Sucede con cierta regularidad que la corteza oceánica se introduce bajo la corteza continental. Estos grandes movimientos liberan magmas y fluidos hidrotermales que ascienden por fisuras y grietas; minerales líquidos incandescentes que -en su camino de subida a la superficie de la tierra- se enfrían y cristalizan. A esas formaciones verticales se les llama filones, vetas y vetillas.
Como un modo de dar cuenta de tales vetas de escritura acumulada, hice un análisis de repeticiones de palabras por cada año del diario y clasifiqué luego cada una de sus entradas con las palabras resultantes: vetas que señalan otros depósitos minerales, otras estructuras verticales que atraviesan la horizontalidad del tiempo de la escritura del diario.

VETA ☷ mirar

Algunas palabras adquieren un sentido preciso y urgente en la boca de ciertas personas.
La palabra hambre, por ejemplo, que no llena la boca de nadie que la pronuncie honestamente.

Las metáforas –aunque idénticas- difieren si pastan en uno u otro campo.

En “Idea de la lingüística” de F. S. Astaburuaga, se dice de la Gramática comparada de Bopp, que es una "guía luminosa para echarse en el campo de la investigación y clasificación del habla humana".

La investigación del habla humana es un campo / verde en el que el sujeto se tiende calma, bucólicamente a mirar el cielo.

En Stone Butch Blues de L. Feinberg, ellx niñx en su vagabundaje infantil da con un campo en el que retoza y se revuelca bajo el cielo

azul
como un
crayón
azul.

En ese momento, humedecida la espalda, siente el abrazo de la naturaleza que no encuentra ninguna falta que reprocharle.

Quizás, en lugar de pensar en elegir entre una u otra, el asunto se trate simplemente de una disposición ante las imágenes pues, si el lenguaje es un camino, las ideas de destino o paisaje son determinadas por el deseo.
Sería incorrecto decir:
Se hunde en la negra noche
Naufraga en el mar más oscuro
Se pierde en la sombría espesura.

Entre tantas cosas, sin duda un árbol
No es parecido al niño o el loco
Que desviándose del camino se pierde

Ni un tronco es similar a una embarcación
-Aunque tradicionalmente sean
Los árboles / madera
De travesías y aventuras-

Son cosas que se dicen en poemas / cosas
Que surgen cuando hablamos desde el entusiasmo.

Sucede que hoy hemos estado por largas horas
Mirando el viento golpear las hojas de la Melia
-Conocido también como árbol de los rosarios-
Y nos ha encontrado la noche.
De pronto bajo el árbol una ráfaga de viento sacude la copa y caen hojas sobre el pasto. Cada una mira: ya la hoja, ya el viento dibujado por la caída de la hoja, ya el pasto o el espacio oscuro entre brizna y brizna de pasto.
Pensamos: la escritura aparece como las briznas del pasto conforman una alfombra verde un manto verde sobre ladera o monte. Mirada de lejos o arriba, como un paisaje plano aparece / rico por razones diversas a las de las breves relaciones fugaces entre significado y sentido, signo alfabético y no alfabético, letra y contraforma.
Los ojos encuentran consuelo en las grandes superficies de escritura, abiertas como el horizonte tras la colina, tras el camino amurallado que lleva al mar abierto.
Hay allí perfectamente nada, y por tanto corremos en cuatro o dos patas, en seis o dos ojos, con la almohadilla de las patas ejerciendo presión sobre la letra y su contraforma sobre la brizna de pasto y su contraforma, ambas oscuridad y vacío de cerca / ambas gris vibrante de lejos.
Miramos abajo y arriba estirando la espalda.
Lo que mirando desde arriba parece / una mancha de humo negro ondeando lentamente a favor del viento / sobre una cuadrícula más o menos perfecta, mirado desde abajo corresponde a un bulldozer / que derriba la primera / de un conjunto de viviendas informales / cerca de los cerros / al extremo norte de la ciudad de Antofagasta.
De alguna manera se muere
Cuando dejamos de escribir
Así como se dice que se muere
Cuando ocurren grandes cambios
De vida: un duelo una separación
Un desgarramiento la pérdida
De la identidad (nacional / subjetiva p. ej.)
Pero también se nace muchas veces

