Sucede con cierta regularidad que la corteza oceánica se introduce bajo la corteza continental. Estos grandes movimientos liberan magmas y fluidos hidrotermales que ascienden por fisuras y grietas; minerales líquidos incandescentes que -en su camino de subida a la superficie de la tierra- se enfrían y cristalizan. A esas formaciones verticales se les llama filones, vetas y vetillas.
Como un modo de dar cuenta de tales vetas de escritura acumulada, hice un análisis de repeticiones de palabras por cada año del diario y clasifiqué luego cada una de sus entradas con las palabras resultantes: vetas que señalan otros depósitos minerales, otras estructuras verticales que atraviesan la horizontalidad del tiempo de la escritura del diario.

VETA ☷ escribir

Pietà [pjeˈta] (piedad)

Suspendido en el aire
Abrazado por la caída
Que es una madre dulce
Sueña dormido pues
Otro de los obsequios
Del mundo es la posibilidad
De soñar despiertos.

Está bien / son los sueños
Naves que nos llevan
A nuestro destino ideal.
Así como un cuerpo tendido
-Un tronco un remo los restos
De un naufragio- puede ser
Nave de nuevos anhelos.

Está bien está bien
Tocará ahora ponernos serios

Es dolorosa la desgracia
Humana es motivo de rabia
Angustia e indignación
Y en el mejor de los casos
Los poemas son injustos

Tradicionalmente / dispositivos
De disciplinamiento aparatos
Judiciales. Somos nosotros quienes
Apostamos demasiado a su cierto
"Coeficiente emancipatorio" demasiado

Al inmediato placer
De leer y escribir.
language is a map of our failures. Adrienne Rich

El 23 de octubre de 2023 -día en el que cumplí cuarenta años- una bomba mató a la familia de un niño de diez, en la franja de Gaza al otro lado del mundo.
A niños y niñas como él, se los identifica con el acrónimo WCNSF: Wounden Child, No Surviving Family. Niño herido, sin familiares sobrevivientes.
"No hay lugar más solitario en el universo que alrededor de la cama de un niño herido sin familia que lo cuide", había declarado unos días antes el doctor Abu Sittah.
Construimos nuestras historias -personales y colectivas- alrededor de vacíos. Contar una historia dijo Laurie Anderson es olvidarla. Pero, ¿a qué se refería?, pues -muy acostumbrados al efectismo discursivo- nos quedamos a veces en el lenguaje y olvidamos las cosas del mundo, las experiencias particulares de quienes hablan, testimonian o escriben.
Laurie Anderson hablaba del recuerdo de cuando estuvo internada en el pabellón de niños de un hospital a los 12 años por una lesión a la columna tras un accidente en la piscina. En específico, enfatizaba en los detalles a los que volvía como recursos narrativos, cada vez que contaba la historia a esta u otra persona; detalles que reforzaban la propia imagen o su personalidad.
En una de esas ocasiones, recordó un detalle olvidado que la retrotrajo a la experiencia vivida (it was like I was back in the hospital): el sonido del pabellón en las noches; el sonido que hacen los niños que están muriendo.
Escribir en el mundo -hoy ayer mañana- es escribir alrededor de vacíos y olvidos; a partir de la experiencia propia pues parece impracticable hablar por los demás sin caer en el efectismo discursivo que oculta las cosas y las vidas hasta hacerlas desaparecer (en el léxico deshumanizador, en un acrónimo, en una bonita historia de superación).
Seguramente
En el futuro
Voy a ver menos

En el futuro
Seguramente
Voy a escuchar poco

En el futuro
Moveré mi cuerpo
Con mayor dificultad

Seguramente un libro
No será para mí
El mejor de los objetos

En el futuro
Voy a desear

Tomar un libro
Entre mis manos

Para escribir después

-Como hoy aunque
De manera diferente-

La historia
De mi vida completa.
Después de tomar la decisión de no escribir. El diario va adquiriendo modos nuevos.
Aparece la nota en la mente, se delinea y define, encuentra su forma de imagen y pasa / indiferente a la fijación de la escritura. No deja huellas

sino estas y el silencio
los espacios blancos
y los saltos de tiempo.
(Ella) Sostiene la lapicera
Bic azul sobre un mar
Regular de letras. Cada ola

Representa una letra
De una serie regular
De caracteres.

U   n    m   a   r    c   a   l   m   o   .
U   n    e   s   p   e   j   o   .

Ella, la mujer sentada
En las escalinatas del Archivo
Nacional la mujer que escribe
En su cuaderno siempre
La misma palabra bajo el sol
Apareció hoy con la cabeza rapada.
De alguna manera se muere
Cuando dejamos de escribir
Así como se dice que se muere
Cuando ocurren grandes cambios
De vida: un duelo una separación
Un desgarramiento la pérdida
De la identidad (nacional / subjetiva p. ej.)
Pero también se nace muchas veces

Dejar de escribir por otras
Formas más cercanas a la imagen
Pues el deseo ha sido siempre
Por una expresión que se resista
Al sentido aunque mucho digan
Aunque mucho corran de allá para acá
Aunque su galope sea incesante
No hay sentido en las imágenes
Sino miradas -y en el peor
De los casos
Obligación
De mirar-

Como la acumulación de agua
Se resuelve en río o laguna
Charco o estanque
La decisión de dejar de escribir
Se resuelve en escritura.
"Las lianas en nuestra América", escribió en 1873 José Victorino Lastarria, pueden crecer en un momento, pero sus sarmientos toman "el vigor del árbol secular en que se enlazan, y viven con él una edad prodigiosa".

Los árboles -en el discurso de inauguración de la Academia de Bellas Letras- eran robustas metáforas del liberalismo político, la filosofía positiva y la lengua castellana. En el siglo XIX, las lenguas eran entendidas como plantas y árboles.

Durante el XX, las palabras llegan a ser hojas que se unen para formar ramas. También los sintagmas se conceptualizaron como estructuras de superficie a las que subyacen ramas o raíces. Del otro lado del campo (semántico), la idea del rizoma quiso derribar la estructura arbórea del conocimiento occidental y sus raicillas ("estamos cansados del árbol"; árboles y raíces "nos han hecho sufrir demasiado").

Hoy los árboles (sus raíces y relaciones simbióticas con ciertos hongos) parecen ser comprendidos como sistemas de comunicación e interconexión descentralizados similares a la imagen nodal que se tiene de internet (...).

A pesar de todo,
de todas formas, nunca

es el tronco el que produce atractivo, sino la liana, la rama, la raíz o la micorriza. Nunca / la corteza dura, sus nudos tensos, su olor ininteligible, nunca / la vida de la araña y los gusanos o el cabeceo del carpinterito.

Quizás el humanismo publicitario, que proclama que estamos todos conectados, o la idea contemporánea, casi religiosa casi paranoica, de que todo tiene sentido, algo tengan que ver con este desprecio del tronco -pues se lo da por sentado-, su cuerpo fibroso y su corteza. Otra realidad se impone con el tronco, con la copa y su presencia sombría: cuando un árbol cae o es talado, pueden morir con él especies completas de plantas y animales.

El desprecio del tronco, "el odio chileno al árbol" puede ser una actitud de ligereza ante la muerte (de los demás, de todo lo colectivo).

(Ahora bien, respecto de los hongos, valga tal vez una excepción pues con ellos la muerte -y el valor de la vida por consiguiente- cambian por completo).
Caminando -no todas, sí muchas cosas valiosas se ofrecen caminando- encuentro una imagen: una mujer escribe, semiacostada en medio de la calle, a la sombra del edificio del Archivo Nacional. Entre la luz y la sombra -en el inventario ilegible, perdido una vez escrito- registra el paso del tiempo.
A veces escribo (ego) por el deseo / la ilusión de hacerle fintas a la muerte (“”) en un mundo cuya historia nos habla mayor-mente / de la destrucción de ciudades bibliotecas sus habitantes y lectores.
Como si todo estuviera en contra pero aun así yo (ego) escribe porque todo está en contra yo (ego) decide / vivir.
Pero un día cualquier en una esquina del centro la esquina de Alameda y Mac Iver fuera de la Biblioteca Nacional alrededor de una docena o dos docenas de carabineros -vestidxs de verde y negro / protegida la cabeza el pecho los hombros los brazos las piernas protegidos los pies- toman el cuerpo de una mujer lo elevan lo mueven de acá para allá lo contienen lo sostienen cuando se hace pesado y se lanza al suelo toman sus cosas su toldo su mercancía no le dan mayor importancia a la presencia de su hija y su hijo y se arma un alboroto hasta que deciden retirarse y dejan allí donde había un toldo de venta informal de ropa para perros y juguetes unas mujeres llorando.

