los surcos de los pies los surcos de la goma del zapato, tocan / los surcos de la tierra, bajo el asfalto, sobre las raíces y la vida subterránea.
Consigo entrar, de vuelta a la casa. Me siento, como lo hago siempre, sobre la imagen de un cuerpo que lee.

863

Anoche soñé que tenía una hija, una hija hermosa que era a veces un perro. Dormía a los pies de la cama o iba a mí para enredarse en mis brazos y me hablaba suave y articuladamente entre gruñidos y ladridos. Y yo la amaba pues no tenía nombre o era quizás una extensión de mi verdadero nombre. Mayormente permanecíamos tirados en la cama o en el suelo al nivel de los mamíferos menores. O con el hocico sobre la hierba al nivel de los insectos. Y nos mirábamos con un amor profundo y desconocido hasta entonces para mí. Enrollado mi cuerpo, dormía mi hija en el hueco que quedaba entre mis patas, la cola y el hocico. Al mediodía había ido a la clínica a verte y caminé después hasta la casa desanimado. La gente volvía a reunirse en el hueco de la Plaza Italia entre las patas de Santiago, perro hoy viejo y amoroso como yo en mis sueños.

859

De pronto, cuando todo comienza a bajar y ejerce presión sobre mi cuerpo -hoy, como en la práctica, como en el amor, como en la amistad, vuelve a ocupar su sitio el cuerpo-, pienso. Y aquel acto, lo recibo como una bendición.

851

Es fácil ponerse sentimental, épico, simular el ceño intelectual que proyecta sus deseos en la movilización y su fuerza, referirlas al pasado o a un hipotético futuro en el que el poder es incontrarrestable. Simular / el rictus del periodista integrado que ve en el uso de la tecnología un arma contra la violencia y ratifica, de paso, la retórica cursi de los valores de la familia y la solidaridad. Ante las palabras –hoy agujereadas– solo queda poner el poco de cuerpo que resta.
P., me dijo: hoy yo me siento una delincuente más.

849

Las imágenes se registran, se superponen y exhiben de manera desordenada; se distribuyen bajo las lógicas y en los canales de las redes sociales, por un lado, y en la televisión y la radio, por otro; son reorganizadas, repetidas en loop, comentadas por periodistas y expertos; palabras se les adhieren –imágenes ruidosas, que suenan en las calles, dentro de los edificios y en las casas; imágenes ruidosas que desplegadas una tras otra, una encima de otra, le dan cuerpo al ruido y, de pronto, nieva.
Es 23 de octubre y está nevando en Chile.

847

Hoy confundí mi imagen con otro / cuerpo / disponible como la araña / Portia que pulsa / en un hilo de la tela / el ritmo de muerte de la mosca / y atrae la otra / araña cazadora / sin mosca / canibal / ciega presa de su espejo.

842

Capas de sonido. Pájaros. Gorriones, tordos, chincoles. Máquinas. Autos que cruzan el camino que de antiguo rodea el cerro. El silbido opaco del computador. Se acoplan al sonido de otras máquinas de control, otras máquinas energéticas, a la máquina suave del cuerpo / débil del animal. Yo escucho estos ruidos, cantos que se enredan en una gran madeja gris y rosa. Veo de reojo sus sombras que se proyectan acá dentro, mientras leo: sin querer asir nada, sin querer incorporar nada.

834

Hoy. La nostalgia de hacer algo hermoso. Más precisamente, la melancolía de hacer algo hermoso, sin objeto / incomprensible, enraizado al bienestar de mi cuerpo, adecuado al placer. Una suerte de tristeza por no estar haciendo –el lenguaje habla en la luz–, de no vivir sumergido en el ritmo del verso que se parece al ritmo orgánico de lo que crece y se multiplica o transforma, de manera más o menos violenta, a su propio tiempo imperceptible.
A cambio, la vida falsa, la doble vida, inútil, fuera de ritmo.

829

A la hora en que todos vuelven a sus casas
dejan otros edificios
cierran puertas para abrir otras puertas
yo me quedo
una sombra se queda
sin cuerpo, sin referencia
a ningún cuerpo.

828

Hace una semana murió David Berman. Mi tía murió hace siete semanas. Tenían la misma edad.
Tres o dos días después de su muerte (y enterarme de sus causas), escuché una entrevista realizada en junio pasado en la que hablaba de Purple Mountains, su disco próximo, la próxima gira de promoción.
En la entrevista responde a cada pregunta con sinceridad, habla de su depresión con una honestidad vergonzosa.
Al día siguiente no tengo fuerzas; aun la más superficial interacción la siento como un ataque personal que me deja abatido. P., luego, de noche, me escucha y reconforta por el chat. La honestidad es antisocial. En algunos contextos, frente a los desconocidos, a quienes no pueden verte sino como la imagen de lo otro. Me preocupa este reconocimiento tras recordar mi honestidad frente a personas que recién conozco; en relación con mi sexualidad, con mis dolores y alegrías.
Hoy desperté y leí el libro de B., –el sueño es otro libro, que nunca acaba de comenzar, interrumpido por el sol–. Me emociona su lectura. Descubro en él la expresión de una vida calma, preocupada por su cuerpo que envejece y el ambiente en el que se desenvuelve, lleno de una sabiduría tibia y silenciosa que no por eso carece de voz. Es la voz de un cuerpo que nutre y educa los cuerpos de los que ama en un mundo estragado, como este en el que vivimos.
Recuerdo haber leído sobre el trabajo que realizó Juan Downey con los yanomami, caníbales endogámicos que, al morir sus cercanos, queman sus cuerpos en una pira y comen sus cenizas, como una forma de asegurar la inmortalidad de sus seres queridos. Todo cuerpo es, entonces, un hogar (el fuego en la palabra hogar), un edificio, una villa / un montón de otros cuerpos que participan del mundo a la manera de la masa.
No sé qué quiero decir. No hay nada definitivo en estas palabras sobre la muerte o el amor por los que mueren. Está bien.

826

Hunde las manos en la hierba
Poda / remueve la tierra
Para que crezca
Más y más verde
La brizna salvaje
Cuerpo en la gaiola
Sombra del fuego sin borde.

818

Cuántas cabezas
decora una peluca

cuántos cuerpos de
cuántas mujeres une

cuánta distancia
entre cabeza y cabeza

cabeza que ama una
y cabeza amada otra.

815

¿Cuál es el mejor destino para un cuerpo?

814

Asaltar el cuerpo
arrastrarlo conmigo
escarbar un gran hoyo
con mis manos y mi hocico
que el cuerpo sea mi hueso.

811

Cuando era un cuerpo lanzado a la espesura. Cuando era un cuerpo sometido a la violencia. La fuerza del aire y el viento, del resto de los cuerpos y las cosas. Cuando sentía cada cosa, cada cuerpo y, con ellos, cada vello, cada respiro, el movimiento interno de los órganos, el sonido de la piel, estresada por la tensión o conmovida por las patas de la mosca que se posaban sobre ella.

