Recuerdo al padre afeitándose en el patio, con un pequeño espejo en una mano y la cuchilla en la otra, cuidadosamente deslizándola por el cuello, debajo de la nariz y esos pequeños pliegues que -ahora sé- suponen una dificultad más grande. Luego con la manguera azul lavarse la cabeza, la cara. Quise a mi papá ese día.