Hay ciertas letras que se conservan a pesar del paso del tiempo ciertos ejércitos que sobreviven el paso del tiempo pero no / el ejército de las letras.
Otro deseo -pues habrá letras u otros signos- que al final de los tiempos les sobreviva unx lectorx.
A veces caigo en el deseo de calificar la realidad que veo (cómo calificar el habla de otrx -las lágrimas de otrx- la vida nueva del zorzal
que alimenta a su polluelo / yemas vegetales botones de flor brotes chicos el verde bonito de la corteza y el mantillo).
No hay nada extraordinario en estos sucesos ni menos son incomunicables.
Parece quizás aburrido o innecesario extenderse en aquellas cosas vistas mientras se camina pues finalmente son lo que son y

A veces
Cada vez más
Frecuentemente
El diario trata
De no escribir

Es
Una invitación a caminar.

Parece
A veces
Que el mejor lugar
Para el sujeto
Para mí
Es allí donde
No se escribe

Donde
Se participa del lenguaje
De manera tenue
Y pasajera

Cuando nada
Realmente
Pesa o pasa.

Olive Kitteridge -interpretada por Frances McDormand- llora tres veces. Según Leonidas Morales los personajes de Roberto Bolaño lloran cuando se ven enfrentados a un límite existencial. Sucede sin embargo con aquellos personajes de novela que no podemos verlos ni escucharlos cuando lloran.
La primera vez que Olive Kitteridge llora lo hace sin poder contenerse, escondida en la oscuridad de una habitación con la cara enterrada en la almohada. Su compañero y su hijo la ven por la puerta entreabierta.
La segunda, llora frente a su hijo crecido, en medio de una discusión, sin ocultar las lágrimas, casi como un mecanismo de defensa.
La tercera ocasión, llora tras la muerte de su compañero, el padre de su hijo.
A diferencia de los otros dos llantos, este es un llanto silencioso, difícil, mudo. Un llanto que parece resolverse en suspiro.
Es el llanto que sucede en la vejez ante la muerte de aquel con quien compartió su vida, cuando la propia muerte parece una posibilidad cercana, pero se decide vivir porque el mundo aún ofrece su majestuoso desconcierto.
Es un llanto complejo, una especie de alivio a partir del dolor, tras el cual sobreviene la respiración.

The overtakelessness of those
-escribió Emily Dickinson-
Who have accomplished Death
Majestic is to me beyond
The majesties of Earth.

The soul her “Not at Home”
Inscribes upon the flesh —
And takes her fair aerial gait
Beyond the hope of touch.
Quien no escribe se queda sin nada
Quien no recibe cartas no tiene a nadie
Amantes amigxs o acreedores.
Te digo, el día que llega una carta es especial.
Una carta hace que un día sea distinto del resto de los días,
escribió Anne Carson en un poema de la belleza del marido, me dices.

Yo estoy afiebrado me hablan las voces de lo que quiero ser de lo que no he sido estoy más acá y más allá embriagado por la pronta llegada del día que amenaza en el horizonte como un gran ejército / "military stuff was no accident" /

"Letters made one day different from another"
Un puente
Cuerda tensa que curva el arco.
Acabado el amor
Perdido el amante
Queda el libro

Dijo Alejandra
En el lanzamiento
Del libro de Francisco

Pobre alivio pienso
Para quienes escriben
Y todavía aman

También para aquellos
Que viven aman
Y no escriben

Ellos son mi amor
Por ellos escribo.
No se ha hecho necesario relatar, acompañar este tiempo con palabras. Cuando las cosas caen en sí mismas y ondea la sombra del helecho por la tarde. Podría contar cada segundo, cada hecho acaecido durante este tiempo (el tiempo en el que se escribe sobre otras superficies con otras herramientas), pero lo importante es que tal relato duraría el tiempo de la rama del helecho: semejante a la visión vertical del agua, que vuelve a tomar los surcos de los ríos secos tras las grandes lluvias.
Sorprendidos por la sombra de la araña de rincón, tras no poder sacarla de la casa sin dañarla, escribimos juntxs el siguiente poema:

araña

dos versos de
cuatro patas.
He estado cuidando de J., durante los últimos días hasta el miércoles. Hoy se me quedó mirando por largo rato. Yo estaba atrapado en pensamientos sobre el pasado y el futuro, seguro de que su presencia allí a mi lado desmerecía mi atención. Pero tuve que voltear a verla hasta por fin reconocer el motivo de ese comportamiento. Una de sus patas estaba fuera del chaleco que la cubre del frío, lo que le produce -por supuesto- incomodidad.
He aprendido -me digo: solitario espectador de este monólogo-, durante los últimos días en los que mi vida se organiza alrededor de su comida y los necesarios paseos al cerro o el parque, la importancia de estar presente y disponible, la importancia de aprender a reconocer las necesidades de lxs otrxs, pero también que es importante destinar tiempo para unx mismx: tomar desayuno, darse una ducha luego de darle su comida; descansar en silencio tras los paseos; leer y escribir, pues estas pueden ser también prácticas de cuidado.
Caminando por una feria de Santiago -entre loza vieja, ollas, sartenes y cientos de utensilios plásticos- encontré 7 ejemplares de Tristura de Floridor Pérez. El tendero me contó que había dado con un montón de copias del mismo libro y que la gente los compraba. No quise indagar más sobre cómo los había obtenido. Floridor ha muerto hace ya más de un año, unos meses antes del inicio de la pandemia.
Recordé que un par de años atrás un amigo me envió una fotografía de unos libros que estaban siendo vendidos en una cuneta del paseo peatonal del centro de Arica, entre los cuales había un par de libros que escribí. La sorpresa, la incertidumbre sobre cómo esos libros habían llegado hasta allí se disipó cuando supe -casi de inmediato- acerca de la muerte de Rodolfo Kahn, otro poeta viejo, a quien una vez visitamos con Daniel y Rodrigo. Es la respuesta inesperada para una pregunta que nunca me había hecho: ¿dónde van a dar los libros de los poetas muertos?
Entre las instrucciones de lectura del libro fantasma, Chiwüd o Yarken, la fundamental sería: escribe una página diaria.
Pues frente a una página en blanco, leer es igual que escribir.
1946. 24 de octubre. Se tomó la primera imagen conocida desde el espacio en la que es reconocible la curvatura de la Tierra. Se utilizó la tecnología del cohete Nazi modelo V-2 capturado tras la Segunda Guerra por el ejército estadounidense. Fue lanzado desde Nuevo México con ayuda del científico Nazi Wernher von Braun, quien participó en el desarrollo de la tecnología del V-2 para el ejército alemán. En 1950, el ingeniero Clyde Holliday -que diseñó la cámara montada al cohete- escribió para National Geographic que tales imágenes mostraban “cómo se vería nuestra Tierra para los visitantes de otros planetas” (Richard Conway. “The First Ever Photograph from Space”. Time. 16 de julio, 2014).
Lechuzas y fantasmas
se escriben de noche mensajes
que dicen bu! hay vida
después de la muerte
uuu, uuu! pero a esto
llaman ustedes vida?
En la tostaduría me atiende la señora mayor, a quien compro dátiles y almendras. Al despedirme soy excesiva / mente amable pues ciertamente / no debería estar trabajando, aunque quisiera, para unx u otrx jefx, sino en cualquier otra cosa, en otra parte cualquiera, escribir / tal vez el libro de su vida, imaginada o vivida. Pero qué sé yo y qué me meto también.

983

John Donne dijo
“No man is an island
Entire of itself”.
Valerie Solanas
Por otra parte escribió:
“Every man is an island
Trapped inside himself”.
Yo observo los límites
De este cuerpo
Sin continente sin mar rodeado
Que se detiene
Ante el deseo de otrx.

968

Hoy pasó algo hermoso. El primer
impulso fue correr / a escribirlo pero
me detuve. Tanto por
la modorra de la mañana del domingo como por-
que estas cosas pasan todo el tiempo
y nadie las cuenta las escribe o las
registra y está bien.

955

En contados momentos a lo largo de las más de mil páginas de la tetralogía -momentos de emoción, de abatimiento, momentos (como se dice abusando de la cursilería) de profunda tristeza-, en esos momentos, el narrador habla.
No escribe ya, habla, interpela a Aniceto, se descubre como una manifestación del personaje que, luego de vivir toda una vida (toda vida se inscribe en la historia, aunque la historia no diga nada acerca de cada una de nuestras vidas), tras todo ese tiempo, decide hablar.
Son los momentos en que reflexiona sobre su herida (social y política, existencial y física), en los que come tras padecer hambre, en los que aprende el oficio de la linotipia, en los que recuerda la muerte de María Luisa, la madre de sus tres hijos.
Debajo está la biografía de Manuel Rojas, por supuesto, indistinguible en mi experiencia de Hijo de ladrón o La oscura vida radiante, sin embargo, no es su vida vivida lo que aparece en esos momentos, sino más bien una pregunta: ¿cómo dar cuenta de la vida, que es lo único que con certeza se tiene?

