Sucede con cierta regularidad que la corteza oceánica se introduce bajo la corteza continental. Estos grandes movimientos liberan magmas y fluidos hidrotermales que ascienden por fisuras y grietas; minerales líquidos incandescentes que -en su camino de subida a la superficie de la tierra- se enfrían y cristalizan. A esas formaciones verticales se les llama filones, vetas y vetillas.
Como un modo de dar cuenta de tales vetas de escritura acumulada, hice un análisis de repeticiones de palabras por cada año del diario y clasifiqué luego cada una de sus entradas con las palabras resultantes: vetas que señalan otros depósitos minerales, otras estructuras verticales que atraviesan la horizontalidad del tiempo de la escritura del diario.

VETA ☷ muerte

La franja flexible
Entre dos cuerpos
-Entre el perro y el humano
Por poner algún ejemplo-
Resiste
La fuerza que la deforma.

En otras palabras:
El paseo ondulante del perro
Encuentra la línea recta del humano.

Compañía se le llama a esta interacción
Que solo se interrumpe con la muerte.
Hoy ha muerto mi amiga
Fue hace unas semanas
Pero la muerte de alguien
Querido al menos por un tiempo
Siempre es hoy.

Hace años un amigo antes
De un largo viaje me regaló una
Figura de Pinocho un amuleto
Para mi protección.

Yo le regalé a mi amiga ese amuleto
Quizás hace un año atrás o dos.

Era la figura de Pinocho niño
No de la marioneta de madera
Sino del niño humano al cual
Se le ha otorgado su mortalidad.
En All The Beauty And The Bloodshed no hay lágrimas.
Nan Goldin en un momento filma a sus padres viejos. Leen frente a la cámara una cita de El corazón de las tinieblas de J. Conrad. Esta cita era la preferida de su hermana Barbara, quien tras vivir parte de su infancia y adolescencia en orfanatos y otras instituciones se suicidó antes de convertirse en una mujer adulta. Nan Goldin dice que la falta de un espacio en el que desenvolverse y ser aceptada detonó su muerte.
Nan Goldin no transmite tristeza. Hay algo concreto en sus palabras. Sin justificar nada, dice sobre sus padres, como si dijera una verdad simple y cotidiana:

Ellos no estaban preparados para ser padres, eso es todo.

Tal vez detrás de esta especie de sentimiento de lo irremediable brille una verdad tenue (y transformadora): para que las imágenes aparezcan, es necesario ver a lxs que están cerca.
"Las lianas en nuestra América", escribió en 1873 José Victorino Lastarria, pueden crecer en un momento, pero sus sarmientos toman "el vigor del árbol secular en que se enlazan, y viven con él una edad prodigiosa".

Los árboles -en el discurso de inauguración de la Academia de Bellas Letras- eran robustas metáforas del liberalismo político, la filosofía positiva y la lengua castellana. En el siglo XIX, las lenguas eran entendidas como plantas y árboles.

Durante el XX, las palabras llegan a ser hojas que se unen para formar ramas. También los sintagmas se conceptualizaron como estructuras de superficie a las que subyacen ramas o raíces. Del otro lado del campo (semántico), la idea del rizoma quiso derribar la estructura arbórea del conocimiento occidental y sus raicillas ("estamos cansados del árbol"; árboles y raíces "nos han hecho sufrir demasiado").

Hoy los árboles (sus raíces y relaciones simbióticas con ciertos hongos) parecen ser comprendidos como sistemas de comunicación e interconexión descentralizados similares a la imagen nodal que se tiene de internet (...).

A pesar de todo,
de todas formas, nunca

es el tronco el que produce atractivo, sino la liana, la rama, la raíz o la micorriza. Nunca / la corteza dura, sus nudos tensos, su olor ininteligible, nunca / la vida de la araña y los gusanos o el cabeceo del carpinterito.

Quizás el humanismo publicitario, que proclama que estamos todos conectados, o la idea contemporánea, casi religiosa casi paranoica, de que todo tiene sentido, algo tengan que ver con este desprecio del tronco -pues se lo da por sentado-, su cuerpo fibroso y su corteza. Otra realidad se impone con el tronco, con la copa y su presencia sombría: cuando un árbol cae o es talado, pueden morir con él especies completas de plantas y animales.

El desprecio del tronco, "el odio chileno al árbol" puede ser una actitud de ligereza ante la muerte (de los demás, de todo lo colectivo).

(Ahora bien, respecto de los hongos, valga tal vez una excepción pues con ellos la muerte -y el valor de la vida por consiguiente- cambian por completo).
Soñé que por algún motivo debía fingir mi muerte, realizar una representación de mi cuerpo muerto. Y yo llenaba un ataúd con frutas.
A veces escribo (ego) por el deseo / la ilusión de hacerle fintas a la muerte (“”) en un mundo cuya historia nos habla mayor-mente / de la destrucción de ciudades bibliotecas sus habitantes y lectores.
Como si todo estuviera en contra pero aun así yo (ego) escribe porque todo está en contra yo (ego) decide / vivir.
Pero un día cualquier en una esquina del centro la esquina de Alameda y Mac Iver fuera de la Biblioteca Nacional alrededor de una docena o dos docenas de carabineros -vestidxs de verde y negro / protegida la cabeza el pecho los hombros los brazos las piernas protegidos los pies- toman el cuerpo de una mujer lo elevan lo mueven de acá para allá lo contienen lo sostienen cuando se hace pesado y se lanza al suelo toman sus cosas su toldo su mercancía no le dan mayor importancia a la presencia de su hija y su hijo y se arma un alboroto hasta que deciden retirarse y dejan allí donde había un toldo de venta informal de ropa para perros y juguetes unas mujeres llorando.

Hay ciertas letras que se conservan a pesar del paso del tiempo ciertos ejércitos que sobreviven el paso del tiempo pero no / el ejército de las letras.
Otro deseo -pues habrá letras u otros signos- que al final de los tiempos les sobreviva unx lectorx.
En uno de los paseos diarios se nos acerca un hombre grande, de alrededor de 80 años a preguntarnos las preguntas usuales - a nosotros que paseamos diariamente.
Nos cuenta además que hace tiempo tuvo una gata que vivió muchos años. Él trabajaba en un banco, un día le llamaron para avisarle sobre la muerte de su amiga y tuvo que correr al baño a esconderse al no poder contener las lágrimas - que corrían por sus mejillas ante el asombro de los compañeros de trabajo, que no entendían por qué lloraba la muerte de un gato.
Ellos son nuestros hermanos menores, dice. Uno nunca está preparado para la muerte de un hermano.
No huelas chiquitita la muerte del pájaro caído entre los arbustos / con el cuello roto con el ojo vacío / menos / huelas tu propia muerte.

