Hacia el año 2011 o 2012, comencé a anotar el presente, sin mayor propósito, sin ninguna rigurosidad o frecuencia preestablecida. He decidido, ahora, exponer esos apuntes que brotan cuando se “deja de escribir”, la escritura que media la distancia entre un libro y otro, bajo la condición de continuar con esta práctica y publicar esas notas durante un tiempo indefinido.

Mostrando entradas de 2012

64

Final de la desaparición. Anales.
Se enumeran las tragedias y eventos dichosos que envuelven a la comunidad durante los años felices. Termina.
2001. Desaparece el mar.

63

Estoy en el aeropuerto: campos minados, estrictas prohibiciones de tomar fotografías, militares, trabajadores volviendo a sus casas en el sur. Poco antes: Pedro desliza diez mil pesos en mis bolsillos. Por la espalda alguien toca mi hombro. Es la presencia silenciosa de la abuela, que me abraza y me habla al oído. Su secreto es hermoso.

62

Por la tarde veo a los abuelos. Pedro está muy delgado y me cuenta sobre su aburrimiento, se jubiló tarde –hace tan solo dos años-. Pedro antes era una roca, un hombre fuertísimo que supo sacar adelante a dos familias al mismo tiempo, con una discreción impecable.
María atraviesa el patio como un fantasma sonriente. Desde que quedó sorda, decidió también quedarse muda. Ahora ambos viven en la casa del lado, pensando por las tardes qué deberían comer la mañana siguiente.

61

Almorzamos los cuatro –el padre escarba la tierra esperanzado en encontrar algo, la silla de la hermana ahora la ocupa el sobrino-. No es importante la comida –digamos que es solo pan-. Es difícil comenzar una conversación cualquiera, aunque solo hayamos hablado de cosas sin importancia en nuestras vidas. Todo se reduce a alguna inútil prueba de fuerzas entre mi hermano y yo por la descarada falta de educación del sobrino que come con las manos, desparramando la comida por el suelo. El comedor es una pequeña plaza entre la cocina y la televisión
La mamá manifiesta, como siempre, un cansancio sincero por nuestra actitud y habla de la responsabilidad de los hombres.
Afuera los vecinos, impregnados de espíritu navideño, beben desde anoche en los jardines de la cuadra.

60

La arrogancia. Amar una imagen inalcanzable. Esa conciencia nos obliga a proyectar una imagen de nosotros mismos que sea lo suficientemente atractiva como para ser también inalcanzable.

59

“Tengo antecedentes de ciertas formas de vida que si se supieran…”

“Al parecer hay una visión romántica respecto de lo que podría ser la tolerancia hacia los homosexuales”.

“En el caso del joven Zamudio, por ejemplo, la propia familia lo había echado de su casa, el muchacho estaba en un estado etílico espantoso”.

03-04-2012

58

The goat. Mejores tiempos, cuando el paso de un tren podía salvarte de la policía y conducirte al amor.

57

“This is the oppressor’s language
yet I need it to talk to you”.

Me entero ahora (a las 20 horas con 5 minutos) que, a los 82 años, murió Adrienne Rich.

56

En La Tercera –el pasado sábado- publicaron un reportaje con un perfil de los asesinos. De uno de ellos se dejaba entender que era un “homosexual reprimido”.
Ayer –luego de 25 días de agonía- murió Daniel. La muerte, su relato, el crimen, todo obedece a un flagrante desprestigio del amor.

55

Recuerdo que fue bueno conmigo, que lo quise. ¿Por qué no confesar abiertamente el amor por las personas?

54

Hoy, a las 19 horas con 45 minutos, murió Daniel Zamudio. Tenía 24 años.

53

Voy varias veces al refrigerador. Pero no quiero nada. Apetito de escribir una novela sobre la transformación constante del deseo y sus efectos sobre el cuerpo.

52

Un sueño. Nos inventamos una ficción para abandonar la ciudad y ser felices. Almorzamos en la casa de un fascista. Estoy muy enfermo –es parte de mi personaje, aunque realmente estoy enfermo-. Así es que me quedo en la cama mientras los demás parten a perderse en la noche. Es reconfortante el contacto de mi cuerpo afiebrado y las sábanas limpias. Imagino tu presencia al borde de la cama, tu mano en mi frente para controlar que la fiebre no me arrebate del mundo. A ti te preocupa mi presencia en el mundo, lo que es agradable y me permite dormir.


51

Fantaseo. Nos encontramos en la calle, yo vengo del supermercado, con ropa de casa. No sé qué decirte. Me avergüenzo de los lunares en mi brazo izquierdo.