806

Hoy el cuerpo es un ruido un ruido sin cuerpo sin fuente un río sin cauce sobre el río es un ruido otro río sin cuerpo sobre las aguas del río un río sin cuerpo un ruido de agua sin fuente o vertiente un río río abajo sobre las aguas del río.

805

Hoy el cuerpo es un ruido
un ruido sin cuerpo
sin fuente un río
sin cauce sobre el río.

Hoy el cuerpo es un ruido
otro río sin cuerpo
sobre las aguas del río.

Hoy el cuerpo es un río
sin cuerpo un ruido
de agua sin fuente
o vertiente un río
cayendo río abajo
sobre las aguas del río.

804

Hoy el cuerpo es un ruido
un ruido sin cuerpo
sin fuente un río
sin cauce sobre
las aguas del río.

803

A la altura del pecho dos puntos / capullos / yemas vegetales. Ha sido siempre para mí motivo de ternura (algo parecido a la esperanza) imaginar el silencio de la rama – la hoja – el fruto que todavía no brota. Resuena allí la rotura asignificante que es el ruido del mundo desenvolviéndose, parecido al quiebre del verso que cae en la línea posterior.
Yemas vegetales rodeadas por la maleza del vello que corona la areola. Es un sonido imaginado, un peso, también imaginado, cuando tomo entre mis manos los pectorales todavía tiernos, todavía tibios, a pesar del clima frío anterior al invierno.
Es el sonido del cuerpo entendido como pausa, como detención entre un cuerpo antiguo y un nuevo cuerpo.

799

Hoy cambiaron el curso del río. La ciclovía inundada, las casas bajo los puentes inundadas. Hoy cambiaron el curso del río. Los cuerpos inundados se tambalean por la calle.

789

Las otras familias pasan la mayor parte del día en sus casas.
Esta injusticia es palpable en la película (Aquí se construye), su manifestación es horrible, efectiva también para mostrar una manera de vida que brutaliza a partir del trabajo. En el movimiento de los cuerpos de los obreros es notorio su cansancio: las piernas que arrastran, los brazos caídos, yendo y viniendo, entre el día y la noche.

788

Como si la noche fuera un territorio, los obreros de la construcción parten tras su jornada laboral en buses y bicicletas a dormir en casas oscuras. Despiertan, todavía de noche, bañan sus cuerpos que perfuman, preparan bolsos y viandas, viajan de nuevo hacia el día.

784

De pronto un dolor profundo me presiona el pecho, rompe luego en llanto o brota.
Sobreviene el agradecimiento. Agradezco este dolor porque me recuerda que tengo un cuerpo que siente, que piensa, que sueña.

774

Terminamos de ducharnos. Es un día caluroso tras la práctica de Educación Física. Agradecemos la usual ausencia de agua caliente en los camarines. Volvemos a la larga banca sobre la que hemos dejado nuestros bolsos con la ropa del liceo público. El compañero nuevo entra tarde a la ducha. Nos espera para quitarse la ropa frente a todos. Tiene un pene grande y semierecto, pálido como el resto de su cuerpo. Con el pelo largo sobre los ojos, deja sus cosas y nos mira. De inmediato nos cubrimos al verlo y caemos sobre la banca, apresados entre el vaho que expelen los cuerpos desnudos y la pared del camarín. Por un segundo contemplamos esa revelación. Él está ahí, parado y blanco en medio del vaho, resplandeciente como un animal mítico.

773

Me quito la ropa frente al espejo y alcanzo a ver el movimiento del hombro que se acomoda para darle fuerza al omóplato y que así el pecho se abra. La camisa cae a mis pies sobre el pantalón y entro a la ducha.
Estoy a ambos lados de la cortina: bajo el agua caliente, sobre las baldosas frías. El vapor va llenando el baño, envuelve la bruma el cuerpo del viajero. Es madrugada, se avecina el invierno.

770

El cuerpo es una casa. También recuerda
Según Bretón, Yo
Es una casa embrujada.

769

Luego de acabar de afeitar esa barba rala que cada vez me parece menos mía, veo mejor las manchas que con el pasar del tiempo han marcado mi piel.
Cuando niño, a los siete u ocho años, acompañé a la mamá a visitar a un doctor que, auscultando el iris del ojo (ventana del alma), podía diagnosticar enfermedades biliares, padecimientos del páncreas y el apéndice, y curarlas con yerbajos e infusiones.
Notó el rostro manchado de la madre (por el sol, los metales presentes en el agua potable del desierto, los cambios del cuerpo tras dar a luz a una hija y dos hijos, la injusticia) y diagnosticó que yo (empequeñecido por esa mirada torva que me reducía a una metonimia de mi madre) padecería en la edad adulta de sus mismos achaques:
mal estómago coyunturas
débiles manchas
en el rostro nubes
tras las ventanas de los ojos.

768

La arquitectura del Infierno es similar a la estructura geocéntrica del Paraíso.

Cuidar de las necesidades del cuerpo.
Atender a mis deseos.
Atender a quien esté inmediatamente cerca (el prójimo / absolutamente otro).
Cuidar a quienes me quieren y a quienes quiero.

El yo es el monte Purgatorio, su octava cornisa el Paraíso Terrenal, bañado por las aguas de dos ríos, el Leteo, que hace olvidar los pecados, y el Eunoé, que reaviva el recuerdo del bien cumplido.

762

Comienza el descenso. Abajo los barcos dejan largas nubes blancas tras de sí.

Nubes, islas, ciudades del mar y del cielo.

De entre las nubes, aparece el gran cerro Coloso, interrupción del cielo.

En piedra blanca sobre la arena rojiza del desierto, los primeros mensajes al cielo.

La ciudad aparece / cuerpo dentro de una sombra, las nubes silenciosas.

Las ruedas tocan el asfalto. Se conmueve la estructura de aluminio y otros metales ligeros. Se elevan los frenos de las alas para oponer resistencia al viento.

Ponemos los pies sobre la tierra.

759

“Las metáforas nos permiten entender un dominio de la experiencia en términos de otro. Los dominios básicos de la experiencia son totalidades estructuradas y organizadas en forma de dimensiones naturales (son productos de nuestros cuerpos, nuestra interacción con el medio físico, nuestras interacciones sociales en el marco cultural que nos es propio)”.

758

“La tela de la araña está formada a la manera de la mosca, porque la araña misma es como la mosca. Ser como la mosca significa que la estructura del cuerpo de la araña ha adoptado ciertas características de la mosca, no de alguna mosca específica, sino del arquetipo de la mosca. Para decirlo de manera más precisa, el ser-como-la-mosca de la araña tiene lugar cuando su estructura corporal ha adoptado ciertos motivos de la melodía de la mosca”.

754

“El poema es el ambiguo grano consumido por los críticos. Y, a su vez, es un parásito de poemas anteriores, o contiene en su cuerpo los parásitos de esos otros poemas. Si el poema es grano para el crítico, debe antes haberse alimentado, debe haber sido caníbal de sí mismo”.

