Sucede con cierta regularidad que la corteza oceánica se introduce bajo la corteza continental. Estos grandes movimientos liberan magmas y fluidos hidrotermales que ascienden por fisuras y grietas; minerales líquidos incandescentes que -en su camino de subida a la superficie de la tierra- se enfrían y cristalizan. A esas formaciones verticales se les llama filones, vetas y vetillas.
Como un modo de dar cuenta de tales vetas de escritura acumulada, hice un análisis de repeticiones de palabras por cada año del diario y clasifiqué luego cada una de sus entradas con las palabras resultantes: vetas que señalan otros depósitos minerales, otras estructuras verticales que atraviesan la horizontalidad del tiempo de la escritura del diario.

VETA ☷ muerto

El pothus trepa por la pared unos cinco metros. Hacen falta algunas hojas en algunos segmentos, ciertas hojas son más pequeñas, grandes hojas oscuras algunas, ralean también hojitas amarillentas a punto de caer, nacidas casi muertas. Como el diario, la planta trepadora tiene formas propias de anotar su vida: los momentos de abundancia, la escasez, el descuido, el paso de las estaciones, los cambios de maceta y de vivienda.
Soñé que por algún motivo debía fingir mi muerte, realizar una representación de mi cuerpo muerto. Y yo llenaba un ataúd con frutas.
No huelas chiquitita la muerte del pájaro caído entre los arbustos / con el cuello roto con el ojo vacío / menos / huelas tu propia muerte.

Como una montaña
Un cuerpo muerto es irremontable e inmenso

Como una montaña
Una montaña grande como un muerto

Pero un cuerpo muerto
No es más que un cuerpo muerto, escucho

Del roce de tu cuerpo vivo en el camino de arbustos.
Pasamos mayormente en la cocina, acompañados de los amigos nuevos y los amigos muertos, de los viejos amigos y los recién nacidos, de todos los amigos posibles alrededor de un gesto, alrededor de la cornucopia de hojas verdes y champiñones donde el sol descansa.
Descansa, es un decir, es invierno y llueve, pero así se siente.
Caminando por una feria de Santiago -entre loza vieja, ollas, sartenes y cientos de utensilios plásticos- encontré 7 ejemplares de Tristura de Floridor Pérez. El tendero me contó que había dado con un montón de copias del mismo libro y que la gente los compraba. No quise indagar más sobre cómo los había obtenido. Floridor ha muerto hace ya más de un año, unos meses antes del inicio de la pandemia.
Recordé que un par de años atrás un amigo me envió una fotografía de unos libros que estaban siendo vendidos en una cuneta del paseo peatonal del centro de Arica, entre los cuales había un par de libros que escribí. La sorpresa, la incertidumbre sobre cómo esos libros habían llegado hasta allí se disipó cuando supe -casi de inmediato- acerca de la muerte de Rodolfo Kahn, otro poeta viejo, a quien una vez visitamos con Daniel y Rodrigo. Es la respuesta inesperada para una pregunta que nunca me había hecho: ¿dónde van a dar los libros de los poetas muertos?
En medio de savasana, la tierra comienza a temblar y no tiembla porque esté mi cuerpo tendido. Sino porque la fricción entre dos placas tectónicas cedió algún milímetro y, con ellas, las ondas energéticas que reverberaron -como cotidianamente lo hacen- hasta encontrarse con mi espalda, sobre el suelo, donde, muertos, ondeamos. En la sacudida recordé las palabras dichas con sorna, aquellos insultos juguetones, esos chistes, esas bromas que mediaban la relación entre mi abuelo y sus nietxs, yo entre ellxs, como un sincero intento de comunicación.

999

Sufrió
Dicen que fue para mejor
Alguna vez plantó
Su mano en la tierra

Cavó una tumba
Para un pájaro muerto.

990

Una habitación flota entre las nubes esta noche, como un sol tenue, hace miles de años muerto.

929

¿Por qué una imagen debería hundirse?