Dejar de escribir por otras
Formas más cercanas a la imagen
Pues el deseo ha sido siempre
Por una expresión que se resista
Al sentido aunque mucho digan
Aunque mucho corran de allá para acá
Aunque su galope sea incesante
No hay sentido en las imágenes
Sino miradas -y en el peor
De los casos
Obligación
De mirar-

Como la acumulación de agua
Se resuelve en río o laguna
Charco o estanque
La decisión de dejar de escribir
Se resuelve en escritura.
Soñé con un hombre herido por espada con un perro mordido por una serpiente. Yo trataba de ayudarles removiendo la espada ahuyentando la serpiente pero el resultado era el mismo: el colmillo del tiempo. Miré alrededor y vi que era tradición del lugar cubrir de arena todo cuerpo tendido.
Miro por la ventana lo que parece una fila interminable de autos que abandonan o arriban a la ciudad, de toda aquella fuga permanece el movimiento.
He estado cuidando de J., durante los últimos días hasta el miércoles. Hoy se me quedó mirando por largo rato. Yo estaba atrapado en pensamientos sobre el pasado y el futuro, seguro de que su presencia allí a mi lado desmerecía mi atención. Pero tuve que voltear a verla hasta por fin reconocer el motivo de ese comportamiento. Una de sus patas estaba fuera del chaleco que la cubre del frío, lo que le produce -por supuesto- incomodidad.
He aprendido -me digo: solitario espectador de este monólogo-, durante los últimos días en los que mi vida se organiza alrededor de su comida y los necesarios paseos al cerro o el parque, la importancia de estar presente y disponible, la importancia de aprender a reconocer las necesidades de lxs otrxs, pero también que es importante destinar tiempo para unx mismx: tomar desayuno, darse una ducha luego de darle su comida; descansar en silencio tras los paseos; leer y escribir, pues estas pueden ser también prácticas de cuidado.
Un sueño. Una pesadilla.
La pieza. Domingo. Ocupado en mis propios asuntos: los asuntos del cuerpo; los asuntos de la imagen. Fascinado por las grietas que las imágenes
(azules de la desnudez,
blancas del camuflaje)
proyectaban sobre mi cuerpo: tomado mi cuerpo entre mis propias manos como objeto propio.
Por la ventana, primero, la mamá, segundo, la hermana grande hablaban acerca de mi desarrollo, mis nuevos gustos, reían sin tomarme en serio. Y yo refunfuñaba y hacía pucheros. Y yo me volvía bolita y me tocaba cada parte del cuerpo mientras las miraba por el rabillo del ojo a modo de venganza. Pero era tierno para ellas.

“Siento que tengo que permanecer en lo más alto de mí misma (…) y estar en el camino que me toca vivir (…). Aunque puede ser que un día me quede mirando fijo esa foto y ya nada más me haga salir de este hoyo (…). Puede pasar”.
Mónica Quezada

Pero el temor verdadero es siempre este: mirar a otrx y no poder verse a unx mismx.
Después de no poder encontrar objetos tan diversos como una antigua libreta de apuntes o un destornillador, temo un día levantarme en medio de la noche y no encontrar el espejo, colgado en el baño. Temo aún más mirar por la ventana y descubrir que mi reflejo ya no está, desaparecido el vidrio que aísla el departamento del frío en invierno, del calor en los veranos.
No tengo fotos de algunas personas que han muerto, ni de otras que también quise mucho, ninguna foto de mi infancia. Tengo recuerdos de fotografías que miré durante largo tiempo, reiteradas veces, por lo que creo que podría reconstruirlas, al menos en versiones sin detalles: mi hermana a los 3 o 4 años posando con traje de baño en la playa; mi hermano con el brazo enyesado y polera de Colo-Colo sonriendo con los labios apretados; yo a los 2 o 3 años con chaqueta azul y polera de hilo roja y líneas blancas en el parque japonés; lxs tres con mi hermana y un amigo, abrazados por la cintura frente a la cámara en el patio; mi mamá embarazada de mi hermana o de mí, vestida con una especie de camisón o vestido largo, mirando en dirección contraria al mar, a favor de las olas, seguramente, en El Trocadero.