751

“Ya hemos visto esta relación en el caso de la garrapata, cuando percibe el olor del ácido butírico que expele el sudor del mamífero. Pero, para ser aún más precisos, es el órgano olfativo de la garrapata el que percibe el sudor. En consecuencia, la relación no es necesariamente entre la garrapata y el mamífero, sino entre un órgano y un olor. La garrapata no percibe al mamífero como un organismo completo, no es siquiera de su interés qué mamífero sea específicamente, mientras detecte ese olor que armoniza con su órgano olfativo.
Pareciera ser que estas relaciones no implican a ‘individuos’ per se, estos actúan como medios para conectar un órgano olfatorio con una temperatura, la tela de la araña con la línea de fuga de la mosca, melodía con ritmo. Al hacer énfasis en estas relaciones y su ontología, se abre el camino para una crítica del cuerpo como entidad individual”.

715

No es aún de día (en Chile –Brasil, Argentina, en Charlottesville, Virginia– la noche es eterna).
La policía escolta a un grupo de fascistas, heterogénea aglomeración de corpúsculos y formas, enquistados en el cuerpo de la marcha.
Es aún de noche. Dormimos con un cuerpo sobre el pecho.

713

¿Amaré el cuerpo de mi madre cuando muera? ¿Amaré entonces el mundo?

694

¿Por quién hablo, en lugar de qué entidad sin habla?
¿Qué cuerpo pasado viene a ocupar el lugar de mi cuerpo bajo la forma de una imagen?
¿Qué fantasma soy ahora que escribo lo que escribo?

690

Martes y jueves a las siete de la mañana imita el cuerpo al árbol que se enraíza en el suelo y quiere abrazar el sol.
Entre los beneficios de esta práctica matinal está la inmediata conciencia del cuerpo que durante el día persiste como memoria. Caminar o estar sentado es, entonces, una actividad llena de vida, mirar es la posibilidad de ver el horizonte estético del mundo.
Y existe también otra cuestión quizás hermosa. De alguna manera, la práctica es una extensión del sueño.

689

Mi padre no ha muerto. La familia permanece, prendida cada una de sus partes a la otra. He tenido que ser yo mismo el padre muerto. He tenido que recrear, en el edificio de este cuerpo, la familia disuelta. He debido incorporar al muerto para ser uno más de los fantasmas que rondan esta casa.

679

En la densidad más o menos espesa de los discursos diarios: saludos y despedidas, el sonido de noticiarios y conversaciones a lo lejos, el sonido que poco a poco aumenta y de a poco desaparece al cruzar la calle o doblar la esquina, los videos que se autorreproducen como un cuerpo exagerado. En medio de esa espesa y pesada densidad discursiva, el murmullo de los solitarios.

668

Es la mañana del domingo y los jardineros podan el pasto del cerro para evitar que sueñe con la hierba. Quieren impedir que se imponga sobre mi cuerpo y crezca exagerada, como en las ciudades radioactivas donde la vida humana es imposible.

663

Nadie dijo que debes ser siempre el mismo: una misma imagen acomodada a un cuerpo inalienable, el pie de un único zapato, un pie o un zapato.

645

Kazan (el traidor) –quien fue el marido de Loden entre 1968 y 1980–, responde, ante las palabras de Duras sobre la coincidencia entre sujeto biográfico y personaje, que Barbara Loden (de larga experiencia como actriz en el teatro y el cine) siempre incluía algún elemento de improvisación en su trabajo, “una sorpresa” que le otorgaba vida a su actuación.
Sin embargo Duras se refiere a otra cosa. El milagro de Wanda supera la interpretación actoral: “Ella es más auténtica en la película que en la vida”, dice, sin haber llegado a conocerla.
El milagro no parece radicar entonces en la actualización de contenidos biográficos, la fidelidad, naturalidad o realismo de la interpretación, es un asunto de “autenticidad” por el cual se hace legible, como idéntica, la relación entre el cuerpo de una mujer específica y un discurso particular sobre las mujeres.

641

La experiencia de despertar: a la vida, el presente, la historia; con el cuerpo cortado, la cabeza pesada, tras haber dormido poco y mal sobre una superficie cualquiera, parecida a una cama.
En una conversación entre Marguerite Duras y Elia Kazan en 1980 –Barbara Loden ha muerto recientemente o está por morir debido a un cáncer de mamas que se extendió hasta su hígado–, Duras manifiesta su identificación con Wanda: “Personalmente, abusando de la palabra, me siento muy cercana a ella”. Como ella, ha conocido la vida nocturna, ha frecuentado los bares y cafés que permanecen abiertos cuando todo está cerrado, ha bebido y experimentado el tiempo que se deja escapar de noche, sin otra razón que experimentar el paso del tiempo. Dice en un momento: “Conozco muy bien el alcohol, muy intensamente, como si conociera a alguien”.

639

Mi hermano me avisó por chat. ¿Te acuerdas del Chino (que danza
“buscando el punto
de muerte
de su enemigo”)?
Le dieron doce años.
Dicen que el viejo los dejó entrar a su casa (el Chino era dos hombres esa noche, dos hombres jóvenes, uno tras otro, uno la cáscara del otro), dicen que no entraron (no pudieron haber entrado) por fuerza. Que eran conocidos, que antes de entrar ya habían entrado y vuelto a entrar tantas veces. Que el viejo mismo era conocido entre la gente de la provincia.
Dicen que el viejo era homosexual y que el Chino y su amigo, conociendo que el viejo andaba con cabros jóvenes, aprovecharon de entrar, pero el Chino o su amigo no son cabros y entraron –maricas, putos, huecos, cáscaras el uno del otro– y estuvieron toda la noche y salieron con el sol, mal vestidos.
Salieron con la ropa por delante, el cuerpo diminuto para tanto muerto, sombras tras la ropa de otro hombre dicen. Que bailaron, intentaron curarse con cuidado de curarlo al viejo antes y pudieron verse y lo pasaron bien (imagino). Que llegaron a conocerse –sombra peregrina y cuerpo conocido–. Que el sol estaba saliendo y aprovecharon por fin de salir. Y salieron.

“–Usted ha supuesto que yo creo a mi adversario
cuando danzo– me dice el maestro
y niega, muy chino, y solo dice: él me hace danzar a mí”.

634

Comencé a escribir pensando que este texto (lleno de huesos y músculos), que yo en tanto que texto, tejido de nervios y carne y huesos y músculos, sería la armazón flexible que evitara la caída de los hombres-niños, pero no soy sino un cuerpo que mira y que siente y recuerda, que escribe. Solo puedo ofrecerles este oído que escribe.

633

Entre los escasos fragmentos que alcancé a escribir conservo los siguientes:

“Y el juego consiste en darle a los postes a pesar de que la noche es inminente o, por lo mismo, por tanta luz inútil, tanta luminaria y tanto camino iluminado. Sus nombres eran bíblicos: Zacarías, Saulo, Manuel, José. De alguna manera, yo soy todos ellos”.