Sin peso, las imágenes son sutiles, gaseosas; las palabras: cáscaras, láminas. Juntas: un aparato sagrado que olvidó el peso
de un cuerpo muerto.

Un cuerpo muerto. Pocas veces vemos un cuerpo muerto,
sino cifras, bajas, datos / políticas
de la muerte, discursos

sobre el bienestar,

que ocultan los cuerpos,

su peso / su capacidad de hundirse.

916

Soñé que mi papá me iba a buscar por allá, a esos lugares donde me escondo del mundo, los amigos y la familia. Me sacó del grupo de desconocidos en el que estaba para contarme sobre la muerte de su hermano. Tenía la punta de la nariz tiznada, manchada de carbón. Mirándome a la cara se lamentaba profusamente sobre la muerte de su hermano, se frotaba el rostro, se limpiaba los ojos que lloraban. Esta fue la primera vez que lo vi llorar. Para calmarlo, le dije que O., había vivido una buena vida, que su muerte era una ocasión de celebrar su vida. Tras mis palabras, me dio la espalda y partió. Lo perseguí pues pensé que era lo correcto: ir tras de él, como él se fue tras mis palabras. Él, que me dio un lenguaje que rechacé, se iba herido por mi lenguaje nuevo. Entré a una pequeña sala de teatro o un cine destruido. Estaba sobre el escenario. Alguien lo presentó a la audiencia que esperaba su acto. Sentado, en su rodilla descansaba una guitarra gris, de cuerdas rotas. Comenzó a tocar un blues acerca de su hermano muerto. Ese fue a mis ojos el momento de su redención.

914

Hoy al ver a una mujer con un cabestrillo
recordé que cuando niño caí encima de otro
niño y mi cuerpo quebró su brazo en dos
mi mamá me obligó luego a visitarlo
y llevarle un cabestrillo blanco para su brazo
traté después de recordar sus gritos de dolor
pero no lo conseguí. Recordé sin embargo otra
cosa: que me agradecieron por ir a presentarle
mis respetos al cuerpo muerto de la tía muerta.

763

Cibus, somnus, libido, per hunc circulum curritur. “El hambre, el sueño, el deseo, ese es el círculo en cuyo interior giramos” (Séneca. Epístola LXXVII).

Rodeamos la pista de aterrizaje como una gran ave rapaz a su huidiza presa.

Rompemos una nube. El sol proyecta la sombra del avión sobre esa otra sombra opaca.

Las nubes huyen de la ciudad para cubrir el bosque.

Carreteras, caminos, senderos que penetran la espesura conducen hacia el claro del bosque, de donde los animales huyen.

Volamos sobre el vellón de nubes. El cielo es el gran lomo de la blanca alpaca.

El cielo continúa en el río invertido. En el río, vemos el rostro del asombro y el espanto.

En el bosque, surcos por donde el humano ha abierto camino, claros donde deidades y daimones aparecen, donde nos sentimos arrojados e inermes, donde el animal viejo va a morir.

Rodeamos y rodeamos la pista de aterrizaje a la espera de que escampe. Mientras, miro las nubes lejanas y visualizo formas de animales gloriosos a los que temo y amo como a un padre muerto, proyecto mi ego sobre las nubes, creo ver a dios como un hombre desesperado por la soledad ve a dios en todas las cosas, el sol me toca tras sortear las nubes y el sagrado gran ojo de este pájaro de incontables ojos. Me vuelvo loco.
La voz del capitán interrumpe esta manía. Han autorizado una nueva aproximación a la pista de aterrizaje. El aire sube por las alas y descendemos.

Somos esa sombra que remonta los verdes cerros. Allá abajo, en algún claro, un animal mira al cielo con miedo y corre.

705

Miro por la ventana. Abajo un hombre viejo arrastra un carro con ramas de árboles muertos, utensilios y mantas, en su espalda una mochila sucia, que se sostiene apenas en sí misma.