50

No me he sentido muy bien últimamente. Las cosas están mal, algunos amigos toman partido por los empresarios, por los hombres.
“La vergüenza de ser hombre, ¿hay alguna razón mejor para escribir?”

49

Un pájaro se metió por la ventana de la cocina y fue directo a estrellarse con el ventanal. Veo los últimos segundos de su vida, un movimiento nervioso y después comienza a pudrirse.

48

Mi estadía en Antofagasta. Todo se reduce a esta interioridad y a pequeños momentos de ternura. Los días se tratan de escabullirse entre la gente y encontrar un rincón oscuro donde escribir o una jaula.

46

Pienso: la luminosidad de las imágenes debiera pretender opacar la cultura.

44

El relato del monstruo está enmarcado por el relato de Víctor Frankenstein ("I beheld the wretch –the miserable monster whom I had created"), es Víctor el que habla por el monstruo, creeríamos. Pero el relato de Frankenstein, a su vez, está enmarcado por el relato de Robert Walton ("Our affectionate brother"), quien transcribe las palabras de V. Frankenstein una vez que el mundo se ha acabado para él y la vida es una pura venganza. Lo más interesante de esta espesura de voces es, sin embargo, el lector a quien está dirigida: Robert escribe una larga carta a su hermana Margaret. Recordar esto, en medio de las voces de todos esos hombres, es quizás el gesto más significativo de la novela, como lectores, asumimos el lugar de una mujer.

43

Fantaseo con nuestro reencuentro. Es como si me hubieras estado esperando hace mucho. Conversamos toda la tarde hasta la noche, luego salimos a comer. Entramos al único lugar que encontramos. Nosotros y ciertos turistas preparados para un safari. Nadie más, las calles de Santiago están desiertas. Te cuento sobre los hombres del lugar de donde vengo, cómo uno de ellos vendió la casa que heredó de su abuela para gastarse toda la plata en prostitutas y alcohol; o las extravagantes formas de manifestar cariño de esos hombres: aparte los golpes, el incremento de las pulgadas de los televisores cada navidad, tener que emborracharse para encontrar un sitio a tu lado (pero como ese espacio es huidizo, se hacen necesarias más y más cantidades de alcohol).
El resto del tiempo es de una brutalidad sin matices:
El padre huye de los besos del nieto.
El nieto sabe que los besos son un castigo.
El hermano huye de todo para encontrarse y encontrarme de paso.
Yo me escapo.
La madre permanece allí, sin comprender, cuestionando esa manera de vivir, pero con el corazón sano, con la mente sana, consciente de su cuerpo y de su espacio.
Digo entonces una frase que nunca he dicho: las mujeres del lugar de donde vengo son todo lo que yo quisiera ser alguna vez.

42

Estamos toda la mañana con el sobrino jugando Xbox. Más bien, lo miro asesinar endriagos, destrozar los cuerpos de sus enemigos.
Por la tarde dibujamos en el patio. Yo dibujo un elefante para que él coloree. Inmediatamente insiste en que trace una X sobre el ojo visible del elefante: es para indicar que está muerto, dice.
Luego pide que dibuje una explosión. Trazo los límites de una casa, de una casa cualquiera, de esta casa por ejemplo. Y el fuego desbordando las ventanas. Me doy cuenta de que he provocado un incendio. A él no le importa. Se esmera en dibujar un hombre tirado en el suelo, sangrante, con unas equis por ojos.

La X soluciona todo el problema de la representación de la muerte.

41

Ayer, por la tarde, espío a la mamá y al sobrino por la ventana, desde el patio. Ella intenta leerle un cuento. Sé que él ama esa situación: el calor, la cercanía, la voz que se va cansando y volviéndose más baja y suave, acurrucarse allí. Leer no es importante. Leer, para él, sucede en el oído y, sobre todo, sucede en su cuerpo; se hace consciente de sus dimensiones, de su lugar en la cama al lado de la abuela.

40

Existe por supuesto un abismo entre la carta que lees y las palabras que escribo. Un abismo. Mil trescientos kilómetros. La inconmensurable ligereza del desierto. O un tiempo parecido al gesto imperceptible de las plantas al crecer.

39

Estas notas podrían, por otro lado, significar el trabajo de una vida, de mi vida y de “mi” muerte; no hay exageración en estas palabras.