Como una montaña
Un cuerpo muerto es irremontable e inmenso

Como una montaña
Una montaña grande como un muerto

Pero un cuerpo muerto
No es más que un cuerpo muerto, escucho

Del roce de tu cuerpo vivo en el camino de arbustos.
Olive Kitteridge -interpretada por Frances McDormand- llora tres veces. Según Leonidas Morales los personajes de Roberto Bolaño lloran cuando se ven enfrentados a un límite existencial. Sucede sin embargo con aquellos personajes de novela que no podemos verlos ni escucharlos cuando lloran.
La primera vez que Olive Kitteridge llora lo hace sin poder contenerse, escondida en la oscuridad de una habitación con la cara enterrada en la almohada. Su compañero y su hijo la ven por la puerta entreabierta.
La segunda, llora frente a su hijo crecido, en medio de una discusión, sin ocultar las lágrimas, casi como un mecanismo de defensa.
La tercera ocasión, llora tras la muerte de su compañero, el padre de su hijo.
A diferencia de los otros dos llantos, este es un llanto silencioso, difícil, mudo. Un llanto que parece resolverse en suspiro.
Es el llanto que sucede en la vejez ante la muerte de aquel con quien compartió su vida, cuando la propia muerte parece una posibilidad cercana, pero se decide vivir porque el mundo aún ofrece su majestuoso desconcierto.
Es un llanto complejo, una especie de alivio a partir del dolor, tras el cual sobreviene la respiración.

The overtakelessness of those
-escribió Emily Dickinson-
Who have accomplished Death
Majestic is to me beyond
The majesties of Earth.

The soul her “Not at Home”
Inscribes upon the flesh —
And takes her fair aerial gait
Beyond the hope of touch.
Habla Audre Lorde en Los diarios del cáncer acerca de la sobrevivencia, la suya y más obvia, de la enfermedad, pero luego de la otra más general: la sobrevivencia que implica ser una mujer negra y lesbiana en EEUU. Asumir su sobrevivencia, dice, implica reconocer un hecho: “No se suponía que sobreviviéramos”: a la historia, a la sociedad.
Al mismo tiempo hipervisible e invisible, su piel, su voz, su sexualidad, la performatividad de su género fueron como para muchas su lado vulnerable y, sin embargo, fuerte; que con la mastectomía se intensificó en “esta muerte en mi pecho derecho”.
Pienso en mi mamá y también en mi tía, pienso en mi hermana y todas han perdido algo, algo supongo tan presente como la falta del pecho derecho. Pienso a partir de ellas en mí, que he perdido de otras maneras, que soy vulnerable. Recordar respetuosamente este hecho, tal vez permita recordar que vivir consiste también, a veces, en aprender a pedir ayuda y aprender a recibirla.
Caminando por una feria de Santiago -entre loza vieja, ollas, sartenes y cientos de utensilios plásticos- encontré 7 ejemplares de Tristura de Floridor Pérez. El tendero me contó que había dado con un montón de copias del mismo libro y que la gente los compraba. No quise indagar más sobre cómo los había obtenido. Floridor ha muerto hace ya más de un año, unos meses antes del inicio de la pandemia.
Recordé que un par de años atrás un amigo me envió una fotografía de unos libros que estaban siendo vendidos en una cuneta del paseo peatonal del centro de Arica, entre los cuales había un par de libros que escribí. La sorpresa, la incertidumbre sobre cómo esos libros habían llegado hasta allí se disipó cuando supe -casi de inmediato- acerca de la muerte de Rodolfo Kahn, otro poeta viejo, a quien una vez visitamos con Daniel y Rodrigo. Es la respuesta inesperada para una pregunta que nunca me había hecho: ¿dónde van a dar los libros de los poetas muertos?
Tengo unas cosas que contarte, entre ellas, mis sueños. La beatífica presencia de un niño, C., quien nos enseñó a nadar, a surfear la timidez, el sexo, el urgente deseo de ser otrx. Con calma, tibia, respetuosamente. Estábamos en la playa y el cielo caía en la forma de un tsunami. Esa era para todxs nuestra muerte más segura y más hermosa, embobadxs ante la calamidad del cielo.
Pero dijo -y obedecimos- hay que tirarse al mar, capear la ola, sumergidos girar bajo el agua en dirección contraria a la corriente. Y lo hicimos. Y contuvimos la respiración. Y cuando el mar estuvo calmo vimos uno a uno aparecer nuestros rostros como una sola cara amorosa.
Una nota antigua, que olvidé y releo. Luego de encontrarme atrapado en el tiempo largo del duelo, recuerdo ese sueño de hace unos meses (días o años, el tiempo del diario -a pesar de su cronología- es siempre el presente) en el que mi papá me buscaba para contarme sobre la muerte de su hermano. Yo le decía que su muerte era una oportunidad para celebrar su vida. Hoy -despierto- entiendo que la vida siempre es poca y toda muerte injusta para quienes continúan viviendo.
Lechuzas y fantasmas
se escriben de noche mensajes
que dicen bu! hay vida
después de la muerte
uuu, uuu! pero a esto
llaman ustedes vida?
El miedo de no encontrarnos con nuestro reflejo al levantar la cabeza o doblar la esquina hacia el edificio de metal y vidrio, confrontado con el miedo ese de no reconocer en otrx a unx semejante, señalan, primero, una relación con el hábito y, segundo, una concepción del cuerpo como unidad y, de allí, de la subjetividad por las que cuerpo y sujeto coinciden. La raíz de esos miedos está precisamente en la falta de coincidencia, la ausencia de identidad por la que no solo yo sino también lxs otrxs se disuelven o pierden peso. Esposito enfatiza que en las representaciones de la violencia originaria los humanos no se mataban por sus diferencias sino por una intolerable semejanza: “Aquellos que combaten a muerte entre sí no lo hacen a pesar de que, sino precisamente porque son hermanos”.
El peor miedo: ver en otrx tu propia desnudez.
Leo en una novela que los fantasmas no aparecen en las fotografías porque la placa no era lo suficientemente sensible para capturarlos.

Pero para algunxs, en el pasado, las fotos no hacían sino retratar fantasmas.