“Ocho y media de la tarde, ni siquiera nueve. Hora del día, y era esto un consenso entre los niños perdidos para siempre el mes de junio de 1990, en que la sombra de una persona alcanzaba su mayor dimensión, especialmente en el solsticio de verano.
Saulo siempre fue el más alto de todos, lo seguían la Caty y la Olga, José, de menor edad, aún no alcanzaba un desarrollo satisfactorio, era más bien bajo. Saulo, por lo tanto, lograba abarcar una mayor extensión de terreno con su sombra. Con los brazos abiertos, se extendía calle abajo llegando al mar, o eso decía, a los mil años, cuando fuera un gigante.
El mundo no tiene sino doscientos a los once: por eso no andaban gigantes por la calle; a lo más un tipo de dos metros y tanto que habían visto por televisión: ‘¡El hombre más viejo del mundo!’ (y más alto), de una edad cercana a los ciento veinte. Desde aquí se desprendía que el ser humano (niñas y niños, todos), aproximadamente a los setenta u ochenta años de la formación del planeta, recién había proliferado. Antes, bajo la forma de animalejos diversos vagaba por los océanos. Las montañas no existían. Nunca se preocuparon de ellas. Eran un espejismo. No existe la distancia. Esto lo afirmaba Olga. José creía en cambio que el mar era lo que no existía. Una vez leyó que las ratas en transatlánticos arribaban a islas lejanas, caminaban por una crisneja, escalaban por las cadenas de las anclas, nadaban hasta un barco, partían. José decía que los marineros eran todos unas ratas; el mar, una forma especial de decir montañas (había muchas maneras de decir una misma cosa y eso lo aterraba). Las ratas venían de las montañas entonces. Él y toda su familia vivían en una ínsula. Su madre le recriminaba que leyera tanto: te vas a quedar ciego… Leer, concluyó, es malo para la vista.
Saulo, en cambio, afirmaba que era solo el sol lo que existió. ¿Y la lluvia?, a veces llueve en invierno o otoño… La lluvia no es sino otra forma del sol. El sol tiene dos formas extremas si más condensado o disperso. El sol es un círculo en el cielo y uno que baja subiendo de nuevo y para siempre. O dos anillos entrelazados, que giran. Todo el desarrollo del humano era explicado por el principio de giro perpetuo de dos anillos entrelazados.
Olga en realidad no creía en estas cosas, con el año y medio que le llevaba a Saulo tenía todo muy claro. El mundo era el mundo simplemente”.

“Y en el presente están todos muertos, perdidos sus cuerpos en algún lugar de la playa, arrastrados por los tumbos.
Ahí los veo emerger de entre el resto de los cuerpos de la fosa, entre esos brazos y torsos sin dueño, enverdecidos por el mar, el rostro de Saulo, la ropa de Zacarías, la mano que llevaba el reloj de Manuel todavía marcando el tiempo”.

“Que el planeta fuera plano o redondo, un disco flotante o cualquier otra de las teorías del resto, no fue nunca una de sus preocupaciones. La elipse que el sol dibujaba sobre el cielo como la de los astros menores o la luna; la curvatura de las nubes; el ineludible descender de los viajeros que es su ascender, recortados por el horizonte; la difícil imaginación del borde, juntura de mar y cielo; o la vez que subieron el cerro esperando ver la pared del mundo y solo descubrieron más y más cerros, otros convertidos montañas, planicies, pampas salares desierto bosques ciudades, costa, mar tomando altura y vuelta a dar con el primer hito, por el mismo camino, pasando fuera de la casa, repitiendo la ruta que soñaron. Podrían haber dicho: primera vez que emprenden aventura, primera vez sin supervisión, la primera de vuelo los padres, a no mediar la amplitud racionalista del rostro de la Olga, su ceño de inteligencia, las trenzas que disimulaban buenamente bajo un aspecto infantil, largas tardes al sol, prolongadas jornadas de observación atenta, incontables días e incontables noches de arduas evaluaciones del comportamiento de aquellos niñitos, niños que fueron sus amigos, sus enemigos, su familia; a no mediar su amor, sus casi dos años menos de juventud.
La redondez de la tierra, para Olga, la naturaleza de su acción, manifestaba su evidencia. Pudo deducir, sin mitologías, cada proceso y explicarles, de haber querido, el ineludible movimiento circular, indeterminado e infinito del mundo y sus estratos. Y más particularmente, que la sombra de una persona se alargaba tanto cuánto su relación con la orientación de la luz del sol se lo permitía y que –en un momento de su ciclo diario– la sombra coincidía con la altura exacta de sus cuerpos; que pasado el mediodía era el momento preciso para saber cuánto más crecidos estaban; que las ocho y media de la tarde durante el solsticio de verano era por completo una ilusión, un simulacro de sus futuras medidas; que incluso José podría ser más alto que todos si más cercano al crepúsculo vespertino se confrontaba con la sombra que Saulo proyectó a media tarde; que el ser humano no alcanza los mil años; que los cuerpos vuelven al mar, donde todo después se cierra”.

630

Entraron de noche a la casa del centro y salieron por la mañana.
Un vecino declaró haber visto a un hombre joven salir de la casa ese día domingo. Su vestimenta fue el primer indicio, según declaró, de que algo raro había pasado: una chaqueta negra que se notaba como dos tallas más grande.
Llamó a la puerta y nadie abrió. Llamó a la policía y descubrieron el cuerpo.

627

Lo recuerdo alrededor de una cicatriz, todo el cuerpo expandiéndose alrededor de la piel dura de una cicatriz.
El reloj en su muñeca brillaba junto al sol, cuando de arriba bajaba a la cancha a buscarlo. Ya era tarde y había que volver, encender las luces, cerrar las puertas y las ventanas.

623

Es el final de la práctica. Savasana, jugamos al cadáver. Con los ojos cerrados, el cuerpo sobre el suelo. Los estímulos externos (las cosas, los dioses, los filmes de los que el aire está lleno) no penetran, la mente se blanquea, me dejo llevar por la respiración, me someto a la deriva incolora de la somnolencia.
De pronto un deseo emerge: quiero que alguien me sostenga cuando caiga desesperado por la autoconmiseración. Comprendo que al igual que los huesos y los músculos que sostienen el cuerpo (“flexível armação que me sustenta no espacio / que não me deixa desabar como un saco vazio”) necesito desarrollar los músculos que sostengan el espíritu. Este reconocimiento me produce alegría y, muerto, sonrío.

619

En mi sueño, me dejo arrastrar por la corriente hasta no saber si es el mar el que me arrastra o mi cuerpo la fuerza que mueve las aguas.

618

Hay un montón de textos entre nosotros. Un montón de textos usados para ofrecernos productos y servicios, para promocionar las nuevas políticas públicas del nuevo público. Textos sobre los que se construye el futuro de la nación; sobre la vida y la muerte que afrontamos juntxs (con mayor o menor entereza, sin salud, sin jubilación). Textos que nos muestran abiertos y felices (ofrecido el cuerpo al cuerpo del otro) o muy tristes (porque el deseo es informe y el cuerpo siempre inadecuado). Textos en los que aceptamos la propia muerte y la muerte de esto que hay entre nosotrxs, textos donde el amor refulge, quema y nos consume.