989

Me acuesto a mirar el cielo el tiempo que demoran las nubes en dispersarse.
Cuánto tiempo es ese tiempo no importa. Es el tiempo del presente, que dura lo que dura.

982

Mirando por la ventana, sin atención: el sueño de un libro antiguo. Que hojeo expectante, como quien se interna en el mar, inseguro de su destino o de sus fuerzas.

971

Levanto la cabeza del computador y veo la algarabía de las moscas que me rodean.
Digo: las moscas que me rodean, como si fuera yo el centro de su mundo satelital.
Miro nuevamente y allí estamos juntos: revoloteando ellas y moviéndome yo, a mi propio ritmo.

909

Las pantallas que miro proyectan sobre mi mirada la nieve que cae al otro lado del mundo.
Soy uno con esas pantallas, me enamoro de la nieve.

863

Anoche soñé que tenía una hija, una hija hermosa que era a veces un perro. Dormía a los pies de la cama o iba a mí para enredarse en mis brazos y me hablaba suave y articuladamente entre gruñidos y ladridos. Y yo la amaba pues no tenía nombre o era quizás una extensión de mi verdadero nombre. Mayormente permanecíamos tirados en la cama o en el suelo al nivel de los mamíferos menores. O con el hocico sobre la hierba al nivel de los insectos. Y nos mirábamos con un amor profundo y desconocido hasta entonces para mí. Enrollado mi cuerpo, dormía mi hija en el hueco que quedaba entre mis patas, la cola y el hocico. Al mediodía había ido a la clínica a verte y caminé después hasta la casa desanimado. La gente volvía a reunirse en el hueco de la Plaza Italia entre las patas de Santiago, perro hoy viejo y amoroso como yo en mis sueños.

785

Tras anclar brazos, cabeza y codos en la tierra, me ayuda a construir la postura; extiende mis piernas, guía mi cintura y consigo el equilibrio, parado de cabeza. El mundo se invierte y concentra en un punto que miro en frente, cuando todo pierde peso. Es el punto del equilibrio.

775

Hoy, al despertar, abro la ventana y miro. De pronto un hombre sale desprendido del cerro, orina en su falda y parte. He visto estas apariciones extrañas salir también del Gran Sauce: hombres fantasmagóricos que nacen de su tronco oscuro o de entre las ramas que penden al ritmo del viento / de la corriente del Mapocho sobre la que cabalga un segundo río dorado en los veranos.
Caminan luego río arriba o escalan hacia la calle y se pierden entre la gente que va y viene entre sus casas y la Vega.

774

Terminamos de ducharnos. Es un día caluroso tras la práctica de Educación Física. Agradecemos la usual ausencia de agua caliente en los camarines. Volvemos a la larga banca sobre la que hemos dejado nuestros bolsos con la ropa del liceo público. El compañero nuevo entra tarde a la ducha. Nos espera para quitarse la ropa frente a todos. Tiene un pene grande y semierecto, pálido como el resto de su cuerpo. Con el pelo largo sobre los ojos, deja sus cosas y nos mira. De inmediato nos cubrimos al verlo y caemos sobre la banca, apresados entre el vaho que expelen los cuerpos desnudos y la pared del camarín. Por un segundo contemplamos esa revelación. Él está ahí, parado y blanco en medio del vaho, resplandeciente como un animal mítico.

763

Cibus, somnus, libido, per hunc circulum curritur. “El hambre, el sueño, el deseo, ese es el círculo en cuyo interior giramos” (Séneca. Epístola LXXVII).

Rodeamos la pista de aterrizaje como una gran ave rapaz a su huidiza presa.

Rompemos una nube. El sol proyecta la sombra del avión sobre esa otra sombra opaca.

Las nubes huyen de la ciudad para cubrir el bosque.

Carreteras, caminos, senderos que penetran la espesura conducen hacia el claro del bosque, de donde los animales huyen.

Volamos sobre el vellón de nubes. El cielo es el gran lomo de la blanca alpaca.

El cielo continúa en el río invertido. En el río, vemos el rostro del asombro y el espanto.

En el bosque, surcos por donde el humano ha abierto camino, claros donde deidades y daimones aparecen, donde nos sentimos arrojados e inermes, donde el animal viejo va a morir.

