Sucede con cierta regularidad que la corteza oceánica se introduce bajo la corteza continental. Estos grandes movimientos liberan magmas y fluidos hidrotermales que ascienden por fisuras y grietas; minerales líquidos incandescentes que -en su camino de subida a la superficie de la tierra- se enfrían y cristalizan. A esas formaciones verticales se les llama filones, vetas y vetillas.
Como un modo de dar cuenta de tales vetas de escritura acumulada, hice un análisis de repeticiones de palabras por cada año del diario y clasifiqué luego cada una de sus entradas con las palabras resultantes: vetas que señalan otros depósitos minerales, otras estructuras verticales que atraviesan la horizontalidad del tiempo de la escritura del diario.

VETA ☷ viento

Sería incorrecto decir:
Se hunde en la negra noche
Naufraga en el mar más oscuro
Se pierde en la sombría espesura.

Entre tantas cosas, sin duda un árbol
No es parecido al niño o el loco
Que desviándose del camino se pierde

Ni un tronco es similar a una embarcación
-Aunque tradicionalmente sean
Los árboles / madera
De travesías y aventuras-

Son cosas que se dicen en poemas / cosas
Que surgen cuando hablamos desde el entusiasmo.

Sucede que hoy hemos estado por largas horas
Mirando el viento golpear las hojas de la Melia
-Conocido también como árbol de los rosarios-
Y nos ha encontrado la noche.
Como las estrellas
que brillan y titilan,
los dorados narcisos

a la orilla del lago
bailan con el agua
movidos por el viento.

En el poema de los narcisos
-I Wandered Lonely as a Cloud-
de William Wordsworth
el mundo baila y se mueve.

En cambio en El iris
salvaje
de Louise Glück
el mundo / el poema ofrece

sus diversas flores
coloridos y frágiles
cuerpos que cruzan

el umbral de la vida.

"Uno por uno"
desde una tanqueta
le gritaron a Maicol

Palacios el día que fue
a la comisaría de Collipulli
a buscar a su padre
Carmela Jeria Gómez y Manuel Schuman Hasin viajan de campo en campo para vender las telas que este traía de sus tierras

De noche separamos ciertos libros
De la estantería o el librero

-Una pequeña montaña se yergue-

Abrimos cada uno y los volteamos
Sobre la mesa o el suelo.

Grupos de viajeros levantan
Sus tiendas de campaña

En el descampado levantan
Un campamento.

Arrancan otros viajeros

Páginas y fragmentos
En caso de que el viento
Arrecie o escasee
el alimento -del espíritu-.

Es vasto el territorio de una mesa
Para los que no dormimos.
De pronto bajo el árbol una ráfaga de viento sacude la copa y caen hojas sobre el pasto. Cada una mira: ya la hoja, ya el viento dibujado por la caída de la hoja, ya el pasto o el espacio oscuro entre brizna y brizna de pasto.
Pensamos: la escritura aparece como las briznas del pasto conforman una alfombra verde un manto verde sobre ladera o monte. Mirada de lejos o arriba, como un paisaje plano aparece / rico por razones diversas a las de las breves relaciones fugaces entre significado y sentido, signo alfabético y no alfabético, letra y contraforma.
Los ojos encuentran consuelo en las grandes superficies de escritura, abiertas como el horizonte tras la colina, tras el camino amurallado que lleva al mar abierto.
Hay allí perfectamente nada, y por tanto corremos en cuatro o dos patas, en seis o dos ojos, con la almohadilla de las patas ejerciendo presión sobre la letra y su contraforma sobre la brizna de pasto y su contraforma, ambas oscuridad y vacío de cerca / ambas gris vibrante de lejos.
Miramos abajo y arriba estirando la espalda.
Lo que mirando desde arriba parece / una mancha de humo negro ondeando lentamente a favor del viento / sobre una cuadrícula más o menos perfecta, mirado desde abajo corresponde a un bulldozer / que derriba la primera / de un conjunto de viviendas informales / cerca de los cerros / al extremo norte de la ciudad de Antofagasta.
Una ventana al mundo

Como en una película silente el viento mueve las hojas del árbol / indiferente de la acción, el decorado o la vida escenificada: el cine está en el movimiento de las hojas.

Otros días la luz del sol proyecta las hojas del árbol en la pared de la cabecera de la cama y su reverso de sombras se mueve sobre los cuerpos dormidos.

En esa frase manoseada / disputada (el cine está en el movimiento de las hojas) aparece (para mí / hoy / todavía) aquello difícilmente apropiable en los libros: la ausencia de deliberación.