951

Hasta el momento en que Gutiérrez, el joven escritor José Santos Gutiérrez [González Vera], decide dejar la casa familiar y le propone arrendar una pieza en un conventillo, Aniceto no había sino vivido apenas, en algún rincón entre Buenos Aires, Valparaíso y Santiago. Esta pieza donde comparten una cama de una plaza y media, dos sillas y una mesa en la que José Santos escribe y fuma por las noches, mientras Aniceto se sumerge en el sueño, abiertas las páginas de un libro, es su primer hogar o algo parecido a un hogar.
José Santos es narrador, Aniceto escribe poemas que se deslizan por los agujeros de sus bolsillos para perderse también en su memoria. Por las mañanas se reúnen con Sergio en la falda del cerro San Cristóbal para ejercitar el cuerpo: suben caminando y bajan luego corriendo para ir a trabajar a la imprenta de la revista Numen, propiedad del poeta Juan Egaña.
Duermen juntos, asean sus cuerpos uno al lado del otro, dialogan sobre literatura y política, siempre juntos, al menos por un tiempo. En la conversación que mantienen antes de acordar esa vida precaria, pero libre, en común, se preguntan el uno al otro si tienen “inclinaciones hacia la homosexualidad”. “NO”, responden con mayúsculas. No hay una relación sexoafectiva entre ambos, sin embargo, se llaman a sí mismos los “convivientes”.
Es la segunda década del siglo XX en Santiago de Chile y Aniceto -a pesar de haber experimentado relaciones heterosexuales pasajeras y frustradas- nunca ha manifestado ningún deseo por una mujer.
Es la segunda década del siglo XX, los hombres jóvenes mantienen, a veces, este tipo de relaciones homosociales y, a veces, las dejan para encontrar un trabajo estable, formar una familia e ingresar a la política, los discursos, la vida institucionalizada. A veces también dejan una vida u otra: allí se convierten, a veces, en “enfermos o viciosos, borrachos, cafiches u homosexuales”, en suma: en los seres humanos (“desnutridos, abandonados, sin preparación ni destino”) que conforman el “submundo extraordinario, pero un submundo humano” de los conventillos.

946

Un edificio es al sitio baldío lo
Que la palabra al espacio en blanco

Escribió Soledad Bianchi
Acerca de La Ciudad
De Gonzalo Millán.

Un edificio es al espacio blanco lo
Que la palabra al sitio baldío

Un edificio es a un sitio lo
Que la palabra al espacio

-Es lunes-

Un edificio es al blanco lo
Que la palabra al baldío

-18 de mayo de 2020-

La palabra es al sitio baldío lo
Que un edificio al espacio blanco

-En las poblaciones-

La palabra es al blanco
Lo que un edificio al baldío

-La gente protesta-

La palabra es un edificio blanco
Un espacio baldío

-Por hambre-.

928

La verdad, para mí, es que unx se encuentra con pocos libros en su vida. Pero unx se esmera en escribirlos y leerlos con el deseo de que las palabras pesen. Como quería Nuno Ramos, que las imágenes sean cosas, “con propiedades físicas que las hiciesen hundirse” / dejar “una cicatriz física de su paso por el mundo”.

915

La política es la continuación de la guerra por otros medios escribe Foucault invirtiendo el aforismo de Clausewitz que dice la guerra es la continuación de la política por otros medios.

La vida es
la guerra
silenciosa
contra
la vida. es

el amplio campo
abierto donde
continua
la vida
desnuda.

898

Despertar en medio de la noche – agobiado por la picadura del mosquito. Despertar afiebrado por la hinchazón en la coyuntura de las falanges, media y proximal, del índice izquierdo: pequeño bulto, duro y rojizo, que palpita en la mano, mientras afuera las brigadas del conservadurismo cubren rayados e imágenes; tachan, escriben PAX ET BONUM sobre otras frases, tratando de usar las estrategias del enemigo. Inscriben su versión del bien, su versión de la felicidad.

887

Pretender escribir fuera / de la historia; asumir la posición del sobreviviente; ofrecer un recuento doloroso de las pérdidas y las posibles ganancias es parecido a salvarse / solo, conjurar el peligro, querer ocultar la continuidad de la muerte. Pero yo / solo / puedo hablar de mis muertos. Aunque no sean los muertos que ame.

852

En medio de la movilización, de la protesta, la huelga, de pronto el ruido inarmónico se vuelve música. Patricio Marchant tiene alguna página emocionante al respecto. En “Consideraciones sobre el ballet de los valets”, texto que escribe hacia el final del gobierno de Pinochet (hoy, ayer, estas palabras, “gobierno de Pinochet”, se vuelven espesas, precisas, porque fue su gobierno ilegítimo y no su dictadura el que se sometió a consenso), reflexiona sobre la música que acompaña las épocas históricas, los procesos revolucionarios, político-sociales. Es “La Carmagnole” de la Revolución Francesa, “Le Temps des cerises” durante la Comuna de París, la “Bandiera rossa” del socialismo italiano de comienzos del XX. Pero, en un sentido más profundo, la música de la palabra “compañero” que resonó en el proceso de la Unidad Popular. Aquella palabra desjerarquizadora que, a pesar de las diferencias que separaban a los distintos sujetos sociales, marcó un espacio de unidad. Ni siquiera un horizonte común, sino un presente afectivo.

848

Y está el poema que no escribo. Porque los poemas a veces se parecen a los sueños y los sueños, me han dicho, son deseos cumplidos.
Retardo la escritura del poema. Me quedo despierto a medias, para dejar la vida abierta, una ventana abierta, un ojo / permanentemente abierto. Para que todo pase. Para que nada pase / inadvertido.

819

Me dice que a veces le embarga la sensación de que la vida es difícil o, más bien, que ha resultado difícil. No por las dificultades materiales y políticas que supone vivir en un país injusto, sino porque los amigos están perdiendo la cabeza y las amigas ya la han perdido hace tiempo y que eso le produce una cierta angustia.
Entonces me escribe esperando que le escriba de vuelta. Pero yo no escribo. Dibujo y repito en cambio estas letras sobre un cuaderno de croquis para que aparezca tras sus formas la forma suave del mar.
Yo no respondo. Elijo por sobre la comunicación este ejercicio arraigado en la esperanza de que el color del mar coincida con el color de la escritura o que, al menos, la acumulación de estos fragmentos se parezca en algo a la tierra acumulada, a la historia del suelo y de la gente que habitó este territorio, convertida en astillas de huesos, trozos de loza y vidrio erosionados, indicios de una forma de vida en la que pudieron quererse, se dañaron y se amaron; formaron hogares en los que bebieron y comieron; construyeron edificios en los que trabajaron; cayeron sobre el suelo. Y el movimiento de la tierra, luego, y del viento, el movimiento del mar y del cielo erosionó sus huesos y utensilios y la tierra se les vino encima y deshizo su piel y su pelo, sus uñas y sus nervios y absorbió sus fluidos y ascendió como un brazo por entre las capas del suelo hasta romper el mantillo o, por alguna grieta del asfalto, extenderse al cielo.

Yo no respondo. Porque supongo en su mensaje una especie de obligación a la que me rebelo. Y porque a veces es más fácil pensar en los muertos que enfrentar a los vivos.

808

Me dormí fantaseando una fantasía febril. Imaginé mi vida y mi muerte mi renacimiento entre los brazos del viento mi sexo mi afecto, el amor vegetal la tiranía del sol en otoño la flexibilidad de mis brazos, mi corteza ruda. Cuando desperté, en el diario, el cura Valente escribía sobre el libro de Rafael Rubio como si no hubiese pasado nada entre 1960 y junio de 2019, como si la historia y mis sueños no tuvieran ningún peso, ninguna sustancia.

792

Recuerdo un fragmento de un diálogo en un sueño. Dije: Es un libro de citas, pero no son citas que primero leí en algún libro y que luego transcribí en un cuaderno, son citas que escribí de manera nueva, citas que soñé.

714

¿Cómo escribir el tiempo
Entre dos textos
Entre la nota y el libro?

708

–El libro por venir siempre es otro, nunca el que se está escribiendo–.

698

Una superficie (semejante al archivo) que permita –por la acumulación de textos heterogéneos– relaciones no necesariamente premeditadas / que escapen al control del ego, ya en la forma del escritor, ya en la forma del montajista.

~

Porque el ego convierte los estímulos del mundo en sentido.
Porque el que escribe quiere representar / denominar el mundo.
Porque el que monta materiales preexistentes pretende no-ser.

694

¿Por quién hablo, en lugar de qué entidad sin habla?
¿Qué cuerpo pasado viene a ocupar el lugar de mi cuerpo bajo la forma de una imagen?
¿Qué fantasma soy ahora que escribo lo que escribo?