Rodeamos y rodeamos la pista de aterrizaje a la espera de que escampe. Mientras, miro las nubes lejanas y visualizo formas de animales gloriosos a los que temo y amo como a un padre muerto, proyecto mi ego sobre las nubes, creo ver a dios como un hombre desesperado por la soledad ve a dios en todas las cosas, el sol me toca tras sortear las nubes y el sagrado gran ojo de este pájaro de incontables ojos. Me vuelvo loco.
La voz del capitán interrumpe esta manía. Han autorizado una nueva aproximación a la pista de aterrizaje. El aire sube por las alas y descendemos.

Somos esa sombra que remonta los verdes cerros. Allá abajo, en algún claro, un animal mira al cielo con miedo y corre.

753

“Si el ojo no fuera parecido al sol
Nunca podría mirar el sol.
Si el sol no fuera parecido al ojo
Nunca podría brillar en ningún cielo.

Si la flor no fuera como la abeja
Y la abeja no fuera como la flor
No podrían sonar en el mismo cielo”.

712

Yo dormía y me mirabas dormir. Nada más puedo decir al respecto. El resto son mis deseos. Tras mis deseos está la nada.

705

Miro por la ventana. Abajo un hombre viejo arrastra un carro con ramas de árboles muertos, utensilios y mantas, en su espalda una mochila sucia, que se sostiene apenas en sí misma.

690

Martes y jueves a las siete de la mañana imita el cuerpo al árbol que se enraíza en el suelo y quiere abrazar el sol.
Entre los beneficios de esta práctica matinal está la inmediata conciencia del cuerpo que durante el día persiste como memoria. Caminar o estar sentado es, entonces, una actividad llena de vida, mirar es la posibilidad de ver el horizonte estético del mundo.
Y existe también otra cuestión quizás hermosa. De alguna manera, la práctica es una extensión del sueño.

667

Yo tomé su brazo entre mis brazos, lo acuné y lo puse a dormir.
Lo miré dormir en silencio.
Afuera, todo se desprendía, el aire se llenaba de esporas, “tan numerosas como los granos de arena y las estrellas del cielo”.

652

Wanda abandona a su familia. Sale de la casa de su hermana rumbo a los tribunales y no llega nunca a volver, le pide antes a un anciano que recoge trozos de carbón un poco de dinero. En los tribunales uno de sus hijos llora, pero Wanda ni siquiera lo mira. Sale rumbo a la calle. Consigue trabajo en una fábrica textil; al cabo de dos días es despedida por demasiado lenta, por improductiva. Sin tener adonde ir, va al cine, se duerme y le roban el poco dinero que tiene. Se queda sin nada, que es otra forma de decir que ya no tiene nada que perder. Conoce, después, a Mr. Dennis, un criminal mediocre, que fantasea con robar un banco.

634

Comencé a escribir pensando que este texto (lleno de huesos y músculos), que yo en tanto que texto, tejido de nervios y carne y huesos y músculos, sería la armazón flexible que evitara la caída de los hombres-niños, pero no soy sino un cuerpo que mira y que siente y recuerda, que escribe. Solo puedo ofrecerles este oído que escribe.

567

Yo solo quería decir que una vez vi y escuché a Gonzalo Millán y fue de lejos, cuando miraba desde más adentro de mí mismo, con los ojos que están detrás de los ojos.

540

Ayer creí llegar a una especie de reconocimiento. Es, sin embargo, algo que ya había pensado, pero a lo que ahora se suman los últimos días en Antofagasta.
Tras la vida vieja y su ruptura, vino la experiencia de la desolación: no tener nada ni a nadie, no hay lugar. Esta experiencia, en su versión luminosa, condujo a la posibilidad de “volver a nacer”, la posibilidad de la “vida nueva” como locura de trabajo y tal.
Pero, luminosa u oscura, tras la desolación está el desierto.
En el viaje –que es siempre un regreso– comprendí que existe un lugar o, al menos, su promesa: el retorno a la memoria infantil, la alegría infantil (sin habla), donde soy querido a pesar de mis dificultades para aceptar el amor sin medida.
Ahora la valentía: mirar, ofrecerme, permanecer quieto y escuchar, estar presente, respirar, estirarme cuando el sol se entrometa por la ventana y descansar cada vez que sea necesario.

