Sucede con cierta regularidad que la corteza oceánica se introduce bajo la corteza continental. Estos grandes movimientos liberan magmas y fluidos hidrotermales que ascienden por fisuras y grietas; minerales líquidos incandescentes que -en su camino de subida a la superficie de la tierra- se enfrían y cristalizan. A esas formaciones verticales se les llama filones, vetas y vetillas.
Como un modo de dar cuenta de tales vetas de escritura acumulada, hice un análisis de repeticiones de palabras por cada año del diario y clasifiqué luego cada una de sus entradas con las palabras resultantes: vetas que señalan otros depósitos minerales, otras estructuras verticales que atraviesan la horizontalidad del tiempo de la escritura del diario.

VETA ☷ día

language is a map of our failures. Adrienne Rich

El 23 de octubre de 2023 -día en el que cumplí cuarenta años- una bomba mató a la familia de un niño de diez, en la franja de Gaza al otro lado del mundo.
A niños y niñas como él, se los identifica con el acrónimo WCNSF: Wounden Child, No Surviving Family. Niño herido, sin familiares sobrevivientes.
"No hay lugar más solitario en el universo que alrededor de la cama de un niño herido sin familia que lo cuide", había declarado unos días antes el doctor Abu Sittah.
Construimos nuestras historias -personales y colectivas- alrededor de vacíos. Contar una historia dijo Laurie Anderson es olvidarla. Pero, ¿a qué se refería?, pues -muy acostumbrados al efectismo discursivo- nos quedamos a veces en el lenguaje y olvidamos las cosas del mundo, las experiencias particulares de quienes hablan, testimonian o escriben.
Laurie Anderson hablaba del recuerdo de cuando estuvo internada en el pabellón de niños de un hospital a los 12 años por una lesión a la columna tras un accidente en la piscina. En específico, enfatizaba en los detalles a los que volvía como recursos narrativos, cada vez que contaba la historia a esta u otra persona; detalles que reforzaban la propia imagen o su personalidad.
En una de esas ocasiones, recordó un detalle olvidado que la retrotrajo a la experiencia vivida (it was like I was back in the hospital): el sonido del pabellón en las noches; el sonido que hacen los niños que están muriendo.
Escribir en el mundo -hoy ayer mañana- es escribir alrededor de vacíos y olvidos; a partir de la experiencia propia pues parece impracticable hablar por los demás sin caer en el efectismo discursivo que oculta las cosas y las vidas hasta hacerlas desaparecer (en el léxico deshumanizador, en un acrónimo, en una bonita historia de superación).
En una de las calles laterales de la biblioteca / nacional, durante / todo el día 26 de diciembre sentado / la pierna derecha sobre la izquierda las manos / en los bolsillos de la parka vista al frente.
El sol salió de entre las montañas de la cordillera / de Los Andes a mediodía aplastó cada cosa y más tarde desapareció tras los edificios / la historia cotidiana del día.
Durante todo ese tiempo el hombre se mantuvo allí sentado.

La imaginación y los paradigmas monumentales de la cultura / quizás inviten a pensar en una posible vida estatuaria para ese cuerpo a la intemperie / una vida que lo preserve de las estaciones y el paso del tiempo.
Como las estrellas
que brillan y titilan,
los dorados narcisos

a la orilla del lago
bailan con el agua
movidos por el viento.

En el poema de los narcisos
-I Wandered Lonely as a Cloud-
de William Wordsworth
el mundo baila y se mueve.

En cambio en El iris
salvaje
de Louise Glück
el mundo / el poema ofrece

sus diversas flores
coloridos y frágiles
cuerpos que cruzan

el umbral de la vida.

"Uno por uno"
desde una tanqueta
le gritaron a Maicol

Palacios el día que fue
a la comisaría de Collipulli
a buscar a su padre

Con el propósito de detener la expansión sin control de terrenos tomados en el sector Costa Laguna al norte de Antofagasta, el día de ayer el Ministerio de Bienes Nacionales dio la orden de "recuperar" las 13 hectáreas de terrenos fiscales tomados.
Uno de los factores que detonaron el desalojo y demolición de esas viviendas precarias fueron las denuncias de ventas ilegales de terrenos de desierto. 

En el reverso de esas imágenes / aéreas de los macrocampamentos, de los planos generales y contrapicados de maquinaria pesada / está el negocio / de la división de la tierra / desierta, la compartimentación de las casas / por las que el desierto / arenoso / improductivo encuentra / un valor suplementario. 

En esas imágenes es visible el abuso, la necesidad y la exclusión social con las que -¿es posible decir?- el vacío de representación se llena.

El cuidador de autos
Sacude su paño húmedo
Golpeando el aire

Salen despedidas
Pequeñas gotas
Que caen luego
Sobre el pavimento
O se evaporan
Un día de febrero
Con 33 grados.
De pronto nos asalta una imagen
Sueños se superponen a otras
Imágenes y sueños:

Luego de un día lluvioso
Tras un año seco
Animales beben del charco
Un pedazo de cielo.
Una ventana al mundo

Como en una película silente el viento mueve las hojas del árbol / indiferente de la acción, el decorado o la vida escenificada: el cine está en el movimiento de las hojas.

Otros días la luz del sol proyecta las hojas del árbol en la pared de la cabecera de la cama y su reverso de sombras se mueve sobre los cuerpos dormidos.

En esa frase manoseada / disputada (el cine está en el movimiento de las hojas) aparece (para mí / hoy / todavía) aquello difícilmente apropiable en los libros: la ausencia de deliberación.