*

De manera similar
me parece
Marguerite Duras
hablaba de Barbara
Loden en Wanda
a propósito
de su autenticidad
a la hora de actuar.
Leo bajo el sol y conmigo lee la perra los mensajes de la hierba, la lengua de los chincoles y las raras, no poco frecuentes en el litoral, el ruido de sirenas y bocinas lejanas transportado por el viento. Todo se confunde entre briznas polen y semillas que abren surcos en la materia del aire. De la boca de la a, de la abierta boca de la u que aúlla al cielo, escucho el sonido de las hojas, el sol entre las hojas, su sombra sobre la hierba.
frente al mar me senté
en lo más alto de las rocas
a ser roca a atajar el viento

pensando que ese era el trabajo
de las rocas pero las rocas

-al menos estas rocas
en las que estoy sentado-

conducen el viento
le muestran un camino.
Como si yo fuese la tierra, cavó un hoyo para protegerse de la ventisca, el viento frío del invierno.
Y cuando la veo, toda la vida de la palmera escapa entre mis manos; excede la imagen que de ella tengo para mostrar su presencia / dinámica en este suelo. Algo dice que no entiendo y luego dice que no hay nada que entender. A ambos nos toca el viento.
Abren los arbustos sus ramas para acompañar el paso del viento. Animales pequeños le siguen. Adheridas a su pelaje, transportadas por el viento, semillas y esporas se unen a la caravana. Muchas semillas van a dar a un suelo demasiado seco o demasiado húmedo, otras hunden su brazo en la tierra y crecen arbustos en el sendero.
Vistos desde las alturas próximas, simulan a la gran serpiente, que el movimiento agitado de las ramas hace visible como una amenaza: no interrumpas el camino del animal mítico, no quieras ver aquello que es invisible; pero la ciudad crece con las semillas, todo parece al alcance de la mano.
Cantan los pájaros y un viento entra
para hacer volar las hojas sobre la mesa
las hojas de la palmera enana y la en
redadera las hojas del potus y la mala
madre también conocida como araña
cinta o lazo de amor.
Tras un día o dos de permanecer callado o, más bien, sin poder decir una palabra, limpio la casa, limpio mi cuerpo, en silencio.

Pienso que este diario debería honrar esa incapacidad de decir que conduce a la práctica del cuidado y el oído.

Imagino, entonces, un libro. Un libro en el que cada hoja en blanco representa un día. Páginas blancas en las que los pájaros despliegan su canto y el viento golpea la ventana, en las que reverbera el murmullo humano.

En este libro, yo elijo de alguna manera reducir mi movimiento, consagrándolo al aseo del espacio en el que despierto, como, observo y escucho pues, después de uno o dos días, sé que no es necesario que diga nada.

975

Luego de hablar brevemente con mi papá, pienso que pronto debe jubilar. Vivir esa etapa transitoria. Comenzar a despojarse -entre otras cosas- del miedo ante el deterioro del cuerpo. Supongo que en algún momento aquella experiencia, que llamamos, a veces, simplemente, vida, se transforma en otra cosa. Quizás en un reconocimiento. La muerte está aquí, indisociable del cuerpo que recibe el calor del sol, el calor de otros cuerpos, la satisfacción de la comida y la bebida, el sentimiento amable de la comodidad, el placer sexual, el goce sensitivo que ofrece el viento, el olor del mar, el pasto o la primera lluvia del año. Todo aquello por lo que sonreímos, abrimos la boca, los ojos; las pupilas se dilatan, las manos se abren los brazos, extendemos la espalda, se tensan los músculos, transpiramos, se relajan; hablamos bajito o para adentro palabras amorosas. Pero luego tiembla la voz de tu padre al otro lado del teléfono, como la tuya a este extremo, y piensas que es difícil, porque nunca han sabido comunicarse de esta forma, pero lo intentan aunque no puedan el uno ni el otro decir lo que callan: es el cuerpo, su exultación, parte del miedo.

940

En el balcón de enfrente, detrás de la cortina que el viento a veces eleva, una mujer grande lee por las tardes.

930

Conocer el viento
como la rama
del árbol.

911

Decir: estiro el brazo.

Y con él se mueva el viento se muevan
Las ramas de los árboles avance
El río llegue / al mar

Que sea viento el brazo
Sombra de la ola.

874

Me distraigo, divago, imagino grandes cumbres, movimientos descendentes, vibraciones, la moneda del sol, la hoja del agua, la sombra del viento y recuerdo, de pronto, que hace una semana has muerto.
No importan ni su repetición ni el paso del tiempo, es una experiencia siempre nueva.

873

Suena la larga bandera fuera
del estadio nacional
se infla y enreda
en el cable que la iza y
roza la destruye
en lo alto vuelan sus trozos
integrados al gran viento.

