Sucede con cierta regularidad que la corteza oceánica se introduce bajo la corteza continental. Estos grandes movimientos liberan magmas y fluidos hidrotermales que ascienden por fisuras y grietas; minerales líquidos incandescentes que -en su camino de subida a la superficie de la tierra- se enfrían y cristalizan. A esas formaciones verticales se les llama filones, vetas y vetillas.
Como un modo de dar cuenta de tales vetas de escritura acumulada, hice un análisis de repeticiones de palabras por cada año del diario y clasifiqué luego cada una de sus entradas con las palabras resultantes: vetas que señalan otros depósitos minerales, otras estructuras verticales que atraviesan la horizontalidad del tiempo de la escritura del diario.

VETA ☷ llegar

Te digo, el día que llega una carta es especial.
Una carta hace que un día sea distinto del resto de los días,
escribió Anne Carson en un poema de la belleza del marido, me dices.

Yo estoy afiebrado me hablan las voces de lo que quiero ser de lo que no he sido estoy más acá y más allá embriagado por la pronta llegada del día que amenaza en el horizonte como un gran ejército / "military stuff was no accident" /

"Letters made one day different from another"
Un puente
Cuerda tensa que curva el arco.
Caminando por una feria de Santiago -entre loza vieja, ollas, sartenes y cientos de utensilios plásticos- encontré 7 ejemplares de Tristura de Floridor Pérez. El tendero me contó que había dado con un montón de copias del mismo libro y que la gente los compraba. No quise indagar más sobre cómo los había obtenido. Floridor ha muerto hace ya más de un año, unos meses antes del inicio de la pandemia.
Recordé que un par de años atrás un amigo me envió una fotografía de unos libros que estaban siendo vendidos en una cuneta del paseo peatonal del centro de Arica, entre los cuales había un par de libros que escribí. La sorpresa, la incertidumbre sobre cómo esos libros habían llegado hasta allí se disipó cuando supe -casi de inmediato- acerca de la muerte de Rodolfo Kahn, otro poeta viejo, a quien una vez visitamos con Daniel y Rodrigo. Es la respuesta inesperada para una pregunta que nunca me había hecho: ¿dónde van a dar los libros de los poetas muertos?
La lechuza blanca, lechuza de campanario, chiwüd o yarken vive en Chile desde el norte chico hasta el cabo de Hornos. Se alimenta de roedores, del ratón de cola larga entre ellos, y anfibios. Es un ave de hábitos nocturnos. Recuerdo de niño, en más de una noche, exactamente 3 noches distintas, haber visto su cara blanca enfrentándome en la copa de un árbol en medio del desierto de Atacama. Hoy sé que es improbable. Así como sé que decir un árbol en medio del desierto de Atacama es decir una ciudad / y que las raíces del tamarugo llegan a los 8 metros.
Leo en una novela que los fantasmas no aparecen en las fotografías porque la placa no era lo suficientemente sensible para capturarlos.

Pero para algunxs, en el pasado, las fotos no hacían sino retratar fantasmas.

Para otrxs la foto era una especie de palimpsesto. Una escritura acumulativa en la que la permanencia de los rastros de escrituras borradas funcionaba como una metáfora precisa de la larga exposición temporal a la que debían someterse lxs retratadxs con los primeros mecanismos fotográficos. Walter Benjamin llegó a hablar de esos retratos como el resumen de un rostro.
Para Nadar o Balzac la foto capturaba (literalmente: atrapaba) las láminas que se desprendían de todos los cuerpos y llenaban el aire. Los aparatos fotográficos -según las supersticiones del XIX- robaban el alma, eran especies de máquinas cazafantasmas.
Alma, imagen y fantasma eran concebidos como filmes, películas, láminas, cuerpos de luz que, capa a capa, conformaban eso que llamamos el cuerpo de otrx, el cuerpo querido, deseado, odiado de otrx, cuya muerte estaba implícita en el desprendimiento cotidiano de las láminas fantasmagóricas, fílmicas, fotográficas que los constituían.
Respecto de los fantasmas, si hay algo cierto es que en el transcurso de dos siglos -que coinciden con la modernización capitalista de las sociedades occidentales- han ido desapareciendo de las fotografías.
Murió el padre
Sin llegar a conocer a sus nietos
Se fueron las hijas y los hijos
Murió la madre

El silencio por fin tomó la casa

Brotó de los orificios, de todas
Las orillas bajo todos los muebles
El habla de los invertebrados.