38

Me quedo más callado de lo que acostumbro. No puedo conciliar el sueño, entonces escribo para aburrirme lo suficiente y que los párpados pesen. Pienso en el fracaso de estos apuntes, tan alejados de su propósito (sorprenderte), de su formato (la carta de amor) y de lo que pretenden (la novela).

37

La abuela, que es a la vez la mamá, y su hija en la pieza del nieto que juega en el patio. Tal vez piensen que me parezco a él. Me siento sospechoso de escribir.

36

En algún lugar de esta casa comienza la novela. En una ventana, en la habitación de un niño, con el sueño de un niño. Como en la ficción de Eduardo Barrios que describe –a través del enamoramiento de un niño demasiado adulto- el quiebre de la plácida imagen de la infancia que lo conduce a la muerte. Así, la novela comienza con la muerte del protagonista, en algún lugar de esta casa. O, antes, como era mi intención escribir, cuando los ruidos a medianoche lo despiertan y una mezcla de curiosidad infantil y fatalidad le obligan a mirar por la ventana, protegido tan solo por sus ojos, los ojos a manera de escudo de juguete, trincheras hechas para ser vencidas. Por un momento la cercanía con la irrealidad del sueño lo disuaden de la verdad de lo que mira. La piedra, el ladrillo, rápido se aleja de la cabeza del cuerpo tirado en el suelo. Al despertar, la lluvia cubre la ciudad. Un aluvión barrió con toda evidencia del cuerpo muerto, arrastrado hasta el mar. Después el mismo mar desaparece. La catástrofe, de alguna manera, salvó a la ciudad de aquella injuria. Desde entonces, todo comienza a morir. Cristóbal o Agustín, el niño refugiado tras los ojos, ha estado muerto toda la novela.
La novela que comienza en algún lugar de esta casa tratará de encontrar lo inexpugnable en la mirada de los niños.

35

-Ya no tengo más mocos, me saqué todos los mocos.
Luego de un rato continúa:
-Yo me comí los mocos, no me los saqué.
Concluye:
-No, si no me comí los mocos, me los saqué no más.

34

Mi memoria no es dulce cuando niño. Esa era la boca.

33

En Epifanía de una sombra, al niño Juan Warni le dicen melancólico y se enfurece, agarra a combos al otro. Ni siquiera sabía qué significaba esa palabra.

32

(“La madre, ¿no es acaso la única que no califica al niño, ni lo pone en una balanza?”).

Siento que cuestionan mi alegría –que no es la suya- de vivir la vida. Me dicen que soy amargo. Antes, de niño, cuando no supe el significado de la palabra, la mamá me llamaba "apático". Gracias a ella supe de esa palabra antes que otros niños; sin embargo no la entiendo, me causa pena que me diga eso.

31

La otra tía, antes, era una mujer mucho menos conforme, más brutal, por aquello se ganó la antipatía de la madre y su hermana: es una mala mujer, dijeron.

En esta noche de año nuevo la vuelvo a ver y cocina junto a la hermana y la mamá, sonríen mientras los hombres conversan del mundo y preparan las bebidas. Resignación es una palabra extraña, creo que simplemente ya no tiene energías para oponerse a tanta opresión.

30

Las nueve y media, noche de año nuevo. El papá llega recién del trabajo. Lo sé por sus ruidos, el sonido de sus pasos hasta la reja del antejardín, la manera singular de abrir la puerta o desplazarse cansado al interior de la casa. Le dice la mamá a Daniel: “Llegó tu abuelo” y él corre a verlo llegar. Solo espero que le diga al abuelo palabras alentadoras, de esas que los niños dicen sin pensar, esas palabras con las que los adultos se sorprenden y por las que convierten a los niños en seres mitológicos.

29

Y desengañado ya de largo, descreído. 1989 o 1990. Parece que íbamos al estadio, en micro. Pasábamos por un barrio más feo y más sucio que este, por fuera de una cancha de fútbol, o recorríamos una muralla larga rallada de grafitis claros, bien escritos, políticos. En medio del muro, tan largo como una cancha de fútbol, un punki estaba sentado sobre un balde, con los bototos negros sucios. Yo, de entre cinco y siete años, lo miraba maravillado y sonriente como un niño de cinco o siete años puede ver algo que considera hermoso. Su caracho se topó con el mío y me levantó el dedo del medio.