865

El sol que sube por el cerro. El viento que baja por su falda. Ejercen presión sobre mi cuerpo, cuando camino de vuelta, esta tarde.
Resiste al comienzo la presión el cuerpo, pero cede. Se abre cada uno de sus poros. Respira el tejido aireado, de pronto nuevo, recompuesto. Absorben el sol las papilas que experimentan el mundo. Cada agujero recibe y da, convive en el aire con las partículas de luz cálida, del viento tibio. Tocan los surcos de los pies los surcos de la goma del zapato, tocan / los surcos de la tierra, bajo el asfalto, sobre las raíces y la vida subterránea.
Consigo entrar, de vuelta a la casa. Me siento, como lo hago siempre, sobre la imagen de un cuerpo que lee.

856

En medio del sueño, en medio / de la tarde –las cortinas abiertas (los ojos entrecerrados) para que la luz entre– veo caer la nieve. Blanca, cenicienta, sobre cada cosa.
Me elevo de la cama y levito hasta la ventana, enamorado de la nieve y todo lo que toca.

El barullo de la calle me despierta, los gritos de la calle / me despiertan, los disparos, / el fuego; / la ceniza del árbol viejo que transporta el viento y llena el aire a la falda del cerro.

846

allá. cuando hubo un mar. en lo alto. colmado. por lágrimas grandes. de grandes. animales. impresionados. en los cielos. blancos. animales esta tarde. acá. cuando abajo vuelven. a correr la pampa. abierta. oscuros. animales. de dorados lomos. visitan. a veces. ciudades. cercanas. y los vientos fríos. esta tarde corren. el sol. tibio intenta. domarlos. pero llueve.

827

El humo sale del tubo de escape vertical. Se aleja el bus. Deja atrás la negra nube de humo. Suspendida ante el horizonte. Dibuja en el cielo su propia forma inmóvil. Todo pende del grafito del humo. El tubo del que escapa. Bus y horizonte. De su forma vertical. Amigo del viento. Bandera del mundo.

825

Entre tantas estrellas
Estaba el sol
Nubes entre otras nubes
Y volaban pájaros

Contra el cielo
Sobre las copas
De los árboles.

Corría el viento
Entre las hojas
Los edificios de oficinas
Y habitaciones.

Había muebles bajo las estrellas
Bajo los techos cocinas
Camas bajo el sol
Utensilios bajo el cielo

Todo estaba solo.

819

Me dice que a veces le embarga la sensación de que la vida es difícil o, más bien, que ha resultado difícil. No por las dificultades materiales y políticas que supone vivir en un país injusto, sino porque los amigos están perdiendo la cabeza y las amigas ya la han perdido hace tiempo y que eso le produce una cierta angustia.
Entonces me escribe esperando que le escriba de vuelta. Pero yo no escribo. Dibujo y repito en cambio estas letras sobre un cuaderno de croquis para que aparezca tras sus formas la forma suave del mar.
Yo no respondo. Elijo por sobre la comunicación este ejercicio arraigado en la esperanza de que el color del mar coincida con el color de la escritura o que, al menos, la acumulación de estos fragmentos se parezca en algo a la tierra acumulada, a la historia del suelo y de la gente que habitó este territorio, convertida en astillas de huesos, trozos de loza y vidrio erosionados, indicios de una forma de vida en la que pudieron quererse, se dañaron y se amaron; formaron hogares en los que bebieron y comieron; construyeron edificios en los que trabajaron; cayeron sobre el suelo. Y el movimiento de la tierra, luego, y del viento, el movimiento del mar y del cielo erosionó sus huesos y utensilios y la tierra se les vino encima y deshizo su piel y su pelo, sus uñas y sus nervios y absorbió sus fluidos y ascendió como un brazo por entre las capas del suelo hasta romper el mantillo o, por alguna grieta del asfalto, extenderse al cielo.

Yo no respondo. Porque supongo en su mensaje una especie de obligación a la que me rebelo. Y porque a veces es más fácil pensar en los muertos que enfrentar a los vivos.

816

Es sorprendente la fuerza de la tela de la araña, la elasticidad de la brizna de hierba, de la rama que recién estira su brazo y se despercude.
Noto su fragilidad, sin embargo, cuando el viento –largo animal sigiloso– huye por el campo o las ciudades y agita rama, brizna y tela, se arrastra en los rincones que ilumina, serpentea en el aire y sacude la copa.
El amor es un poquito como eso.

811

Cuando era un cuerpo lanzado a la espesura. Cuando era un cuerpo sometido a la violencia. La fuerza del aire y el viento, del resto de los cuerpos y las cosas. Cuando sentía cada cosa, cada cuerpo y, con ellos, cada vello, cada respiro, el movimiento interno de los órganos, el sonido de la piel, estresada por la tensión o conmovida por las patas de la mosca que se posaban sobre ella.

