"Desde mi ventana (1 de diciembre de 1976), veo a una madre llevando a su hijo de la mano y empujando el cochecito vacío delante de ella. Iba imperturbable, a su paso, el chico estaba tironeado, sacudido, obligado a correr todo el tiempo, como un animal o una víctima sadiana a la que castigan. Ella va a su ritmo, sin saber que el ritmo del chico es otro. Y sin embargo, ¡es su madre! --> El poder -la sutileza del poder- pasa por la disritmia, la heterorritmia".
Recuerdo esto que escribió Barthes en Cómo vivir juntos, hoy (1 de diciembre de 2025), tras ver a un hombre tirar del perro que pasea sin remordimiento o, se me ocurre, ningun grado de conciencia, cuando el perro trata de detenerse a olfatear el tronco de un árbol.
Los perros tienen un ritmo propio, diferente al humano, por el que cada detención, cada desvío es un acto de disponibilidad y curiosidad. Visto desde la perspectiva de Barthes, el paseo del perro es idiorrítmico. Visto desde mi experiencia, es una constante invitación a detenerse.