Sucede con cierta regularidad que la corteza oceánica se introduce bajo la corteza continental. Estos grandes movimientos liberan magmas y fluidos hidrotermales que ascienden por fisuras y grietas; minerales líquidos incandescentes que -en su camino de subida a la superficie de la tierra- se enfrían y cristalizan. A esas formaciones verticales se les llama filones, vetas y vetillas.
Como un modo de dar cuenta de tales vetas de escritura acumulada, hice un análisis de repeticiones de palabras por cada año del diario y clasifiqué luego cada una de sus entradas con las palabras resultantes: vetas que señalan otros depósitos minerales, otras estructuras verticales que atraviesan la horizontalidad del tiempo de la escritura del diario.

VETA ☷ pensar

Algunas palabras adquieren un sentido preciso y urgente en la boca de ciertas personas.
La palabra hambre, por ejemplo, que no llena la boca de nadie que la pronuncie honestamente.

Las metáforas –aunque idénticas- difieren si pastan en uno u otro campo.

En “Idea de la lingüística” de F. S. Astaburuaga, se dice de la Gramática comparada de Bopp, que es una "guía luminosa para echarse en el campo de la investigación y clasificación del habla humana".

La investigación del habla humana es un campo / verde en el que el sujeto se tiende calma, bucólicamente a mirar el cielo.

En Stone Butch Blues de L. Feinberg, ellx niñx en su vagabundaje infantil da con un campo en el que retoza y se revuelca bajo el cielo

azul
como un
crayón
azul.

En ese momento, humedecida la espalda, siente el abrazo de la naturaleza que no encuentra ninguna falta que reprocharle.

Quizás, en lugar de pensar en elegir entre una u otra, el asunto se trate simplemente de una disposición ante las imágenes pues, si el lenguaje es un camino, las ideas de destino o paisaje son determinadas por el deseo.
En una de las calles laterales de la biblioteca / nacional, durante / todo el día 26 de diciembre sentado / la pierna derecha sobre la izquierda las manos / en los bolsillos de la parka vista al frente.
El sol salió de entre las montañas de la cordillera / de Los Andes a mediodía aplastó cada cosa y más tarde desapareció tras los edificios / la historia cotidiana del día.
Durante todo ese tiempo el hombre se mantuvo allí sentado.

La imaginación y los paradigmas monumentales de la cultura / quizás inviten a pensar en una posible vida estatuaria para ese cuerpo a la intemperie / una vida que lo preserve de las estaciones y el paso del tiempo.
Tesoro

Por ríos de aroma
Se pierden
En busca
De un tesoro modesto

Descansan después
Bajo el sol

Con la barbilla
Y el corazón latiendo
Sobre el pasto

Uno pensaría
Que a diferencia
De los humanos
Los perros
No tienen el problema

De encontrarse
A sí mismos.
De pronto bajo el árbol una ráfaga de viento sacude la copa y caen hojas sobre el pasto. Cada una mira: ya la hoja, ya el viento dibujado por la caída de la hoja, ya el pasto o el espacio oscuro entre brizna y brizna de pasto.
Pensamos: la escritura aparece como las briznas del pasto conforman una alfombra verde un manto verde sobre ladera o monte. Mirada de lejos o arriba, como un paisaje plano aparece / rico por razones diversas a las de las breves relaciones fugaces entre significado y sentido, signo alfabético y no alfabético, letra y contraforma.
Los ojos encuentran consuelo en las grandes superficies de escritura, abiertas como el horizonte tras la colina, tras el camino amurallado que lleva al mar abierto.
Hay allí perfectamente nada, y por tanto corremos en cuatro o dos patas, en seis o dos ojos, con la almohadilla de las patas ejerciendo presión sobre la letra y su contraforma sobre la brizna de pasto y su contraforma, ambas oscuridad y vacío de cerca / ambas gris vibrante de lejos.
Miramos abajo y arriba estirando la espalda.
Se desprendió el casquillo
Y fue a dar el cuerpo
Resplandeciente
Bajo tierra.