537

Abrir los brazos y las manos, ofrecer el pecho y el rostro, ahogar el vacío del espacio personal, enarbolado como una bandera. Antes que hablar, escuchar.
Esta tarea difícil –“ponerse en el lugar del otro”– a veces me parece enojosa, como un trabajo inacabable, como castigo –el infierno: ¿Hasta cuándo debo seguir, continuar sin cambio alguno, sin salida? –.
Hoy, mediodía de un sábado de fines de enero, el asunto parece más claro. Ponerse en el lugar del otro es un estadio de un proceso complejo de desidentificación. Mucho he hablado de esto entre mis amigos, mucho he querido escribir sobre esto: ser otro.
En su alternativa ficcional, ser otro es huir (renacer), abandonar la vida de la convención por sacudirse, de paso, el habla cristalizada, el estereotipo, la imagen, el prejuicio, el odio y demás. Ser otro como salida constante.
En su alternativa práctica, política, ser otro no es huir, sino quedarse, convivir, hacerse parte y escuchar.
Derivada de esta, existiría una alternativa quizá mística: mirar el mundo con incontables ojos, ver la unidad del cuerpo como una manifestación preciosa de la especie en su medio.

504

Es de noche y el viento frío de la playa nos golpea, somos amigos desde niños. Estamos sentados en la arena frente al mar alrededor de los lugares donde no pudimos o quisimos entrar. Apenas nos miramos, el brazo roza el brazo tibio del otro. Estamos bien.

497

Me detengo a mirar la manada del viento que pasa entre los árboles del cerro. Me concentro en la flexibilidad de alguna rama –que sale y entra en la luz de la tarde, que va y viene de la oscuridad de la copa– y pienso que en esa rama, viva y muerta, todavía prendida del árbol, está el poema.

478

A lo lejos (aunque miro de cerca –pues para el sujeto todo es de una distancia irremontable–), se mueven las plantas, giran
los cuerpos celestes.

450

Miro los borradores del libro próximo por encima del hombro, con recelo o una especie de miedo a no tener ya más que decir. Me distraigo en tareas inútiles antes de enfrentarme a ese montón de hojas tiradas sobre el escritorio. Escribo entonces: "Miro los borradores del libro próximo por encima del hombro…"
Entre dos modos de escritura (la escritura del proyecto vital, arrojada al futuro e imposible y la escritura del diario, atacada por lo inmediato) pasa la tarde como un fantasma amado e indiferente.

438

Amamos y vivimos en el mundo, sin embargo.
Entender lo que nos separa desde la angustia, la insatisfacción, no contribuye sino a pensar el amor, la vida alegre, como un espacio fugaz, “un placer extinguido apenas saboreado”, en el que se anula la diferencia por el pestañeo de lo absoluto inaccesible. Pero no, habrá que entender lo que nos separa (los motivos de dolor) no para reparar esa distancia, sino para, desde ella, mirar de nuevo las cosas.

432

Miramos por la ventana los edificios derrumbados, en mi sueño. La onda expansiva tarda en llegar, el suelo se abre, una gran grieta nos recibe con sus manos abiertas.

~

Miro por la ventana. El pájaro se posa sobre la rama y estremece el árbol.

398

Escucho a una persona que dice, sentada en la mesa del lado, que las víctimas de incendio que sufren quemaduras en un gran porcentaje de su cuerpo no sienten dolor pues los terminales nerviosos de la piel se queman por completo.
No me interesa la veracidad de sus palabras. Recuerdo haber tenido un sueño en el que estábamos en el último piso de un edificio que estaba siendo devorado por un incendio: una calma hermosa nos envolvía mientras nos mirábamos a los ojos.

385

14 de octubre.
Para. Mira a tu alrededor.

367

24 de septiembre.
Despierto llorando. No es la anulación, el anonadamiento, sino la exacerbación del cuerpo lo que se ha ido descubriendo.

Anoche, frente al espejo me vi a mí mismo con una cara que no pude reconocer, la nariz más grande, me miraba desafiante, quería imprimirme miedo, pero más bien me causó risa. Ahora es, de manera consciente, parte de mí, ese que secretamente me dirá qué hacer, mi Cyrano, mi demonio.

40 días: la afirmación del ego en su multiplicidad.