691

Escribir
No lo que pasaba / qué se decía por esos años.
Ni la cronología o el léxico de un pasado irremediable por incomunicable.
Sino cuál es la lengua de ese tiempo.
Cuáles sus formas y giros.
Sus sonidos.
Sus onomatopeyas.
Su ritmo.

671

Motivos de dolor:
-que el otro no pueda vivir el paraíso que deseo para él
-el crimen por inconsciencia / el crimen de arrogancia: dañar sin querer (a quien lo quiere a unx)
-que no encuentres refugio
-mantenerme callado cuando es necesario decir cualquier cosa: está bien / el sol cae / el día comienza / se abre el poema
-no tener nada que escribir.

670

Welden dijo: nunca se deja de escribir.
Esas palabras me consuelan a veces o me perturban, según despierte, más o menos apegado al sueño, en una u otra superficie, parecida a una cama.
“Nunca se deja de escribir”, formulación semejante a “siempre podré escribir” (más allá de las contingencias de la vida y la mala fortuna), pero muy distinta a “no se puede dejar de escribir”.
La literatura está de mi lado y la literatura está en mi contra.

655

Es ridículo, pero, “personalmente, abusando de la palabra, me siento muy cercana a ella”. También a Kazan que cuando escribe, indolente frente al deseo de quien ama, solo le interesa hablar de sí mismo.

650

A partir de los otros y las variadas circunstancias que los definen como objetos de quien escribe, la autobiografía se pliega sobre el sujeto, las memorias actualizan el pasado alrededor del yo, el diario se basta a sí mismo.

649

Según Bérénice Raynaud, Barbara Loden representaba, para un hombre realizado, ya maduro y exitoso como Kazan, el objeto de una fascinación, de un nuevo brío vital.
En su autobiografía Kazan escribió: “Conocí a una joven actriz que, varios años después se convirtió en mi esposa… Ella era enérgica con los hombres, en las calles no le tenía miedo a nada, de principios éticos cuestionables”. Concebida como una mujer atrevida en lo sexual e inestable en lo emocional, apasionada, maniática, Raynaud enfatiza en que esta caracterización –como toda habla, como toda predicación que cristaliza en imagen, como todo discurso arrogante, diría Roland Barthes– no considera los deseos, las necesidades, el trabajo artístico de Loden, pues solo es del interés de Kazan hablar de sí mismo.

647

Duras se interpreta a sí misma en Le camion (1977). Esta película se filmó 7 años después de Wanda y tres años después de Je, tu, il, elle de Chantal Akerman.
Todas estas películas fueron protagonizadas por sus directoras, todas tratan de historias sobre mujeres. Je, tu, il, elle muestra a una joven que, tras permanecer enclaustrada en un pequeño departamento por alrededor de un mes, mientras escribe cartas y come azúcar, decide emprender un viaje del que no sabemos nada. Viaja con un camionero, beben, comen, ella lo masturba y después escucha el monólogo más o menos previsible de su masculinidad. La joven llega a su destino y el camionero desaparece, acabada su función en la película.
Toca la puerta de una antigua amante. Inmediatamente ella le dice que no se puede quedar a pasar la noche. Entonces la joven, en lugar de manifestar directamente su deseo, le pide algo de comer y se sienta a la mesa, luego algo de beber y ella le sirve. Después hacen el amor sobre una cama tan grande como la pieza en la que juegan, miden sus fuerzas, se frotan y aprietan, se retuercen y besan, acariciándose la cabeza.
Le camion, por otro lado, es la historia de Duras y Gérard Depardieu. Sentados a la mesa leen el guión de una próxima película. Sin el primer o tercer acto de Je, tu, il, elle, Le camion se centra en el viaje de una mujer desclasada, que presumiblemente se ha escapado del manicomio. En este viaje por la costanera, la película dentro de la película es un diálogo análogo al diálogo entre Depardieu y Duras, que discurren sobre la libertad, los privilegios de clase, el individuo y la mujer en una escena discursiva e intelectual más amplia que la inmediatez del recorrido, entre un punto cualquiera de la cartografía de Francia y otro.
Allí donde Je, tu, il, elle muestra a una mujer segura de sí misma y su deseo, allí donde Le camion dibuja a una mujer dueña de su saber y sus palabras, Wanda ofrece una imagen contraria, a contrapelo de esa versión de la historia de las mujeres: una mujer insegura, que no sabe nada y que es inútil para todo. Una subjetividad apenas, que existe apenas en el vagabundaje, que tras salir de su casa, tras salir de los tribunales, en términos amplios, de las instituciones sociales, está como lanzada a la deriva.

644

En la introducción a Essential Acker, Jeanette Winterson escribe: “En la década de 1970, Kathy Acker comenzó una serie de experimentos formales en los que se incluyó como personaje. He notado que cuando las mujeres se incluyen como personajes en su propia obra, la obra es leída como autobiográfica. Cuando los hombres lo hacen (…) esta es leída como metaficción”.

634

Comencé a escribir pensando que este texto (lleno de huesos y músculos), que yo en tanto que texto, tejido de nervios y carne y huesos y músculos, sería la armazón flexible que evitara la caída de los hombres-niños, pero no soy sino un cuerpo que mira y que siente y recuerda, que escribe. Solo puedo ofrecerles este oído que escribe.

632

Quise alguna vez escribir sobre ellos: los amigos perdidos. Una novela que se llamaba La desaparición del mar. Contaba la historia de una catástrofe tras la cual toda la ciudad debía ser relocalizada, en otra bahía, a la falda de otros cerros.
La noche del desastre ocurría un crimen: el homicidio perpetrado por Micky. Todo se trataba de ahorrarle la vergüenza a la cuadra, a la población, a la ciudad, a mí mismo (porque yo es la colectividad más grande).
La novela estaba cruzada por un discurso de restitución, un discurso conservador, escatológico. Escribir ahora esa novela no tiene ningún sentido, ya no entiendo mi pasado como una vergüenza.

631

Recuerdo haber escrito en alguna oportunidad, inconsciente: la literatura es de los cobardes o de aquellos que regresan.

624

Su crimen (y escribo esto como si fuera la verdadera víctima) ocurrió más o menos al mismo tiempo que comencé a escribir este diario. Ninguna palabra, en ya casi seis años, hay en este diario sobre él.
Hasta hoy, cuando la noticia me golpea por fin, como la muerte de un hombre amado hace mucho.

617

La felicidad / La condena: más allá de las contingencias de la vida y la mala fortuna, “no se deja de escribir”.

610

Me doy vueltas y vueltas todo el fin de semana santo en el departamento de un ambiente en el que despierto y duermo, tratando de escabullir la responsabilidad de sumergirme a escribir “la novela”.
Una especie de miedo a encontrarme con algo que no quiero, qué sé yo, con la parte mala.

606

Gonzalo Millán desea (escribe: en este plano, escribir es manifestar un deseo / fantasear) pasar agosto, morir en primavera: “En primavera hay que vencer las ganas de treparse a los árboles, el llamado de la madre arbórea a participar en el brote, partero de las hojas sin orejas” (Veneno…, p. 307).

597

“Escribir Veneno de escorpión azul es hacer algo antes de morir, luchar por tu vida” (p. 40). Son las 10 AM del 5 de junio de 2006 y Gonzalo Millán se refiere por primera vez a este conjunto de notas por un título.

595

“Me voy de viaje. No sé cuándo. Parto de muerte” (Veneno de escorpión azul, p. 17). Y se escribe “parto” como quien dice parto de viaje, como quien dice que “nace a la muerte”.

594

“Me dedicaré a escribir mi epitafio en los ratos libres”. ¿Cuál es ese tiempo libre?
Un tipo especial de tiempo (la ausencia del futuro como proyección) y un tipo especial de escritura (la que no se puede anhelar o recordar, por demasiado íntima, demasiado presente).
Sin futuro o pasado, este deseo: que el encuentro entre tiempo y escritura posibilite la libertad.

~

¿Cuándo?: el epitafio, por un lado; el tiempo de la libertad, por otro.

589

La forma del haiku, por otro lado, encuentra sus raíces en la introducción del poema encadenado o renga, una especie de poesía que se escribía entre dos o más poetas. Los poemas encadenados del renga se componían por turnos, siguiendo estructuras de tres versos de 17 sílabas (5-7-5) y de dos versos de 14 sílabas (7-7). Cada poema se entrelazaba con el otro de distintas maneras, a partir de las imágenes representadas, asociaciones o juegos de palabras. Con el tiempo, estos poemas encadenados derivaron en dos estilos en la tradición del renga: primero, el que seguía reglas formales y trataba asuntos “graves” o “serios” con un lenguaje refinado; y segundo, un estilo formalmente menos riguroso y de tono más popular, conocido como haikai-no-renga, cuyo impulsor de mayor renombre en Occidente fue Basho.
De este último estilo habría nacido la forma de 17 sílabas distribuidas en 3 versos (5-7-5) conocida como haiku.