Ahora -por si hubieses pensado

Lo contrario-

Las balas no son semillas
Ni es el pecho tierra fértil.
En el capítulo final de The Deuce, Abby le cuenta a Paul que piensa volver a estudiar luego de dejar la universidad hace muchos años. Paul pregunta qué estudiará y ella bromea: taxidermia. Ríen.
The Deuce es la historia del fin de un mundo, de un cambio de época irreversible, en el que las personas (cuando decimos personas decimos todo un complejo de relaciones sociales, de solidaridad y violencia) pierden por el privilegio del capital privado.
Lxs pobres, las trabajadoras sexuales, los obreros y explotadores del comercio sexual, lxs vecinxs, los degenerados, los clientes regulares de bares y clubes son olvidados, arrasados por el tiempo.
La broma de Abby es cínica, pues en el mismo momento en que desliza la alternativa macabra de conservar la apariencia de ese tiempo que se desmorona y deshace, señala el absurdo de las estéticas de la nostalgia y la cosificación de la vida. Ante el fin del mundo, ante el cambio de época, solo queda seguir adelante: sobrevivir o hacerse otra vida.
El resultado parece invariable: el olvido, pero no por olvidadas las vidas carecen de significancia, no merecen ser vividas o recordadas.
Un picaflor chico pasa volando y se pierde en la copa de un árbol. Es domingo, temprano en la mañana, y no puedo evitar pensar que es el espíritu del árbol que nos saluda. Como dije: es temprano, todavía tengo sueño.
Acabado el amor
Perdido el amante
Queda el libro

Dijo Alejandra
En el lanzamiento
Del libro de Francisco

Pobre alivio pienso
Para quienes escriben
Y todavía aman

También para aquellos
Que viven aman
Y no escriben

Ellos son mi amor
Por ellos escribo.
frente al mar me senté
en lo más alto de las rocas
a ser roca a atajar el viento

pensando que ese era el trabajo
de las rocas pero las rocas

-al menos estas rocas
en las que estoy sentado-

conducen el viento
le muestran un camino.
En el discurso de aceptación de su derrota -una derrota que es para él, como dijo, una victoria, entre otras cosas porque en comparación con los 522.946 votos que obtuvo en la elección presidencial anterior, en esta segunda vuelta tres millones y medio de personas votaron por él-; en el discurso de aceptación de su derrota se tomó el tiempo de agradecer a las mujeres que participaron de su campaña, nombrando e individualizando a algunas, tras hacer un uso intencionado de una retórica misógina, homofóbica y transodiante durante los meses anteriores a su campaña. Entre ellas nombró a su esposa (“el necesario complemento”, dijo) y, luego, a su familia.
Se emocionó -se le quebró la voz, asomó alguna lágrima- al aludir a su esposa y sus hijos.
En la segunda vuelta hubo un intento de moderación de su discurso, un paso “al centro” que se materializó en la incorporación de algunas mujeres a la campaña, de algunos gestos de reconocimiento condescendiente a algunas colectividades y comunidades políticas: en el discurso de cierre de campaña se vieron un par banderas LGBTIQ y una bandera mapuche, efectivamente dispuestas entre otras banderas del nacionalismo y aquellas con su nombre -todas parecidas, todas homogéneas, producidas en serie-.
Pienso que esa emoción -esa muestra de humanidad ante lo que considera bueno y justo: la familia- debe ser leída en este contexto, como una operación entre otras (la moderación del discurso; el uso superficial de símbolos colectivos y comunitarios; el reconocimiento retórico del trabajo de las mujeres) pertenecientes a una estrategia política meditada pues es cierto, aunque perdió ganó y esa ganancia está -como una herida- abierta.
Un hombre no mucho mayor que yo, en la calle, me llama hijo, para preguntarme la hora. Son las 8:55 de la mañana, es 12 de septiembre y hace frío en Santiago. La diferencia más visible entre ambos es que yo vivo cerca del cerro, él vive en la falda del cerro. En razón de esta diferencia el mundo se ordena / nos ordena / ordeno el mundo y mis relaciones con lxs demás. Llamarme hijo es una forma de respeto, pienso, pues por otro lado creo que merezco respeto, pero hay en esa palabra, más bien, una estrategia retórica que intenta construir un espacio de familiaridad allí donde él, para mí que soy como tú, es un extraño: aquel de quien -como nos han enseñado- hay que cuidarse.
Habla Audre Lorde en Los diarios del cáncer acerca de la sobrevivencia, la suya y más obvia, de la enfermedad, pero luego de la otra más general: la sobrevivencia que implica ser una mujer negra y lesbiana en EEUU. Asumir su sobrevivencia, dice, implica reconocer un hecho: “No se suponía que sobreviviéramos”: a la historia, a la sociedad.
Al mismo tiempo hipervisible e invisible, su piel, su voz, su sexualidad, la performatividad de su género fueron como para muchas su lado vulnerable y, sin embargo, fuerte; que con la mastectomía se intensificó en “esta muerte en mi pecho derecho”.
Pienso en mi mamá y también en mi tía, pienso en mi hermana y todas han perdido algo, algo supongo tan presente como la falta del pecho derecho. Pienso a partir de ellas en mí, que he perdido de otras maneras, que soy vulnerable. Recordar respetuosamente este hecho, tal vez permita recordar que vivir consiste también, a veces, en aprender a pedir ayuda y aprender a recibirla.
1991. Durante la Guerra del Golfo, un dron estadounidense captura imágenes de un soldado iraquí rindiéndose con las manos en alto ante la que pensaba era una nave pilotada. “Encontrar prisioneros de Guerra”, según Adam R. Fein, representante de la AAI Corp., “no era uno de los usos previstos” para sus drones, “pero estamos muy contentos de que también puedan llevar a cabo esa función” (Ted Shelsby. “Iraqi soldiers surrender to AAI's drones”. The Baltimore Sun, 2 de marzo de 1991).
Dibujar un cuerpo es dibujar un vacío. Con el dibujo, pienso, no hay mayor diferencia.
Quiero pensar que dibujo ahora como una forma de espiritismo: una comunicación con los fantasmas, cuya invisibilidad no es prueba de su inexistencia.
Dibujar con la certeza fragorosa del terraplanista en un mundo radicalizado por el escepticismo: prove me wrong.
Dibujar con fe en el fantasma, hasta que me demuestren lo contrario.
Tras un día o dos de permanecer callado o, más bien, sin poder decir una palabra, limpio la casa, limpio mi cuerpo, en silencio.