311

Envidia y fascinación:
La mirada que hace / desea el mal del otro.
Lo irresistible, que pide ser mirado.

292

Quiero que todo el mundo me mire, expresar sin palabras lo que siento, que se note, que fascine.

273

Los hombres oscuros. Es importante la mirada, ya sea en el narrador que se entrega a la apertura del paisaje o a la mañana, a la caída de la noche, ya en algunos personajes: la mujer de Víctor Alfonso, el suplementero revolucionario, lo mira con orgullo mientras este vuelve al conventillo con su presencia simple y se sirve la comida.
Estos momentos -en medio del erotismo interrumpido o frustrado, de los malos olores: el guano y el hedor del amor furtivo, el hacinamiento y los vicios- parecen requerir de un lenguaje que escape de cierto expresionismo decadente o un realismo de tableau, para entregarse al luminoso trabajo del lenguaje analógico.

257

Se levanta del asiento con impertinencia, bosteza y se estira. Yo intento dormir, pero no puedo evitar observar su cara idiota mientras mira por la ventana. Siento una horrible distancia entre nosotros, no puedo identificarme con su escasa humanidad; de inmediato el desprecio, cierto asco por el gesto de su boca semiabierta, signo inequívoco de estupidez, por sus ojos que se abren de manera desproporcionada, al tiempo que una sonrisa le suaviza el rostro.
El asombro lo embarga, todo cambia ahora, me emociona su entrega sincera a la maravilla que significa surcar el aire, sobre la cordillera de Los Andes.

247

El viaje es interrumpido por una falla mecánica. Debemos esperar en medio del desierto a que el próximo bus nos lleve a nuestros respectivos destinos. Es de noche y el cielo es elocuente. Los pasajeros pierden la paciencia de inmediato o bromean con el desinterés de los sobrecargos. Tomamos café o Coca-Cola, imaginamos el paso del tiempo capeando el frío; algunos planifican el día, aprovechan para sacar cuentas, cerrar algún negocio, advertirse de las costumbres de los habitantes de la ciudad próxima. Yo miro hacia arriba y recuerdo: la Cruz del Sur, la Osa mayor, Escorpión y Tauro, el punto rojo de Marte, tendidos sobre el techo de la casa.

243

Vamos camino al cine. Cruzo en rojo con cuidado de que no venga algún auto, me sigue sin preocupaciones. Al otro lado de la calle le pregunto por qué cruzó con luz roja si sabe que no debe. Luego, en cada esquina, aunque no se aproxime auto alguno, espera el verde. Yo sigo y me alejo y él corre para alcanzarme. Alega por mi injusticia. Yo le respondo que tiene que aprender a considerar las situaciones. No porque el semáforo esté en rojo significa que necesariamente debe esperar a que dé el verde, que si hay luz verde de todas formas debe mirar a ambos lados de la calle, que debe aprender a decidir por sí mismo… Responde con un orgullo nuevo: No quiero aprender, yo elijo la mayor ignorancia.

242

Yo leo por las mañanas después del desayuno, tras el almuerzo mientras los otros duermen siesta, al llegar la noche cuando la familia se calma. Él me ha estado mirando con cierta distancia o curiosidad, no sé, hasta que me pregunta qué estoy leyendo. En voz alta le leo un poema que al parecer lo sorprende, me pide que le lea otro. Después de unos días hablamos y me cuenta: me gustó ese poema que dice: “Las estrellas perdidas son para ti, el frágil cuerpo de un bañista es para ti”.

211

En frente y a los costados, veo tras pequeñas ventanas la actividad de lxs vecinxs que descuelgan la ropa seca de los tendederos, barren los balcones o salen a fumar, todavía en pijamas, despeinados y, supongo, con la densidad olorosa de la noche impregnada en sus barbas y cabellos, la piel pegajosa. Son los cuerpos abatidos del domingo.
Una mujer mira los maceteros de su minúsculo jardín, huele la tierra húmeda y toca las hojas de las plantas para atisbar, quizás, la vida lenta que sobrevive a la vida que vivimos, más allá de las obligaciones familiares y los vaivenes de la economía.
Los árboles roncan cuando el viento arrecia, se cierra el cielo, las ventanas se cierran.