Para otrxs la foto era una especie de palimpsesto. Una escritura acumulativa en la que la permanencia de los rastros de escrituras borradas funcionaba como una metáfora precisa de la larga exposición temporal a la que debían someterse lxs retratadxs con los primeros mecanismos fotográficos. Walter Benjamin llegó a hablar de esos retratos como el resumen de un rostro.
Para Nadar o Balzac la foto capturaba (literalmente: atrapaba) las láminas que se desprendían de todos los cuerpos y llenaban el aire. Los aparatos fotográficos -según las supersticiones del XIX- robaban el alma, eran especies de máquinas cazafantasmas.
Alma, imagen y fantasma eran concebidos como filmes, películas, láminas, cuerpos de luz que, capa a capa, conformaban eso que llamamos el cuerpo de otrx, el cuerpo querido, deseado, odiado de otrx, cuya muerte estaba implícita en el desprendimiento cotidiano de las láminas fantasmagóricas, fílmicas, fotográficas que los constituían.
Respecto de los fantasmas, si hay algo cierto es que en el transcurso de dos siglos -que coinciden con la modernización capitalista de las sociedades occidentales- han ido desapareciendo de las fotografías.
¿Cómo serían todos esos libros, largos o breves, más o menos alejados de la estética del tiempo: de frase corta, verbo simple, autocentrados y nostálgicos; escritos en el umbral de la muerte?, ¿reafirmarán la ideología familiar, cada uno idéntico al otro, el discurso heterosexual y sus universalismos?, ¿serán legibles en serie, articulados por clase social y año?, ¿aparecerá el país, el continente, la lengua y bajo qué signos?, ¿quiénes los leerán una vez muertxs también sus herederxs?, ¿anunciarán ellos las nuevas formas de una justicia excéntrica?

994

Desde el gobierno califican de “utensilios” a las armas (revólveres automáticos, entre ellas, subametralladoras, una UZI), cascos, escudos y chalecos tácticos con el signo de Patria y Libertad que encontraron en el allanamiento de las viviendas del grupo fascista que amenazó de muerte a la fiscal Chong.
Siempre me ha llamado la atención esta confianza que la política en general (y la derecha chilena en particular) deposita en el lenguaje. Así como se dijo que el adolescente “cayó” al río, por ejemplo, no demasiadas medidas prácticas o efectivas se tomaron en el momento en que se cambió el nombre al sistema de transportes Transantiago por RED, conservando su estructura y funcionamiento.
Es una confianza adánica, casi ingenua, que haciendo uso de su palabra [de su voz de mando] quiere volver a crear el mundo.

986

Volví a soñar con un perro negro. Este perro soy yo. O, más bien, yo soy él, perro en forma humana: a quien más ama y más teme. Estaba en mis brazos, yo era un niño, él, un perro grande. Le llamaba antes, con tristeza. Iba a morir. Él y yo. Estuvimos abrazados mucho tiempo -menos que una noche, lo que dura una vida en sueños-, consolándonos mutuamente, haciendo el duelo por la muerte del otro. Luego desperté, que es otra forma de morir, en sueños.

975

Luego de hablar brevemente con mi papá, pienso que pronto debe jubilar. Vivir esa etapa transitoria. Comenzar a despojarse -entre otras cosas- del miedo ante el deterioro del cuerpo. Supongo que en algún momento aquella experiencia, que llamamos, a veces, simplemente, vida, se transforma en otra cosa. Quizás en un reconocimiento. La muerte está aquí, indisociable del cuerpo que recibe el calor del sol, el calor de otros cuerpos, la satisfacción de la comida y la bebida, el sentimiento amable de la comodidad, el placer sexual, el goce sensitivo que ofrece el viento, el olor del mar, el pasto o la primera lluvia del año. Todo aquello por lo que sonreímos, abrimos la boca, los ojos; las pupilas se dilatan, las manos se abren los brazos, extendemos la espalda, se tensan los músculos, transpiramos, se relajan; hablamos bajito o para adentro palabras amorosas. Pero luego tiembla la voz de tu padre al otro lado del teléfono, como la tuya a este extremo, y piensas que es difícil, porque nunca han sabido comunicarse de esta forma, pero lo intentan aunque no puedan el uno ni el otro decir lo que callan: es el cuerpo, su exultación, parte del miedo.

961

En el momento de abrir los grandes ojos al alba -en el sueño-, lo vi venir, surcar el horizonte, cruzar el umbral hacia el patio: un perro nuevo.
Lo vi perseguir saltamontes, escarbar la tierra, remover piedras con el hocico en busca de gusanos. La tierra era húmeda bajo las piedras y húmeda en su superficie. Nos entendíamos, yo era más bien una proyección de su deseo, sombra de perro y él, perro en camino de ser humano. Estaba yo prendido de su sombra amplia.
Continuó comiendo insectos o creciendo simplemente en su ejercicio de verdugo. Era una muerte ingenua para él, feliz para mí también, pero las vísceras, el centro tibio de los insectos no dejaba de conocer el aire tras crujir el exoesqueleto, romperse las patas o quedarse las antenas entre sus colmillos.
En un momento cosechó una cucaracha del tamaño de su pata entre las flores del jardín. Descubrió conmigo al empujar una piedra lisa, un túnel oscurísimo frente al que se detuvo. Un túnel que la luz como un líquido viscoso tardaba en llenar. Vimos la boca de ese túnel oscuro moverse como un animal fantástico, sin piernas o cabeza, sin cola ni lomo, sin deseos, una expansión pura de sí mismo. Atacarlo suponía desestabilizar el suelo que nos había mantenido por tanto tiempo en pie.

955

En contados momentos a lo largo de las más de mil páginas de la tetralogía -momentos de emoción, de abatimiento, momentos (como se dice abusando de la cursilería) de profunda tristeza-, en esos momentos, el narrador habla.
No escribe ya, habla, interpela a Aniceto, se descubre como una manifestación del personaje que, luego de vivir toda una vida (toda vida se inscribe en la historia, aunque la historia no diga nada acerca de cada una de nuestras vidas), tras todo ese tiempo, decide hablar.
Son los momentos en que reflexiona sobre su herida (social y política, existencial y física), en los que come tras padecer hambre, en los que aprende el oficio de la linotipia, en los que recuerda la muerte de María Luisa, la madre de sus tres hijos.
Debajo está la biografía de Manuel Rojas, por supuesto, indistinguible en mi experiencia de Hijo de ladrón o La oscura vida radiante, sin embargo, no es su vida vivida lo que aparece en esos momentos, sino más bien una pregunta: ¿cómo dar cuenta de la vida, que es lo único que con certeza se tiene?

953

El enemigo puede ser la intervención extranjera, el narcoterrorismo, lxs estudiantes, trabajadorxs y desempleadxs o un virus. La referencia de ese enunciado: “el enemigo”, puede variar, su contenido carece de importancia, lo importante es que este enemigo sea implacable y sea poderoso.
El enemigo es la matriz de esos discursos (de la seguridad, el orden, la normalidad, el progreso), la garantía que valida sus aseveraciones sobre lo real.

Tres puntos:

El lenguaje no está separado de la realidad. La idea del enemigo sirve como argumento para justificar ciertas acciones (la persecución, el ejercicio performático de la fuerza, el encarcelamiento, la muerte) y no otras.