941

temprano, llegó a la peluquería un joven delgado y pálido
un intelectual anarquista o aspirante a intelectual
su pasión es la lectura
lee más que nada novelas y a veces poesías
Daniel
casi elegante, su elegancia consistía en que su ropa, hasta su corbata con nudo de mariposa, era de color negro
un poeta revolucionario
leyó
las palabras las rimas las metáforas resonaron contra las paredes de adobe como truenos
este es el poeta cohete.
Por intermedio de indicios, de manera paulatina, con el respeto que se tiene por una persona digna de respeto, introduce Manuel Rojas a Daniel Vásquez, seudónimo de José Domingo Gómez Rojas, en el segundo capítulo de Sombras contra el muro.

923

Pongo una taza de garbanzos a remojar y trato de dormir.
A medida que la noche llega y pasa, uno a uno, los garbanzos se abren bajo el agua y suenan / como una lentísima cuenta regresiva hacia el alba.

911

Decir: estiro el brazo.

Y con él se mueva el viento se muevan
Las ramas de los árboles avance
El río llegue / al mar

Que sea viento el brazo
Sombra de la ola.

879

De noche
El centinela
Ve llegar la mañana

Una flor negra
Que abre sus pétalos
Uno a uno.

823

Fueron las bibliotecas de los amigos y amigas, cuando llegué a Santiago, fue la biblioteca de R., y la de la Facultad de Filosofía, las reuniones en las que leímos el Canto del macho anciano o, sentados fuera de los salones llenos de humo, Trilce y la vanguardia peruana, Magda Portal y Martín Adán, fue la vanguardia internacional, Los campos magnéticos y Una semana de bondad. También El diablo en el cuerpo, Elvira Hernández y Epifanía de una sombra.

781

La notación como procedimiento estético / como actitud vital, como trance.
La notación es tiempo. Antes que otra cosa, una relación especial con el tiempo, un tiempo múltiple:
-el de lo inminente (aquello que amenaza con presentarse / lo que llega sin llegar, bajo una forma fugaz);
-el tiempo de la sobrevivencia de la imagen, por el que la nota se ensambla con otras unidades frágiles, precarias, a partir de huellas y marcas;
-el tiempo blanco de la hoja, vacío: la cesura entre cita y cita, el aire.

779

Las manchas de orina en las paredes descienden como un gran chorro y se expanden para luego ramificarse en líquidas raicillas, avanzar por entre las ranuras de los adoquines y llegar hasta el asfalto / la huella / la calle: metáfora del mar (que sobre todo después se cierra).

765

Desperté en medio de la noche y apresurado balbuceé el siguiente sueño:
Caminaba por las calles con grandes trozos de grasa. Una grasa blanca y sólida. Me habían dado alguna droga y llevaba muy contento esos grandes trozos blancos y firmes. Volvía al hogar –el hogar es donde no se vive solo–. Sobre el refrigerador había una nota en la que me decían que habían ido a dar un paseo, pero volverían pronto. Yo escalé el refrigerador que era inmenso para quedarme en lo alto a contemplar la remota arquitectura de la cocina y el living. Bajé luego y me miré al espejo. La piel de mis brazos era quebradiza y violácea, tenía grandes moretones de vidrio por piel, en el dorso de las manos, en el pecho, en la frente. Me sacudí y cayeron pedazos del vitral de mi imagen al suelo. Este era un sentimiento de felicidad, estaba cambiando de piel. Me quedaba dormido después. Llegaron de vuelta cargando sus propios muertos. Acostado en la cama leía una nueva traducción de Moby Dick que tenía ciertas interrupciones del traductor, notas y glosas, largos poemas al final de los capítulos en los que reflexionaba sobre su oficio. Me tapaba la cara con el libro para no ver a esos fantasmas, también para no ser visto. Te acercabas a la cama tratando de quitar el libro de mi cara, me hablabas tranquilamente para despertarme por fin. Tú me acariciabas entonces la pierna, sentada más atrás, a los pies de la cama. Yo estaba enfermo y necesitaba toda esa atención. Esa era precisamente mi enfermedad.

717

Llega el verano. Llegan los carros de mote con huesillo a las calles del centro de Santiago.
Son las 9 de una mañana calurosa de diciembre y un vendedor lee el diario sentado bajo la sombra de los edificios. Deposita unos granos de trigo cocido en un banco vacío a su costado. Gorriones y chincoles llegan también a acompañarlo, picotean esos granos, mientras el hombre lee las noticias del día que pasa.