Pienso que este diario debería honrar esa incapacidad de decir que conduce a la práctica del cuidado y el oído.

Imagino, entonces, un libro. Un libro en el que cada hoja en blanco representa un día. Páginas blancas en las que los pájaros despliegan su canto y el viento golpea la ventana, en las que reverbera el murmullo humano.

En este libro, yo elijo de alguna manera reducir mi movimiento, consagrándolo al aseo del espacio en el que despierto, como, observo y escucho pues, después de uno o dos días, sé que no es necesario que diga nada.

975

Luego de hablar brevemente con mi papá, pienso que pronto debe jubilar. Vivir esa etapa transitoria. Comenzar a despojarse -entre otras cosas- del miedo ante el deterioro del cuerpo. Supongo que en algún momento aquella experiencia, que llamamos, a veces, simplemente, vida, se transforma en otra cosa. Quizás en un reconocimiento. La muerte está aquí, indisociable del cuerpo que recibe el calor del sol, el calor de otros cuerpos, la satisfacción de la comida y la bebida, el sentimiento amable de la comodidad, el placer sexual, el goce sensitivo que ofrece el viento, el olor del mar, el pasto o la primera lluvia del año. Todo aquello por lo que sonreímos, abrimos la boca, los ojos; las pupilas se dilatan, las manos se abren los brazos, extendemos la espalda, se tensan los músculos, transpiramos, se relajan; hablamos bajito o para adentro palabras amorosas. Pero luego tiembla la voz de tu padre al otro lado del teléfono, como la tuya a este extremo, y piensas que es difícil, porque nunca han sabido comunicarse de esta forma, pero lo intentan aunque no puedan el uno ni el otro decir lo que callan: es el cuerpo, su exultación, parte del miedo.

933

Savasana es la asana del muerto. En el momento de finalización de la práctica, acostados en la oscuridad, con todo el peso del cuerpo sobre la tierra, tratamos de dejar de pensar, concentrándonos en la respiración.
En ese momento, en el que uno desea dejar de pensar, asaltan imágenes. Primero, las preocupaciones del día que, más o menos inmediatamente, se cancelan cuando la atención se sitúa en el aire que entra por las fosas nasales. Después, se avecinan recuerdos frecuentes. Otras veces, uno cree descubrir alguna cosa, algún matiz, una nueva cara entre esos recuerdos.
Hoy recordé la imagen de una persona. Más específicamente, recordé y ese recuerdo fue un reconocimiento: alguna vez la amé, en el pasado, como la amaba ahora, sin saber, mientras permanecía muerto.
Por supuesto, ese recuerdo también perdió importancia.