El enemigo es una matriz discursiva. Sin esta figura, se pondría en riesgo su concepción del mundo.

El de la guerra sin tiempo, del enemigo perpetuo (cf. Ruth Wilson Gilmore) es un discurso históricamente situable. No es la única alternativa frente a los problemas de la sociedad, la única realidad posible.

948

Alimentado el miedo,
el enemigo avanza.
Se intensifica su marcha,
se fortalecen los cercos
intercomunales.
El enemigo cuida
la llegada de la noche.

De la guerra no sabíamos nada,
nada del enemigo sonriente,
nada del asesino amable:
la guerra era la vida
como la conocíamos y no
conocíamos sino la guerra.

En momentos en
que la gestión de
la vida se hace visible,
se revela la guerra
como estrategia sin tiempo.

Para el político para
el poeta para
el filósofo es
fácil insuflarse
de esta / retórica que
valida la violencia sin condiciones
reflota / el deseo de
un poder central
el deseo del sacrificio.

Pero ante la guerra sin tiempo
ante la violencia original
ante el cuerpo sagrado. Ante
todo este deseo por lo trágico,
aparece otra evidencia, otra
realidad: el cuerpo como cifra;
la muerte como estadística; la
política como recuento.

El enemigo carece de toda dignidad.
su maldad más grande:
desconocerse como enemigo.

929

¿Por qué una imagen debería hundirse?

Sin peso, las imágenes son sutiles, gaseosas; las palabras: cáscaras, láminas. Juntas: un aparato sagrado que olvidó el peso
de un cuerpo muerto.

Un cuerpo muerto. Pocas veces vemos un cuerpo muerto,
sino cifras, bajas, datos / políticas
de la muerte, discursos

sobre el bienestar,

que ocultan los cuerpos,

su peso / su capacidad de hundirse.

921

A la pregunta -que como el sol sale cada día y se pone- por la muerte, una respuesta provisoria: la singularidad de la vida.

916

Soñé que mi papá me iba a buscar por allá, a esos lugares donde me escondo del mundo, los amigos y la familia. Me sacó del grupo de desconocidos en el que estaba para contarme sobre la muerte de su hermano. Tenía la punta de la nariz tiznada, manchada de carbón. Mirándome a la cara se lamentaba profusamente sobre la muerte de su hermano, se frotaba el rostro, se limpiaba los ojos que lloraban. Esta fue la primera vez que lo vi llorar. Para calmarlo, le dije que O., había vivido una buena vida, que su muerte era una ocasión de celebrar su vida. Tras mis palabras, me dio la espalda y partió. Lo perseguí pues pensé que era lo correcto: ir tras de él, como él se fue tras mis palabras. Él, que me dio un lenguaje que rechacé, se iba herido por mi lenguaje nuevo. Entré a una pequeña sala de teatro o un cine destruido. Estaba sobre el escenario. Alguien lo presentó a la audiencia que esperaba su acto. Sentado, en su rodilla descansaba una guitarra gris, de cuerdas rotas. Comenzó a tocar un blues acerca de su hermano muerto. Ese fue a mis ojos el momento de su redención.

904

“La comprensión popular de la pornografía como grado cero de la representación se asienta sobre un principio sexotrascendental, que podríamos denominar ‘platonicismo espermático’, según el cual la eyaculación (y la muerte) es la única verdad (…): filmar ‘lo real’, la eyaculación, la muerte, en tiempo real, más aún, hacer coincidir ontocinemáticamente muerte y eyaculación. Lo propio de la pornografía dominante es producir la ilusión visual de la irrupción en lo real puro (…).
La hegemonía actual de la industria cultural no-pornográfica deriva de este axioma moral que hace de los órganos llamados sexuales (…) objetos extra-cinematográficos (…), cuyo valor de ‘verdad’ no puede ser absorbido por la representación y transformado en performance. Pero detrás de esta hegemonía se oculta el deseo de la industria cultural de afectar los centros tecnoorgánicos de la producción de la subjetividad (…) con la misma eficacia que lo hace la pornografía. La industria cultural es envidia del porno. La pornografía no es simplemente una industria cultural entre otras, sino más bien el paradigma de toda industria cultural. De modo particularmente límpido, la pornografía, con su circuito cerrado excitación-frustración-excitación-capital, ofrece la clave para comprender cualquier otro tipo de producción cultural postfordista”
Preciado. Testo yonqui, p. 182-183.

887

Pretender escribir fuera / de la historia; asumir la posición del sobreviviente; ofrecer un recuento doloroso de las pérdidas y las posibles ganancias es parecido a salvarse / solo, conjurar el peligro, querer ocultar la continuidad de la muerte. Pero yo / solo / puedo hablar de mis muertos. Aunque no sean los muertos que ame.

870

Tras su muerte el muerto pasa a ser parte de la familia, parte de la muta, parte / de la manada. Tras su muerte el muerto pasa a ser propiedad de la manada, pierde toda individualidad, pasa / a ser parte también de la tierra, crece en los hierbajos, se integra al cuerpo del gusano, al cuerpo de la papa y el grano.

866

La noticia de tu muerte aparece frente a mis ojos como otro vilano. Otro vilano que se suma a la vida múltiple en primavera.

847

Hoy confundí mi imagen con otro / cuerpo / disponible como la araña / Portia que pulsa / en un hilo de la tela / el ritmo de muerte de la mosca / y atrae la otra / araña cazadora / sin mosca / canibal / ciega presa de su espejo.

828

Hace una semana murió David Berman. Mi tía murió hace siete semanas. Tenían la misma edad.
Tres o dos días después de su muerte (y enterarme de sus causas), escuché una entrevista realizada en junio pasado en la que hablaba de Purple Mountains, su disco próximo, la próxima gira de promoción.
En la entrevista responde a cada pregunta con sinceridad, habla de su depresión con una honestidad vergonzosa.
Al día siguiente no tengo fuerzas; aun la más superficial interacción la siento como un ataque personal que me deja abatido. P., luego, de noche, me escucha y reconforta por el chat. La honestidad es antisocial. En algunos contextos, frente a los desconocidos, a quienes no pueden verte sino como la imagen de lo otro. Me preocupa este reconocimiento tras recordar mi honestidad frente a personas que recién conozco; en relación con mi sexualidad, con mis dolores y alegrías.
Hoy desperté y leí el libro de B., –el sueño es otro libro, que nunca acaba de comenzar, interrumpido por el sol–. Me emociona su lectura. Descubro en él la expresión de una vida calma, preocupada por su cuerpo que envejece y el ambiente en el que se desenvuelve, lleno de una sabiduría tibia y silenciosa que no por eso carece de voz. Es la voz de un cuerpo que nutre y educa los cuerpos de los que ama en un mundo estragado, como este en el que vivimos.
Recuerdo haber leído sobre el trabajo que realizó Juan Downey con los yanomami, caníbales endogámicos que, al morir sus cercanos, queman sus cuerpos en una pira y comen sus cenizas, como una forma de asegurar la inmortalidad de sus seres queridos. Todo cuerpo es, entonces, un hogar (el fuego en la palabra hogar), un edificio, una villa / un montón de otros cuerpos que participan del mundo a la manera de la masa.
No sé qué quiero decir. No hay nada definitivo en estas palabras sobre la muerte o el amor por los que mueren. Está bien.