557

Entramos. La pieza atiborrada por fotografías de su primo más pequeño, el recién nacido, el recién llegado (como yo) a esta casa.
Fantasmas privados de toda inteligencia deambulan de un lado a otro de la pieza, chocan contra las paredes, van a dar al vidrio de las ventanas como pájaros desprevenidos, se abalanzan contra nuestro cuerpo y lo azotan. Otras imágenes se desprenden y pueblan la bóveda celeste del cielorraso.
De pronto soy yo por un segundo el otro, el sobrino mayor y el sobrino más joven. Ellos son yo mismo y también el otro, en esta cercanía inmensa entre cuerpo y ojo, entre laminilla y laminilla alada, reverberantes en el cielo.

555

Las primeras fotografías tienen la calidad de un palimpsesto. Capturados uno a uno los fantasmas que del cuerpo emanan, esos filmes antes destinados a la superficie sensible de otro cuerpo, abultado de fascinación o envilecido por la envidia, han sido arrebatados por la historia.

552

Entre otras de sus maravillas y peligros, se creía que la fotografía podía arrebatarle al sujeto fotografiado la esencia misma de la vida.
De acuerdo con Balzac, todo cuerpo estaba hecho de fantasmas, múltiples filmes o láminas que a manera de hojas puestas una sobre la otra envolvían un cuerpo ligero como el aire.
A través de la técnica fotográfica, una de esas capas espectrales era capturada para la posteridad, lo que conducía a una inevitable pérdida de ser.

551

El sol marca el cuerpo de bañistas y albañiles, penetra en las hojas de las plantas, modifica el color de las cosas, funde el plástico, quema el pasto. En la capa fotosensible de la tierra se imprime la luz y el tiempo.

546

La fotografía, como imagen fija de las cosas y los seres, representó para la mentalidad del siglo XIX la realización de una utopía.
Según Oliver Wendell Holmes, el daguerrotipo hizo realidad un efímero deseo: hacer permanente lo fugaz, reflejar la realidad como un espejo, fijarla como una pintura: capturar la identidad de las cosas y los cuerpos en su “permanente, substancial verdad” (Branka Arsic. “The home of shame”. Cities without citizens, 2003).

545

Las emanaciones de las cosas penetran el organismo, lo inflaman de delirio, manía o inspiración. Un cuerpo abultado por la naturaleza y sus átomos es el cuerpo del poeta.
El aire está lleno de las cosas y los dioses.

544

A través de la luz, las imágenes que se desprenden del cuerpo de los seres y las cosas viajan hasta los órganos sensoriales.
La teoría de los eidola de Demócrito se basaba en la certeza del conocimiento sensible, en la absoluta verdad del mundo que, afuera, se ofrecía en corpúsculos brillantes, sonidos y sensaciones que se venían a imprimir en un cuerpo.

543

Más allá de mí
De mi cuerpo
Que es un gran edificio
Un campo cercado
Un país
Los grandes relieves del territorio
Que desgarran el mar

(Y cuerpo no obstante
Humano
Animal
Sonrojado por la hierba)

Corre en libertad un galgo.

538

Volamos sobre la costa, lo suficientemente alto como para imaginar la curvatura de la Tierra que se insinúa en el horizonte. Abajo la ciudad y su reflejo se pierden bajo las nubes (“cuerpo dentro de una sombra, las nubes silenciosas”).
De pronto una certeza: lo que quiero es “eso”, poder volver, tener un lugar disponible para volver.

537

Abrir los brazos y las manos, ofrecer el pecho y el rostro, ahogar el vacío del espacio personal, enarbolado como una bandera. Antes que hablar, escuchar.
Esta tarea difícil –“ponerse en el lugar del otro”– a veces me parece enojosa, como un trabajo inacabable, como castigo –el infierno: ¿Hasta cuándo debo seguir, continuar sin cambio alguno, sin salida? –.
Hoy, mediodía de un sábado de fines de enero, el asunto parece más claro. Ponerse en el lugar del otro es un estadio de un proceso complejo de desidentificación. Mucho he hablado de esto entre mis amigos, mucho he querido escribir sobre esto: ser otro.
En su alternativa ficcional, ser otro es huir (renacer), abandonar la vida de la convención por sacudirse, de paso, el habla cristalizada, el estereotipo, la imagen, el prejuicio, el odio y demás. Ser otro como salida constante.
En su alternativa práctica, política, ser otro no es huir, sino quedarse, convivir, hacerse parte y escuchar.
Derivada de esta, existiría una alternativa quizá mística: mirar el mundo con incontables ojos, ver la unidad del cuerpo como una manifestación preciosa de la especie en su medio.

530

“Y desde la ventana de mi cuarto observo, pobre alma cansada de cuerpo, muchas estrellas; muchas estrellas, nada, la nada, muchas estrellas”.
Libro del desasosiego.

529

Toco el hueso de la clavícula derecha –tras sumergirme en la playa– con los dedos índice y medio –tras humectar la piel con una crema suave y blanca– de la mano izquierda, mientras leo o pienso arrojado sobre el sillón –bello y terso– como un animal cansado, sobre su propio cuerpo.

499

Camino arriba, hacia la casa, el conserje, el portero, aquel que se ocupa de mantener limpio el edificio, el suelo donde camino, quien quiere hacerme feliz, riega el asfalto en un día caluroso. El agua baja por la calle y llega a donde estoy, cerca de la esquina.
Antes de que el agua arrastre pequeñas piedras y algunas hojas, basura y cuerpos muertos, antes de que inunde la superficie, dibuja formas que admiro, se separa, vuelve a unirse más allá, muestra el relieve del territorio.

492

El monstruo, escondido en una choza cercana a la cabaña de la familia De Lacey, los espía, todavía ignorante de su condición monstruosa. Para entonces –rechazado por Victor Frankenstein, su propio creador– sabía que su cuerpo despertaba repulsión en los otros, pero aún no se convertía en un monstruo para sí mismo.
Tras las tablas de la choza, espía la amorosa vida familiar del viejo patriarca ciego y sus hijos, Ágatha y Félix. Este último ocupa sus días en enseñarle a Safie, la joven árabe dueña de su corazón, los fundamentos del francés, su lengua materna.
A partir de estas lecciones destinadas a Safie, el monstruo, espiando por entre las tablas, adquiere una lengua; quien no sabía sino del hambre, el frío y el calor, conoce una cultura.
Este descubrimiento será su condena. Por el lenguaje, el monstruo es capaz de definirse como otro, en su diferencia específica con la vida biológica de los humanos. A través de la lectura de libros como El paraíso perdido, Las cuitas del joven Werther y Vidas paralelas de Plutarco, logra también conocer una cuestión fundamental para la novela, que en los hombres habita juntamente el bien y el mal.
El monstruo espía a la familia De Lacey por unos meses en los que crece en su pecho la esperanza de ser comprendido –más allá de su apariencia horripilante– como un ser bondadoso. En uno de los episodios más emocionantes de la novela, el monstruo, temblando por la incertidumbre, decide descubrirse frente al anciano ciego.
La primavera se acerca y un sol tibio difunde alegría, los hijos de De Lacey emprenden un largo paseo por el campo. Convencido de que el anciano no huirá frente a su aspecto repulsivo, el monstruo decide salir de su refugio y traspasar el umbral de la puerta de la cabaña. Simulando ser un viajero en busca de descanso, le cuenta al anciano su historia rogándole que interceda para obtener la protección de unos amigos que, a pesar de ser bondadosos, solo ven en él a un monstruo despreciable.
Luego se escuchan las risas y los pasos de los hijos que regresan; desesperado, el monstruo se aferra a las piernas del anciano, descubre su verdad y le suplica que lo salve y lo proteja, que no lo abandone en este momento crucial. Félix, Agatha y Safie entran en la habitación. Todo es horror, gritos y desmayos, Félix emprende contra el monstruo, lo golpea y este –que hubiese podido desmembrarlo, “como el león al antílope”– huye de regreso a la espesura de los bosques.