689

Mi padre no ha muerto. La familia permanece, prendida cada una de sus partes a la otra. He tenido que ser yo mismo el padre muerto. He tenido que recrear, en el edificio de este cuerpo, la familia disuelta. He debido incorporar al muerto para ser uno más de los fantasmas que rondan esta casa.

623

Es el final de la práctica. Savasana, jugamos al cadáver. Con los ojos cerrados, el cuerpo sobre el suelo. Los estímulos externos (las cosas, los dioses, los filmes de los que el aire está lleno) no penetran, la mente se blanquea, me dejo llevar por la respiración, me someto a la deriva incolora de la somnolencia.
De pronto un deseo emerge: quiero que alguien me sostenga cuando caiga desesperado por la autoconmiseración. Comprendo que al igual que los huesos y los músculos que sostienen el cuerpo (“flexível armação que me sustenta no espacio / que não me deixa desabar como un saco vazio”) necesito desarrollar los músculos que sostengan el espíritu. Este reconocimiento me produce alegría y, muerto, sonrío.

574

Recuerdo que a Manuel Bilbao (que escribió en 1866 la biografía de su hermano Francisco) se le reprochaba (Zorobabel Rodríguez, entre otros) una “adhesión ilimitada al muerto y a cuanto el muerto amó”.

506

Entre la publicación de Perro del amor en 1970 y Fábulas ocultas pasaron 36 años. En este tiempo Oliver Welden junto a Alicia Galaz dieron vida a la revista Tebaida en Arica, donde Galaz dictó clases de literatura. Luego del 11 de septiembre del 73, se autoexiliaron en Estados Unidos.
Durante esas tres décadas, Alicia Galaz prosiguió su carrera académica, publicó Oficio de mudanza y Señas distantes de lo preferido, también sus trabajos sobre Góngora y Gabriela Mistral y fue incluida en alguna antología de poetas latinoamericanas, mientras Oliver Welden, sentado a la sombra amplia de ese árbol pequeño, se mantuvo en silencio, como buen perro, como paisano.
Perro del amor es un libro profundamente erótico, de un deseo activo y robusto, abultado como la primavera, hecho desde la pura fascinación. Perro del amor es hermano del primer libro de Galaz, Jaula gruesa para el animal hembra. En ambos libros, alejado de la posesión, el sexo no está sublimado por alguna idea del amor como bien superior, a lo sumo, se vive en su reverso como compañerismo, pero, en términos más simples, como animalidad en la figura del “amor desatado”, en la figura del animal hembra que vive su sexualidad, poderosa y política, como diferencia.
Fábulas ocultas, por otra parte, publicado tres años después de la muerte de Alicia Galaz, es también un libro lleno de erotismo. Son poemas, sin embargo, de un “amor oscuro”, del amor a una mujer muerta, poemas sobre la persistencia del deseo sexual tras la muerte de quien se ama.
Después vinieron Oscura palabra y The Sweden Poems, un total de 60 textos publicados en 2010 y 2014, respectivamente. Pareciera ser que tras la muerte de Alicia Galaz algo se desató en Welden, algo se abrió, algo brotó tras 36 años de silencio. Sin embargo, según sus propias palabras, durante esos años en los que perdió “el afán de publicar”, nunca dejó de escribir, pues, aunque se quiera, “no se puede dejar de escribir”.
Es inevitable, para mí, imaginar a Oliver Welden como un hombre viejo, montado sobre la circunferencia de su estómago, que ocupa toda la vida que le resta en escribir estos últimos tres libros.
Esta es una imagen con la que me identifico, una imagen que me complace, el horizonte que digo será mi futuro: escribir y amar como un anciano, con toda la vida que me resta.

499

Camino arriba, hacia la casa, el conserje, el portero, aquel que se ocupa de mantener limpio el edificio, el suelo donde camino, quien quiere hacerme feliz, riega el asfalto en un día caluroso. El agua baja por la calle y llega a donde estoy, cerca de la esquina.
Antes de que el agua arrastre pequeñas piedras y algunas hojas, basura y cuerpos muertos, antes de que inunde la superficie, dibuja formas que admiro, se separa, vuelve a unirse más allá, muestra el relieve del territorio.