808

Me dormí fantaseando una fantasía febril. Imaginé mi vida y mi muerte mi renacimiento entre los brazos del viento mi sexo mi afecto, el amor vegetal la tiranía del sol en otoño la flexibilidad de mis brazos, mi corteza ruda. Cuando desperté, en el diario, el cura Valente escribía sobre el libro de Rafael Rubio como si no hubiese pasado nada entre 1960 y junio de 2019, como si la historia y mis sueños no tuvieran ningún peso, ninguna sustancia.

639

Mi hermano me avisó por chat. ¿Te acuerdas del Chino (que danza
“buscando el punto
de muerte
de su enemigo”)?
Le dieron doce años.
Dicen que el viejo los dejó entrar a su casa (el Chino era dos hombres esa noche, dos hombres jóvenes, uno tras otro, uno la cáscara del otro), dicen que no entraron (no pudieron haber entrado) por fuerza. Que eran conocidos, que antes de entrar ya habían entrado y vuelto a entrar tantas veces. Que el viejo mismo era conocido entre la gente de la provincia.
Dicen que el viejo era homosexual y que el Chino y su amigo, conociendo que el viejo andaba con cabros jóvenes, aprovecharon de entrar, pero el Chino o su amigo no son cabros y entraron –maricas, putos, huecos, cáscaras el uno del otro– y estuvieron toda la noche y salieron con el sol, mal vestidos.
Salieron con la ropa por delante, el cuerpo diminuto para tanto muerto, sombras tras la ropa de otro hombre dicen. Que bailaron, intentaron curarse con cuidado de curarlo al viejo antes y pudieron verse y lo pasaron bien (imagino). Que llegaron a conocerse –sombra peregrina y cuerpo conocido–. Que el sol estaba saliendo y aprovecharon por fin de salir. Y salieron.

“–Usted ha supuesto que yo creo a mi adversario
cuando danzo– me dice el maestro
y niega, muy chino, y solo dice: él me hace danzar a mí”.

624

Su crimen (y escribo esto como si fuera la verdadera víctima) ocurrió más o menos al mismo tiempo que comencé a escribir este diario. Ninguna palabra, en ya casi seis años, hay en este diario sobre él.
Hasta hoy, cuando la noticia me golpea por fin, como la muerte de un hombre amado hace mucho.

618

Hay un montón de textos entre nosotros. Un montón de textos usados para ofrecernos productos y servicios, para promocionar las nuevas políticas públicas del nuevo público. Textos sobre los que se construye el futuro de la nación; sobre la vida y la muerte que afrontamos juntxs (con mayor o menor entereza, sin salud, sin jubilación). Textos que nos muestran abiertos y felices (ofrecido el cuerpo al cuerpo del otro) o muy tristes (porque el deseo es informe y el cuerpo siempre inadecuado). Textos en los que aceptamos la propia muerte y la muerte de esto que hay entre nosotrxs, textos donde el amor refulge, quema y nos consume.

605

Es la muerte como proceso la que permite entender la muerte propia como un retorno.
Es la muerte que participa de la vida (familiar / cotidiana / natural), la que permite entender la propia muerte como bienvenida.

604

En la naturaleza no se muere solo. En el sintoísmo el problema de la salvación individual no existe por lo que la pesadez de la muerte se esfuma. En un mundo de continuidades cíclicas, se surge y resurge, se vuelve a lo natural, al clan, a la familia.

603

Partir como parir:
El salmón que remonta el río hasta su muerte.
Ir a morir a los santuarios (práctica antigua del sintoísmo –religión nativa de Japón–) ubicados en las montañas: el lugar de donde la vida surge y resurge.

602

“La muerte como una bienvenida. Como un regreso al punto de partida, al origen” (Veneno de escorpión azul, p. 275).

600

Este saber, una obviedad: tomar conciencia de la muerte es hacerse consciente de sí mismo en tanto que mortal.

599

He leído tres veces Veneno de escorpión azul.
La primera, impaciente, con vergüenza ajena, con indignación por lo que entendí como un aprovechamiento editorial.
La segunda, a saltos, unos años después, por una motivación, digamos, académica, tratando de entender qué era aquello, ese deseo de escritura (de trabajo) que sobreviene cuando se descubre que la muerte es “algo real y no solo temible” (Barthes).
La tercera, con detalle y calma, con un saber nuevo, “golpeado” por la vida: como hermanx.

598

En el diario anotamos lo inminente –lo que amenaza con presentarse–. A veces, en la forma de lo biográfico: un reconocimiento (nuevo) de quienes somos en el presente, bajo la luz del pasado. Otras, con una nostalgia pura y triste, ideológica, por odio a la muerte y contra la vida (pues la nostalgia es la negación de la vida).

595

“Me voy de viaje. No sé cuándo. Parto de muerte” (Veneno de escorpión azul, p. 17). Y se escribe “parto” como quien dice parto de viaje, como quien dice que “nace a la muerte”.

581

Me parece mejor, sin embargo, esta respuesta alternativa. Para Matsuo Basho (1644-1694), todo ku es un jisei: todo verso / todo poema es un poema a la muerte, un poema de despedida.

=

Si la vida es transitoria, todo poema / todo acto es una despedida.

577

El jisei, que se escribía usualmente en la forma del tanka, implicaba una cierta concepción de la transitoriedad de la vida, un cierto saber sobre la muerte y su inminencia.

576

El jisei o poema de despedida fue muy popular en la tradición de la poesía japonesa. Usual entre monjes del budismo zen y samuráis, estos poemas eran escritos en el lecho de muerte o cuando la muerte ya parecía cercana. El antecedente más antiguo de un poema de despedida, según Yoel Hoffman (Japanese death poems, 1986), apareció en el primer registro de la historia del Japón, el Ko-jiki (712 d.C.), donde se relata la muerte de Yamato Takeru-no-Mikoto y su transformación en un pájaro blanco.

575

“Me dedicaré a escribir mi epitafio en los ratos libres” (Veneno de escorpión azul, p. 17). El diario de muerte, el libro de despedida: jisei-no-ku.