489

Savasana

Un montón de piedras al lado del camino es para el viajero un signo de que, antes, otro estuvo allí. Un montón de piedras no significa otra cosa: alguien anduvo por allí, allanó el camino.
Quizás bajo ese montón de piedras yazga aquel que fue amado tanto como para que ese otro, de cuerpo tenso, amontonara piedras.
En cualquier caso, ya sea para mantener alejado el cuerpo muerto de los animales carroñeros y de la imprudencia de los brutos, ya para indicar un hito en el camino, un montón de piedras va adosado al borde del planeta.

483

Caminando en medio de la gente en un día de feria tengo la sensación de que esta ropa que llevo no me pertenece. Bajo ella el cuerpo palpita: ese movimiento soy yo.

481

Savasana

Soy túmulo para mi propio cuerpo.

478

A lo lejos (aunque miro de cerca –pues para el sujeto todo es de una distancia irremontable–), se mueven las plantas, giran
los cuerpos celestes.

472

Savasana

Hoy desperté con el cuerpo pesado por la práctica de un sueño atlético / a saltos. Tras la rutina de acomodar cada coyuntura, cada hueso con su vacío elástico, comprendo:
La calma
Ser un animal vulnerable, a salvo
De su interioridad pretenciosa.

471

¿Qué se hace / qué se puede hacer entre libro y libro? El problema no es ahora la incertidumbre abierta tras finalizar “el poema”. Sin fin, la escritura es ya condena (ausencia de objeto), ya paraíso (presente puro).
Acomodar el cuerpo a una imagen, decir –frente a los otros– “soy escritor” es, en cualquier sentido, menos que ser, según el día, según la dieta, cuando no se está escribiendo.

448

Ayer me quedé dormido con la seguridad de no haber soñado nada hace mucho tiempo. Hoy desperté con la sensación de un sueño obstinado, pero no recuerdo nada más que pequeños fragmentos, cosas que caen, objetos apenas vistos tras un golpe de ojo, los restos de un naufragio (tratar de despertar).
No puedo otorgarle legibilidad a esos fragmentos, ligar cada una de esas cosas a la espera de un sentido narrable. No hay, como es sabido, nada detrás de cada uno de esos objetos fragmentados -ni el deseo de felicidad ni el miedo a perder aquello que llamamos propio-, sino una disposición inmotivada en el espacio de la memoria: el movimiento de las aguas que golpean el cuerpo y se abren para volver a reunirse más allá.
Recuerdo ciertas sentencias que nos ayudan a vivir:

“entramos y no entramos en el río pues somos y no somos” (el río);

“no solo estoy en mi cuerpo como el marinero en su nave”;

“every man is an island”;

y, también, un deseo: que vuelvan las nubes verdes a cubrir el territorio, como un (gran) “árbol solo que llega al mar”.

422

Leo en el diario la noticia sobre un dron miniaturizado capaz de polinizar una flor. Al despertar veo a los pies de la cama el cuerpo agonizante de una abeja.

413

Dilema del monomaniaco: ¿qué repetir ahora?

Volver a comenzar. Encontrar un modo de comenzar que se crea definitivo (el último comienzo que conduzca a la consecución final de la vida), que ocupe el espacio de una verdad última: la escritura de la vida nueva, la utopía del foliolo, el cuerpo abultado: el largo brazo de la semilla que abrasa el sol.

409

Foliolo, cada una de las “hojuelas de una hoja compuesta”. A partir de esta definición, habría que pensar en comunidades politizadas cuyos individuos actuaran como los foliolos de la Mimosa pudica o pensar un cuerpo (deseante) compuesto de foliolos, ligero y verde, quisquilloso.

402

La libertad se cumple necesariamente en un cuerpo futuro.

398

Escucho a una persona que dice, sentada en la mesa del lado, que las víctimas de incendio que sufren quemaduras en un gran porcentaje de su cuerpo no sienten dolor pues los terminales nerviosos de la piel se queman por completo.
No me interesa la veracidad de sus palabras. Recuerdo haber tenido un sueño en el que estábamos en el último piso de un edificio que estaba siendo devorado por un incendio: una calma hermosa nos envolvía mientras nos mirábamos a los ojos.

397

Sueño que nos bañamos en un río amplio, profundo, atardece. El agua que no vemos se divide cuando nos golpea para volver a unirse más allá, donde la noche comienza.

En el mismo río entramos y no entramos / pues somos y no somos los mismos.

Un cuerpo nunca es idéntico a sí mismo.

Hay un hombre durmiendo detrás de cada arbusto, detrás de cada cosa.

381

10 de octubre.
Otra vez el sol del amanecer me toca la cara / proyecta mi sombra sobre la pared / me da una vida clara con la cual me identifico: la calma.

La sombra es el tamaño exacto de un cuerpo.

Realizar un acto sin sentido por 40 días. El asunto, la pregunta no es por el sentido, sino por la repetición.

370

27 de septiembre.
Imaginar el mundo como una esfera en la que bulle la vida, reverbera, y en cada golpe se transforma, cambia su tono.

El cuerpo delgado, no débil (infirmus). Tenso.

368

25 de septiembre.
El rumor / el sonido / el canto dan forma a todas las cosas.

El cuenco donde la vida se acumula excesiva, lama, lodo sonoro.

La anulación en el otro. Ahora soy nada / un cuerpo sin sentido / el cuenco del mendigo, la forma de quien pide, la forma de quien comparte.

367

24 de septiembre.
Despierto llorando. No es la anulación, el anonadamiento, sino la exacerbación del cuerpo lo que se ha ido descubriendo.

Anoche, frente al espejo me vi a mí mismo con una cara que no pude reconocer, la nariz más grande, me miraba desafiante, quería imprimirme miedo, pero más bien me causó risa. Ahora es, de manera consciente, parte de mí, ese que secretamente me dirá qué hacer, mi Cyrano, mi demonio.

40 días: la afirmación del ego en su multiplicidad.

366

23 de septiembre.
Hay nuevas horas, nueva luz, espacios amplios, un mundo nuevo.

Hoy escribí casi exactamente lo mismo que ayer. El décimo día, día del hastío, de la repetición, número de la vida vieja.

A veces siento que emprender esta, como toda otra tarea, carece de sentido. Este es el mundo, “¿hay sentido en él?”