586

Las notas de Veneno. Algunas actitudes: escribir aquí y ahora, como quien está aquí y ahora / indicar / constatar / recordar / acordarse: despertar.

585

Existen momentos en que las notas parecen indicar no más que el hecho de estar siendo escritas, por ejemplo:
"2 de septiembre de 2006
(…)
16.00
Después del almuerzo (pizzas de Telepizza).
16.30
Fin galleta".
Hay sin embargo una diferencia entre ambas anotaciones, mientras a las 16:30 se indica una acción realizada en un tiempo preciso, la nota de las 16 horas pareciera simplemente constatar que “escribo esto, que (todavía) estoy aquí”.

577

El jisei, que se escribía usualmente en la forma del tanka, implicaba una cierta concepción de la transitoriedad de la vida, un cierto saber sobre la muerte y su inminencia.

575

“Me dedicaré a escribir mi epitafio en los ratos libres” (Veneno de escorpión azul, p. 17). El diario de muerte, el libro de despedida: jisei-no-ku.

574

Recuerdo que a Manuel Bilbao (que escribió en 1866 la biografía de su hermano Francisco) se le reprochaba (Zorobabel Rodríguez, entre otros) una “adhesión ilimitada al muerto y a cuanto el muerto amó”.

573

Los ensayos de Un puño de brasa, de alguna manera, en mayor o menor medida, parecen motivados por la muerte de Gonzalo Millán. Su muerte parece ser el signo que hace legible la obra. Ahora bien, desde el punto de vista de la enunciación, la muerte como signo hace también legible una imagen: la de quien escribe mostrándose más o menos cercano al muerto.
Hay un signo-disparador (que ilumina un conjunto de libros): la muerte; y hay también un ethos, una presentación de sí: la imagen del ensayista como testigo. Un testigo que con su testimonio quiere hacernos a nosotros testigos indirectos de su cercanía, de su sinceridad.

558

“Escribiré, pero no será un diario en el sentido estricto de la palabra, pues escribiré cuando me dé la gana. Claro está que si todos los días tengo ganas de escribir, escribiré todos los días”.
Vicente Huidobro. Papá o El diario de Alicia Mir.

539

Le escribo a mi hermana, pero en realidad me escribo a mí mismo:
Quizás solo te pueda hablar a través de este medio (la escritura), donde a salvo te convierto en Margaret, una lectora paciente y silenciosa, que no puede, no tiene más derecho que escuchar.

537

Abrir los brazos y las manos, ofrecer el pecho y el rostro, ahogar el vacío del espacio personal, enarbolado como una bandera. Antes que hablar, escuchar.
Esta tarea difícil –“ponerse en el lugar del otro”– a veces me parece enojosa, como un trabajo inacabable, como castigo –el infierno: ¿Hasta cuándo debo seguir, continuar sin cambio alguno, sin salida? –.
Hoy, mediodía de un sábado de fines de enero, el asunto parece más claro. Ponerse en el lugar del otro es un estadio de un proceso complejo de desidentificación. Mucho he hablado de esto entre mis amigos, mucho he querido escribir sobre esto: ser otro.
En su alternativa ficcional, ser otro es huir (renacer), abandonar la vida de la convención por sacudirse, de paso, el habla cristalizada, el estereotipo, la imagen, el prejuicio, el odio y demás. Ser otro como salida constante.
En su alternativa práctica, política, ser otro no es huir, sino quedarse, convivir, hacerse parte y escuchar.
Derivada de esta, existiría una alternativa quizá mística: mirar el mundo con incontables ojos, ver la unidad del cuerpo como una manifestación preciosa de la especie en su medio.

527

Por las noches veo Mad Men. Hay un capítulo hermoso de la cuarta temporada. Lane Pryce y Don Draper se quedan solos en la oficina en la noche de año nuevo. Deciden ir al cine a ver Godzilla, luego van a un restaurant. Aquí, Lane le dice a Don que le recuerda a un amigo del colegio a quien todos admiraban, ese adolescente que tras de sí lleva siempre, como una estela, al resto de sus compañeros. Ese joven murió en un accidente en motocicleta.
Es el mismo tipo de niño-hombre al que admiré: C., P. Seguro hoy están muertos o consumidos por la familia y la monogamia, ellos no escriben ni realizan un trabajo, seguramente, perdurable, pero son todo lo que quisimos ser.

526

El deseo que quiero para ambos se parece al deseo tras la insistencia del día, pues cuando el mundo se ofrece de manera nueva, no queda más que escribir para no olvidarlo nunca.

525

Quiero decirle al sobrino: Escribamos un poema nítido.
Nítido como estos cerros
de la cordillera de la costa
a la hora en que el sol cae
en un día de enero.
Repitamos una y otra vez el poema
para quedarnos con su forma nítida
para que el día y el sol y la hora ya no importen.

512

Más allá de los cerros o más allá de las boyas en la playa. Esos lugares, vedados para los niños, representaron todo nuestro deseo: desafiar a los padres, jugar con la muerte.
Esos juegos infantiles ahora vienen a representar otro deseo: aprender a morir. Todo porque la muerte nos hace menos arrogantes, nos permite amar sin condiciones, escribir sin metafísica, trabajar por hoy y para hoy.

507

Llegué hace una semana a Antofagasta. Hoy leo la entrada del 17 de julio de 1964 del diario de Luis Oyarzún en la que escribe:
“Hay zonas del desierto transparentes como linfas tranquilas, otras como reverberantes de conchuela, y otras hondonadas opacas, oscuras, entre los cerros de metal garabateados por senderos de herrumbre. Entre Paposo y Antofagasta no hay casas ni alma viviente en 180 kilómetros. No vuela un pájaro, ni una mosca. Solo el aire purísimo y la luz que vela el sueño de la arena”.
Recuerdo, entonces, una de las razones por las que me gusta Antofagasta y, en general, las ciudades del Norte Grande de Chile. Situadas en la estrecha franja entre el árido desierto de Atacama y la extensión azul del mar, en estas ciudades siempre despunta la posibilidad simbólica de desaparecer.

506

Entre la publicación de Perro del amor en 1970 y Fábulas ocultas pasaron 36 años. En este tiempo Oliver Welden junto a Alicia Galaz dieron vida a la revista Tebaida en Arica, donde Galaz dictó clases de literatura. Luego del 11 de septiembre del 73, se autoexiliaron en Estados Unidos.
Durante esas tres décadas, Alicia Galaz prosiguió su carrera académica, publicó Oficio de mudanza y Señas distantes de lo preferido, también sus trabajos sobre Góngora y Gabriela Mistral y fue incluida en alguna antología de poetas latinoamericanas, mientras Oliver Welden, sentado a la sombra amplia de ese árbol pequeño, se mantuvo en silencio, como buen perro, como paisano.
Perro del amor es un libro profundamente erótico, de un deseo activo y robusto, abultado como la primavera, hecho desde la pura fascinación. Perro del amor es hermano del primer libro de Galaz, Jaula gruesa para el animal hembra. En ambos libros, alejado de la posesión, el sexo no está sublimado por alguna idea del amor como bien superior, a lo sumo, se vive en su reverso como compañerismo, pero, en términos más simples, como animalidad en la figura del “amor desatado”, en la figura del animal hembra que vive su sexualidad, poderosa y política, como diferencia.
Fábulas ocultas, por otra parte, publicado tres años después de la muerte de Alicia Galaz, es también un libro lleno de erotismo. Son poemas, sin embargo, de un “amor oscuro”, del amor a una mujer muerta, poemas sobre la persistencia del deseo sexual tras la muerte de quien se ama.
Después vinieron Oscura palabra y The Sweden Poems, un total de 60 textos publicados en 2010 y 2014, respectivamente. Pareciera ser que tras la muerte de Alicia Galaz algo se desató en Welden, algo se abrió, algo brotó tras 36 años de silencio. Sin embargo, según sus propias palabras, durante esos años en los que perdió “el afán de publicar”, nunca dejó de escribir, pues, aunque se quiera, “no se puede dejar de escribir”.
Es inevitable, para mí, imaginar a Oliver Welden como un hombre viejo, montado sobre la circunferencia de su estómago, que ocupa toda la vida que le resta en escribir estos últimos tres libros.
Esta es una imagen con la que me identifico, una imagen que me complace, el horizonte que digo será mi futuro: escribir y amar como un anciano, con toda la vida que me resta.

496

Está, por un lado, el libro de los sueños, más propiamente el álbum, hecho de retazos de materiales heterogéneos, recogidos según aparecen, seducen o fascinan.
Por otro lado, el libro de la esperanza, que escribo para que estemos juntos, para que el sol salga y nos permita vivir un día más, un día a la vez, por el resto de la vida.
En algún sentido, en el horizonte, ambos son el mismo libro. El asunto es alcanzar a vivir el último y morir del primero.