*

De manera similar
me parece
Marguerite Duras
hablaba de Barbara
Loden en Wanda
a propósito
de su autenticidad
a la hora de actuar.
En estos días de calor en esta ola de calor entra aire por la ventana abierta y rodea las hojas del helecho plumoso de la monstera deliciosa la cinta y la palmera / como si un fuego propio -brotado / nacido desde dentro- las elevara. Por la mañana -entrometida en la luz de las 8 AM- la perra parece vestida de un chaleco de pelusilla luminosa. Así recuerdo –un poco / más o menos- una sensación / el tiempo en que se reciben las palabras escuchadas sin distancia sin suspicacias -así como al paso- y suenan y brillan y se pierden.
A veces escribo (ego) por el deseo / la ilusión de hacerle fintas a la muerte (“”) en un mundo cuya historia nos habla mayor-mente / de la destrucción de ciudades bibliotecas sus habitantes y lectores.
Como si todo estuviera en contra pero aun así yo (ego) escribe porque todo está en contra yo (ego) decide / vivir.
Pero un día cualquier en una esquina del centro la esquina de Alameda y Mac Iver fuera de la Biblioteca Nacional alrededor de una docena o dos docenas de carabineros -vestidxs de verde y negro / protegida la cabeza el pecho los hombros los brazos las piernas protegidos los pies- toman el cuerpo de una mujer lo elevan lo mueven de acá para allá lo contienen lo sostienen cuando se hace pesado y se lanza al suelo toman sus cosas su toldo su mercancía no le dan mayor importancia a la presencia de su hija y su hijo y se arma un alboroto hasta que deciden retirarse y dejan allí donde había un toldo de venta informal de ropa para perros y juguetes unas mujeres llorando.

Hay ciertas letras que se conservan a pesar del paso del tiempo ciertos ejércitos que sobreviven el paso del tiempo pero no / el ejército de las letras.
Otro deseo -pues habrá letras u otros signos- que al final de los tiempos les sobreviva unx lectorx.
En uno de los paseos diarios se nos acerca un hombre grande, de alrededor de 80 años a preguntarnos las preguntas usuales - a nosotros que paseamos diariamente.
Nos cuenta además que hace tiempo tuvo una gata que vivió muchos años. Él trabajaba en un banco, un día le llamaron para avisarle sobre la muerte de su amiga y tuvo que correr al baño a esconderse al no poder contener las lágrimas - que corrían por sus mejillas ante el asombro de los compañeros de trabajo, que no entendían por qué lloraba la muerte de un gato.
Ellos son nuestros hermanos menores, dice. Uno nunca está preparado para la muerte de un hermano.
Te digo, el día que llega una carta es especial.
Una carta hace que un día sea distinto del resto de los días,
escribió Anne Carson en un poema de la belleza del marido, me dices.

Yo estoy afiebrado me hablan las voces de lo que quiero ser de lo que no he sido estoy más acá y más allá embriagado por la pronta llegada del día que amenaza en el horizonte como un gran ejército / "military stuff was no accident" /

"Letters made one day different from another"
Un puente
Cuerda tensa que curva el arco.
Y ella dice: ustedes no paran de hacer cosas todo el día van de allá para acá abriendo y cerrando puertas en un paseo incansable y sin rumbo.
A veces yo me detengo a escuchar su queja silenciosa, me hago un té y me siento. Entonces ella se acerca y se acuesta por fin en su cama a los pies del sillón, reclamando un descanso que ni pide o cree merecer, del cual solo participa sin más, biológicamente.
Del otoño el diario pasa al invierno, parece saltarse la primavera y ya es verano: el último o el primer día del año.
En esos vacíos, la vida no deja de pasar, escrita en caracteres blancos.
por entre las nubes
la isla del sol sobre el mar
otro día / soleado una isla oscura
de noche la isla de la luna
todas islas aparentes.
La escritura, su presencia, mi presencia se cuidan la una a la otra. Me cuido de reducir al máximo el ruido de mis pasos, practicar una presencia leve y respetuosa cuando duerme, que es la mayor parte del día. Hace un tiempo me había pasado que al verla en la calle a distancia, arrojada, tuve un sobrecogimiento: estaba allí, con toda la fragilidad de su cuerpo pequeño. Ayer me pasó cuando después de comer me hizo fiesta, se acercó simplemente para que la acariciara, y sentí algo que puedo llamar ternura. Entiendo que es muy difícil volver cuando se toma este camino: el camino del cuidado mutuo; pero también que no es necesario volver.
He estado cuidando de J., durante los últimos días hasta el miércoles. Hoy se me quedó mirando por largo rato. Yo estaba atrapado en pensamientos sobre el pasado y el futuro, seguro de que su presencia allí a mi lado desmerecía mi atención. Pero tuve que voltear a verla hasta por fin reconocer el motivo de ese comportamiento. Una de sus patas estaba fuera del chaleco que la cubre del frío, lo que le produce -por supuesto- incomodidad.
He aprendido -me digo: solitario espectador de este monólogo-, durante los últimos días en los que mi vida se organiza alrededor de su comida y los necesarios paseos al cerro o el parque, la importancia de estar presente y disponible, la importancia de aprender a reconocer las necesidades de lxs otrxs, pero también que es importante destinar tiempo para unx mismx: tomar desayuno, darse una ducha luego de darle su comida; descansar en silencio tras los paseos; leer y escribir, pues estas pueden ser también prácticas de cuidado.
Y me dice: se verán las personas que estén a la altura de las circunstancias.
Luego de unos días entiendo que son las circunstancias las que son altas y que tanto ella como nosotrxs somxs quienes debemos subir a donde haya que subir. Que es una invitación a participar de lo alto.
Comienzan los días y las noches fríos
cuerpos vencidos se arrastran
a la siga de otros cuerpos arrasados

una mano busca su reverso y juntas
encuentran una piedra tibia.
La tercera y última lechuza blanca que vi fue en uno de los últimos días de escuela que, paradójicamente, era una noche en la que celebramos la graduación de octavo. Más allá, siguiendo la calle de abajo unas esquinas más allá estaba la casa de Helena, cruzando la calle, las casas del Belga, de Juanito, de Cristián, de Carlitos, más lejos -donde la calle en los días ventosos fundía sus límites con el desierto- la jaula de Alejandro. A quien traté muy mal pues éramos ambos demasiado pálidos.