Luego de la alegría –inmensa, me atrevo a decir– caigo en este hastío, dudo de todo, de mis intenciones declaradas de benevolencia. Llego a pensar que necesito estos estados de autoconmiseración, de esta morbidez que se manifiesta contra la vida activa. Ahora mismo el cuerpo frío de las cosas me consuela. Un sentimiento persiste: la mística desaseada de la anulación, del anonadamiento, del llanto, de eso que a los ojos del mundo –que son mis propios ojos– es nada más que depresión.

Un sentimiento horripilante llega como corolario: ¿quién es esa persona?

361

15 de septiembre.
Inmediatamente después de la escritura del alba, anoto: “Los amigos insensibles parpadean en los cielos verticales, se multiplican, cerca y lejos, sus constelaciones”.

15:45. El cuerpo se revela contra la muerte.

353

día 36. El calor que el cuerpo pierde asciende para unirse con las nubes.

328

día 11. Todo me es indiferente, bajo el sol cada cosa hiere. No hay continuidad alguna entre las cosas, solo bordes, límites, líneas que dañan el paso del cuerpo.

308

El peligro alegre de perder el nombre, la palabra, por el sonido obstinado del cuerpo.

305

Un cuerpo no es un cuerpo sino cuando está fascinado.

299

Otras formas del recuerdo.
Ráfagas de placer: es el cuerpo entero que se niega a volver, que protesta contra la muerte.

272

Después R., recibe el plato y me consuelan. El dolor se disipa, las energías retornan al cuerpo cuando tras la mesa el sol despunta.

250

La fruta entra a la boca y sube lento a la memoria. La calma del verano, luego; la gentileza del sol sobre el cuerpo tras salir del mar vienen con ella.

246

Nos abrazamos con delicadeza en el momento de la despedida. Yo recuerdo un cuerpo más fornido, lleno de vida. Me sorprende ahora esta inconcordancia, esa delgadez que me obliga a tenerlo más cerca para estrecharlo. Él me abraza también con cuidado, como quien toma un objeto invaluable y teme dejarlo caer.

244

Digo o imagino que digo (a estas alturas qué importa): Tienes que ser fuerte, no dejarte morir, todos en la casa te queremos. Alejado, sin embargo, ya hace mucho.
Ahora escribo “la casa” como si un dolor, como si esa parte de mí, minúscula y densa, enquistada en el pecho, de pronto me recordara, tras hacer una mala fuerza, que el tiempo pasa, que el cuerpo nos traiciona, que vivir lejos, a veces, para algunos, es continuar huyendo de uno mismo.

242

Yo leo por las mañanas después del desayuno, tras el almuerzo mientras los otros duermen siesta, al llegar la noche cuando la familia se calma. Él me ha estado mirando con cierta distancia o curiosidad, no sé, hasta que me pregunta qué estoy leyendo. En voz alta le leo un poema que al parecer lo sorprende, me pide que le lea otro. Después de unos días hablamos y me cuenta: me gustó ese poema que dice: “Las estrellas perdidas son para ti, el frágil cuerpo de un bañista es para ti”.

237

Está el desfase que el sueño profundo imprime sobre el cuerpo.
Las noches en que el cuerpo se encuentra fuera de sitio: el milímetro excesivo que solo la piedra mágica puede limar.
También la brizna de piel que cubre la carne viva: ese necesario desfase entre la escritura y el dolor.

232

Despierto en el medio de la noche. La mitad del cuerpo frío, insensible un ojo. Un rectángulo de luz delinea la puerta del baño al frente. Sigo al brazo que confío hacia el pomo de la puerta que no alcanzo, se desplaza a la mitad inútil, que no despierta del cuerpo. Todo, la cama, la alfombra, los zapatos, un milímetro fuera de sitio.

230

Primero fueron noches incontables de un malestar tenso; en las que me levantaba de la cama con el cuerpo fuera de sitio. En la oscuridad me apresuraba hacia el baño dejando el pijama descascarado por el suelo, camino de la ducha.
“Las uvas huecas, perfumadas del jabón” me devolvían la calma y podía, entonces, caer dormido nuevamente sobre la tina, mientras el agua terminaba por lavarme los sueños.

227

Tenemos que mover la cama tras la muerte del padre, para barrer la pieza y que la vida se esparza, encuentre un lugar limpio donde brotar, luminoso donde crecer. Yo soy un niño y la madre una joven mujer a unos centímetros de su propio cuerpo. La cama es pesadísima, el día quieto. No podemos moverla, quizás lloramos de impotencia, no sé, solo recuerdo la bruma luminosa del patio inundando la pieza. De pronto la cama se mueve, es el fantasma bondadoso del padre que aligera el peso de estar solos.

214

Está la ropa de calle, con la cual nos presentamos al mundo, libre idealmente de manchas y roces, libre de la acción erosiva del cuerpo en su medio. Y está la ropa de casa, adelgazada, semitransparente y olorosa, tibia del domingo, pegada a muslos y glúteos. Esa ropa adherida, también, al sueño.
Esta es la ropa de la depresión, la soledad, de eso que llamamos descuido de uno mismo, pero también es la ropa suave del amor propio y del amor a los otros.

211

En frente y a los costados, veo tras pequeñas ventanas la actividad de lxs vecinxs que descuelgan la ropa seca de los tendederos, barren los balcones o salen a fumar, todavía en pijamas, despeinados y, supongo, con la densidad olorosa de la noche impregnada en sus barbas y cabellos, la piel pegajosa. Son los cuerpos abatidos del domingo.
Una mujer mira los maceteros de su minúsculo jardín, huele la tierra húmeda y toca las hojas de las plantas para atisbar, quizás, la vida lenta que sobrevive a la vida que vivimos, más allá de las obligaciones familiares y los vaivenes de la economía.
Los árboles roncan cuando el viento arrecia, se cierra el cielo, las ventanas se cierran.

210

El verano se obstina en mis sueños, pero estamos ya en el mes de junio.
Al despertar, esa pesada sensación de desfase que el sueño profundo imprime sobre el cuerpo.
Todo se acomoda después, todo reanuda.

206

Soñé que estábamos corriendo por la playa con el sobrino, el fantasma de la familia y otro niño, un gnomo o dulce duende de barba larga y abundante.
En la arena se escondían pequeños dinosaurios plásticos de diversos colores que el sobrino y su amigo recogían como tesoros.
El hermano luego de un rato le ordena que deje todos esos animalillos donde los encontró pues ya tiene suficientes juguetes.
El regreso a la casa es triste.
Estamos en una pieza vacía con suelo de madera, concentrados melancólicamente en la luz del sol que golpea las tablas y descubre la cremosidad del polvo en suspensión.
De pronto, por la ventana trepa el enano barbudo, deja caer de sus manos un caudal de pequeños dinosaurios plásticos que inunda las junturas de las tablas y la pieza. Nos miramos con un rostro bello y excesivo, el sol se adueña de nuestros cuerpos, descubrimos que somos parte de esa luz.