711

Avanza el mundo hacia su inmovilidad.

Mi sombra se extiende por el campo.

El río llega a la orilla.

Todo movimiento merece una justa reverencia.

707

Luego de encontrarnos una vez al mes en la peluquería, hablar del frío y de la lluvia que nunca llega, con la tibia mordida del calor en los tobillos que se arrastra fuera de la estufa, hoy podemos decir que ha dejado de hacer frío.
Es un día azul de primavera.
Hablamos después sobre la avaricia y el dinero. Dice en algún momento de esa conversación que me preocupo de mantener con leves movimientos de cabeza y afirmaciones, que el problema de las personas es creer que han nacido solo para una cosa: subir en la escala social / conseguir más posesiones materiales / llegar más lejos que sus padres: la vida como vía aditiva.
Hoy –es la mañana del martes–, cuando creo que debo ensimismarme en la escritura del otro libro, entiendo que no nací para una u otra cosa. Hay tiempo para todo.

706

Miles de mujeres, niños y niñas, hombres jóvenes y viejos caminan por las calles escoltados por policías, controlados desde el aire por helicópteros.
Cruzaron la frontera guatemalteca con rumbo a Estados Unidos. Partieron el 13 de octubre desde San Pedro Sula en Honduras. Hoy, 21 de octubre, llegan a Tapachula, en la costa sur del Estado de Chiapas.

652

Wanda abandona a su familia. Sale de la casa de su hermana rumbo a los tribunales y no llega nunca a volver, le pide antes a un anciano que recoge trozos de carbón un poco de dinero. En los tribunales uno de sus hijos llora, pero Wanda ni siquiera lo mira. Sale rumbo a la calle. Consigue trabajo en una fábrica textil; al cabo de dos días es despedida por demasiado lenta, por improductiva. Sin tener adonde ir, va al cine, se duerme y le roban el poco dinero que tiene. Se queda sin nada, que es otra forma de decir que ya no tiene nada que perder. Conoce, después, a Mr. Dennis, un criminal mediocre, que fantasea con robar un banco.

647

Duras se interpreta a sí misma en Le camion (1977). Esta película se filmó 7 años después de Wanda y tres años después de Je, tu, il, elle de Chantal Akerman.
Todas estas películas fueron protagonizadas por sus directoras, todas tratan de historias sobre mujeres. Je, tu, il, elle muestra a una joven que, tras permanecer enclaustrada en un pequeño departamento por alrededor de un mes, mientras escribe cartas y come azúcar, decide emprender un viaje del que no sabemos nada. Viaja con un camionero, beben, comen, ella lo masturba y después escucha el monólogo más o menos previsible de su masculinidad. La joven llega a su destino y el camionero desaparece, acabada su función en la película.
Toca la puerta de una antigua amante. Inmediatamente ella le dice que no se puede quedar a pasar la noche. Entonces la joven, en lugar de manifestar directamente su deseo, le pide algo de comer y se sienta a la mesa, luego algo de beber y ella le sirve. Después hacen el amor sobre una cama tan grande como la pieza en la que juegan, miden sus fuerzas, se frotan y aprietan, se retuercen y besan, acariciándose la cabeza.
Le camion, por otro lado, es la historia de Duras y Gérard Depardieu. Sentados a la mesa leen el guión de una próxima película. Sin el primer o tercer acto de Je, tu, il, elle, Le camion se centra en el viaje de una mujer desclasada, que presumiblemente se ha escapado del manicomio. En este viaje por la costanera, la película dentro de la película es un diálogo análogo al diálogo entre Depardieu y Duras, que discurren sobre la libertad, los privilegios de clase, el individuo y la mujer en una escena discursiva e intelectual más amplia que la inmediatez del recorrido, entre un punto cualquiera de la cartografía de Francia y otro.
Allí donde Je, tu, il, elle muestra a una mujer segura de sí misma y su deseo, allí donde Le camion dibuja a una mujer dueña de su saber y sus palabras, Wanda ofrece una imagen contraria, a contrapelo de esa versión de la historia de las mujeres: una mujer insegura, que no sabe nada y que es inútil para todo. Una subjetividad apenas, que existe apenas en el vagabundaje, que tras salir de su casa, tras salir de los tribunales, en términos amplios, de las instituciones sociales, está como lanzada a la deriva.