“Siento que tengo que permanecer en lo más alto de mí misma (…) y estar en el camino que me toca vivir (…). Aunque puede ser que un día me quede mirando fijo esa foto y ya nada más me haga salir de este hoyo (…). Puede pasar”.
Mónica Quezada

Parece perfectamente lógico que un árbol crezca sobre la tierra que un pájaro vuele sobre la copa o descanse en sus ramas -así, por antonomasia, paradigmáticamente-. Todo esto vemos cada día y todo esto es cierto, pero cuando el árbol se yergue y la tierra se mueve,
1919. Huidobro escribió en Altazor, publicado en 1931:
“Tomo mi paracaídas, y del borde de mi estrella en marcha, me lanzo a la atmósfera del último suspiro. (…)
Ah, qué hermoso… qué hermoso.
Veo las montañas, los ríos, las selvas, el mar, los barcos, las flores y los caracoles.
Veo la noche y el día y el eje en que se juntan”.
1914-1918. Durante la Primera Guerra Mundial, la fotografía aérea pronto reemplazó los bosquejos a mano de mapas de los observadores en las operaciones de reconocimiento aéreo del campo enemigo. Hacia el final de la guerra, las imágenes utilizadas para estos mapas (fotográficos) de batalla eran realizadas al menos dos veces al día. Según Paula Amad, en “el apogeo de la guerra, los franceses producían alrededor de 10.000 imágenes por noche” (“From God’s-eye to Camera-eye: Aerial Photography’s Post-humanist and Neo-humanist Visions of the World”. History of Photography. Volumen 36, número 1, p. 69).
Con el paso del día
la alta sombra del tamarugo
desciende al suelo del desierto.
Anoche me quedé dormido tras ver una cantidad perjudicial de videos en YouTube. Dormí muy mal. Hoy tengo un miedo nuevo: que las imágenes de esos videos impresionadas en mis retinas reemplacen mis sueños.
No tengo ninguna foto de ambxs. No hay imagen ni fantasma. Por esto, durante los últimos días del año y estos nuevos del nuevo año, me he dedicado a dibujar figuras familiares, venidas de la imaginación y la memoria, alimentadas por otras imágenes que recorto de películas, pinturas, fotografías, otros dibujos conocidos.
Tras un día o dos de permanecer callado o, más bien, sin poder decir una palabra, limpio la casa, limpio mi cuerpo, en silencio.

Pienso que este diario debería honrar esa incapacidad de decir que conduce a la práctica del cuidado y el oído.

Imagino, entonces, un libro. Un libro en el que cada hoja en blanco representa un día. Páginas blancas en las que los pájaros despliegan su canto y el viento golpea la ventana, en las que reverbera el murmullo humano.

En este libro, yo elijo de alguna manera reducir mi movimiento, consagrándolo al aseo del espacio en el que despierto, como, observo y escucho pues, después de uno o dos días, sé que no es necesario que diga nada.

957

Era aún de día, a la intemperie, cubiertos por pieles de conejo, nos preparábamos a dormir a la orilla del lago, sobre la piedra más plana. Fumarola del volcán, corona del horizonte los montes verdes. Más allá el mar de montes verdes. Cada pétalo lleno, de agua cada yema vegetal. Tú explicabas todas estas cosas a la recién nacida, y nosotros escuchábamos, inadvertidos:

monte verde
cuero del conejo
pupila lacustre
piedra plana
sacrificial.

Mi hermano y yo sabíamos del calor que habita al centro del frío. Todo estaba limpio, lavado por la lluvia.

933

Savasana es la asana del muerto. En el momento de finalización de la práctica, acostados en la oscuridad, con todo el peso del cuerpo sobre la tierra, tratamos de dejar de pensar, concentrándonos en la respiración.
En ese momento, en el que uno desea dejar de pensar, asaltan imágenes. Primero, las preocupaciones del día que, más o menos inmediatamente, se cancelan cuando la atención se sitúa en el aire que entra por las fosas nasales. Después, se avecinan recuerdos frecuentes. Otras veces, uno cree descubrir alguna cosa, algún matiz, una nueva cara entre esos recuerdos.
Hoy recordé la imagen de una persona. Más específicamente, recordé y ese recuerdo fue un reconocimiento: alguna vez la amé, en el pasado, como la amaba ahora, sin saber, mientras permanecía muerto.
Por supuesto, ese recuerdo también perdió importancia.

921

A la pregunta -que como el sol sale cada día y se pone- por la muerte, una respuesta provisoria: la singularidad de la vida.

920

De noche las nubes quebradas
La luna llena quebrada
En las ventanas
De la torre
Más alta.

~

De día una larga cola
De mujeres y hombres
Alrededor del alto
Edificio de la AFC
Espera
Para cobrar el seguro
De cesantía.