495

Dos escrituras, según su lector, según su tiempo. El libro del presente, ese que se está escribiendo, atacado por lo inminente. El libro de los sueños, no el último, sino el suplementario.
Un libro para quien fui y el libro para el que seré, nunca un libro para mí.

471

¿Qué se hace / qué se puede hacer entre libro y libro? El problema no es ahora la incertidumbre abierta tras finalizar “el poema”. Sin fin, la escritura es ya condena (ausencia de objeto), ya paraíso (presente puro).
Acomodar el cuerpo a una imagen, decir –frente a los otros– “soy escritor” es, en cualquier sentido, menos que ser, según el día, según la dieta, cuando no se está escribiendo.

469

Por resistirse a hacer legibles las voces que dictaban su política revolucionaria, Juana fue condenada a la hoguera.
Recordando La pasión, Adrienne Rich escribió sobre el deseo de un poema desnudo, en el que nada quede por decir:

“If there were a poetry where this could happen
not as blank spaces or as words
stretched like a skin over meanings
but as silence falls at the end
of a night through which two people
have talked till dawn”.

El lenguaje deja caer un velo sobre cada cosa. De ahí el privilegio de la significación, la paranoia que compele a encontrar sentido hasta en el más insignificante de los hechos.
Más que el incesto, la culpa de Edipo fue desconocer el decir de la Esfinge, al relacionar su significante enigmático con un significado velado. El lenguaje tiende sus señuelos.
Hay una especie de fuerza que atrae y repele en las cosas, una especie de bello silencio, distinto al silencio que cae a la llegada del alba ("al levar! / qu’ieu vey l’alba e l jorn clar"), cuando no hay más que decir; otro que la resistencia a hacer legible el misterio (de Dios: “La luz viene en el nombre de la voz”).
Como la Esfinge, las cosas aluden a la fractura de la significación, exponen la cesura al interior de cada palabra, el corte (la “talla” para Raúl Ruiz fue otro modo de manifestar la discontinuidad constitutiva del cine: “La talla es una forma de montaje”).
Las cosas se resisten a encontrar sentido aunque, al mismo tiempo, son recuperadas siempre como sentido: todo signo es una cosa doble y abierta, diferente. Frente a las cosas quizás no quede más que asumir que son naturaleza.

468

Tras todo, cuando intento leer lo ya escrito: lo que escribo permanece inaccesible para mí.

466

El libro de los sueños, ese que alimenta el deseo / de escribir, toma siempre, para mí, la forma del poema, señala la utopía de una escritura que se vive en la absoluta necesidad.

La escritura que se practica más allá de toda duda, para Barthes, está cifrada en el deseo de “hacer una novela”: no en la obra (que es finalmente la operación de vínculo entre texto y nombre propio) sino en el trabajo (opĕra).
Es claro, esa escritura que nunca es pública ni política es impensable desde el dominio de la literatura o desde cualquier otra institución. Queriendo abrazar la continuidad de la “obra monumental”, solo es accesible a partir de notas, apuntes, fragmentos, residuos que refieren siempre a una totalidad vacía = el sujeto.
A partir de aquí, “podemos” decir que el problema de la práctica absoluta de la escritura (o de la escritura como necesidad) proyecta dos figuras: menos que sujetos, dos imágenes (porque para llegar a decir “yo”, primero debe existir la imagen de “mí mismo”):

-El amateur
-El bulto

La del amateur es una práctica sin narcisismo, una escritura sin "ego": pues “cuando se hace un dibujo o una pintura como amateur, uno no se preocupa por la imago, por la imagen que se va a dar de sí haciendo ese dibujo o esa pintura”.
Mientras el amateur se identifica con la producción que libera del hacer para los otros, la figura del bulto –cifrada en la imagen del niño marroquí (“sentado por estar sentado”; “sin hacer nada”. Incidentes)– es la de una exterioridad inmóvil, un simple estar allí, por el que “el sujeto está casi desposeído de su consistencia de sujeto”.
Si bien ambas figuras reclaman experiencias diferentes (el placer que se encuentra en el proceso de producción / la verdadera pereza), no son, sin embargo, alternativas opuestas, el bulto sería un más allá del amateur en tanto es la imagen lo que se suspende en la práctica de la escritura.
Sin ego, sin imagen, sin consistencia, no hay en realidad diferencia alguna entre yo y lo que escribo.

465

Escribir para dejar de ser
Escribir para no ser
Nada tiene que ver con decir “yo”.

463

Insistencia del día

El nombre verdadero es i, no "uno", ni "yo", sino i. Se sigue: “Insistencia del día” es una máscara, una especie de ortopedia del habla.

La imagen i en la mente quiere ser impronunciable, es a su vez un resto ( ) y un suplemento ( ): el aire que rodea (i).

Entre yo que escribe (i.e.: quien se arroga la posición de sujeto) y lo que escribe, descansa (duerme) el deseo de escribir.

Es el libro de la esperanza (y la espera), escrito antes de incorporarse por completo, con los ojos de quien sueña.

Distinto, sin embargo, del libro de los sueños.

i es un libro de amor. Del amor entendido como diferencia, que es una forma política de amar.

Existen ciertas utopías:
-dormir “sobre ambas orejas”
-ver el mundo como un proceso de constante formación y destrucción
-la continuidad de las cosas en todas las cosas.

Y algunas frustraciones:
-la necesidad de que la declaración de amor se renueve constantemente
-que no pueda el otro vivir el paraíso que deseo para él.

La escritura de i comenzó hace un par de años a partir de cuatro o cinco versos:

"Se escriben libros para decir que uno está solo en el mundo
que el día se hace más largo cuando uno está solo
se escriben libros para constatar la presencia de las cosas
para decir
estoy por fin conmigo
rodeado por las cosas",

pero concluyó en cuarenta días, dos años más tarde.

El método: escribir por cuarenta días como la primera cosa que haga al despertar (pues toda tarea que se emprenda por cuarenta días queda por siempre).

Como todo libro, i es un libro fundamentalmente incompleto –a lo sumo finge comenzar y terminar–. Alegría: la posibilidad de continuar (viviendo), reescribir, sobreescribir como práctica de una escritura inacabable.

i es una forma incompleta, que podría ser parte de ese libro pura escritura que todavía no es alguno, incansablemente otro; i.e.: el diario abierto, futuro, “no el último, sino el suplementario, el más íntimo y el más querido”.

La escritura que –por demasiado presente– no se puede anhelar o recordar.

462

Al problema de volver a comenzar –ya como futuromanía, ya como condena– corresponde una idea de la vida / de la identidad insatisfecha / fisurada. Solo puedo vivir / decir yo cuando encuentro esa forma brillante / diferente / nueva de comenzar a vivir o escribir: al problema de volver a ser –entre quien no quiere morir y quien no puede hacerlo– corresponde una idea de la vida disciplinada por la práctica de la escritura.
Marty llegó a creer que Barthes consideraba loca a toda persona cuya vida no estuviera disciplinada por la escritura. En otro fragmento escribe: “Su locura era su yo”, la “enfermedad de escribir”.
Nada tiene que ver la manía de la praxis con “estar loco”; en su sentido más simple, ambas locuras se oponen: es loco quien no vive para escribir - la escritura como locura de trabajo impide vivir (desear, amar / ser amado).
La disciplina, sin embargo, no satisface la incógnita de la vida insatisfecha. El problema de volver a comenzar / volver a ser implicaría encontrar una vía de escape a la oposición entre vida y escritura.

Su figura
su poética
es la deriva.

461

“Entonces, perdí el afán de publicar. Ya no me pareció ni interesante, ni importante, ni necesario. Lo que tenía que decir tenía que decírmelo a mí mismo. Era necesario encontrarme a mí mismo, saber quién diablos era yo. Y para esto sí que era importante y necesario escribir y nunca dejé de hacerlo. No se puede dejar de escribir”.
Oliver Welden

450

Miro los borradores del libro próximo por encima del hombro, con recelo o una especie de miedo a no tener ya más que decir. Me distraigo en tareas inútiles antes de enfrentarme a ese montón de hojas tiradas sobre el escritorio. Escribo entonces: "Miro los borradores del libro próximo por encima del hombro…"
Entre dos modos de escritura (la escritura del proyecto vital, arrojada al futuro e imposible y la escritura del diario, atacada por lo inmediato) pasa la tarde como un fantasma amado e indiferente.

420

El libro de la esperanza. Debe ser escrito antes de incorporarse por completo, con los ojos de quien sueña.

419

La ráfaga de la nota que nos despierta al mundo.

El largo aliento del poema que envuelve y adormece.

El libro que se escribe en los sueños, el libro que se escribe en medio del tráfago del mundo.