209

Camino perdido por la calle mientras lloro mirando a los extraños que me evitan o me ven pasar o paran para abrirme paso. Es mediodía y estoy aterrado por el ruido de las bocinas y el traqueteo del milenario chasis de los automóviles; arriba, el cielo cerrado por las líneas de los edificios. Doblo en una esquina y un hombre se arrodilla para atajarme de manera gentil, pregunta por mi nombre, mis apellidos, me pregunta dónde vivo, si acaso sé cómo volver a la casa. A todo respondo que no. Me toma de la mano y me conduce entre la gente hasta una comisaría. Allí se hacen cargo de mí, me dan postres para calmarme, jaleas, una sémola lánguida y desabrida que como porque no sé qué otra cosa hacer. Estoy sentado en un pabellón oscuro. Al fondo veo la puerta por la que entramos. Llevo aquí dos días o más en los que la noche se ha ausentado. La puerta se abre al tercer día y aparece la madre con una sonrisa hermosa de alivio en el rostro. El último bocado es dulcísimo. Después salimos a la calle rumbo a la casa. Me dice: fuiste muy valiente.

¿Este es el recuerdo que he estado buscando?

206

Soñé que estábamos corriendo por la playa con el sobrino, el fantasma de la familia y otro niño, un gnomo o dulce duende de barba larga y abundante.
En la arena se escondían pequeños dinosaurios plásticos de diversos colores que el sobrino y su amigo recogían como tesoros.
El hermano luego de un rato le ordena que deje todos esos animalillos donde los encontró pues ya tiene suficientes juguetes.
El regreso a la casa es triste.
Estamos en una pieza vacía con suelo de madera, concentrados melancólicamente en la luz del sol que golpea las tablas y descubre la cremosidad del polvo en suspensión.
De pronto, por la ventana trepa el enano barbudo, deja caer de sus manos un caudal de pequeños dinosaurios plásticos que inunda las junturas de las tablas y la pieza. Nos miramos con un rostro bello y excesivo, el sol se adueña de nuestros cuerpos, descubrimos que somos parte de esa luz.

188

Recuerdo esa foto quizás perdida, de niña, vistiendo un traje de baño violeta en el Trocadero. Habrá tenido 4 años recién cumplidos, yo quizás 2. Sostiene esa mirada brutal que no comprendo. Imagino que mira la inmensidad del mar mientras la miro, a los niños que juegan en la orilla evitando el agua, advertidos de la basura y los cientos de medusas muertas que de tanto en tanto asolan el litoral. Yo apenas camino o me revuelco en la arena.

114

El reto de mirar las cosas y no ver el rostro de Cristo.

¿Qué quiero decir? La crítica (no a esa crítica) tiene una paranoia por el sentido, cuando interpreta se esfuerza en encontrar un sentido que quizás haya que aceptar como inexistente. 

Una crítica que es búsqueda del otro / o intenta rondar la pregunta que alienta la segunda parte de La preparación de la novela: ¿Cómo comprender / identificarse con / el deseo del otro?

68

Hemos pensado en unas entrevistas. El único requisito para los entrevistados es no dejar de mirar a la cámara. Por ningún motivo dejar de mirar a la cámara, so pena de muerte.


42

Estamos toda la mañana con el sobrino jugando Xbox. Más bien, lo miro asesinar endriagos, destrozar los cuerpos de sus enemigos.
Por la tarde dibujamos en el patio. Yo dibujo un elefante para que él coloree. Inmediatamente insiste en que trace una X sobre el ojo visible del elefante: es para indicar que está muerto, dice.
Luego pide que dibuje una explosión. Trazo los límites de una casa, de una casa cualquiera, de esta casa por ejemplo. Y el fuego desbordando las ventanas. Me doy cuenta de que he provocado un incendio. A él no le importa. Se esmera en dibujar un hombre tirado en el suelo, sangrante, con unas equis por ojos.

La X soluciona todo el problema de la representación de la muerte.