642

Cuando despierta, Wanda ya ha dejado su casa, la vida familiar.
Esa misma mañana debe ir al tribunal de familia para “pelear” por la custodia de sus hijos. Llega tarde y fumando un cigarrillo.
Ante el juez, quien le pregunta un par de veces si es cierto que abandonó a su esposo y sus hijos, Wanda responde: “Si él quiere el divorcio, solo déselo”, los niños “van a estar mejor con él”.

639

Mi hermano me avisó por chat. ¿Te acuerdas del Chino (que danza
“buscando el punto
de muerte
de su enemigo”)?
Le dieron doce años.
Dicen que el viejo los dejó entrar a su casa (el Chino era dos hombres esa noche, dos hombres jóvenes, uno tras otro, uno la cáscara del otro), dicen que no entraron (no pudieron haber entrado) por fuerza. Que eran conocidos, que antes de entrar ya habían entrado y vuelto a entrar tantas veces. Que el viejo mismo era conocido entre la gente de la provincia.
Dicen que el viejo era homosexual y que el Chino y su amigo, conociendo que el viejo andaba con cabros jóvenes, aprovecharon de entrar, pero el Chino o su amigo no son cabros y entraron –maricas, putos, huecos, cáscaras el uno del otro– y estuvieron toda la noche y salieron con el sol, mal vestidos.
Salieron con la ropa por delante, el cuerpo diminuto para tanto muerto, sombras tras la ropa de otro hombre dicen. Que bailaron, intentaron curarse con cuidado de curarlo al viejo antes y pudieron verse y lo pasaron bien (imagino). Que llegaron a conocerse –sombra peregrina y cuerpo conocido–. Que el sol estaba saliendo y aprovecharon por fin de salir. Y salieron.

“–Usted ha supuesto que yo creo a mi adversario
cuando danzo– me dice el maestro
y niega, muy chino, y solo dice: él me hace danzar a mí”.

635

Las familias de esos niños llegaban solo hasta los padres. A lo más una tía o un tío perdido en Tocopilla, Taltal, María Elena o Diego de Almagro. Éramos hijos de un padre huérfano, como eventualmente llegan a ser todos los padres. Ningún antepasado del que enorgullecernos, ningún relato familiar o heroico, familias sin memoria, sin épica o moral. Allegadas a la historia del desierto grande, habían venido recién a Antofagasta por algo de plata, espacio y, sobre todo, silencio para permanecer callados como huérfanos.
No había que matar al padre. Éramos su consuelo.

629

Antes de que llegáramos –alguna tarde de verano– a correr por el arenal marcado de cal. Antes de dividir el campo en dos fuerzas opuestas y complementarias. Antes de que la pelota eclipsara el sol, cuando no había nadie, brillaba sobre la sal del desierto.
Y no hubo testigos.
Y no hubo cobardes.

~

De un lado la noche y del otro el sol se enfrentaban en el crepúsculo.

559

Hablamos del clima para llegar luego a otras materias, preguntas sobre mi bienestar y la salud de los parientes, buenas nuevas sobre los nietos nuevos, de quienes habla como yo de las plantas o los animales que atisbo libres en el río, con una atenta distancia por ver desplegarse la vida.
Hoy es la primera tarde más o menos fría del año en Santiago y hablamos del clima, en Antofagasta ha empezado también a refrescar.

557

Entramos. La pieza atiborrada por fotografías de su primo más pequeño, el recién nacido, el recién llegado (como yo) a esta casa.
Fantasmas privados de toda inteligencia deambulan de un lado a otro de la pieza, chocan contra las paredes, van a dar al vidrio de las ventanas como pájaros desprevenidos, se abalanzan contra nuestro cuerpo y lo azotan. Otras imágenes se desprenden y pueblan la bóveda celeste del cielorraso.
De pronto soy yo por un segundo el otro, el sobrino mayor y el sobrino más joven. Ellos son yo mismo y también el otro, en esta cercanía inmensa entre cuerpo y ojo, entre laminilla y laminilla alada, reverberantes en el cielo.