403

E. Marty escribe en las memorias de su amistad: “Para Barthes era loca cualquier persona cuya vida no estuviera disciplinada por la escritura”.

~

Una vida disciplinada por la escritura.
Una escritura disciplinada por la vida.

391

22 de octubre.
El sol sale a las 7:31 minutos.

El cuenco. La pregunta no es por el contenido sino por la posibilidad de contener.

Me pregunto qué pasó con este deseo de simulación: escribir para que salga el sol y la vida que nos sobrevive continúe.

Una indiferencia monumental, eso es lo que vemos en el rostro de los otros.

387

16 de octubre.
Encuentro en el diccionario esta bella acepción de cúmulo: “Conjunto de nubes propias del verano que tiene apariencia de montañas nevadas con bordes brillantes”.

“Y tengo por los contrarios una rabia carmesí”.

Esta, la última semana de la cuaresma, los últimos 7 días, 7 oportunidades para ceder a la tentación de dejar de escribir.

380

9 de octubre.
La salida del sol es siempre una sorpresa, ahora mismo calienta mi mejilla izquierda mientras escribo. Un deseo nuevo, escribir para que salga el sol y la vida que nos sobrevive continúe.

Al decir de W. Herzog: una indiferencia monumental, eso es lo que vemos en el rostro del oso.

371

28 de septiembre.
Ser más arbitrario, yuxtaponer rabiosa, caprichosamente. El deseo no es por el sentido inanticipable, sino por la posibilidad de continuar escribiendo.

Me parece imposible expresar de manera simple aquello que deseo. No es un problema de estilo, es un problema de referencia, de denotación, de la relación entre el lenguaje y el mundo.

Hoy es el cumpleaños del padre. Pienso en enviarle de regalo un reloj con la siguiente inscripción: te devuelvo el tiempo.

366

23 de septiembre.
Hay nuevas horas, nueva luz, espacios amplios, un mundo nuevo.

Hoy escribí casi exactamente lo mismo que ayer. El décimo día, día del hastío, de la repetición, número de la vida vieja.

A veces siento que emprender esta, como toda otra tarea, carece de sentido. Este es el mundo, “¿hay sentido en él?”

Luego de la alegría –inmensa, me atrevo a decir– caigo en este hastío, dudo de todo, de mis intenciones declaradas de benevolencia. Llego a pensar que necesito estos estados de autoconmiseración, de esta morbidez que se manifiesta contra la vida activa. Ahora mismo el cuerpo frío de las cosas me consuela. Un sentimiento persiste: la mística desaseada de la anulación, del anonadamiento, del llanto, de eso que a los ojos del mundo –que son mis propios ojos– es nada más que depresión.

Un sentimiento horripilante llega como corolario: ¿quién es esa persona?

365

22 de septiembre.
El alba, de rosados dedos.

La práctica de los 40 días más que ofrecer rigor / rigurosidad al “ejercicio”, al “trabajo” de escribir, le imprime a veces una desagradable sensación de tarea cumplida. Extraño la inmersión constante en el presente que implica escribir un diario sin propósito alguno.

Existe, por otro lado, una cierta ausencia de control que me interesa / fascina y obliga a continuar.

“Una cierta ausencia de control”. El adjetivo indefinido es decidor sin embargo: señala certeza y duda al mismo tiempo.

358

12 de septiembre.
Toda tarea que uno emprenda por 40 días queda por siempre. A partir de mañana, escribir por cuarenta días como la primera cosa que haga al despertar.

El procedimiento: levantarse antes de la salida del sol. Escribir en ayuno. 40 días hasta el 23 de octubre, el día en que nací hace 33 años.

286

Excusas usuales para no reunirme con gente:
Tengo que trabajar
Estoy enfermo
Tengo que limpiar la casa
Tengo que escribir
La verdadera razón nunca funciona, siempre conduce a una cadena, interminable para mí, de preguntas: hoy quiero estar solo, aislado del mundo.

282

Ayer nos vimos otra vez en la exposición de P., me contó del viaje iniciático que mañana emprende. Estoy un poco enfermo y no entiendo lo que quiere: que le cuide desde lejos, con la paciencia de los viejos amigos. Recién hoy, al despertar me doy cuenta y le escribo: que tengas un buen viaje, tranquilidad, todo el mundo te va a querer.

249

Fingir sabiduría, felicidad, Juana, o erudición; representar el placer y el dolor, escribir que estoy triste antes que estar triste, ¿no se trata acaso de eso, el diario?

245

Y no es solo que me haya alejado físicamente, que me haya ido el tiempo que tarda un desierto. Estoy lejos también de una manera familiar de llamar a las cosas, propias. De un lenguaje -estoy tentado a escribir- menos “frondoso”, menos “diverso”, más “pobre”. O, más bien, de un lenguaje que no necesita (como yo, el que escribe, quien tiene poder), para explicarse, es decir, para exponerse de manera completa, más que un conjunto limitado de signos: el este, el coso, ¡bah!, eso.
El amor allá me es más simple, está atado de manera directa a esas sílabas, a esos ruidos plenos de sentido e insignificantes, interjecciones y onomatopeyas que rodean la mesa, que rondan, como fantasmas amistosos, la casa.

244

Digo o imagino que digo (a estas alturas qué importa): Tienes que ser fuerte, no dejarte morir, todos en la casa te queremos. Alejado, sin embargo, ya hace mucho.
Ahora escribo “la casa” como si un dolor, como si esa parte de mí, minúscula y densa, enquistada en el pecho, de pronto me recordara, tras hacer una mala fuerza, que el tiempo pasa, que el cuerpo nos traiciona, que vivir lejos, a veces, para algunos, es continuar huyendo de uno mismo.

228

Me descubren escribiendo, cuando niño, una carta, de amor, de ilusión, de esperanza, a Marta o Gabriela o José. Avergonzado la destruyo en mil pedazos que boto al tacho de la basura, pero que quiero tragarme para hacerlos parte de mí mismo y preservarlos de sus burlas. Huyo corriendo al patio. Tras unas horas vuelvo a la casa y veo, fruncido el ceño “como todo hombre de estudio”, a mi padre, pegando uno a uno los pedazos de la carta.

225

Tras cocinar en esta noche fría la comida que me mantendrá firme mientras escribo, la ventana empañada acumula el cielo nocturno y sus constelaciones.
Son las ventanas de las altas torres donde los amigos insensibles se desvelan o, en la duermevela de la melisa, confunden la vida con los sueños.

217

“Pero quizás si esta pausa era un poco necesaria”, le escribe Moisés a Humberto, “ya que debíamos darnos cuenta verdaderamente de que ya no estábamos cerca, de que ya nuestras cosas no iban totalmente una al lado de la otra. ¿Y quiere creerme? Puedo decirle con mi propia lengua que en cuanto a lo imperecedero de nosotros nada ha cambiado, en nada podrá ya cambiar. Hay un destino entre nuestras buenas frentes. Un destino bello e implacable. En lo que a mí se refiere, me someto a él con alegría. Y es que nuestras ‘soledades’ parecen verdaderamente hacer una sola, querámoslo o no”.

215

Tuve este sueño en el que escribí líneas, líneas y formas, colores: ocres, grises, azules pálidos, el punto granate del otoño.

203

Mi hermana llama y no contesto. Estoy demasiado al filo como para sostener la voz un sábado a media tarde. Me escribe luego por el chat e insiste. Yo me preocupo de mantener el orden de esta casa que usurpo hasta que no puedo ya negarme a leer sus palabras.
Escribe de su dolor en palabras difíciles porque experimentar el dolor es difícil. De repente todo se suaviza y estamos juntos como hace mucho. Le propongo que nos veamos en un lugar hipotético a las 6 de la tarde de este invierno u otro y escribe: Sí, tomémonos un té a las 6 de la tarde mientras vemos el atardecer frente al mar y hablemos, porque somos hermanos y solo los hermanos pueden hablar de estas cosas.

201

Y escribí de manera desesperada el libro del despojo, comencé a escribirlo en sueños y, al despertar, ya estaba terminado, como la vida vieja que dormí, plácidamente, por tantos años.

199

Le doy a leer estas notas a C. “No se puede lastimar a nadie a costo de escribir”.
Es incómodo leer estas palabras, lo es también para mí escribirlas y exponerlas sin consentimiento; como te dije, las personas de las que hablo son también parte de lo que soy o, debiera decir, de la imagen que construyo de mí mismo, para mí. Soy injusto, pero los libros son injustos. Debo negociar cada frase, sin embargo, pensar en el respeto que les debo sin perderlxs a ustedes de paso o encontrarme, de pronto, escribiendo, como ha sido siempre, a salvo, arropado mientras regreso.

