Nuestro importante derecho de vivir en este maldito país. Carmen Berenguer
La libertad para
Explotar
– Con independencia
De credo etnia
O color de piel –
A mis hermanas
Y hermanos.
La libertad para
Decir
– Con independencia
De los golpes
Que la historia asesta –
Lo que quiera acerca
De los desplazados
Y los débiles.
Todo el bien para mí
Y nada más pido.
Para mí y mis descendientes
El aire más puro
El cielo más claro
Para mí y mis semejantes.
Hablamos de la muerte a estas alturas
De la noche la noche dinámica
Que descansa su peso en cada rama
Gira en el cielo entre todas las cosas:
En obstinados ojos en el cielo
Ondulado en los dolorosos ojos.
Hijo oscuro es esta noche arrojada
En brazos de todas las cosas.
A estas alturas de la noche hablamos
De la muerte –
Tierra negra donde crece
Hecha de sombras
La flor del crisantemo.
Las manos mueven las nubes
No son los ojos. Son las manos
Las que les dan forma
De cúmulo y estrato de gran
Ciudad a lo lejos. Forma incluso
De mano abierta de párpado de
Abrazo. Recuerdo esto hoy que
Blancas huestes se enfrentan
En el cielo. Hoy que animales
De cuerpo caliente huyen
De la piedra labrada la punta
Filosa de la flecha o el proyectil
Que rasga el azul del cielo.
No son los ojos.
Son las manos deseosas
Las que dan forma a las nubes.
Las mullidas manos de un bruto
Que aún no sabe mucho del dolor.
Una mariposa llega a la ventana. Se deja ver por un segundo y vuela.
Las aves del cielo e insectos voladores como mariposas y chinitas (vaquitas de San Antonio, catarinas) son recibidas con alegría o asombro pues se las considera como portadoras de mensajes, usualmente prósperos, si llegan a ingresar a nuestro espacio cotidiano, la sala donde leemos, la pieza en la que descansamos o la mesa donde nos sentamos.
Ahora bien, una corneja volando a la izquierda en dirección contraria a tu camino puede ser signo de los más grandes pesares, de los peores augurios. Es la imagen del exilio en el Cantar de Mio Cid, por ejemplo.
En algún poema de Louise Glück los pájaros son visitantes burlescos, en Hearth of a dog de Laurie Anderson, las águilas que sobrevuelan el pequeño cuerpo blanco de su rat terrier son el recordatorio -en el mundo post 9/11- de que el peligro "puede venir desde arriba".
Por supuesto son todas supersticiones. Productos de la capacidad humana de fabular.
Aves del cielo e insectos voladores a veces se encuentran, para pesar de los insectos, quienes se convierten en presa, en épocas de escasez.
Algunas palabras adquieren un sentido preciso y urgente en la boca de ciertas personas.
La palabra hambre, por ejemplo, que no llena la boca de nadie que la pronuncie honestamente.
Las metáforas –aunque idénticas- difieren si pastan en uno u otro campo.
En “Idea de la lingüística” de F. S. Astaburuaga, se dice de la
Gramática comparada de Bopp, que es una "guía luminosa para echarse en el campo de la investigación y clasificación del habla humana".
La investigación del habla humana es un campo / verde en el que el sujeto se tiende calma, bucólicamente a mirar el cielo.
En
Stone Butch Blues de L. Feinberg, ellx niñx en su vagabundaje infantil da con un campo en el que retoza y se revuelca bajo el cielo
azul
como un
crayón
azul.
En ese momento, humedecida la espalda, siente el abrazo de la naturaleza que no encuentra ninguna falta que reprocharle.
Quizás, en lugar de pensar en elegir entre una u otra, el asunto se trate simplemente de una disposición ante las imágenes pues, si el lenguaje es un camino, las ideas de destino o paisaje son determinadas por el deseo.
Como un cuerpo que se deja
Caer sobre la caja de un texto /
Y entre líneas descubre
El peso de cada letra
(En el fondo del ojo acuoso /
Espejo del cielo).
Todo esto hago / esto sueño
A pesar de todo.