573

Los ensayos de Un puño de brasa, de alguna manera, en mayor o menor medida, parecen motivados por la muerte de Gonzalo Millán. Su muerte parece ser el signo que hace legible la obra. Ahora bien, desde el punto de vista de la enunciación, la muerte como signo hace también legible una imagen: la de quien escribe mostrándose más o menos cercano al muerto.
Hay un signo-disparador (que ilumina un conjunto de libros): la muerte; y hay también un ethos, una presentación de sí: la imagen del ensayista como testigo. Un testigo que con su testimonio quiere hacernos a nosotros testigos indirectos de su cercanía, de su sinceridad.

572

“Gonzalo buscaba algo, por eso repetía, por eso coleccionaba. Quizá nunca lo encontró, y nosotros, yo en este caso, no sé muy bien qué era, tal vez era solo salvarse o curarse de una obsesión. Tomó al fin la oportunidad de confrontarse con el umbral vida/muerte. Se le hizo corto el tiempo, pero le opuso palabras, las palabras de Veneno de escorpión azul. Quizá solo buscaba hacer una llamada, como esa llamada que esperaba Marilyn Monroe en el poema de Ernesto Cardenal. Acaso por eso, al revés, en alguna tarjeta del Archivo Zonaglo, hay anotados números telefónicos de personas que quizá aún esperan la llamada de Gonzalo, ese umbral o abismo ante el cual nos detenemos” (Walter Hoefler, p. 72).

Santa Águeda
“sueña que está desnuda
palpándose los pechos y buscando algo,
algo duro como un botón o un hueso”.


“La conjunción de ambos textos [‘El presagio’ y ‘A story about the body’ de Claro/oscuro] sugiere sin sombra de duda la amenaza de un tumor cancerígeno, que sin embargo no se nombra: primero como presagio y luego como causa médica de una amputación de ambos pechos. Este motivo adquiere una resonancia diferente para quienes sabemos que Gonzalo Millán moriría de cáncer algunos años después de publicar estos poemas” (Pérez, p. 139).

571

Me llama la atención antes que todo, una actitud que parece transversal al conjunto: la muerte de Millán. Sin embargo, ninguno de los ensayos de Un puño de brasa trata en particular sobre Veneno de escorpión azul, sino que abundan en la compleja dinámica de la despersonalización de su escritura. Creo, no obstante, que el diario está presente, muy presente, en cierto deseo de los autores de manifestar una relación personal con el muerto.

570

Me invitaron a participar de una conversación en torno a un conjunto de ensayos sobre la obra de Gonzalo Millán (Un puño de brasa. Santiago de Chile: Virus, 2017). Agradezco la invitación pues me permite leer nuevamente Veneno de escorpión azul, su diario de muerte, el libro de despedida, el jisei-no-ku.

566

Esta manera (casi trágica) de comenzar podría ser un género en sí misma: el relato cursi del poeta sobreviviente que ante la muerte individual rememora la amistad con el difunto, la muerte del lazo social o la injusticia de un mundo en que, también, “la poesía ha muerto".

565

Tuve dos encuentros con Gonzalo Millán o más propiamente uno.
En el auditorio Rolando Mellafe de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile, quizás en el año 2004, asistí a una lectura pública de poesía, seguramente propiciada por la profesora Soledad Bianchi, en la que Millán leyó en solitario.
El auditorio estaba relativamente lleno y relativamente sombrío, era un día brumoso de invierno en Santiago. Me impresionó su manera de fumar un cigarrillo tras de otro: “No un hombre, ¡una nube en pantalones!”.
En el año 2006, unas semanas después de su muerte, me invitaron a participar en calidad de joven poeta en el Congreso de Poesía de la Universidad de Chile. En esa oportunidad, otros de los invitados recitó un hermoso poema luctuoso en su memoria, frente a un auditorio conmovido.

564

"Diario de vida / Diario de muerte
Hechos consumados / Desechos consumados
El día a día. Células grandes
En el umbral de la muerte / Cerca del fin
Poemas a la muerte / Poemas de despedida de la vida
Jisei
Adiós al pasado
Testamento / Preparación para el viaje”
Gonzalo Millán

536

Agua de la Gloria, 1 de octubre, 1961. Interesante entrada del Diario. Transita desde la descripción “literaria”, digamos, del campo, las flores, las aves, gallinas y gallos de la pasión, a la descripción pormenorizada y “científica” del moscardón, “reina” tal vez “de los abejorros”, y su vida íntima en la colmena, con precisión describe su trabajo, preparando la vida futura de la colonia y su muerte en los inviernos.
De la literatura al ensayo, concluye este último segmento con una referencia a la edición del 21 de diciembre de 1958 de The Observer.

515

El sobrino expresa uno de sus deseos mientras vamos rumbo al cine: que el mundo sea un videojuego, una animación o un comic.
Luego de enumerar las “ventajas” de que la vida se someta a las reglas de este tipo de ficciones en las que la muerte no existe, alcanza una verdad emocionante por lo político: si la vida fuera un videojuego, el mundo no sería del todo bueno porque siempre habría un perdedor, alguien que no tendría otra opción que ser el malo.
Coincidimos, una vida sin redención no vale la pena ser vivida.

514

Gran parte de las conversaciones en esta casa giran alrededor de las enfermedades de mis abuelos, tíos y demás parientes, sus tratos más o menos ingratos con los doctores, los necesarios cambios en las dietas y sus regímenes de ejercicios, los remedios, naturales y artificiales, farmacias y hospitales.
Cuando pienso que el asunto se trata de aceptar la muerte, científicos y curanderos hacen todo lo posible por alargar la vida.

512

Más allá de los cerros o más allá de las boyas en la playa. Esos lugares, vedados para los niños, representaron todo nuestro deseo: desafiar a los padres, jugar con la muerte.
Esos juegos infantiles ahora vienen a representar otro deseo: aprender a morir. Todo porque la muerte nos hace menos arrogantes, nos permite amar sin condiciones, escribir sin metafísica, trabajar por hoy y para hoy.