884

El viernes inmediatamente posterior al Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución, la Plaza Italia, rebautizada Plaza de la Dignidad, amaneció cubierta por un manto blanco; la estatua de Baquedano, coronada por la palabra paz. Esta, como tantas otras acciones de despolitización (las capas de pintura que cada cierto tiempo aparecen sobre las paredes para tapar rayados, el discurso de la criminalización) tienen el propósito de volver al “orden social”, censurar, silenciar, negar, ya no la validez, sino la posibilidad misma del disenso y sus expresiones políticas.
Hoy los muros de la calle Moneda, camino a la Biblioteca Nacional, amanecieron de nuevo pintados de blanco, gris o amarillo. Cada día parece más racional, más lógico y premeditado el discurso de la política que, por un lado, blanquea la violencia del Estado y, por otro, cubre las expresiones de lo político.
Entiendo que tras estas acciones hay un diagnóstico preciso del riesgo que corre la ciudad propia / la ciudad ilustrada con la reverberación de estas expresiones llenas de vida beligerante: el de exponer la fisura que constituye lo común, como objeto de la política; la comunidad, como opción afirmativa de la democracia frente al desmoronamiento de las lógicas de representación; la sociedad, como manifestación del Estado. Imágenes todas de la división, la separación de quien no quiere reconocer su parecido con quien considera inferior y deja debajo; de quien no quiere reconocer su cercanía con quien tiene al lado y deja afuera, desplaza y aleja.
La sociedad se funda en una piedra rota (wut walanti, lo irreparable - Rivera Cusicanqui) y la política no puede sino negar esta realidad, no puede sino encubrir su propia violencia (caracterizada como orden, control, seguridad, democracia, bien) pues arriesga su colapso.
La ciudad está edificada sobre la base de la violencia de sus distancias, sobre la violencia de sus jerarquías, la violencia que, en sus versiones más simples, necesita acabar con el otro (gestionar su vida) convirtiéndolo en enemigo, en el mal. Pero otro asunto vibra en las imágenes del manto, del velo que cubre las murallas de noche, cuando dormimos, idealmente, en nuestras propias camas. En términos simbólicos, el manto, el velo blancos funcionan como los amuletos, conjuros, los objetos rituales, tienen una función apotropaica: mantener alejado el mal en la cercanía de su práctica.

881

Amanece. La mañana me toma en sus brazos para ponerme en la calle. Camino suspendido sobre el día, segundo del nuevo año. Las paredes recién pintadas la noche anterior. La noche que deja –refugiada en su propia penumbra– una huella de olvido y violencia sobre las cosas.

862

Anoche, mientras se acordaba la idea de una nueva constitución para Chile, se utilizó la metáfora de la "página en blanco" para dar cuenta del carácter radical del nuevo pacto. Hoy la Plaza Italia amaneció cubierta por una sábana blanca (una capa de nieve), así como el siguiente día hábil, luego del fin de semana del 18 de octubre, edificios estatales fueron pintados, como bancos y otras instituciones han sido pintadas y repintadas para cubrir rayados y otras imágenes.
Es difícil no leer la hoja en blanco, la sábana blanca, los muros pintados, como imágenes

830

Digo en mi cabeza cualquier cosa
Y siento una alegría extraña
Es el primer día de primavera
El sol calienta el rostro
Se escucha el golpe de los frutos
Que anuncian su caída
Cuando la hoja recién rompe.

828

Hace una semana murió David Berman. Mi tía murió hace siete semanas. Tenían la misma edad.
Tres o dos días después de su muerte (y enterarme de sus causas), escuché una entrevista realizada en junio pasado en la que hablaba de Purple Mountains, su disco próximo, la próxima gira de promoción.
En la entrevista responde a cada pregunta con sinceridad, habla de su depresión con una honestidad vergonzosa.
Al día siguiente no tengo fuerzas; aun la más superficial interacción la siento como un ataque personal que me deja abatido. P., luego, de noche, me escucha y reconforta por el chat. La honestidad es antisocial. En algunos contextos, frente a los desconocidos, a quienes no pueden verte sino como la imagen de lo otro. Me preocupa este reconocimiento tras recordar mi honestidad frente a personas que recién conozco; en relación con mi sexualidad, con mis dolores y alegrías.
Hoy desperté y leí el libro de B., –el sueño es otro libro, que nunca acaba de comenzar, interrumpido por el sol–. Me emociona su lectura. Descubro en él la expresión de una vida calma, preocupada por su cuerpo que envejece y el ambiente en el que se desenvuelve, lleno de una sabiduría tibia y silenciosa que no por eso carece de voz. Es la voz de un cuerpo que nutre y educa los cuerpos de los que ama en un mundo estragado, como este en el que vivimos.
Recuerdo haber leído sobre el trabajo que realizó Juan Downey con los yanomami, caníbales endogámicos que, al morir sus cercanos, queman sus cuerpos en una pira y comen sus cenizas, como una forma de asegurar la inmortalidad de sus seres queridos. Todo cuerpo es, entonces, un hogar (el fuego en la palabra hogar), un edificio, una villa / un montón de otros cuerpos que participan del mundo a la manera de la masa.
No sé qué quiero decir. No hay nada definitivo en estas palabras sobre la muerte o el amor por los que mueren. Está bien.

820

He tenido los más maravillosos sueños. En los que he sido feliz y permanezco en silencio, rodeado de personas que me quieren y a las que quiero, con las que me siento cómodo a mediodía, a medianoche, entre una y otra estación.
En mis sueños el mundo gira a mi alrededor, pero soy respetuoso y giro alrededor de los demás cuando bailamos. Toco la piel de quienes amo y quienes me aman tocan mi piel, en habitaciones tenues, matizadas entre la infancia y la adultez, donde todo es intermedio y la piel es mate como la piel de las plantas a la noche. Hablamos de programas de televisión que no he visto, pero reímos porque nos entendemos.
V., me dijo hace unos días –muchos años atrás, en la cocina, junto a la mamá, preparando dulces para la fiesta de mi cumpleaños– que los sueños son deseos cumplidos. De día soñamos juntos el sueño de la masa, de noche, yo vivo una vida paralela en sueños.