198

Para algunxs el poema se termina en un par de versos por los que se basta a sí mismo. Para otrxs acaba en el punto final, como consecuencia necesaria de la existencia. Para ciertxs poetas, el poema termina una vez cerrado el libro. Habrá otrx para quien se escriba a lo largo de la vida. Para lxs menos, el poema nunca comienza; para estxs poetas imposibles, el poema consiste en encontrar una manera de comenzar.

177

El poema termina con dos puntos, a mitad de frase, como abriéndole paso al habla de otrx. Sin punto final, luego de ir desprendiéndose poco a poco de las intenciones de quien escribe.

176

Frente al diario, lo ya escrito es trivial en relación con lo que queda por escribir. Toda la cuestión se trata entonces de adelantarse a la muerte.

175

“Estos dibujos y estas notas (…) van dirigidos a los fumadores, a los enfermos, a los amigos desconocidos que los libros reclutan y que constituyen la única excusa para escribir”. Jean Cocteau, Opio.

151

Escribir la segunda parte de Compost, otras escenas de la amistad y el aislamiento, el aspecto negativo y luminoso de ser amigos, con C., por ejemplo. También el simulacro de la amistad en el alcohol.

141

De pronto me descubro siendo despiadado. Solo quiere un poco de atención, un beso, que le abrace o le escuche, yo lo sé perfectamente, aun así, elijo quedarme sentado practicando el sport de los vocablos. Hay una secreta fascinación en ese juego por el cual me construyo como un intelectual flácido e impotente y, al otro, como objeto de la necesidad de afecto.
Ahora juego a lo mismo mientras escribo, esta vez en serio, solx.

137

Soñé que entrabas a la pieza donde he estado escribiendo por días, borradores del poema de mi vida, el suelo está lleno de hojas rasgadas, poemas sobre mí mismo que dificultan tu paso.

125

La perspectiva de un árbol del paso del tiempo. Nada tendrá que ver con la mirada tras la cual se piensa el sujeto moderno. Debe ser una mirada multisensorial, simultánea.
Escribir sobre esto como el motivo de una vida.

101

Escribir sobre una imagen. Encontrar una imagen y comenzar por ella. Escribir sobre una imagen –sobre su corazón, por ejemplo.
¿Qué podríamos escribir sobre su corazón?
Y su último acto de amor fue abandonarme
O
“That’s the woman of my dreams. That’s who is. And she’s mine. She’s all mine. Forever”
Una imagen para cuando vivamos juntos.

96

Comienzo a escribir: llegué a los 30 años entristecido y mutilado, sin más esperanza que la de una muerte justa…

95

Gómez Rojas pidió un libro para sobrellevar su tiempo en la cárcel y murió quizás sin llegar a tocar otro más que el libro que estaba escribiendo, Ricardo Ahumada llevaba un libro en su bolsillo cuando le dispararon desde el edificio de la DC y Juan Pablo Jiménez un montón de hojas. ¿Qué cargaremos, amigxs, en el momento de nuestra muerte?

93

Gómez Rojas escribió en la cárcel:
“27 de agosto, 1920. Hoy empiezo a conocer ‘La dicha de no pedir nada a nadie’.
A nadie, estando en la cárcel, se le ha ocurrido traerme un texto de estudio, un libro, una gramática, ¡unos apuntes siquiera! Problema, ¿qué es más útil: una aguja o una carretilla de hilo?”

88

R., me escribe desde el río Puelo. Me cuenta de su viaje a la montaña junto a J. También que nos han extrañado y pregunta por nuestra casa. Le cuento que todavía no llegamos, recién mañana viajaremos, en bus, por largas horas a través de las montañas.
Concluyo: “No me he sentido muy bien últimamente. Tengo una crisis existencial por ahora, aburrimiento, spleen, vacío sincero. Debo pensar largamente en mí”.
Todo como si fuera lícito ser honesto con alguien.

83

La banalidad de mi vida en Santiago. Es difícil dar un sentido a todo esto. ¿A quién escribo?
Mientras, los electrodomésticos clausuran el silencio.

53

Voy varias veces al refrigerador. Pero no quiero nada. Apetito de escribir una novela sobre la transformación constante del deseo y sus efectos sobre el cuerpo.

50

No me he sentido muy bien últimamente. Las cosas están mal, algunos amigos toman partido por los empresarios, por los hombres.
“La vergüenza de ser hombre, ¿hay alguna razón mejor para escribir?”

48

Mi estadía en Antofagasta. Todo se reduce a esta interioridad y a pequeños momentos de ternura. Los días se tratan de escabullirse entre la gente y encontrar un rincón oscuro donde escribir o una jaula.

44

El relato del monstruo está enmarcado por el relato de Víctor Frankenstein ("I beheld the wretch –the miserable monster whom I had created"), es Víctor el que habla por el monstruo, creeríamos. Pero el relato de Frankenstein, a su vez, está enmarcado por el relato de Robert Walton ("Our affectionate brother"), quien transcribe las palabras de V. Frankenstein una vez que el mundo se ha acabado para él y la vida es una pura venganza. Lo más interesante de esta espesura de voces es, sin embargo, el lector a quien está dirigida: Robert escribe una larga carta a su hermana Margaret. Recordar esto, en medio de las voces de todos esos hombres, es quizás el gesto más significativo de la novela, como lectores, asumimos el lugar de una mujer.

40

Existe por supuesto un abismo entre la carta que lees y las palabras que escribo. Un abismo. Mil trescientos kilómetros. La inconmensurable ligereza del desierto. O un tiempo parecido al gesto imperceptible de las plantas al crecer.

38

Me quedo más callado de lo que acostumbro. No puedo conciliar el sueño, entonces escribo para aburrirme lo suficiente y que los párpados pesen. Pienso en el fracaso de estos apuntes, tan alejados de su propósito (sorprenderte), de su formato (la carta de amor) y de lo que pretenden (la novela).

37

La abuela, que es a la vez la mamá, y su hija en la pieza del nieto que juega en el patio. Tal vez piensen que me parezco a él. Me siento sospechoso de escribir.

36

En algún lugar de esta casa comienza la novela. En una ventana, en la habitación de un niño, con el sueño de un niño. Como en la ficción de Eduardo Barrios que describe –a través del enamoramiento de un niño demasiado adulto- el quiebre de la plácida imagen de la infancia que lo conduce a la muerte. Así, la novela comienza con la muerte del protagonista, en algún lugar de esta casa. O, antes, como era mi intención escribir, cuando los ruidos a medianoche lo despiertan y una mezcla de curiosidad infantil y fatalidad le obligan a mirar por la ventana, protegido tan solo por sus ojos, los ojos a manera de escudo de juguete, trincheras hechas para ser vencidas. Por un momento la cercanía con la irrealidad del sueño lo disuaden de la verdad de lo que mira. La piedra, el ladrillo, rápido se aleja de la cabeza del cuerpo tirado en el suelo. Al despertar, la lluvia cubre la ciudad. Un aluvión barrió con toda evidencia del cuerpo muerto, arrastrado hasta el mar. Después el mismo mar desaparece. La catástrofe, de alguna manera, salvó a la ciudad de aquella injuria. Desde entonces, todo comienza a morir. Cristóbal o Agustín, el niño refugiado tras los ojos, ha estado muerto toda la novela.
La novela que comienza en algún lugar de esta casa tratará de encontrar lo inexpugnable en la mirada de los niños.

27

Me es difícil escribir todos los días. Una serie de factores siempre se han tenido que conjugar. Ese juego –las veces que demostró una productividad mayor- fue completamente casual. No obstante, debo prepararme para escribir, encontrar un lugar solitario, en el que no haga otra cosa en el día, ventilado, más bien frío. Callarme o conseguir el silencio mediante momentos de completa inactividad. Luego, escribir sobre ello, tentar una forma de la taciturnidad.

26

Extraño cuando me he propuesto escribir cada uno de los días que faltan para nuestro reencuentro. En algún sentido, son estas líneas como las líneas que el recluso marca en las paredes de su celda, "las cuatro paredes albicantes".

24

No quiero escribir esa novela. Es una respuesta demasiado estereotipada al espíritu de los tiempos, existe la idea de la catástrofe y todas las vinculaciones obvias con la historia de Chile. Es una tontería. Por otra parte, de qué sirve una novela.

14

Me he propuesto escribir cada día hasta que cese el viaje. Esta carta es también una carta de viaje: "Abiertos los ojos donde alguna vez abrí ventanas y solo vislumbré el deseo de ver".

12

El ardor del antebrazo me despierta anoche. También en el dedo de la mano que escribe. Busqué una araña o un zancudo que no encontré. Traté de dormir mientras mi hermano rezongó por la luz, cabreado, tuve un miedo bien niño.

4

Ahora hay un silencio reconfortante. Estoy en el patio y brisa fresca para mi frescura de shorts y chalas. Solo los dedos sobre el teclado del computador, los dedos de mi hermano en su pieza se escuchan. Cuestión que es ya de por sí un abismo: escriben este silencio.