506

Entre la publicación de Perro del amor en 1970 y Fábulas ocultas pasaron 36 años. En este tiempo Oliver Welden junto a Alicia Galaz dieron vida a la revista Tebaida en Arica, donde Galaz dictó clases de literatura. Luego del 11 de septiembre del 73, se autoexiliaron en Estados Unidos.
Durante esas tres décadas, Alicia Galaz prosiguió su carrera académica, publicó Oficio de mudanza y Señas distantes de lo preferido, también sus trabajos sobre Góngora y Gabriela Mistral y fue incluida en alguna antología de poetas latinoamericanas, mientras Oliver Welden, sentado a la sombra amplia de ese árbol pequeño, se mantuvo en silencio, como buen perro, como paisano.
Perro del amor es un libro profundamente erótico, de un deseo activo y robusto, abultado como la primavera, hecho desde la pura fascinación. Perro del amor es hermano del primer libro de Galaz, Jaula gruesa para el animal hembra. En ambos libros, alejado de la posesión, el sexo no está sublimado por alguna idea del amor como bien superior, a lo sumo, se vive en su reverso como compañerismo, pero, en términos más simples, como animalidad en la figura del “amor desatado”, en la figura del animal hembra que vive su sexualidad, poderosa y política, como diferencia.
Fábulas ocultas, por otra parte, publicado tres años después de la muerte de Alicia Galaz, es también un libro lleno de erotismo. Son poemas, sin embargo, de un “amor oscuro”, del amor a una mujer muerta, poemas sobre la persistencia del deseo sexual tras la muerte de quien se ama.
Después vinieron Oscura palabra y The Sweden Poems, un total de 60 textos publicados en 2010 y 2014, respectivamente. Pareciera ser que tras la muerte de Alicia Galaz algo se desató en Welden, algo se abrió, algo brotó tras 36 años de silencio. Sin embargo, según sus propias palabras, durante esos años en los que perdió “el afán de publicar”, nunca dejó de escribir, pues, aunque se quiera, “no se puede dejar de escribir”.
Es inevitable, para mí, imaginar a Oliver Welden como un hombre viejo, montado sobre la circunferencia de su estómago, que ocupa toda la vida que le resta en escribir estos últimos tres libros.
Esta es una imagen con la que me identifico, una imagen que me complace, el horizonte que digo será mi futuro: escribir y amar como un anciano, con toda la vida que me resta.

502

El brote no tiene por qué decir
aquello que no dice
nombrar el pájaro tras el salto del peciolo
a la vida y a la muerte.

494

Dos tipos de escritura según su destinatario.
Una escritura a modo de advertencia, como consuelo, que tiene por objeto decir no estás solo, para ese que fui.
Otra dirigida a mi yo futuro, que dice: no hay nada definitivo excepto la muerte, una vez cerrado el libro.

488

Savasana

Recordé una calle inclinada en medio del desierto
o rodeada de cerros.
Recordé o imaginé
contra el cielo azul los pájaros negros que rondaban la cancha de tierra.
Luego el volantín negro
de bolsas de basura negra que los niños persiguen
porque, a veces, si el tiempo es favorable
la muerte es también un juego.

437

Luis Oyarzún anotó en su diario: “Pues la verdad es que el hombre siempre deseará su propia muerte, confesándoselo o no a sí mismo, mientras no regrese al paraíso, pues fuera del paraíso, que es, al fin y al cabo, nuestro único lugar natural –nuestra verdadera patria, pues allí fuimos creados–, siempre nos sentiremos insatisfechos, angustiados, extranjeros. Todo goce, si no es un pris-aller, un placer que se extingue apenas saboreado, no es sino el reflejo o la esperanza de la vida paradisíaca, lo que Bergson en una página admirable llama alegría”.

405

Hoy. Paro nacional por una muerte digna.

362

19 de septiembre.
Soñé que había dormido la vida entera. En el momento de mi muerte, un atisbo de algo que supe real me cubrió, invitándome al sueño placentero en el que me sentí más vivo, incorporado al fin.

Tras el sueño vino un sueño más profundo, en el que pude dormir “sobre ambas orejas”.

“Aquí yace el poeta Hiponax. Si eres malvado, no te aproximes a su tumba. Si eres honesto y vienes de un lugar virtuoso, no temas, siéntate; y, si quieres, duerme”.

Esta mañana he escrito algo que debiera ser una observación más o menos desapasionada del alba. Anoto luego de una asociación que me atraviesa los ojos: “Entonces lloro”. Vuelvo a leer esta nota a las 17:14 horas y no logro comprenderla.

361

15 de septiembre.
Inmediatamente después de la escritura del alba, anoto: “Los amigos insensibles parpadean en los cielos verticales, se multiplican, cerca y lejos, sus constelaciones”.

15:45. El cuerpo se revela contra la muerte.

336

día 19. Las grúas (de los edificios futuros, de vidas y muertes futuras) marcan el tiempo y el espacio, indican el cielo y la tierra.

299

Otras formas del recuerdo.
Ráfagas de placer: es el cuerpo entero que se niega a volver, que protesta contra la muerte.

276

El decorado en las fotos de estudio de fines del XIX.
Veo el retrato de unos hombres sentados sobre esplendorosas sillas en lo que parece ser, a primera vista, un jardín interior (un invernadero). Ramos de flores, guirnaldas decoran las paredes; se entrometen, en medio de sus piernas, maceteros: helechos, diferentes variedades de quiscos, la Mimosa pudica.
No existe naturalidad alguna en esa escena, tampoco en los rostros saturados por la exposición. De ahí cierta distancia, pero la delicadeza de situar, azarosa o estratégicamente, por motivos del más estereotipado convencionalismo o por un derroche de creatividad, esos maceteros sobre el suelo del estudio, al centro de la foto…, como si el carácter mortuorio de tales fotografías no viniera de las vidas para siempre perdidas, sino del énfasis en la dimensión vegetal de la muerte.

262

Como el inmortal que finge su muerte. “Delicadeza pura: aparentar estar muerto para no impresionar, herir, desconcertar a los que mueren” (Roland Barthes).

235

Metáforas de la vida cotidiana, catacresis en las que la muerte nos muestra su verdad: pomo de la puerta, saponina, el jabón y las manzanas.

227

Tenemos que mover la cama tras la muerte del padre, para barrer la pieza y que la vida se esparza, encuentre un lugar limpio donde brotar, luminoso donde crecer. Yo soy un niño y la madre una joven mujer a unos centímetros de su propio cuerpo. La cama es pesadísima, el día quieto. No podemos moverla, quizás lloramos de impotencia, no sé, solo recuerdo la bruma luminosa del patio inundando la pieza. De pronto la cama se mueve, es el fantasma bondadoso del padre que aligera el peso de estar solos.

181

¿Cómo se me acabará la vida? A ratos cierta ansiedad por que llegue el instante de la muerte. La pregunta por el cuándo es irrelevante. Me interesa el “cómo”, su “forma”.
Una estética del momento de la muerte.

176

Frente al diario, lo ya escrito es trivial en relación con lo que queda por escribir. Toda la cuestión se trata entonces de adelantarse a la muerte.

168

Un mundo de caricatura, que no pareciera tener consecuencias, en el que la muerte no existe. ¿Acaso ese hecho no lo hace un mundo más eficaz para retratar una historia de abuso y violencia? Pues, al no existir consecuencias, la manera propia de ser es a través de la violencia: la subjetivación es violencia. ¿No parece, acaso, ese mundo en el que la muerte no existe, más horrible y más fiel?
Solo un punto es el nombre de una revista que el Andino Profundo y el Amigo Talentoso, frente a este clima de violencia naturalizada, deciden editar en venganza de los opresores. En algún sentido es una venganza luctuosa, una venganza que para deshacerse de la violencia debe restablecer la muerte. Afrontar las consecuencias es el precio a pagar para atreverse a ser libres.