Un arcabuz, Orlando,
Es la letra lanzada
Al mar profundo.
De pronto nos asalta una imagen
Sueños se superponen a otras
Imágenes y sueños:
Luego de un día lluvioso
Tras un año seco
Animales beben del charco
Un pedazo de cielo.
Una gaviota sobrevuela
La superficie del mar
De Antofagasta
Se eleva su sombra con
La sombra de la ola
Que de lejos parece
Un reflejo más del cielo
Espuma de la playa
Las nubes blancas
Sombra de nieve
(Sobre el campo-
Santo sobre el macro-
Campamento).
Leo bajo el sol y conmigo lee la perra los mensajes de la hierba, la lengua de los chincoles y las raras, no poco frecuentes en el litoral, el ruido de sirenas y bocinas lejanas transportado por el viento. Todo se confunde entre briznas polen y semillas que abren surcos en la materia del aire. De la boca de la a, de la abierta boca de la u que aúlla al cielo, escucho el sonido de las hojas, el sol entre las hojas, su sombra sobre la hierba.
Tengo unas cosas que contarte, entre ellas, mis sueños. La beatífica presencia de un niño, C., quien nos enseñó a nadar, a surfear la timidez, el sexo, el urgente deseo de ser otrx. Con calma, tibia, respetuosamente. Estábamos en la playa y el cielo caía en la forma de un tsunami. Esa era para todxs nuestra muerte más segura y más hermosa, embobadxs ante la calamidad del cielo.
Pero dijo -y obedecimos- hay que tirarse al mar, capear la ola, sumergidos girar bajo el agua en dirección contraria a la corriente. Y lo hicimos. Y contuvimos la respiración. Y cuando el mar estuvo calmo vimos uno a uno aparecer nuestros rostros como una sola cara amorosa.
Me acuesto a mirar el cielo el tiempo que demoran las nubes en dispersarse.
Cuánto tiempo es ese tiempo no importa. Es el tiempo del presente, que dura lo que dura.
el cielo se vierte en el jarro oscuro
de agua como en el charco donde un pez
blanco vuela.
Los grandes movimientos armoniosos. Las pequeñas fugas violentas. Un hueso se rompe. Una rama. La convulsión de un cuerpo. Las nubes avanzan en el cielo. El mar se eleva y desciende. La Tierra es atraída por la gravedad inmensa. Del sol que curva el tiempo y el espacio. Y no hay dolor. No hay angustia.
La ciudad, no existe ningún lugar en la Tierra para quien la busque. Está bosquejada en los cielos, como un patrón para quien quiera verla. Para que, al verla, encuentre la ciudad en su interior.
Escapábamos de la cárcel. Las circunstancias de nuestro encierro no interesan. Lo único relevante es que éramos inocentes. Un montón de niños y niñas que habían sufrido en sus cuerpos el mundo, los golpes del mundo, el abandono del mundo.
Abierta la puerta, abierto el horizonte abierto, el cielo, corrimos juntos cuesta arriba. Teníamos una pelota que pateábamos dando gritos mientras subíamos por las calles inclinadas a la falda del cerro.
Nuestras caras se encontraban de vez en cuando. Nos queríamos mucho, descubríamos en esas miradas rápidas, que ponían en riesgo nuestra fuga, una nueva forma de querernos, sin palabras, de manera libre, por la simple visión del cuerpo exacerbado.
Todos teníamos un brazo o una pierna más delgada que la otra, una pierna que sufría de alguna herida vieja, pero corríamos juntos de todas formas y los músculos -atrofiados por el encierro- se educaban en el movimiento. Estábamos ejercitando el cuerpo, estábamos sanando de a poco.
El ruido del helicóptero me obliga a elevar los ojos al cielo. Una bandada de palomas traza su vuelo elíptico entre las azoteas de los edificios.
allá. cuando hubo un mar. en lo alto. colmado. por lágrimas grandes. de grandes. animales. impresionados. en los cielos. blancos. animales esta tarde. acá. cuando abajo vuelven. a correr la pampa. abierta. oscuros. animales. de dorados lomos. visitan. a veces. ciudades. cercanas. y los vientos fríos. esta tarde corren. el sol. tibio intenta. domarlos. pero llueve.