28

Hay fórmulas, secretos, palabras necesarias. La relación de identidad como recurso majadero. Debo comparar, por ejemplo, los días que cuenta un preso para salir de la cárcel con los días que faltan para nuestro reencuentro. Lo mismo resaltar tus cualidades en la semejanza con cosas "excelsas" o materias "puras" de la existencia. Como en Perceval, que al ver la sangre del cisne sobre la nieve recuerda las mejillas de su amada. Esa palidez también tiene que ver con la muerte y, allí, Eurídice y Orfeo, la ficción llamada Poe, Macedonio Fernández.
El principio de semejanza –como es y ha sido siempre- abre el paso, el camino a la representación.

27

Me es difícil escribir todos los días. Una serie de factores siempre se han tenido que conjugar. Ese juego –las veces que demostró una productividad mayor- fue completamente casual. No obstante, debo prepararme para escribir, encontrar un lugar solitario, en el que no haga otra cosa en el día, ventilado, más bien frío. Callarme o conseguir el silencio mediante momentos de completa inactividad. Luego, escribir sobre ello, tentar una forma de la taciturnidad.

26

Extraño cuando me he propuesto escribir cada uno de los días que faltan para nuestro reencuentro. En algún sentido, son estas líneas como las líneas que el recluso marca en las paredes de su celda, "las cuatro paredes albicantes".

25

Por supuesto, la novela comienza cuando me voy de esta ciudad.

24

No quiero escribir esa novela. Es una respuesta demasiado estereotipada al espíritu de los tiempos, existe la idea de la catástrofe y todas las vinculaciones obvias con la historia de Chile. Es una tontería. Por otra parte, de qué sirve una novela.

23

Cuando desaparece el mar comienza la novela. La población emigra, reconstruye como puede –varios intentos individuales, desorganizados- la ciudad en otra ciudad. Por televisión se enteran de la evolución del desastre, de las proyecciones para la flora y fauna de la zona. Las autoridades han declarado peligrosa toda el área, aunque quisiéramos, no podríamos volver allí.

Toda la región es custodiada. Con el tiempo un gran vacío hará la cartografía un desierto y los nombres de cada uno de los lugares desaparecen, se olvidan por un solo nombre, el nombre del desierto.

De aquello Agustín, Paula o Gabriela nada sabrán. Para el tiempo en que se consume este olvido ya estarán muertos, quizás, sus propios nietos. Pero esa no es la novela, la novela comienza cuando desaparece el mar. La historia gira en torno a la explicación científica. La novela termina antes de que todo nombre sea olvidado.

22

Pero cuando le conté a José yo ya estaba descreído, desengañado.

21

Le cuento a José mi mejor treta, cuando le gano el gallito al papá, el padre; el día que me encontré diez lucas. Corrí el riesgo que me dijera: estamos cortados. Víctor, hasta aquí llegamos, nosotros estamos cortados y de verdad se cortara todo: la confianza construida a partir de silencios, de engaños limpios, delicadezas y sobre todo obediencia irrestricta; el poco dinero que me diera; su alegría.
Aun así, esperé que salieran, me quedé como ya les tenía acostumbrados. Sigiloso entonces al cajón de la plata: un billete de entre muchos.
Al volver, convenzo al primo-niño de que me acompañe a comprar un helado, que le convido.
Camino al almacén, espero el momento preciso para agacharme y gritar excitado que me encontré diez lucas, primo, diez lucas. Vamos, te compro el helado que quieras, ranita. Por supuesto accede y compro su fidelidad. Tengo un testigo, soy invencible.
Lo mejor, todos se lo creen todo. Pero el papá, el padre me mira y sabe, sé que lo sabe, sabe que le he robado diez mil pesos. Y no dice nada.

20

La vez que a los quince juntamos monedas, robamos tequila, compramos unas cervezas y bebimos con José. Al otro día quedaron cervezas que exageramos. El Tío las robó.

19

El Tío. Yo estaba solo y hacía calor. Tirado al sillón me masturbaba las primeras veces. Abre la ventana y me descubre. Comprende el arte de la convivencia, se va de la casa.

18

El objetivo final de esta carta es tu sorpresa. De no ser así, habrá fracasado por completo.

17

Por preferir la noche (silencio principal), los shorts y las chalas, me resfrié otra vez. El riesgo de la escritura.

16

Es claro, la expresión de ese rostro es indiscernible. Quizá la punta de un zapato delate una presencia, sea deducible ese fantasma por el tuyo.
Retrocedido del triángulo celeste, fuera de la epifanía: el comienzo de una fuga o la restitución de una imagen.
Yo miro alternativamente al noroeste y hacia abajo.