541

En el momento de la despedida, mi tía se quedó para sí –consciente de poder incomodarme, herirme o, simplemente, porque no es de su incumbencia– unas palabras que sin embargo comprendí.
Su deseo era que encontrase yo alguien con quien formar una familia y, como ellos, construir una casa, un monumento, elevar un montón de piedras.
Antes –ayer, la semana pasada, ¡qué sé yo!– estas palabras me hubiesen parecido condenables por un conjunto de razones que ahora mismo es ridículo mencionar.
Ella guardó silencio por gentileza, sin antes manifestar en su cara (una ventana abierta) ese deseo. Después nos abrazamos.
Hoy comprendo esas palabras que no dijo como una bendición. Ella desea para mí el fuego alrededor del cual las personas se reúnen al llegar la noche o el invierno, el fuego en la palabra hogar.

540

Ayer creí llegar a una especie de reconocimiento. Es, sin embargo, algo que ya había pensado, pero a lo que ahora se suman los últimos días en Antofagasta.
Tras la vida vieja y su ruptura, vino la experiencia de la desolación: no tener nada ni a nadie, no hay lugar. Esta experiencia, en su versión luminosa, condujo a la posibilidad de “volver a nacer”, la posibilidad de la “vida nueva” como locura de trabajo y tal.
Pero, luminosa u oscura, tras la desolación está el desierto.
En el viaje –que es siempre un regreso– comprendí que existe un lugar o, al menos, su promesa: el retorno a la memoria infantil, la alegría infantil (sin habla), donde soy querido a pesar de mis dificultades para aceptar el amor sin medida.
Ahora la valentía: mirar, ofrecerme, permanecer quieto y escuchar, estar presente, respirar, estirarme cuando el sol se entrometa por la ventana y descansar cada vez que sea necesario.

535

Mi tía nos invita a tomar once a su casa para celebrar mi venida, el cumpleaños de mi madre y, en general, que hoy estamos juntos. Están los abuelos, mi tío, mi primo y mi sobrino. Reímos comiendo un pan horneado con gracia. Antes conversamos en el patio sobre los cactus del jardín, comemos frutas maravillosas y mi abuelo nos habla de los pájaros. Del viaje que hizo hace unos años a Cunaco a visitar a unos parientes perdidos. De esa primera mañana en la que el canto de los zorzales le regaló una vida nueva.
Para mí, es difícil escuchar estas historias sin tragarme unas lágrimas de alegría. Él, que resentí tanto durante mi adolescencia por ser un hombre como todos los hombres, se emociona con el canto del zorzal, la timidez del chercán, la vida altiva del tiuque.
Llega mi hermano luego y vemos álbumes de fotos. Descubro mi alegría infantil y se me enciende algo dentro. Después mi hermano cuenta cuando descubrió a mi abuelo entusiasmado viendo videos de las cortísimas faldas de las bailarinas de saya en Youtube y todos reímos.

534

Mientras conversamos por el chat se me escapa una frase para el bronce, de esas que a la vez me avergüenzan y me producen cierto orgullo: ser otro es ser absolutamente.
Esta idea, la algarabía de la vida subjetiva como subversión de la identidad, puede llegar, no obstante, a ser causa de sufrimiento cuando se cristaliza como imagen, como forma de vivir.
Quizás haya que aceptar esta “verdad”, muy a pesar mío

519

Vivimos en la misma casa, pero en diferentes extremos. A la salida del sol, cuando está en su cenit, al llegar la noche nos reunimos como nuevos paganos.

518

Durmiendo recordé haber sido un niño lleno de confianza hasta que un día llegó la gran vergüenza.

507

Llegué hace una semana a Antofagasta. Hoy leo la entrada del 17 de julio de 1964 del diario de Luis Oyarzún en la que escribe:
“Hay zonas del desierto transparentes como linfas tranquilas, otras como reverberantes de conchuela, y otras hondonadas opacas, oscuras, entre los cerros de metal garabateados por senderos de herrumbre. Entre Paposo y Antofagasta no hay casas ni alma viviente en 180 kilómetros. No vuela un pájaro, ni una mosca. Solo el aire purísimo y la luz que vela el sueño de la arena”.
Recuerdo, entonces, una de las razones por las que me gusta Antofagasta y, en general, las ciudades del Norte Grande de Chile. Situadas en la estrecha franja entre el árido desierto de Atacama y la extensión azul del mar, en estas ciudades siempre despunta la posibilidad simbólica de desaparecer.

499

Camino arriba, hacia la casa, el conserje, el portero, aquel que se ocupa de mantener limpio el edificio, el suelo donde camino, quien quiere hacerme feliz, riega el asfalto en un día caluroso. El agua baja por la calle y llega a donde estoy, cerca de la esquina.
Antes de que el agua arrastre pequeñas piedras y algunas hojas, basura y cuerpos muertos, antes de que inunde la superficie, dibuja formas que admiro, se separa, vuelve a unirse más allá, muestra el relieve del territorio.