Veo capas
alineadas
con la línea
del ojo
las hojas
del plátano
oriental
sus frutos
y vilanos
un brote
de nubes
en el cielo
veo líneas
sobre un plano
luminoso
cuando
todo pasa
de inmediato
inadvertido.
El humo sale del tubo de escape vertical. Se aleja el bus. Deja atrás la negra nube de humo. Suspendida ante el horizonte. Dibuja en el cielo su propia forma inmóvil. Todo pende del grafito del humo. El tubo del que escapa. Bus y horizonte. De su forma vertical. Amigo del viento. Bandera del mundo.
Entre tantas estrellas
Estaba el sol
Nubes entre otras nubes
Y volaban pájaros
Contra el cielo
Sobre las copas
De los árboles.
Corría el viento
Entre las hojas
Los edificios de oficinas
Y habitaciones.
Había muebles bajo las estrellas
Bajo los techos cocinas
Camas bajo el sol
Utensilios bajo el cielo
Todo estaba solo.
Me dice que a veces le embarga la sensación de que la vida es difícil o, más bien, que ha resultado difícil. No por las dificultades materiales y políticas que supone vivir en un país injusto, sino porque los amigos están perdiendo la cabeza y las amigas ya la han perdido hace tiempo y que eso le produce una cierta angustia.
Entonces me escribe esperando que le escriba de vuelta. Pero yo no escribo. Dibujo y repito en cambio estas letras sobre un cuaderno de croquis para que aparezca tras sus formas la forma suave del mar.
Yo no respondo. Elijo por sobre la comunicación este ejercicio arraigado en la esperanza de que el color del mar coincida con el color de la escritura o que, al menos, la acumulación de estos fragmentos se parezca en algo a la tierra acumulada, a la historia del suelo y de la gente que habitó este territorio, convertida en astillas de huesos, trozos de loza y vidrio erosionados, indicios de una forma de vida en la que pudieron quererse, se dañaron y se amaron; formaron hogares en los que bebieron y comieron; construyeron edificios en los que trabajaron; cayeron sobre el suelo. Y el movimiento de la tierra, luego, y del viento, el movimiento del mar y del cielo erosionó sus huesos y utensilios y la tierra se les vino encima y deshizo su piel y su pelo, sus uñas y sus nervios y absorbió sus fluidos y ascendió como un brazo por entre las capas del suelo hasta romper el mantillo o, por alguna grieta del asfalto, extenderse al cielo.
Yo no respondo. Porque supongo en su mensaje una especie de obligación a la que me rebelo. Y porque a veces es más fácil pensar en los muertos que enfrentar a los vivos.
Cibus, somnus, libido, per hunc circulum curritur. “El hambre, el sueño, el deseo, ese es el círculo en cuyo interior giramos” (Séneca. Epístola LXXVII).
Rodeamos la pista de aterrizaje como una gran ave rapaz a su huidiza presa.
Rompemos una nube. El sol proyecta la sombra del avión sobre esa otra sombra opaca.
Las nubes huyen de la ciudad para cubrir el bosque.
Carreteras, caminos, senderos que penetran la espesura conducen hacia el claro del bosque, de donde los animales huyen.
Volamos sobre el vellón de nubes. El cielo es el gran lomo de la blanca alpaca.
El cielo continúa en el río invertido. En el río, vemos el rostro del asombro y el espanto.
En el bosque, surcos por donde el humano ha abierto camino, claros donde deidades y daimones aparecen, donde nos sentimos arrojados e inermes, donde el animal viejo va a morir.
Rodeamos y rodeamos la pista de aterrizaje a la espera de que escampe. Mientras, miro las nubes lejanas y visualizo formas de animales gloriosos a los que temo y amo como a un padre muerto, proyecto mi ego sobre las nubes, creo ver a dios como un hombre desesperado por la soledad ve a dios en todas las cosas, el sol me toca tras sortear las nubes y el sagrado gran ojo de este pájaro de incontables ojos. Me vuelvo loco.