789

Las otras familias pasan la mayor parte del día en sus casas.
Esta injusticia es palpable en la película (Aquí se construye), su manifestación es horrible, efectiva también para mostrar una manera de vida que brutaliza a partir del trabajo. En el movimiento de los cuerpos de los obreros es notorio su cansancio: las piernas que arrastran, los brazos caídos, yendo y viniendo, entre el día y la noche.

788

Como si la noche fuera un territorio, los obreros de la construcción parten tras su jornada laboral en buses y bicicletas a dormir en casas oscuras. Despiertan, todavía de noche, bañan sus cuerpos que perfuman, preparan bolsos y viandas, viajan de nuevo hacia el día.

774

Terminamos de ducharnos. Es un día caluroso tras la práctica de Educación Física. Agradecemos la usual ausencia de agua caliente en los camarines. Volvemos a la larga banca sobre la que hemos dejado nuestros bolsos con la ropa del liceo público. El compañero nuevo entra tarde a la ducha. Nos espera para quitarse la ropa frente a todos. Tiene un pene grande y semierecto, pálido como el resto de su cuerpo. Con el pelo largo sobre los ojos, deja sus cosas y nos mira. De inmediato nos cubrimos al verlo y caemos sobre la banca, apresados entre el vaho que expelen los cuerpos desnudos y la pared del camarín. Por un segundo contemplamos esa revelación. Él está ahí, parado y blanco en medio del vaho, resplandeciente como un animal mítico.

724

La luz del sol, a las 7 de la tarde de un día domingo, atraviesa la ventana y proyecta en la pared la sombra de la enredadera.
Las impurezas e irregularidades del vidrio forman vetas y líneas sinuosas en las hojas de la planta que traslucen.
Lejos, surcando el cielo, alguien ve la orilla de una playa de donde el mar se retira, al final de la tarde.

717

Llega el verano. Llegan los carros de mote con huesillo a las calles del centro de Santiago.
Son las 9 de una mañana calurosa de diciembre y un vendedor lee el diario sentado bajo la sombra de los edificios. Deposita unos granos de trigo cocido en un banco vacío a su costado. Gorriones y chincoles llegan también a acompañarlo, picotean esos granos, mientras el hombre lee las noticias del día que pasa.

715

No es aún de día (en Chile –Brasil, Argentina, en Charlottesville, Virginia– la noche es eterna).
La policía escolta a un grupo de fascistas, heterogénea aglomeración de corpúsculos y formas, enquistados en el cuerpo de la marcha.
Es aún de noche. Dormimos con un cuerpo sobre el pecho.

709

Llevo el brazo a la altura del pecho, presiono la palma contra el pecho, el cuerpo se yergue y aparece el horizonte.
Por un instante, la mano coincide con la mano, el brazo coincide con la imagen de mi brazo, la palma con el pecho, como si alcanzara por fin el movimiento de mi cuerpo, como si me pusiera al día conmigo mismo.

707

Luego de encontrarnos una vez al mes en la peluquería, hablar del frío y de la lluvia que nunca llega, con la tibia mordida del calor en los tobillos que se arrastra fuera de la estufa, hoy podemos decir que ha dejado de hacer frío.
Es un día azul de primavera.
Hablamos después sobre la avaricia y el dinero. Dice en algún momento de esa conversación que me preocupo de mantener con leves movimientos de cabeza y afirmaciones, que el problema de las personas es creer que han nacido solo para una cosa: subir en la escala social / conseguir más posesiones materiales / llegar más lejos que sus padres: la vida como vía aditiva.
Hoy –es la mañana del martes–, cuando creo que debo ensimismarme en la escritura del otro libro, entiendo que no nací para una u otra cosa. Hay tiempo para todo.

701

Mientras preparo el desayuno para enfrentar el resto del día ("I cannot remember the books I’ve read any more than the meals I have eaten; even so, they have made me"), del interior del cráneo brota una pregunta que cae sobre mis manos:
¿He sido, para alguien, alguna vez, motivo de alegría?
¿Alguna vez, he hecho feliz a alguien?

690

Martes y jueves a las siete de la mañana imita el cuerpo al árbol que se enraíza en el suelo y quiere abrazar el sol.
Entre los beneficios de esta práctica matinal está la inmediata conciencia del cuerpo que durante el día persiste como memoria. Caminar o estar sentado es, entonces, una actividad llena de vida, mirar es la posibilidad de ver el horizonte estético del mundo.
Y existe también otra cuestión quizás hermosa. De alguna manera, la práctica es una extensión del sueño.

676

Pasa una semana y despierto sobre mi colchón por unos gritos a las 8 de la mañana de un día domingo. Es la mujer sola que llama y llora por alguien, vagando por las calles del centro.

674

Sobre sillas y colchones que amontonan en un rincón del mundo, frente al cine clausurado, celebran el día. Ayer pedían monedas fuera del supermercado. Hoy gritan y ríen y hablan tomando cajas de vino / gajos de sol sobre el cemento de las veredas, sentados en sus sillas y colchones.

671

Motivos de dolor:
-que el otro no pueda vivir el paraíso que deseo para él
-el crimen por inconsciencia / el crimen de arrogancia: dañar sin querer (a quien lo quiere a unx)
-que no encuentres refugio
-mantenerme callado cuando es necesario decir cualquier cosa: está bien / el sol cae / el día comienza / se abre el poema
-no tener nada que escribir.

652

Wanda abandona a su familia. Sale de la casa de su hermana rumbo a los tribunales y no llega nunca a volver, le pide antes a un anciano que recoge trozos de carbón un poco de dinero. En los tribunales uno de sus hijos llora, pero Wanda ni siquiera lo mira. Sale rumbo a la calle. Consigue trabajo en una fábrica textil; al cabo de dos días es despedida por demasiado lenta, por improductiva. Sin tener adonde ir, va al cine, se duerme y le roban el poco dinero que tiene. Se queda sin nada, que es otra forma de decir que ya no tiene nada que perder. Conoce, después, a Mr. Dennis, un criminal mediocre, que fantasea con robar un banco.