484

Nunca más la ropa me lleve
a parte alguna
no soy no llego
a ser perfectamente

una jaula para ser
perfectamente

uno.

466

El libro de los sueños, ese que alimenta el deseo / de escribir, toma siempre, para mí, la forma del poema, señala la utopía de una escritura que se vive en la absoluta necesidad.

La escritura que se practica más allá de toda duda, para Barthes, está cifrada en el deseo de “hacer una novela”: no en la obra (que es finalmente la operación de vínculo entre texto y nombre propio) sino en el trabajo (opĕra).
Es claro, esa escritura que nunca es pública ni política es impensable desde el dominio de la literatura o desde cualquier otra institución. Queriendo abrazar la continuidad de la “obra monumental”, solo es accesible a partir de notas, apuntes, fragmentos, residuos que refieren siempre a una totalidad vacía = el sujeto.
A partir de aquí, “podemos” decir que el problema de la práctica absoluta de la escritura (o de la escritura como necesidad) proyecta dos figuras: menos que sujetos, dos imágenes (porque para llegar a decir “yo”, primero debe existir la imagen de “mí mismo”):

-El amateur
-El bulto

La del amateur es una práctica sin narcisismo, una escritura sin "ego": pues “cuando se hace un dibujo o una pintura como amateur, uno no se preocupa por la imago, por la imagen que se va a dar de sí haciendo ese dibujo o esa pintura”.
Mientras el amateur se identifica con la producción que libera del hacer para los otros, la figura del bulto –cifrada en la imagen del niño marroquí (“sentado por estar sentado”; “sin hacer nada”. Incidentes)– es la de una exterioridad inmóvil, un simple estar allí, por el que “el sujeto está casi desposeído de su consistencia de sujeto”.
Si bien ambas figuras reclaman experiencias diferentes (el placer que se encuentra en el proceso de producción / la verdadera pereza), no son, sin embargo, alternativas opuestas, el bulto sería un más allá del amateur en tanto es la imagen lo que se suspende en la práctica de la escritura.
Sin ego, sin imagen, sin consistencia, no hay en realidad diferencia alguna entre yo y lo que escribo.

462

Al problema de volver a comenzar –ya como futuromanía, ya como condena– corresponde una idea de la vida / de la identidad insatisfecha / fisurada. Solo puedo vivir / decir yo cuando encuentro esa forma brillante / diferente / nueva de comenzar a vivir o escribir: al problema de volver a ser –entre quien no quiere morir y quien no puede hacerlo– corresponde una idea de la vida disciplinada por la práctica de la escritura.
Marty llegó a creer que Barthes consideraba loca a toda persona cuya vida no estuviera disciplinada por la escritura. En otro fragmento escribe: “Su locura era su yo”, la “enfermedad de escribir”.
Nada tiene que ver la manía de la praxis con “estar loco”; en su sentido más simple, ambas locuras se oponen: es loco quien no vive para escribir - la escritura como locura de trabajo impide vivir (desear, amar / ser amado).
La disciplina, sin embargo, no satisface la incógnita de la vida insatisfecha. El problema de volver a comenzar / volver a ser implicaría encontrar una vía de escape a la oposición entre vida y escritura.

Su figura
su poética
es la deriva.

458

Un arte del comienzo:
Reverente tú en mi presencia
Declaro solemnemente que aun en mitad del desierto encontraría yo motivos de amor
Y su último acto de amor fue abandonarme
Llegué a los treinta años sin pene
¿Cómo comenzar?

448

Ayer me quedé dormido con la seguridad de no haber soñado nada hace mucho tiempo. Hoy desperté con la sensación de un sueño obstinado, pero no recuerdo nada más que pequeños fragmentos, cosas que caen, objetos apenas vistos tras un golpe de ojo, los restos de un naufragio (tratar de despertar).
No puedo otorgarle legibilidad a esos fragmentos, ligar cada una de esas cosas a la espera de un sentido narrable. No hay, como es sabido, nada detrás de cada uno de esos objetos fragmentados -ni el deseo de felicidad ni el miedo a perder aquello que llamamos propio-, sino una disposición inmotivada en el espacio de la memoria: el movimiento de las aguas que golpean el cuerpo y se abren para volver a reunirse más allá.
Recuerdo ciertas sentencias que nos ayudan a vivir:

“entramos y no entramos en el río pues somos y no somos” (el río);

“no solo estoy en mi cuerpo como el marinero en su nave”;

“every man is an island”;

y, también, un deseo: que vuelvan las nubes verdes a cubrir el territorio, como un (gran) “árbol solo que llega al mar”.