196

Le dije: entonces me vi enfrentado al mundo con nada más que mi cuerpo y un montón inútil de libros a la espalda.

194

Una libreta en el velador para cuando despierto, agobiado por el fantasma que ronda el sueño; un cuaderno sobre la mesa ratona para los fines de semana en los que me complazco de mi sola presencia dulce; otras libretas y cuadernos escondidos en los cajones a lo largo y ancho de la casa; listas de recetas que me asaltan encima de la mesada, mientras practico la gastronomía del alma y del cuerpo (para sanar desde dentro, para estirar las raíces); anotaciones sobre la consistencia de las verduras y el fulgor de la fruta; papeles tirados en pasillos de supermercados y farmacias en los que leo mi suerte; la blanca paloma de la hoja rasgada, el mural del cielo; también otras libretas y cuadernos que perdí en lugares a los que ya no soy bienvenido y está esta manta y el chaleco que tejo para protegerme del invierno, miniaturas del tapiz de Gerona en los que anoto la vida.

189

Los paréntesis, los guiones, como marcas que debieran escapar a mi conciencia, rastros de un fantasma que se entromete en las palabras, impotente, sin embargo, para arrebatarme el cuerpo.

182

¿Qué quiero decir sobre mi hermana? Sobre ser madre, ser mujer, ¿qué podría saber yo de eso? Hasta ahora he escrito el desprecio –un amor vergonzoso-, la semejanza que nos une, el odio a mí mismo. Sobre la madre cierta identificación barthesiana, homosexual.
Yo quiero hablar de la hija muerta, de despertar en el cuerpo de mi hermana, de sentir su dolor, expresarlo en palabras simples (porque amor y dolor son simples).
También quiero hablar de la meditación de la madre, ese ejercicio budista para cuando no puedes sentir nada, para cuando te sientes vacío: intentas recordar ese momento en que tu madre te amó sin reservas, te concentras en él luego, e imaginas que eres la madre del mundo y que el mundo es tu madre.

180

Soñé que volvía a nacer en el cuerpo de mi hermana. Crecí y aprendí a ser como ella. Aprendí de su dolor, de mí mismo.

161

La vida nos acostumbra a un conjunto exasperante de frivolidades, a anhelar, por ejemplo, una imagen inalcanzable, mientras el cuerpo se queda tirado en sillas y sillones, al volante de algún vehículo o perdido entre las páginas de un libro.

158

En primer lugar, ¿qué sentido tiene el brazo?, ¿el hueso cúbito, el radio, el puño, cada uno de los dedos de estas manos?, ¿la infinitud de poros e incontables cavidades, la piel que envuelve hueso y músculo?
¿Qué sentido tiene el calor que escapa del cuerpo mientras sueña?

157

El sol me roza la cara y un placer conocido estremece el cuerpo.

149

Frente a la concatenación de microacciones que dispersan la dirección única, el sentido, el ataque vertical escabulle la cronología por la búsqueda del centelleo de las semejanzas que actualizan imágenes arquetípicas. El origen aparece y colma el gesto del cuerpo del bailarín.

104

Matar definitivamente ese cuerpo que permanece como una dimensión agregada a las cosas.

Nos amamos y odiamos a través de las cosas, de los productos que consumimos. Queda entonces un montón de restos, un montón de basura a la mañana siguiente: Este es el vaso que recibió una boca, la ropa que cubrió un cuerpo, las sábanas que conservan su olor. Esta es la casa, el territorio en el que puedo reconstruir sus pasos: la manera en que un cuerpo ocupa el balcón, sobrepasado de luz, para volver a ese ámbito excesivo al que pertenece.

98

Ayer, tras largas horas frente al computador, conseguí una horrenda irritación del ojo derecho.
Recordé una vez que leía a oscuras y R., me sorprendió en mi secreto: enciende la luz y me reta, suavizado su cuerpo.

53

Voy varias veces al refrigerador. Pero no quiero nada. Apetito de escribir una novela sobre la transformación constante del deseo y sus efectos sobre el cuerpo.

52

Un sueño. Nos inventamos una ficción para abandonar la ciudad y ser felices. Almorzamos en la casa de un fascista. Estoy muy enfermo –es parte de mi personaje, aunque realmente estoy enfermo-. Así es que me quedo en la cama mientras los demás parten a perderse en la noche. Es reconfortante el contacto de mi cuerpo afiebrado y las sábanas limpias. Imagino tu presencia al borde de la cama, tu mano en mi frente para controlar que la fiebre no me arrebate del mundo. A ti te preocupa mi presencia en el mundo, lo que es agradable y me permite dormir.


42

Estamos toda la mañana con el sobrino jugando Xbox. Más bien, lo miro asesinar endriagos, destrozar los cuerpos de sus enemigos.
Por la tarde dibujamos en el patio. Yo dibujo un elefante para que él coloree. Inmediatamente insiste en que trace una X sobre el ojo visible del elefante: es para indicar que está muerto, dice.
Luego pide que dibuje una explosión. Trazo los límites de una casa, de una casa cualquiera, de esta casa por ejemplo. Y el fuego desbordando las ventanas. Me doy cuenta de que he provocado un incendio. A él no le importa. Se esmera en dibujar un hombre tirado en el suelo, sangrante, con unas equis por ojos.

La X soluciona todo el problema de la representación de la muerte.

41

Ayer, por la tarde, espío a la mamá y al sobrino por la ventana, desde el patio. Ella intenta leerle un cuento. Sé que él ama esa situación: el calor, la cercanía, la voz que se va cansando y volviéndose más baja y suave, acurrucarse allí. Leer no es importante. Leer, para él, sucede en el oído y, sobre todo, sucede en su cuerpo; se hace consciente de sus dimensiones, de su lugar en la cama al lado de la abuela.

36

En algún lugar de esta casa comienza la novela. En una ventana, en la habitación de un niño, con el sueño de un niño. Como en la ficción de Eduardo Barrios que describe –a través del enamoramiento de un niño demasiado adulto- el quiebre de la plácida imagen de la infancia que lo conduce a la muerte. Así, la novela comienza con la muerte del protagonista, en algún lugar de esta casa. O, antes, como era mi intención escribir, cuando los ruidos a medianoche lo despiertan y una mezcla de curiosidad infantil y fatalidad le obligan a mirar por la ventana, protegido tan solo por sus ojos, los ojos a manera de escudo de juguete, trincheras hechas para ser vencidas. Por un momento la cercanía con la irrealidad del sueño lo disuaden de la verdad de lo que mira. La piedra, el ladrillo, rápido se aleja de la cabeza del cuerpo tirado en el suelo. Al despertar, la lluvia cubre la ciudad. Un aluvión barrió con toda evidencia del cuerpo muerto, arrastrado hasta el mar. Después el mismo mar desaparece. La catástrofe, de alguna manera, salvó a la ciudad de aquella injuria. Desde entonces, todo comienza a morir. Cristóbal o Agustín, el niño refugiado tras los ojos, ha estado muerto toda la novela.
La novela que comienza en algún lugar de esta casa tratará de encontrar lo inexpugnable en la mirada de los niños.