497

Me detengo a mirar la manada del viento que pasa entre los árboles del cerro. Me concentro en la flexibilidad de alguna rama –que sale y entra en la luz de la tarde, que va y viene de la oscuridad de la copa– y pienso que en esa rama, viva y muerta, todavía prendida del árbol, está el poema.

489

Savasana

Un montón de piedras al lado del camino es para el viajero un signo de que, antes, otro estuvo allí. Un montón de piedras no significa otra cosa: alguien anduvo por allí, allanó el camino.
Quizás bajo ese montón de piedras yazga aquel que fue amado tanto como para que ese otro, de cuerpo tenso, amontonara piedras.
En cualquier caso, ya sea para mantener alejado el cuerpo muerto de los animales carroñeros y de la imprudencia de los brutos, ya para indicar un hito en el camino, un montón de piedras va adosado al borde del planeta.

188

Recuerdo esa foto quizás perdida, de niña, vistiendo un traje de baño violeta en el Trocadero. Habrá tenido 4 años recién cumplidos, yo quizás 2. Sostiene esa mirada brutal que no comprendo. Imagino que mira la inmensidad del mar mientras la miro, a los niños que juegan en la orilla evitando el agua, advertidos de la basura y los cientos de medusas muertas que de tanto en tanto asolan el litoral. Yo apenas camino o me revuelco en la arena.

182

¿Qué quiero decir sobre mi hermana? Sobre ser madre, ser mujer, ¿qué podría saber yo de eso? Hasta ahora he escrito el desprecio –un amor vergonzoso-, la semejanza que nos une, el odio a mí mismo. Sobre la madre cierta identificación barthesiana, homosexual.
Yo quiero hablar de la hija muerta, de despertar en el cuerpo de mi hermana, de sentir su dolor, expresarlo en palabras simples (porque amor y dolor son simples).
También quiero hablar de la meditación de la madre, ese ejercicio budista para cuando no puedes sentir nada, para cuando te sientes vacío: intentas recordar ese momento en que tu madre te amó sin reservas, te concentras en él luego, e imaginas que eres la madre del mundo y que el mundo es tu madre.

36

En algún lugar de esta casa comienza la novela. En una ventana, en la habitación de un niño, con el sueño de un niño. Como en la ficción de Eduardo Barrios que describe –a través del enamoramiento de un niño demasiado adulto- el quiebre de la plácida imagen de la infancia que lo conduce a la muerte. Así, la novela comienza con la muerte del protagonista, en algún lugar de esta casa. O, antes, como era mi intención escribir, cuando los ruidos a medianoche lo despiertan y una mezcla de curiosidad infantil y fatalidad le obligan a mirar por la ventana, protegido tan solo por sus ojos, los ojos a manera de escudo de juguete, trincheras hechas para ser vencidas. Por un momento la cercanía con la irrealidad del sueño lo disuaden de la verdad de lo que mira. La piedra, el ladrillo, rápido se aleja de la cabeza del cuerpo tirado en el suelo. Al despertar, la lluvia cubre la ciudad. Un aluvión barrió con toda evidencia del cuerpo muerto, arrastrado hasta el mar. Después el mismo mar desaparece. La catástrofe, de alguna manera, salvó a la ciudad de aquella injuria. Desde entonces, todo comienza a morir. Cristóbal o Agustín, el niño refugiado tras los ojos, ha estado muerto toda la novela.
La novela que comienza en algún lugar de esta casa tratará de encontrar lo inexpugnable en la mirada de los niños.

11

Antes el patio era de tierra. El suelo del patio. Había un árbol. Bajo el árbol un par de perros muertos. Cuando ya fui lo suficientemente grande, enterré a alguno. Luego edificaron camas leñadoras sobre ellos y dormí. Tuve miedo. Cemento cubrió la tierra, baldosas que semejan un tablero de ajedrez: tonalidades de azul cubrieron el cemento.