435

He llegado a pensar, casi a decir:

“Distantes, dejando de pesar el uno sobre el otro, ¿acarreamos nuestras almas con esfuerzo?”

“Acabas de cumplir 82 años. Has encogido seis centímetros, no pesas más de 45 kilos y sigues siendo bella, elegante y deseable”.

432

Miramos por la ventana los edificios derrumbados, en mi sueño. La onda expansiva tarda en llegar, el suelo se abre, una gran grieta nos recibe con sus manos abiertas.

~

Miro por la ventana. El pájaro se posa sobre la rama y estremece el árbol.

427

Soñé que estábamos en una casa amplísima. En algún momento te perdí de vista o me perdí simplemente en medio de las incontables habitaciones. Comencé a abrir puertas que conducían a otras piezas vacías en busca de la salida a la calle. Logré llegar a un patio donde encontré a un hombre joven sentado sobre el pasto, llevaba a cabo una tarea que no pude identificar pues se levantó enseguida me vio aparecer, como con una deferencia ancestral frente al extranjero. Me indicó la salida como se lo pedí. Al fondo de la casa, vista desde donde estábamos, tras una puerta con mosquitero vi a un niño de sexo indeterminable sumergido en la luz de la cocina, estaba parado casi de espaldas a mí, mirándome por sobre el hombro. Logré entrar a la casa. En la habitación había una pareja de jóvenes aprestándose a dormir. Apagaron la luz y yo, cuestión extraña, continué allí, de pie, en medio de la oscuridad. Antes de esto habíamos intercambiado algunas palabras, yo era una presencia palpable, no un fantasma, una persona completamente diferente. Un ruido como de uñas arañando una superficie de madera se repetía debajo de la cama, no los dejaba dormir. La mujer se quejaba, encendió la luz. Dentro de la pieza había un mirlo negrísimo buscando la salida de esa jaula, algo así como la libertad, un mundo más amplio. Antes de que ambos entraran en pánico y de paso asustaran al pájaro, me puse de rodillas y le hablé al mirlo, pero sin palabras. Le ofrecí mis manos abiertas, abrí la ventana y el mirlo voló de vuelta a la noche. Luego, otros pájaros comenzaron a salir de los rincones oscuros de la pieza: un gorrión, algunos chincoles, pequeñísimos chercanes, un zorzal; los ayudé a todos a salir por la ventana, pero no alcancé a salir yo mismo cuando desperté. 

~

El proceso fundamental de la actividad onírica consiste en contar los sueños

366

23 de septiembre.
Hay nuevas horas, nueva luz, espacios amplios, un mundo nuevo.

Hoy escribí casi exactamente lo mismo que ayer. El décimo día, día del hastío, de la repetición, número de la vida vieja.

A veces siento que emprender esta, como toda otra tarea, carece de sentido. Este es el mundo, “¿hay sentido en él?”

Luego de la alegría –inmensa, me atrevo a decir– caigo en este hastío, dudo de todo, de mis intenciones declaradas de benevolencia. Llego a pensar que necesito estos estados de autoconmiseración, de esta morbidez que se manifiesta contra la vida activa. Ahora mismo el cuerpo frío de las cosas me consuela. Un sentimiento persiste: la mística desaseada de la anulación, del anonadamiento, del llanto, de eso que a los ojos del mundo –que son mis propios ojos– es nada más que depresión.

Un sentimiento horripilante llega como corolario: ¿quién es esa persona?

307

Llega la noche y con ella la desesperación, el taedium vitae que sigue al placer.

281

Nos vemos con F., y llegamos a la siguiente conclusión luego de celebrar nuestro encuentro: solo el asombro nos permite enfrentar el mundo con alegría.

242

Yo leo por las mañanas después del desayuno, tras el almuerzo mientras los otros duermen siesta, al llegar la noche cuando la familia se calma. Él me ha estado mirando con cierta distancia o curiosidad, no sé, hasta que me pregunta qué estoy leyendo. En voz alta le leo un poema que al parecer lo sorprende, me pide que le lea otro. Después de unos días hablamos y me cuenta: me gustó ese poema que dice: “Las estrellas perdidas son para ti, el frágil cuerpo de un bañista es para ti”.