896

Respecto de la producción de verdad de “las ciencias”, hace ya más de cuarenta años, Monique Wittig mostró la funcionalidad de la distinción entre naturaleza y cultura.
En el marco de lo que llamó “pensamiento heterosexual” –ese sistema de dominación que al crear categorías para leer la realidad, crea la realidad que intenta leer–, es visible la rentabilidad de la diferencia sexual: allí donde “mujer” es “naturaleza”, “hombre” es “cultura”; de lo que se sigue: la explotación económica de la naturaleza se llama progreso.

La primera y crucial división respecto de lo común, como claramente lo indica Wittig, es la separación entre lenguaje y realidad. Separación que el metalenguaje en las ciencias y los universalismos en la política promueven.
La promoción de esta división como verdad analítico-política se sitúa como respaldo argumentativo de las diversas divisiones que constituyen la actividad económico-afectiva de cada unx de nosotrxs. Entre estas, las divisiones: sexual, de clase, del trabajo; configuran una economía completa, una filosofía completa, una educación completa y, así, la idea problemática de lo común.

El valor de esta perspectiva crítica, que apunta al universalismo para exponerlo como construcción ideológica, en su doble dimensión retórica y material: las palabras cubren la dominación, pretenden convertirla en naturaleza.

Esta conceptualización de la división entre lenguaje y mundo en tanto hecho, dato de lo político, implica volver a pensar, pensar de otro modo, poner en duda, cuestionar, reconstruir o abandonar las categorías con las que comprendemos el mundo.

867

Me perturba recibir el pésame de amigas y amigos, de otras personas que tienen un cariño general por mí. Pienso que aquella actitud respetuosa debería ser reservada a su familia, a sus viejos amigos. Por otro lado, comprendo que reconocen algo suyo en mí, como si ella hubiese sido a través de mí de alguna manera y yo en su cuerpo otra imagen de mí mismo, que la amistad realmente incorpora al otro en el cuerpo propio.
Entiendo ahora el duelo. Entiendo ahora que una parte de mí también ha muerto con ella y que una parte de ella vive en mí.

859

De pronto, cuando todo comienza a bajar y ejerce presión sobre mi cuerpo -hoy, como en la práctica, como en el amor, como en la amistad, vuelve a ocupar su sitio el cuerpo-, pienso. Y aquel acto, lo recibo como una bendición.

836

Mientras veía la película (la vida) de Jonas Mekas: As I Was Moving Ahead Occasionally I Saw Brief Glimpses of Beauty; me asaltó la pregunta sobre cuál es –para mí, ¿cuál será?– la materia en la que en algún momento se impondrá el desorden armónico de las relaciones humanas. Aquellos materiales heterogéneos que mostrarán eventualmente la forma en que serán leídos, por mí y por otrxs.
¿Cuál es para mí –¿el diario?– ese soporte en el que sin pensarlo se inscriben y habitan las personas que he amado?

819

Me dice que a veces le embarga la sensación de que la vida es difícil o, más bien, que ha resultado difícil. No por las dificultades materiales y políticas que supone vivir en un país injusto, sino porque los amigos están perdiendo la cabeza y las amigas ya la han perdido hace tiempo y que eso le produce una cierta angustia.
Entonces me escribe esperando que le escriba de vuelta. Pero yo no escribo. Dibujo y repito en cambio estas letras sobre un cuaderno de croquis para que aparezca tras sus formas la forma suave del mar.
Yo no respondo. Elijo por sobre la comunicación este ejercicio arraigado en la esperanza de que el color del mar coincida con el color de la escritura o que, al menos, la acumulación de estos fragmentos se parezca en algo a la tierra acumulada, a la historia del suelo y de la gente que habitó este territorio, convertida en astillas de huesos, trozos de loza y vidrio erosionados, indicios de una forma de vida en la que pudieron quererse, se dañaron y se amaron; formaron hogares en los que bebieron y comieron; construyeron edificios en los que trabajaron; cayeron sobre el suelo. Y el movimiento de la tierra, luego, y del viento, el movimiento del mar y del cielo erosionó sus huesos y utensilios y la tierra se les vino encima y deshizo su piel y su pelo, sus uñas y sus nervios y absorbió sus fluidos y ascendió como un brazo por entre las capas del suelo hasta romper el mantillo o, por alguna grieta del asfalto, extenderse al cielo.