640

La vida, como toda ficción que simula la vida, comienza con la salida del sol.
Wanda (1970), la primera y única película de Barbara Loden, empieza por la mañana, en una casa empobrecida, ubicada en las cercanías de un yacimiento de carbón al norte de Pensilvania.
Dentro de la casa un niño llora; el llanto se superpone al ruido de camiones y excavadoras. Wanda duerme sobre un sillón en la casa de su hermana y, a medida que el ruido del día comienza a iluminar las cosas, despierta.

633

Entre los escasos fragmentos que alcancé a escribir conservo los siguientes:

“Y el juego consiste en darle a los postes a pesar de que la noche es inminente o, por lo mismo, por tanta luz inútil, tanta luminaria y tanto camino iluminado. Sus nombres eran bíblicos: Zacarías, Saulo, Manuel, José. De alguna manera, yo soy todos ellos”.

“Ocho y media de la tarde, ni siquiera nueve. Hora del día, y era esto un consenso entre los niños perdidos para siempre el mes de junio de 1990, en que la sombra de una persona alcanzaba su mayor dimensión, especialmente en el solsticio de verano.
Saulo siempre fue el más alto de todos, lo seguían la Caty y la Olga, José, de menor edad, aún no alcanzaba un desarrollo satisfactorio, era más bien bajo. Saulo, por lo tanto, lograba abarcar una mayor extensión de terreno con su sombra. Con los brazos abiertos, se extendía calle abajo llegando al mar, o eso decía, a los mil años, cuando fuera un gigante.
El mundo no tiene sino doscientos a los once: por eso no andaban gigantes por la calle; a lo más un tipo de dos metros y tanto que habían visto por televisión: ‘¡El hombre más viejo del mundo!’ (y más alto), de una edad cercana a los ciento veinte. Desde aquí se desprendía que el ser humano (niñas y niños, todos), aproximadamente a los setenta u ochenta años de la formación del planeta, recién había proliferado. Antes, bajo la forma de animalejos diversos vagaba por los océanos. Las montañas no existían. Nunca se preocuparon de ellas. Eran un espejismo. No existe la distancia. Esto lo afirmaba Olga. José creía en cambio que el mar era lo que no existía. Una vez leyó que las ratas en transatlánticos arribaban a islas lejanas, caminaban por una crisneja, escalaban por las cadenas de las anclas, nadaban hasta un barco, partían. José decía que los marineros eran todos unas ratas; el mar, una forma especial de decir montañas (había muchas maneras de decir una misma cosa y eso lo aterraba). Las ratas venían de las montañas entonces. Él y toda su familia vivían en una ínsula. Su madre le recriminaba que leyera tanto: te vas a quedar ciego… Leer, concluyó, es malo para la vista.
Saulo, en cambio, afirmaba que era solo el sol lo que existió. ¿Y la lluvia?, a veces llueve en invierno o otoño… La lluvia no es sino otra forma del sol. El sol tiene dos formas extremas si más condensado o disperso. El sol es un círculo en el cielo y uno que baja subiendo de nuevo y para siempre. O dos anillos entrelazados, que giran. Todo el desarrollo del humano era explicado por el principio de giro perpetuo de dos anillos entrelazados.
Olga en realidad no creía en estas cosas, con el año y medio que le llevaba a Saulo tenía todo muy claro. El mundo era el mundo simplemente”.

“Y en el presente están todos muertos, perdidos sus cuerpos en algún lugar de la playa, arrastrados por los tumbos.
Ahí los veo emerger de entre el resto de los cuerpos de la fosa, entre esos brazos y torsos sin dueño, enverdecidos por el mar, el rostro de Saulo, la ropa de Zacarías, la mano que llevaba el reloj de Manuel todavía marcando el tiempo”.

“Que el planeta fuera plano o redondo, un disco flotante o cualquier otra de las teorías del resto, no fue nunca una de sus preocupaciones. La elipse que el sol dibujaba sobre el cielo como la de los astros menores o la luna; la curvatura de las nubes; el ineludible descender de los viajeros que es su ascender, recortados por el horizonte; la difícil imaginación del borde, juntura de mar y cielo; o la vez que subieron el cerro esperando ver la pared del mundo y solo descubrieron más y más cerros, otros convertidos montañas, planicies, pampas salares desierto bosques ciudades, costa, mar tomando altura y vuelta a dar con el primer hito, por el mismo camino, pasando fuera de la casa, repitiendo la ruta que soñaron. Podrían haber dicho: primera vez que emprenden aventura, primera vez sin supervisión, la primera de vuelo los padres, a no mediar la amplitud racionalista del rostro de la Olga, su ceño de inteligencia, las trenzas que disimulaban buenamente bajo un aspecto infantil, largas tardes al sol, prolongadas jornadas de observación atenta, incontables días e incontables noches de arduas evaluaciones del comportamiento de aquellos niñitos, niños que fueron sus amigos, sus enemigos, su familia; a no mediar su amor, sus casi dos años menos de juventud.
La redondez de la tierra, para Olga, la naturaleza de su acción, manifestaba su evidencia. Pudo deducir, sin mitologías, cada proceso y explicarles, de haber querido, el ineludible movimiento circular, indeterminado e infinito del mundo y sus estratos. Y más particularmente, que la sombra de una persona se alargaba tanto cuánto su relación con la orientación de la luz del sol se lo permitía y que –en un momento de su ciclo diario– la sombra coincidía con la altura exacta de sus cuerpos; que pasado el mediodía era el momento preciso para saber cuánto más crecidos estaban; que las ocho y media de la tarde durante el solsticio de verano era por completo una ilusión, un simulacro de sus futuras medidas; que incluso José podría ser más alto que todos si más cercano al crepúsculo vespertino se confrontaba con la sombra que Saulo proyectó a media tarde; que el ser humano no alcanza los mil años; que los cuerpos vuelven al mar, donde todo después se cierra”.