15

Otra puerta esta vez. Blanca sur abierta, dorado cerrojo. Abajo la huella de un pie pequeño, presa de furia infantil. Luz blanca –por el tubo alógeno arriba- resalta la superficie, a pesar de todo, lisa de la puerta. La oscuridad esquiva un triángulo celeste: donde comienza la salida al patio.
Tras la puerta, frente a mí, la proyección de una imagen.

14

Me he propuesto escribir cada día hasta que cese el viaje. Esta carta es también una carta de viaje: "Abiertos los ojos donde alguna vez abrí ventanas y solo vislumbré el deseo de ver".

13

Todo el día alérgico y las voces, los gritos se me hacen insoportables, la violencia me asiste.
Ahora: todo tranquilo, inmóvil, cartesiano.

12

El ardor del antebrazo me despierta anoche. También en el dedo de la mano que escribe. Busqué una araña o un zancudo que no encontré. Traté de dormir mientras mi hermano rezongó por la luz, cabreado, tuve un miedo bien niño.

11

Antes el patio era de tierra. El suelo del patio. Había un árbol. Bajo el árbol un par de perros muertos. Cuando ya fui lo suficientemente grande, enterré a alguno. Luego edificaron camas leñadoras sobre ellos y dormí. Tuve miedo. Cemento cubrió la tierra, baldosas que semejan un tablero de ajedrez: tonalidades de azul cubrieron el cemento.

10

Puerta entornada, mi hermano duerme. Yo permanezco en la mesa del patio y miro alrededor.

9

Mi Tío toma el libro que traigo. Concluye:
-Para qué tanto.
Le encuentro toda la razón.
Es un buen hombre. Lo he visto el primer minuto luego de un año y conversamos. Charla de adultos. Me dice que tiene cierta pena. Lo comprendo. Quizás diez minutos en los que no siento algún tipo de incomodidad. Me mira y arguye una ocupación, comprende el arte de la convivencia. Se va de la pieza.

8

Y se puso nervioso y feliz –practicó la propiedad privada, mi padre-. Como yo que tuve envidia, cogió el carro y jugó. Dispuso obstáculos a lo largo del patio. Sentado en un extremo, se preocupó de cuidadosamente conducir el carro hacia el otro extremo, su punto de partida. Fracasó. Chocó cada vez que tuvo que esquivar; dobló en sentido contrario siempre que debió doblar. Finalmente rio y yo reí. Nos miramos a la cara. Pensé que en mi risa había ternura.
Tal vez hubiéramos sido buenos amigos.

7

Estuve leyendo a Félix Martínez Bonati.
Que la representación del mundo que nos ofrecen las novelas es una alegoría de diversos aspectos de la realidad. En sentido contrario: un símbolo del mundo.
Mientras el significado alegórico puede ser diferente en cada novela, el significado simbólico de todas las novelas es el mismo.
Habría una relación entre la función denotativa de las proposiciones -verdaderas- y el significado simbólico de las novelas. Ambos denotarían lo verdadero.
La verdad de una novela descansa en su capacidad de identificación con aquello que la hace una novela. No hay más.

6

El punto más lejano al mar (el sol, ícaro se precipita al mar).

5

El rostro. La puerta entornada entonces, la poca luz que entra resalta el sudor en la piel del rostro de mi hermano. Una línea y un círculo para finalizar la nariz. Hace calor aún.

Esa luz llega desde la ventana. Y la ventana –hacia el poniente- es la más cercana de los tres al sol. Ventana, hermano y yo, un triángulo escaleno del que represento el vértice occidental.

4

Ahora hay un silencio reconfortante. Estoy en el patio y brisa fresca para mi frescura de shorts y chalas. Solo los dedos sobre el teclado del computador, los dedos de mi hermano en su pieza se escuchan. Cuestión que es ya de por sí un abismo: escriben este silencio.

3

Esto que comienza es una carta para ti. Tiene, por tanto, la tardanza y la cursilería que una paloma blanca para mi abuelo. Hay fórmulas, secretos, palabras necesarias.

2

Pensé lo infinitamente sorprendido y entusiasmado que me habría sentido yo si hubiese recibido ese regalo a los cuatro años y tuve una ligera envidia. También quise un tren por esos años y sus rieles. Al despertar, hubo tren para el sobrino también. 

Es gracioso el sobrino: un poco pesado como yo y un poco miedoso y tímido como era mi hermano. Se parece más a la hermana, por supuesto.

1

He visto que le regalaron un auto a radiocontrol al sobrino y se puso muy nervioso y contento. Repetía que era suyo y suyo y suyo, en esa etapa del ejercicio de la propiedad privada que va de los tres hasta los seis años y que nos forma para el resto de la vida a los hombres.