Yo no respondo. Porque supongo en su mensaje una especie de obligación a la que me rebelo. Y porque a veces es más fácil pensar en los muertos que enfrentar a los vivos.

809

Escucho a Vivek Shraya. Dice: “I really think that my femininity was taken from me”; e inmediatamente pienso en mi padre.

784

De pronto un dolor profundo me presiona el pecho, rompe luego en llanto o brota.
Sobreviene el agradecimiento. Agradezco este dolor porque me recuerda que tengo un cuerpo que siente, que piensa, que sueña.

760

“Yo, en cambio, pensaba que lo central para explicar y comprender a los seres vivos era hacerse cargo de su condición de entes discretos, autónomos, que existen en su vivir como unidades independientes”.

634

Comencé a escribir pensando que este texto (lleno de huesos y músculos), que yo en tanto que texto, tejido de nervios y carne y huesos y músculos, sería la armazón flexible que evitara la caída de los hombres-niños, pero no soy sino un cuerpo que mira y que siente y recuerda, que escribe. Solo puedo ofrecerles este oído que escribe.

540

Ayer creí llegar a una especie de reconocimiento. Es, sin embargo, algo que ya había pensado, pero a lo que ahora se suman los últimos días en Antofagasta.
Tras la vida vieja y su ruptura, vino la experiencia de la desolación: no tener nada ni a nadie, no hay lugar. Esta experiencia, en su versión luminosa, condujo a la posibilidad de “volver a nacer”, la posibilidad de la “vida nueva” como locura de trabajo y tal.
Pero, luminosa u oscura, tras la desolación está el desierto.
En el viaje –que es siempre un regreso– comprendí que existe un lugar o, al menos, su promesa: el retorno a la memoria infantil, la alegría infantil (sin habla), donde soy querido a pesar de mis dificultades para aceptar el amor sin medida.
Ahora la valentía: mirar, ofrecerme, permanecer quieto y escuchar, estar presente, respirar, estirarme cuando el sol se entrometa por la ventana y descansar cada vez que sea necesario.

532

En el café pienso en los libros de R., en las entrevistas que le han hecho ahora último y en las consultas que me hace cuando no está seguro de las imágenes que proyecta en sus respuestas.
Pienso que una manera justa de entender esos libros sería diciendo algo así: son la manifestación de una subjetividad que necesariamente trasciende el libro porque su vida es excesiva.
Aunque, la verdad, uno nunca deja de pensar en sí mismo, más allá de las declaraciones de honestidad y el amor por los otros.

529

Toco el hueso de la clavícula derecha –tras sumergirme en la playa– con los dedos índice y medio –tras humectar la piel con una crema suave y blanca– de la mano izquierda, mientras leo o pienso arrojado sobre el sillón –bello y terso– como un animal cansado, sobre su propio cuerpo.

514

Gran parte de las conversaciones en esta casa giran alrededor de las enfermedades de mis abuelos, tíos y demás parientes, sus tratos más o menos ingratos con los doctores, los necesarios cambios en las dietas y sus regímenes de ejercicios, los remedios, naturales y artificiales, farmacias y hospitales.
Cuando pienso que el asunto se trata de aceptar la muerte, científicos y curanderos hacen todo lo posible por alargar la vida.

497

Me detengo a mirar la manada del viento que pasa entre los árboles del cerro. Me concentro en la flexibilidad de alguna rama –que sale y entra en la luz de la tarde, que va y viene de la oscuridad de la copa– y pienso que en esa rama, viva y muerta, todavía prendida del árbol, está el poema.

457

Dos concepciones ya tradicionales del texto:

-un lugar donde se amontonan niveles
-un espacio donde se tejen redes.

Esta distinción descansa sobre una dicotomía operativa: profundidad y superficie. Como en toda opción hay, por cierto, una moral que la garantiza: la que determina lo profundo como objeto de interpretación: la verdad de un texto, figura de la sustitución, ideología del referente. Es obvio, la vigencia de la idea de la red nos hace más deseables, pensar en redes interconectadas donde el sentido se disemina es más legible hoy que pensar en niveles de profundidad. Pero una hoja

¿cuál es el sentido de una hoja?
Una hoja, professor,
es “una superficie infinitamente profunda”.