630

Entraron de noche a la casa del centro y salieron por la mañana.
Un vecino declaró haber visto a un hombre joven salir de la casa ese día domingo. Su vestimenta fue el primer indicio, según declaró, de que algo raro había pasado: una chaqueta negra que se notaba como dos tallas más grande.
Llamó a la puerta y nadie abrió. Llamó a la policía y descubrieron el cuerpo.

626

Emmanuel Carrère, en Una novela rusa, luego de contar ese recuerdo de su infancia en el que mató a su Nana, luego de confrontarlo con “la verdad” (había sufrido un ataque al corazón por el cual murió al cabo de unos días en el hospital), se hace una pregunta que ahora me asalta como propia: “Quizá yo no maté a Nana, pero, ¿a quién he matado entonces? ¿Qué crimen he cometido?”.

601

“Este es el último día
en que veré a los patos
graznar en el Lago Iware
luego desapareceré
en las nubes”.
Príncipe Otsu (663-686)

587

“Trabajo mi epitafio cuando duermo; al despertar, al recordar lo olvido. Estará escrito el día que no despierte del sueño. Estará escrito en mi casa cuando no despierte”.
Gonzalo Millán

565

Tuve dos encuentros con Gonzalo Millán o más propiamente uno.
En el auditorio Rolando Mellafe de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile, quizás en el año 2004, asistí a una lectura pública de poesía, seguramente propiciada por la profesora Soledad Bianchi, en la que Millán leyó en solitario.
El auditorio estaba relativamente lleno y relativamente sombrío, era un día brumoso de invierno en Santiago. Me impresionó su manera de fumar un cigarrillo tras de otro: “No un hombre, ¡una nube en pantalones!”.
En el año 2006, unas semanas después de su muerte, me invitaron a participar en calidad de joven poeta en el Congreso de Poesía de la Universidad de Chile. En esa oportunidad, otros de los invitados recitó un hermoso poema luctuoso en su memoria, frente a un auditorio conmovido.

564

"Diario de vida / Diario de muerte
Hechos consumados / Desechos consumados
El día a día. Células grandes
En el umbral de la muerte / Cerca del fin
Poemas a la muerte / Poemas de despedida de la vida
Jisei
Adiós al pasado
Testamento / Preparación para el viaje”
Gonzalo Millán

558

“Escribiré, pero no será un diario en el sentido estricto de la palabra, pues escribiré cuando me dé la gana. Claro está que si todos los días tengo ganas de escribir, escribiré todos los días”.
Vicente Huidobro. Papá o El diario de Alicia Mir.

540

Ayer creí llegar a una especie de reconocimiento. Es, sin embargo, algo que ya había pensado, pero a lo que ahora se suman los últimos días en Antofagasta.
Tras la vida vieja y su ruptura, vino la experiencia de la desolación: no tener nada ni a nadie, no hay lugar. Esta experiencia, en su versión luminosa, condujo a la posibilidad de “volver a nacer”, la posibilidad de la “vida nueva” como locura de trabajo y tal.
Pero, luminosa u oscura, tras la desolación está el desierto.
En el viaje –que es siempre un regreso– comprendí que existe un lugar o, al menos, su promesa: el retorno a la memoria infantil, la alegría infantil (sin habla), donde soy querido a pesar de mis dificultades para aceptar el amor sin medida.
Ahora la valentía: mirar, ofrecerme, permanecer quieto y escuchar, estar presente, respirar, estirarme cuando el sol se entrometa por la ventana y descansar cada vez que sea necesario.

528

En el balneario, todas las mañanas, grupos de mujeres practican deportes veraniegos. Hoy vi a una mujer más joven que, tras la práctica del día, se preocupó de ayudar a otra mujer que al parecer había perdido el aliento o estaba a punto de desmayarse. La asistió en todo lo que pudo, la ayudó a cambiar su ropa e incorporarse.
Hoy, al despertar, recuerdo esa escena. Descubro que allí hay algo que deseo para mí: la voluntad –o no, algo anterior a la voluntad, la pulsión– de ayudar al otro.

525

Quiero decirle al sobrino: Escribamos un poema nítido.
Nítido como estos cerros
de la cordillera de la costa
a la hora en que el sol cae
en un día de enero.
Repitamos una y otra vez el poema
para quedarnos con su forma nítida
para que el día y el sol y la hora ya no importen.

523

Salgo, me sumerjo “en la perfección nítida del día”, luego en el mar opaco, en la arena brillante, para quitarme el mal sueño.
Es la alegría disponible, cuando los problemas pierden peso y se esfuman en el aire del verano.

520

Luego de unos días difíciles nos cansamos de tener la boca ocupada con comida o con palabras.

518

Durmiendo recordé haber sido un niño lleno de confianza hasta que un día llegó la gran vergüenza.

499

Camino arriba, hacia la casa, el conserje, el portero, aquel que se ocupa de mantener limpio el edificio, el suelo donde camino, quien quiere hacerme feliz, riega el asfalto en un día caluroso. El agua baja por la calle y llega a donde estoy, cerca de la esquina.
Antes de que el agua arrastre pequeñas piedras y algunas hojas, basura y cuerpos muertos, antes de que inunde la superficie, dibuja formas que admiro, se separa, vuelve a unirse más allá, muestra el relieve del territorio.

498

El silencio de las cosas no está destinado a nadie.
Encapsuladas en su propia inmovilidad, sobre las cosas el día pasa.