La voz del capitán interrumpe esta manía. Han autorizado una nueva aproximación a la pista de aterrizaje. El aire sube por las alas y descendemos.
Somos esa sombra que remonta los verdes cerros. Allá abajo, en algún claro, un animal mira al cielo con miedo y corre.
Comienza el descenso. Abajo los barcos dejan largas nubes blancas tras de sí.
Nubes, islas, ciudades del mar y del cielo.
De entre las nubes, aparece el gran cerro Coloso, interrupción del cielo.
En piedra blanca sobre la arena rojiza del desierto, los primeros mensajes al cielo.
La ciudad aparece / cuerpo dentro de una sombra, las nubes silenciosas.
Las ruedas tocan el asfalto. Se conmueve la estructura de aluminio y otros metales ligeros. Se elevan los frenos de las alas para oponer resistencia al viento.
Ponemos los pies sobre la tierra.
“Si el ojo no fuera parecido al sol
Nunca podría mirar el sol.
Si el sol no fuera parecido al ojo
Nunca podría brillar en ningún cielo.
Si la flor no fuera como la abeja
Y la abeja no fuera como la flor
No podrían sonar en el mismo cielo”.
La luz del sol, a las 7 de la tarde de un día domingo, atraviesa la ventana y proyecta en la pared la sombra de la enredadera.
Las impurezas e irregularidades del vidrio forman vetas y líneas sinuosas en las hojas de la planta que traslucen.
Lejos, surcando el cielo, alguien ve la orilla de una playa de donde el mar se retira, al final de la tarde.
En las altas torres de metal y vidrio se repite el cielo
En los vidrios de las ventanas se repiten las nubes del cielo
A veces unas nubes son ventanas
Nubes otras veces
Cielo mayormente
En las ventanas.
Yo tomé su brazo entre mis brazos, lo acuné y lo puse a dormir.
Lo miré dormir en silencio.
Afuera, todo se desprendía, el aire se llenaba de esporas, “tan numerosas como los granos de arena y las estrellas del cielo”.
Estábamos en una ciudad construida sobre el mar. Abajo los animales marinos, arriba las criaturas del cielo huían con nosotros hacia la montaña. Era el fin del mundo.
Despierto en medio de la hierba
entre briznas veo
el cielo azul.
Sobre el tronco la copa
los edificios más arriba
de vidrio y metal que multiplican el cielo
basura espacial orbita la Tierra
una estrella brilla
su luz penetra mi ojo.
Entramos. La pieza atiborrada por fotografías de su primo más pequeño, el recién nacido, el recién llegado (como yo) a esta casa.
Fantasmas privados de toda inteligencia deambulan de un lado a otro de la pieza, chocan contra las paredes, van a dar al vidrio de las ventanas como pájaros desprevenidos, se abalanzan contra nuestro cuerpo y lo azotan. Otras imágenes se desprenden y pueblan la bóveda celeste del cielorraso.
De pronto soy yo por un segundo el otro, el sobrino mayor y el sobrino más joven. Ellos son yo mismo y también el otro, en esta cercanía inmensa entre cuerpo y ojo, entre laminilla y laminilla alada, reverberantes en el cielo.
Por las mañanas tomo la bicicleta y me voy a la playa. Señoras y hombres jóvenes practican ridículos deportes bailables de nueve a diez, algunos bañistas toman desayuno sobre la arena, armados de sándwiches y termos resplandecientes. Solo los viejos se internan en el mar. Más allá de las boyas, descansan flotando de cara al cielo porque el sol es todavía gentil a esta hora de la mañana. Yo floto junto a ellos, cuando una gran nube esparce su sombra sobre la cordillera de la costa.
Una nube contra el cielo
un árbol
nube negra
contra el cielo claro.
Savasana
Recordé una calle inclinada en medio del desierto
o rodeada de cerros.
Recordé o imaginé
contra el cielo azul los pájaros negros que rondaban la cancha de tierra.
Luego el volantín negro
de bolsas de basura negra que los niños persiguen
porque, a veces, si el tiempo es favorable
la muerte es también un juego.