438

Amamos y vivimos en el mundo, sin embargo.
Entender lo que nos separa desde la angustia, la insatisfacción, no contribuye sino a pensar el amor, la vida alegre, como un espacio fugaz, “un placer extinguido apenas saboreado”, en el que se anula la diferencia por el pestañeo de lo absoluto inaccesible. Pero no, habrá que entender lo que nos separa (los motivos de dolor) no para reparar esa distancia, sino para, desde ella, mirar de nuevo las cosas.

435

He llegado a pensar, casi a decir:

“Distantes, dejando de pesar el uno sobre el otro, ¿acarreamos nuestras almas con esfuerzo?”

“Acabas de cumplir 82 años. Has encogido seis centímetros, no pesas más de 45 kilos y sigues siendo bella, elegante y deseable”.

409

Foliolo, cada una de las “hojuelas de una hoja compuesta”. A partir de esta definición, habría que pensar en comunidades politizadas cuyos individuos actuaran como los foliolos de la Mimosa pudica o pensar un cuerpo (deseante) compuesto de foliolos, ligero y verde, quisquilloso.

396

Leo el reverso de los 40 días. Me parecen las notas de una persona “deprimida”. Sin embargo, fueron 40 días en los que pude sentirme entregado. El amor (que acá solo debería significar esto: el deseo de vivir la vida con respeto) requiere entregarse a lo que esta ofrece, sin pensar, arrojarse.

371

28 de septiembre.
Ser más arbitrario, yuxtaponer rabiosa, caprichosamente. El deseo no es por el sentido inanticipable, sino por la posibilidad de continuar escribiendo.

Me parece imposible expresar de manera simple aquello que deseo. No es un problema de estilo, es un problema de referencia, de denotación, de la relación entre el lenguaje y el mundo.

Hoy es el cumpleaños del padre. Pienso en enviarle de regalo un reloj con la siguiente inscripción: te devuelvo el tiempo.

366

23 de septiembre.
Hay nuevas horas, nueva luz, espacios amplios, un mundo nuevo.

Hoy escribí casi exactamente lo mismo que ayer. El décimo día, día del hastío, de la repetición, número de la vida vieja.

A veces siento que emprender esta, como toda otra tarea, carece de sentido. Este es el mundo, “¿hay sentido en él?”

Luego de la alegría –inmensa, me atrevo a decir– caigo en este hastío, dudo de todo, de mis intenciones declaradas de benevolencia. Llego a pensar que necesito estos estados de autoconmiseración, de esta morbidez que se manifiesta contra la vida activa. Ahora mismo el cuerpo frío de las cosas me consuela. Un sentimiento persiste: la mística desaseada de la anulación, del anonadamiento, del llanto, de eso que a los ojos del mundo –que son mis propios ojos– es nada más que depresión.

Un sentimiento horripilante llega como corolario: ¿quién es esa persona?

359

13 de septiembre.
Camino contra el sol. Aparece la sombra de alguien que sigue mis pasos. Pienso antes que otra posibilidad, que eres tú, que vienes a sorprenderme.

Segunda parte del ejercicio: leer por las tardes.

¿Por qué alguna vez en el pasado, en el futuro, dejar de ser esto que soy en este momento: una persona abierta a los otros y al mundo, calmada?

Por otro lado reposa también la sensación de que me he vuelto una persona indeseable, un manipulador insaciable que puede imitar a su antojo los sentimientos del otro y propiciar su simpatía.

304

En una de sus cartas a Isolda (él viaja por el sur de Chile, está en Valdivia), Óscar Castro escribe: “…mientras los niños se vestían, yo me encaminé hacia el invernadero del hotel. Conocí allí la Mimosa pudica, una planta semejante a un helecho común que encoje todas las hojas de la rama cuando uno la toca. Luego pude admirar trescientas variedades diferentes de quiscos. Los había de todas las formas y caprichos que pudo inventar la imaginación. ¡Y yo, Isolda, pensaba intensamente en ti al contemplar aquellos prodigios de la naturaleza!”