167

“Los personajes del cine mudo son básicamente como los personajes de los dibujos animados: no conocen la muerte, ni siquiera conocen la sexualidad, ignoran el sufrimiento (…) como los gatos y los ratones en los dibujos animados que al ser despedazados se regeneran. Aquí no existe la finitud o la mortalidad”. Slavoj Žižek.

166

Por supuesto, el Andino Profundo resucita sobre la camilla de la enfermería del colegio, una vez que su muerte ha sido confirmada.

165

“Las animaciones, hechas a mano o generadas por computadora, recurren con frecuencia a perspectivas complicadas o directamente imposibles para una cámara de cine: por ejemplo, la vista de una bala disparada desde un revólver. Así, los dibujos animados reclaman una ubicuidad del punto de vista que el cine, su competidor, no posee, lo que colabora con la retórica de la exageración de las animaciones. Las animaciones o películas de dibujos animados son un género que no puede reproducir verdaderamente la muerte, ya que en ellas todo es reversible”. Harun Farocki.

164

En un episodio de Solo un punto, novela del narrador peruano Julio Meza Díaz, un personaje resulta muerto a puntapiés.
El Andino Profundo es uno de los parias de un colegio regido por los más largos brazos del fascismo europeo en medio de una Lima noventera en la que todos pueden ser acusados de cholos y, por lo tanto, de terroristas. El Andino Profundo es golpeado hasta la muerte por ser cholo.

162

Testimonios de la operación Cóndor. Es, para nosotros, obvio que la relación entre una fotografía y su referente no es transparente.
Primera impresión: un uso pobre, ingenuo de la imagen. El uso de las imágenes de archivo en Pedro Chaskel está fundado en la confianza en la foto como prueba de facticidad. El sentido determinante de estas imágenes estaría en el decir que lo representado ocurrió, por lo tanto, la verdad de la fotografía es innegable.
¿Por qué, si todos tenemos este saber sobre las imágenes, se decidió en la película volver sobre este uso sin ponerlo en duda, sin desestabilizarlo?
Participarían tales imágenes de una especial construcción del tiempo: lo imprescriptible. La atemporalidad jurídica que hace al criminal contemporáneo de su crimen hasta el momento de su muerte.
Lo imprescriptible inaugura además la identidad entre testigo y víctima. En la figura del sobreviviente la autoridad del testigo se refuerza con la cualidad de víctima: la experiencia narrada del sobreviviente es, asimismo, innegable.
El registro del testimonio innegable del sobreviviente a través de la fotografía convierte al espectador en un testigo del testigo, en vicarious witness.

96

Comienzo a escribir: llegué a los 30 años entristecido y mutilado, sin más esperanza que la de una muerte justa…

95

Gómez Rojas pidió un libro para sobrellevar su tiempo en la cárcel y murió quizás sin llegar a tocar otro más que el libro que estaba escribiendo, Ricardo Ahumada llevaba un libro en su bolsillo cuando le dispararon desde el edificio de la DC y Juan Pablo Jiménez un montón de hojas. ¿Qué cargaremos, amigxs, en el momento de nuestra muerte?

68

Hemos pensado en unas entrevistas. El único requisito para los entrevistados es no dejar de mirar a la cámara. Por ningún motivo dejar de mirar a la cámara, so pena de muerte.


56

En La Tercera –el pasado sábado- publicaron un reportaje con un perfil de los asesinos. De uno de ellos se dejaba entender que era un “homosexual reprimido”.
Ayer –luego de 25 días de agonía- murió Daniel. La muerte, su relato, el crimen, todo obedece a un flagrante desprestigio del amor.

42

Estamos toda la mañana con el sobrino jugando Xbox. Más bien, lo miro asesinar endriagos, destrozar los cuerpos de sus enemigos.
Por la tarde dibujamos en el patio. Yo dibujo un elefante para que él coloree. Inmediatamente insiste en que trace una X sobre el ojo visible del elefante: es para indicar que está muerto, dice.
Luego pide que dibuje una explosión. Trazo los límites de una casa, de una casa cualquiera, de esta casa por ejemplo. Y el fuego desbordando las ventanas. Me doy cuenta de que he provocado un incendio. A él no le importa. Se esmera en dibujar un hombre tirado en el suelo, sangrante, con unas equis por ojos.

La X soluciona todo el problema de la representación de la muerte.

39

Estas notas podrían, por otro lado, significar el trabajo de una vida, de mi vida y de “mi” muerte; no hay exageración en estas palabras.

36

En algún lugar de esta casa comienza la novela. En una ventana, en la habitación de un niño, con el sueño de un niño. Como en la ficción de Eduardo Barrios que describe –a través del enamoramiento de un niño demasiado adulto- el quiebre de la plácida imagen de la infancia que lo conduce a la muerte. Así, la novela comienza con la muerte del protagonista, en algún lugar de esta casa. O, antes, como era mi intención escribir, cuando los ruidos a medianoche lo despiertan y una mezcla de curiosidad infantil y fatalidad le obligan a mirar por la ventana, protegido tan solo por sus ojos, los ojos a manera de escudo de juguete, trincheras hechas para ser vencidas. Por un momento la cercanía con la irrealidad del sueño lo disuaden de la verdad de lo que mira. La piedra, el ladrillo, rápido se aleja de la cabeza del cuerpo tirado en el suelo. Al despertar, la lluvia cubre la ciudad. Un aluvión barrió con toda evidencia del cuerpo muerto, arrastrado hasta el mar. Después el mismo mar desaparece. La catástrofe, de alguna manera, salvó a la ciudad de aquella injuria. Desde entonces, todo comienza a morir. Cristóbal o Agustín, el niño refugiado tras los ojos, ha estado muerto toda la novela.
La novela que comienza en algún lugar de esta casa tratará de encontrar lo inexpugnable en la mirada de los niños.

28

Hay fórmulas, secretos, palabras necesarias. La relación de identidad como recurso majadero. Debo comparar, por ejemplo, los días que cuenta un preso para salir de la cárcel con los días que faltan para nuestro reencuentro. Lo mismo resaltar tus cualidades en la semejanza con cosas "excelsas" o materias "puras" de la existencia. Como en Perceval, que al ver la sangre del cisne sobre la nieve recuerda las mejillas de su amada. Esa palidez también tiene que ver con la muerte y, allí, Eurídice y Orfeo, la ficción llamada Poe, Macedonio Fernández.
El principio de semejanza –como es y ha sido siempre- abre el paso, el camino a la representación.