Savasana
Soñé que estaba acostado bajo la sombra de un limonero imaginando el cielo tras las hojas cuando supe:
Toda la lluvia y el mar están contenidos en la hoja del limón.
El cielo cubierto del nuevo año. De entre las nubes el sol parpadea por un instante; señala la espléndida presencia de lo que aparece –diferente– frente a nosotros.
2 de octubre.
Se acaba el día, se encienden las habitaciones / ceden luego a la noche / el cielo se enciende y gira en el pasado que dormimos.
26 de septiembre.
El libro sobre las cosas, la relación luctuosa con las cosas, el libro de la esperanza.
Cómo las cosas determinan nuestra soledad, el espacio que habitamos.
Una mirada que va desde las cosas –baja hacia su fundamento– y sube al cielo extranjero.
Hay sentido en el mundo, si entendemos por sentido una relación mínima entre dos cosas; pero no aquel sentido por el cual podemos decir que ambas se relacionan.
20 de septiembre.
El cielo vedado parpadea en las habitaciones, capa tras capa, vida tras vida, resquebraja la piedra. En el alba su rumor sube. En el alba nada es diferente.
Hay preguntas fundamentales, que apuntan al fundamento de las cosas.
La pregunta por el fundamento de las cosas debiese actuar como crítica a la concepción diferencial del ser, del individuo frente a eso que llamamos naturaleza.
Puede ser que el tiempo, el cielo, nos sea vedado, pero no la capacidad de imaginarlo.
Como el habla del enamorado de los Fragmentos… que no analiza, simula.
15 de septiembre.
Inmediatamente después de la escritura del alba, anoto: “Los amigos insensibles parpadean en los cielos verticales, se multiplican, cerca y lejos, sus constelaciones”.
15:45. El cuerpo se revela contra la muerte.
día 39. A medida que el sol asciende y la luz disipa la oscuridad de la montaña, descubro que tras ella se alzan otras montañas, celestes, grises hijas del cielo, que la indiferencia del día esconde.
día 33. Vuelve la lluvia al cielo, las nubes se desagregan en cúmulos que desaparecen tras la montaña. La cáscara celeste se resquebraja, la luz penetra:
Verdes grúas brillan bajo el sol.
día 30. La cáscara del cielo resquebraja en arreboles por donde la luz penetra: es el mundo que nace al día.
día 24. Cúmulos de nubes avanzan sobre la montaña, eventualmente cubrirán todo el cielo visible. Su amenaza es fútil, quieren restituir la noche.
día 19. Las grúas (de los edificios futuros, de vidas y muertes futuras) marcan el tiempo y el espacio, indican el cielo y la tierra.
día 14. El hueco del ala que permite el vuelo, la caja que reserva la voz (su alegría, su llanto sonoro), el vacío del mundo que esculpe las montañas.
En el aire todo sobrevive, reverbera en la concavidad del cielo.
Una emoción incontenible tras comer una naranja. Dulce fruto del cielo que otorga vida.
El viaje es interrumpido por una falla mecánica. Debemos esperar en medio del desierto a que el próximo bus nos lleve a nuestros respectivos destinos. Es de noche y el cielo es elocuente. Los pasajeros pierden la paciencia de inmediato o bromean con el desinterés de los sobrecargos. Tomamos café o Coca-Cola, imaginamos el paso del tiempo capeando el frío; algunos planifican el día, aprovechan para sacar cuentas, cerrar algún negocio, advertirse de las costumbres de los habitantes de la ciudad próxima. Yo miro hacia arriba y recuerdo: la Cruz del Sur, la Osa mayor, Escorpión y Tauro, el punto rojo de Marte, tendidos sobre el techo de la casa.
Dibujamos un círculo sobre la arena. ¿Qué es?, ¿qué puede ser? Una pelota, una naranja, el sol o una rueda.
Sabemos, le digo, que una pelota no es una fruta o el sol una rueda, pero en algo se parecen. Todos son un círculo, la circularidad, insisto, es ese aspecto que comparten y por el cual podemos llegar a decir: naranja del cielo o:
el sol rebota en la arena de esta playa
rueda
hacia la tarde.