200

Pocos días que recuerdo en los que fui –ahora pienso- feliz. Esa tarde en Concón cuando bebimos ron, oriné en el patio de la cabaña y robamos una planta luego de ganar algo de dinero en la calle tocando guitarra. Esa otra tarde cuando intentaste demostrar tus habilidades marciales y caíste, la noche que salimos a la calle a gritar por nuestro amor desaparecido en medio del parque Bustamante. O esa vez que bailamos el odio en calzoncillos, la madrugada en la que le arrebatamos un árbol a la tierra y lo metimos a la casa para imaginar la mitología de las raíces. Y también están esos otros momentos que me reservo, no por pudor, sino porque son inexplicables.

199

Le doy a leer estas notas a C. “No se puede lastimar a nadie a costo de escribir”.
Es incómodo leer estas palabras, lo es también para mí escribirlas y exponerlas sin consentimiento; como te dije, las personas de las que hablo son también parte de lo que soy o, debiera decir, de la imagen que construyo de mí mismo, para mí. Soy injusto, pero los libros son injustos. Debo negociar cada frase, sin embargo, pensar en el respeto que les debo sin perderlxs a ustedes de paso o encontrarme, de pronto, escribiendo, como ha sido siempre, a salvo, arropado mientras regreso.

163

Escapes de gas y el edificio de la UNCTAD III. Esfuerzo por dar cuenta de un vaciamiento de los objetos artísticos. De aquellos objetos fundidos con sus funciones no queda más que sus imágenes (ejemplar en este caso es la chimenea roja del escultor Félix Maruenda vuelta una miniatura mientras la estructura de fierro ha perdido todo uso, se convierte en desecho). De aquí, cierta pesadumbre.

Mejor, pensar de otro modo.

En su estado actual, aquellos objetos vueltos imágenes no necesitan más que ser exhibidos.
Como imágenes, por tanto, pertenecen a un régimen de exhibición que reorganiza la historia en virtud de hacerla accesible, citable, legible, visible, filmable. He allí la gran efectividad de la operación histórica del neoliberalismo: la transparencia de un pasado cancelado en la homogeneidad del patrimonio cultural.
En su grado máximo de exhibición (miniatura de la chimenea de Maruenda), esas imágenes, esos objetos, se abren a modos de producción inauditos para el arte en la institucionalidad contemporánea.

155

El personaje tal vez piense: ¿Qué soy? ¿Qué puedo ser, despojado de esta naturaleza impuesta?

139

Pensando en vestir un alzacuellos para presumir de interioridad.

125

La perspectiva de un árbol del paso del tiempo. Nada tendrá que ver con la mirada tras la cual se piensa el sujeto moderno. Debe ser una mirada multisensorial, simultánea.
Escribir sobre esto como el motivo de una vida.

111

La crítica como la forma más arrogante, el crítico como un moralista. Asco sin duda frente a quien me dice qué leer, frente a quien dicta subjetividades, quien me dice cómo vivir.

Por esto no a la crítica, forma mezquina cuando es arrogante, pero si quiere leer, ir allí donde la imagen se forja, la creencia cristaliza, cuando hiere el modo que pensamos correcto de conocer el mundo, sí.
Una crítica que es búsqueda del otro, una crítica como autosuperación.

100

Almorzamos junto a P. Hablamos largo sobre ella. Está constantemente ahogada, con ganas de decir algo que aún no piensa, o algo que de tan dicho pudiera parecernos innecesario escuchar: “Me gustaba que me quisiera”.


88

R., me escribe desde el río Puelo. Me cuenta de su viaje a la montaña junto a J. También que nos han extrañado y pregunta por nuestra casa. Le cuento que todavía no llegamos, recién mañana viajaremos, en bus, por largas horas a través de las montañas.
Concluyo: “No me he sentido muy bien últimamente. Tengo una crisis existencial por ahora, aburrimiento, spleen, vacío sincero. Debo pensar largamente en mí”.
Todo como si fuera lícito ser honesto con alguien.

68

Hemos pensado en unas entrevistas. El único requisito para los entrevistados es no dejar de mirar a la cámara. Por ningún motivo dejar de mirar a la cámara, so pena de muerte.


67

Vino P., –trípode y cámara en mano- hablamos del proyecto: pensar en el arco imaginario entre Jean Rouche y Eduardo Coutinho. Pensar en el arco que se dibuja entre Crónica de un verano y Jogo de cena. Pensar en el arco entre la representación como ilusión de realidad y la realidad como conciencia de la representación.
Luego: tú y P., hablan, consolidan su amistad o qué sé yo. Esos son momentos a los que no puedo acceder.