238

Dibujamos un círculo sobre la arena. ¿Qué es?, ¿qué puede ser? Una pelota, una naranja, el sol o una rueda.
Sabemos, le digo, que una pelota no es una fruta o el sol una rueda, pero en algo se parecen. Todos son un círculo, la circularidad, insisto, es ese aspecto que comparten y por el cual podemos llegar a decir: naranja del cielo o:
el sol rebota en la arena de esta playa
rueda
hacia la tarde.

181

¿Cómo se me acabará la vida? A ratos cierta ansiedad por que llegue el instante de la muerte. La pregunta por el cuándo es irrelevante. Me interesa el “cómo”, su “forma”.
Una estética del momento de la muerte.

156

Cuando desperté el otoño había llegado. Tengo la sensación de que dormí todo el verano y todas las cosas que tengo que hacer están acumuladas en el escritorio.

96

Comienzo a escribir: llegué a los 30 años entristecido y mutilado, sin más esperanza que la de una muerte justa…

95

Gómez Rojas pidió un libro para sobrellevar su tiempo en la cárcel y murió quizás sin llegar a tocar otro más que el libro que estaba escribiendo, Ricardo Ahumada llevaba un libro en su bolsillo cuando le dispararon desde el edificio de la DC y Juan Pablo Jiménez un montón de hojas. ¿Qué cargaremos, amigxs, en el momento de nuestra muerte?

88

R., me escribe desde el río Puelo. Me cuenta de su viaje a la montaña junto a J. También que nos han extrañado y pregunta por nuestra casa. Le cuento que todavía no llegamos, recién mañana viajaremos, en bus, por largas horas a través de las montañas.
Concluyo: “No me he sentido muy bien últimamente. Tengo una crisis existencial por ahora, aburrimiento, spleen, vacío sincero. Debo pensar largamente en mí”.
Todo como si fuera lícito ser honesto con alguien.

71

Por ahora me niego a pasar en limpio estos apuntes. Quiero ver hasta dónde llega esta escritura, qué desborda, qué contamina, de qué se inunda. Dejar que los proyectos se dispersen y cambien sea quizás la única honestidad de una escritura. Al menos para mí.

30

Las nueve y media, noche de año nuevo. El papá llega recién del trabajo. Lo sé por sus ruidos, el sonido de sus pasos hasta la reja del antejardín, la manera singular de abrir la puerta o desplazarse cansado al interior de la casa. Le dice la mamá a Daniel: “Llegó tu abuelo” y él corre a verlo llegar. Solo espero que le diga al abuelo palabras alentadoras, de esas que los niños dicen sin pensar, esas palabras con las que los adultos se sorprenden y por las que convierten a los niños en seres mitológicos.

21

Le cuento a José mi mejor treta, cuando le gano el gallito al papá, el padre; el día que me encontré diez lucas. Corrí el riesgo que me dijera: estamos cortados. Víctor, hasta aquí llegamos, nosotros estamos cortados y de verdad se cortara todo: la confianza construida a partir de silencios, de engaños limpios, delicadezas y sobre todo obediencia irrestricta; el poco dinero que me diera; su alegría.
Aun así, esperé que salieran, me quedé como ya les tenía acostumbrados. Sigiloso entonces al cajón de la plata: un billete de entre muchos.
Al volver, convenzo al primo-niño de que me acompañe a comprar un helado, que le convido.
Camino al almacén, espero el momento preciso para agacharme y gritar excitado que me encontré diez lucas, primo, diez lucas. Vamos, te compro el helado que quieras, ranita. Por supuesto accede y compro su fidelidad. Tengo un testigo, soy invencible.
Lo mejor, todos se lo creen todo. Pero el papá, el padre me mira y sabe, sé que lo sabe, sabe que le he robado diez mil pesos. Y no dice nada.

5

El rostro. La puerta entornada entonces, la poca luz que entra resalta el sudor en la piel del rostro de mi hermano. Una línea y un círculo para finalizar la nariz. Hace calor aún.

Esa luz llega desde la ventana. Y la ventana –hacia el poniente- es la más cercana de los tres al sol. Ventana, hermano y yo, un triángulo escaleno del que represento el vértice occidental.