Tras cocinar en esta noche fría la comida que me mantendrá firme mientras escribo, la ventana empañada acumula el cielo nocturno y sus constelaciones.
Son las ventanas de las altas torres donde los amigos insensibles se desvelan o, en la duermevela de la melisa, confunden la vida con los sueños.
¿Dónde están los cerros azules, los cerros fluidos, la pluma que sostiene la calma del cielo
sumergido en las pupilas, la espalda granulada que descansa donde el sol atraca?
Anochece, el sol desciende, degradado el cielo. La luz se recluye en las ventanas de las altas torres.
El sol pestañea entre las torres que rotan y traslapan, cielos verticales donde la tarde sucede cada tarde.
En frente y a los costados, veo tras pequeñas ventanas la actividad de lxs vecinxs que descuelgan la ropa seca de los tendederos, barren los balcones o salen a fumar, todavía en pijamas, despeinados y, supongo, con la densidad olorosa de la noche impregnada en sus barbas y cabellos, la piel pegajosa. Son los cuerpos abatidos del domingo.
Una mujer mira los maceteros de su minúsculo jardín, huele la tierra húmeda y toca las hojas de las plantas para atisbar, quizás, la vida lenta que sobrevive a la vida que vivimos, más allá de las obligaciones familiares y los vaivenes de la economía.
Los árboles roncan cuando el viento arrecia, se cierra el cielo, las ventanas se cierran.
Camino perdido por la calle mientras lloro mirando a los extraños que me evitan o me ven pasar o paran para abrirme paso. Es mediodía y estoy aterrado por el ruido de las bocinas y el traqueteo del milenario chasis de los automóviles; arriba, el cielo cerrado por las líneas de los edificios. Doblo en una esquina y un hombre se arrodilla para atajarme de manera gentil, pregunta por mi nombre, mis apellidos, me pregunta dónde vivo, si acaso sé cómo volver a la casa. A todo respondo que no. Me toma de la mano y me conduce entre la gente hasta una comisaría. Allí se hacen cargo de mí, me dan postres para calmarme, jaleas, una sémola lánguida y desabrida que como porque no sé qué otra cosa hacer. Estoy sentado en un pabellón oscuro. Al fondo veo la puerta por la que entramos. Llevo aquí dos días o más en los que la noche se ha ausentado. La puerta se abre al tercer día y aparece la madre con una sonrisa hermosa de alivio en el rostro. El último bocado es dulcísimo. Después salimos a la calle rumbo a la casa. Me dice: fuiste muy valiente.
¿Este es el recuerdo que he estado buscando?
Qué es un círculo, en el cielo, por ejemplo. O dos círculos girando cuesta abajo. U otro botando de aquí para allá en medio de la algarabía de lxs niñxs.
Puede ser que todos los proyectos que nos inventamos no vayan a acabar en nada: los trabajos inverosímiles que imaginamos mientras bebemos para capear el frío, las ideas que abarcan el cielo de los planetas habitables, los deseos de habernos conocido de niñxs para ser, ahora, un par de viejxs amigxs que se aman y soportan por sobre todas las cosas. Quizás cada unx muera más abandonadx que el otro en algún rincón de los extramuros de la patria, pero es bueno perder el tiempo juntxs, en frivolidades, en el trabajo, ha sido bueno reencontrarnos.
Una libreta en el velador para cuando despierto, agobiado por el fantasma que ronda el sueño; un cuaderno sobre la mesa ratona para los fines de semana en los que me complazco de mi sola presencia dulce; otras libretas y cuadernos escondidos en los cajones a lo largo y ancho de la casa; listas de recetas que me asaltan encima de la mesada, mientras practico la gastronomía del alma y del cuerpo (para sanar desde dentro, para estirar las raíces); anotaciones sobre la consistencia de las verduras y el fulgor de la fruta; papeles tirados en pasillos de supermercados y farmacias en los que leo mi suerte; la blanca paloma de la hoja rasgada, el mural del cielo; también otras libretas y cuadernos que perdí en lugares a los que ya no soy bienvenido y está esta manta y el chaleco que tejo para protegerme del invierno, miniaturas del tapiz de Gerona en los que anoto la vida.