62

Por la tarde veo a los abuelos. Pedro está muy delgado y me cuenta sobre su aburrimiento, se jubiló tarde –hace tan solo dos años-. Pedro antes era una roca, un hombre fuertísimo que supo sacar adelante a dos familias al mismo tiempo, con una discreción impecable.
María atraviesa el patio como un fantasma sonriente. Desde que quedó sorda, decidió también quedarse muda. Ahora ambos viven en la casa del lado, pensando por las tardes qué deberían comer la mañana siguiente.

46

Pienso: la luminosidad de las imágenes debiera pretender opacar la cultura.

38

Me quedo más callado de lo que acostumbro. No puedo conciliar el sueño, entonces escribo para aburrirme lo suficiente y que los párpados pesen. Pienso en el fracaso de estos apuntes, tan alejados de su propósito (sorprenderte), de su formato (la carta de amor) y de lo que pretenden (la novela).

37

La abuela, que es a la vez la mamá, y su hija en la pieza del nieto que juega en el patio. Tal vez piensen que me parezco a él. Me siento sospechoso de escribir.

30

Las nueve y media, noche de año nuevo. El papá llega recién del trabajo. Lo sé por sus ruidos, el sonido de sus pasos hasta la reja del antejardín, la manera singular de abrir la puerta o desplazarse cansado al interior de la casa. Le dice la mamá a Daniel: “Llegó tu abuelo” y él corre a verlo llegar. Solo espero que le diga al abuelo palabras alentadoras, de esas que los niños dicen sin pensar, esas palabras con las que los adultos se sorprenden y por las que convierten a los niños en seres mitológicos.

28

Hay fórmulas, secretos, palabras necesarias. La relación de identidad como recurso majadero. Debo comparar, por ejemplo, los días que cuenta un preso para salir de la cárcel con los días que faltan para nuestro reencuentro. Lo mismo resaltar tus cualidades en la semejanza con cosas "excelsas" o materias "puras" de la existencia. Como en Perceval, que al ver la sangre del cisne sobre la nieve recuerda las mejillas de su amada. Esa palidez también tiene que ver con la muerte y, allí, Eurídice y Orfeo, la ficción llamada Poe, Macedonio Fernández.
El principio de semejanza –como es y ha sido siempre- abre el paso, el camino a la representación.

21

Le cuento a José mi mejor treta, cuando le gano el gallito al papá, el padre; el día que me encontré diez lucas. Corrí el riesgo que me dijera: estamos cortados. Víctor, hasta aquí llegamos, nosotros estamos cortados y de verdad se cortara todo: la confianza construida a partir de silencios, de engaños limpios, delicadezas y sobre todo obediencia irrestricta; el poco dinero que me diera; su alegría.
Aun así, esperé que salieran, me quedé como ya les tenía acostumbrados. Sigiloso entonces al cajón de la plata: un billete de entre muchos.
Al volver, convenzo al primo-niño de que me acompañe a comprar un helado, que le convido.
Camino al almacén, espero el momento preciso para agacharme y gritar excitado que me encontré diez lucas, primo, diez lucas. Vamos, te compro el helado que quieras, ranita. Por supuesto accede y compro su fidelidad. Tengo un testigo, soy invencible.
Lo mejor, todos se lo creen todo. Pero el papá, el padre me mira y sabe, sé que lo sabe, sabe que le he robado diez mil pesos. Y no dice nada.

8

Y se puso nervioso y feliz –practicó la propiedad privada, mi padre-. Como yo que tuve envidia, cogió el carro y jugó. Dispuso obstáculos a lo largo del patio. Sentado en un extremo, se preocupó de cuidadosamente conducir el carro hacia el otro extremo, su punto de partida. Fracasó. Chocó cada vez que tuvo que esquivar; dobló en sentido contrario siempre que debió doblar. Finalmente rio y yo reí. Nos miramos a la cara. Pensé que en mi risa había ternura.
Tal vez hubiéramos sido buenos amigos.

2

Pensé lo infinitamente sorprendido y entusiasmado que me habría sentido yo si hubiese recibido ese regalo a los cuatro años y tuve una ligera envidia. También quise un tren por esos años y sus rieles. Al despertar, hubo tren para el sobrino también. 

Es gracioso el sobrino: un poco pesado como yo y un poco miedoso y tímido como era mi hermano. Se parece más a la hermana, por supuesto.