808

Me dormí fantaseando una fantasía febril. Imaginé mi vida y mi muerte mi renacimiento entre los brazos del viento mi sexo mi afecto, el amor vegetal la tiranía del sol en otoño la flexibilidad de mis brazos, mi corteza ruda. Cuando desperté, en el diario, el cura Valente escribía sobre el libro de Rafael Rubio como si no hubiese pasado nada entre 1960 y junio de 2019, como si la historia y mis sueños no tuvieran ningún peso, ninguna sustancia.

807

Me quedo perplejo (aunque perplejo es una gran palabra) viendo las ondulaciones del cabello de ese hombre. Un hombre normal, ni bien parecido ni feo, ni alto ni bajo, el pelo descuidado, seco, pero que aun así crece ondulado, se mueve, lentamente, a lo largo de mucho tiempo, como el viento se mueve, a veces, o las aguas.

794

El agua pasa bajo el sauce, iluminada por la luz del sol, repite el movimiento de las hojas, que siguen el río, que siguen el viento.

775

Hoy, al despertar, abro la ventana y miro. De pronto un hombre sale desprendido del cerro, orina en su falda y parte. He visto estas apariciones extrañas salir también del Gran Sauce: hombres fantasmagóricos que nacen de su tronco oscuro o de entre las ramas que penden al ritmo del viento / de la corriente del Mapocho sobre la que cabalga un segundo río dorado en los veranos.
Caminan luego río arriba o escalan hacia la calle y se pierden entre la gente que va y viene entre sus casas y la Vega.

762

Comienza el descenso. Abajo los barcos dejan largas nubes blancas tras de sí.

Nubes, islas, ciudades del mar y del cielo.

De entre las nubes, aparece el gran cerro Coloso, interrupción del cielo.

En piedra blanca sobre la arena rojiza del desierto, los primeros mensajes al cielo.

La ciudad aparece / cuerpo dentro de una sombra, las nubes silenciosas.

Las ruedas tocan el asfalto. Se conmueve la estructura de aluminio y otros metales ligeros. Se elevan los frenos de las alas para oponer resistencia al viento.

Ponemos los pies sobre la tierra.

743

“Una inquietante palabra aymara, bellísimamente anticomunitaria, asocial, es k’ita. K’ita puede ser tanto un niño que se va de casa, se desprende de comunidad, familia o territorio, como puede ser una planta silvestre que crece sin cuidado, lejos del cultivo. El viento arrastró una semilla, lejos, y ahí se puso a crecer una planta al lado de una piedra, sin riego ni cuidado. Pero k’ita puede ser un animal, el animal salvaje de las alturas y las lejanías, que no es posible domesticar ni llevar a ningún corral”.

659

Cuando el mundo esté rodeado por los vientos y nada se imponga, habrá en el-final-de-los-tiempos un testigo impotente.

611

El aire
alrededor de la hoja

que es el centro
del universo

verde nervadura
entre las palmas del viento.

560

Hacia la noche la fresca brisa de la tarde se convirtió en tormenta.
Por la mañana, de camino a la feria, vi el tronco de una araucaria tirado sobre el parque Forestal, con sus gruesas raíces expuestas.
El árbol debió haber caído durante la madrugada, rendido ante el viento, mientras yo tenía el más terrible de los sueños: confiado y seguro de ser querido, les enseñaba a los miembros más jóvenes de la familia cómo hablar por sí mismos.

497

Me detengo a mirar la manada del viento que pasa entre los árboles del cerro. Me concentro en la flexibilidad de alguna rama –que sale y entra en la luz de la tarde, que va y viene de la oscuridad de la copa– y pienso que en esa rama, viva y muerta, todavía prendida del árbol, está el poema.

445

Rutinas, ejercicios cotidianos para lidiar con el estrés: masajear la quijada, ejercer presión sobre los ojos, las sienes, estirar la espalda, soltar los brazos, porque la vida es suelta, elástica, tiene el ritmo del viento y del agua.

376

4 de octubre.
Me veo a la vuelta de la esquina en la cara de otro, es la presencia de mi demonio.

Continúo, el viento estremece el árbol, las hojas del ciruelo me devuelven al mundo.

211

En frente y a los costados, veo tras pequeñas ventanas la actividad de lxs vecinxs que descuelgan la ropa seca de los tendederos, barren los balcones o salen a fumar, todavía en pijamas, despeinados y, supongo, con la densidad olorosa de la noche impregnada en sus barbas y cabellos, la piel pegajosa. Son los cuerpos abatidos del domingo.
Una mujer mira los maceteros de su minúsculo jardín, huele la tierra húmeda y toca las hojas de las plantas para atisbar, quizás, la vida lenta que sobrevive a la vida que vivimos, más allá de las obligaciones familiares y los vaivenes de la economía.
Los árboles roncan cuando el viento arrecia, se cierra el cielo, las ventanas se cierran.