36

En algún lugar de esta casa comienza la novela. En una ventana, en la habitación de un niño, con el sueño de un niño. Como en la ficción de Eduardo Barrios que describe –a través del enamoramiento de un niño demasiado adulto- el quiebre de la plácida imagen de la infancia que lo conduce a la muerte. Así, la novela comienza con la muerte del protagonista, en algún lugar de esta casa. O, antes, como era mi intención escribir, cuando los ruidos a medianoche lo despiertan y una mezcla de curiosidad infantil y fatalidad le obligan a mirar por la ventana, protegido tan solo por sus ojos, los ojos a manera de escudo de juguete, trincheras hechas para ser vencidas. Por un momento la cercanía con la irrealidad del sueño lo disuaden de la verdad de lo que mira. La piedra, el ladrillo, rápido se aleja de la cabeza del cuerpo tirado en el suelo. Al despertar, la lluvia cubre la ciudad. Un aluvión barrió con toda evidencia del cuerpo muerto, arrastrado hasta el mar. Después el mismo mar desaparece. La catástrofe, de alguna manera, salvó a la ciudad de aquella injuria. Desde entonces, todo comienza a morir. Cristóbal o Agustín, el niño refugiado tras los ojos, ha estado muerto toda la novela.
La novela que comienza en algún lugar de esta casa tratará de encontrar lo inexpugnable en la mirada de los niños.

29

Y desengañado ya de largo, descreído. 1989 o 1990. Parece que íbamos al estadio, en micro. Pasábamos por un barrio más feo y más sucio que este, por fuera de una cancha de fútbol, o recorríamos una muralla larga rallada de grafitis claros, bien escritos, políticos. En medio del muro, tan largo como una cancha de fútbol, un punki estaba sentado sobre un balde, con los bototos negros sucios. Yo, de entre cinco y siete años, lo miraba maravillado y sonriente como un niño de cinco o siete años puede ver algo que considera hermoso. Su caracho se topó con el mío y me levantó el dedo del medio.

21

Le cuento a José mi mejor treta, cuando le gano el gallito al papá, el padre; el día que me encontré diez lucas. Corrí el riesgo que me dijera: estamos cortados. Víctor, hasta aquí llegamos, nosotros estamos cortados y de verdad se cortara todo: la confianza construida a partir de silencios, de engaños limpios, delicadezas y sobre todo obediencia irrestricta; el poco dinero que me diera; su alegría.
Aun así, esperé que salieran, me quedé como ya les tenía acostumbrados. Sigiloso entonces al cajón de la plata: un billete de entre muchos.
Al volver, convenzo al primo-niño de que me acompañe a comprar un helado, que le convido.
Camino al almacén, espero el momento preciso para agacharme y gritar excitado que me encontré diez lucas, primo, diez lucas. Vamos, te compro el helado que quieras, ranita. Por supuesto accede y compro su fidelidad. Tengo un testigo, soy invencible.
Lo mejor, todos se lo creen todo. Pero el papá, el padre me mira y sabe, sé que lo sabe, sabe que le he robado diez mil pesos. Y no dice nada.

16

Es claro, la expresión de ese rostro es indiscernible. Quizá la punta de un zapato delate una presencia, sea deducible ese fantasma por el tuyo.
Retrocedido del triángulo celeste, fuera de la epifanía: el comienzo de una fuga o la restitución de una imagen.
Yo miro alternativamente al noroeste y hacia abajo.

10

Puerta entornada, mi hermano duerme. Yo permanezco en la mesa del patio y miro alrededor.

9

Mi Tío toma el libro que traigo. Concluye:
-Para qué tanto.
Le encuentro toda la razón.
Es un buen hombre. Lo he visto el primer minuto luego de un año y conversamos. Charla de adultos. Me dice que tiene cierta pena. Lo comprendo. Quizás diez minutos en los que no siento algún tipo de incomodidad. Me mira y arguye una ocupación, comprende el arte de la convivencia. Se va de la pieza.

8

Y se puso nervioso y feliz –practicó la propiedad privada, mi padre-. Como yo que tuve envidia, cogió el carro y jugó. Dispuso obstáculos a lo largo del patio. Sentado en un extremo, se preocupó de cuidadosamente conducir el carro hacia el otro extremo, su punto de partida. Fracasó. Chocó cada vez que tuvo que esquivar; dobló en sentido contrario siempre que debió doblar. Finalmente rio y yo reí. Nos miramos a la cara. Pensé que en mi risa había ternura.
Tal vez hubiéramos sido buenos amigos.