496

Está, por un lado, el libro de los sueños, más propiamente el álbum, hecho de retazos de materiales heterogéneos, recogidos según aparecen, seducen o fascinan.
Por otro lado, el libro de la esperanza, que escribo para que estemos juntos, para que el sol salga y nos permita vivir un día más, un día a la vez, por el resto de la vida.
En algún sentido, en el horizonte, ambos son el mismo libro. El asunto es alcanzar a vivir el último y morir del primero.

492

El monstruo, escondido en una choza cercana a la cabaña de la familia De Lacey, los espía, todavía ignorante de su condición monstruosa. Para entonces –rechazado por Victor Frankenstein, su propio creador– sabía que su cuerpo despertaba repulsión en los otros, pero aún no se convertía en un monstruo para sí mismo.
Tras las tablas de la choza, espía la amorosa vida familiar del viejo patriarca ciego y sus hijos, Ágatha y Félix. Este último ocupa sus días en enseñarle a Safie, la joven árabe dueña de su corazón, los fundamentos del francés, su lengua materna.
A partir de estas lecciones destinadas a Safie, el monstruo, espiando por entre las tablas, adquiere una lengua; quien no sabía sino del hambre, el frío y el calor, conoce una cultura.
Este descubrimiento será su condena. Por el lenguaje, el monstruo es capaz de definirse como otro, en su diferencia específica con la vida biológica de los humanos. A través de la lectura de libros como El paraíso perdido, Las cuitas del joven Werther y Vidas paralelas de Plutarco, logra también conocer una cuestión fundamental para la novela, que en los hombres habita juntamente el bien y el mal.
El monstruo espía a la familia De Lacey por unos meses en los que crece en su pecho la esperanza de ser comprendido –más allá de su apariencia horripilante– como un ser bondadoso. En uno de los episodios más emocionantes de la novela, el monstruo, temblando por la incertidumbre, decide descubrirse frente al anciano ciego.
La primavera se acerca y un sol tibio difunde alegría, los hijos de De Lacey emprenden un largo paseo por el campo. Convencido de que el anciano no huirá frente a su aspecto repulsivo, el monstruo decide salir de su refugio y traspasar el umbral de la puerta de la cabaña. Simulando ser un viajero en busca de descanso, le cuenta al anciano su historia rogándole que interceda para obtener la protección de unos amigos que, a pesar de ser bondadosos, solo ven en él a un monstruo despreciable.
Luego se escuchan las risas y los pasos de los hijos que regresan; desesperado, el monstruo se aferra a las piernas del anciano, descubre su verdad y le suplica que lo salve y lo proteja, que no lo abandone en este momento crucial. Félix, Agatha y Safie entran en la habitación. Todo es horror, gritos y desmayos, Félix emprende contra el monstruo, lo golpea y este –que hubiese podido desmembrarlo, “como el león al antílope”– huye de regreso a la espesura de los bosques.

483

Caminando en medio de la gente en un día de feria tengo la sensación de que esta ropa que llevo no me pertenece. Bajo ella el cuerpo palpita: ese movimiento soy yo.

471

¿Qué se hace / qué se puede hacer entre libro y libro? El problema no es ahora la incertidumbre abierta tras finalizar “el poema”. Sin fin, la escritura es ya condena (ausencia de objeto), ya paraíso (presente puro).
Acomodar el cuerpo a una imagen, decir –frente a los otros– “soy escritor” es, en cualquier sentido, menos que ser, según el día, según la dieta, cuando no se está escribiendo.

463

Insistencia del día

El nombre verdadero es i, no "uno", ni "yo", sino i. Se sigue: “Insistencia del día” es una máscara, una especie de ortopedia del habla.

La imagen i en la mente quiere ser impronunciable, es a su vez un resto ( ) y un suplemento ( ): el aire que rodea (i).

Entre yo que escribe (i.e.: quien se arroga la posición de sujeto) y lo que escribe, descansa (duerme) el deseo de escribir.

Es el libro de la esperanza (y la espera), escrito antes de incorporarse por completo, con los ojos de quien sueña.

Distinto, sin embargo, del libro de los sueños.

i es un libro de amor. Del amor entendido como diferencia, que es una forma política de amar.

Existen ciertas utopías:
-dormir “sobre ambas orejas”
-ver el mundo como un proceso de constante formación y destrucción
-la continuidad de las cosas en todas las cosas.

Y algunas frustraciones:
-la necesidad de que la declaración de amor se renueve constantemente
-que no pueda el otro vivir el paraíso que deseo para él.

La escritura de i comenzó hace un par de años a partir de cuatro o cinco versos:

"Se escriben libros para decir que uno está solo en el mundo
que el día se hace más largo cuando uno está solo
se escriben libros para constatar la presencia de las cosas
para decir
estoy por fin conmigo
rodeado por las cosas",

pero concluyó en cuarenta días, dos años más tarde.

El método: escribir por cuarenta días como la primera cosa que haga al despertar (pues toda tarea que se emprenda por cuarenta días queda por siempre).

Como todo libro, i es un libro fundamentalmente incompleto –a lo sumo finge comenzar y terminar–. Alegría: la posibilidad de continuar (viviendo), reescribir, sobreescribir como práctica de una escritura inacabable.

i es una forma incompleta, que podría ser parte de ese libro pura escritura que todavía no es alguno, incansablemente otro; i.e.: el diario abierto, futuro, “no el último, sino el suplementario, el más íntimo y el más querido”.

La escritura que –por demasiado presente– no se puede anhelar o recordar.

449

FOLIOLO

Hoy vi un video de la Mimosa pudica, que recoge sus foliolos al sentir el más mínimo contacto de un dedo.
Leí, luego, algunos estudios sobre el proceso de habituación de la Mimosa a una misma clase de estímulos en un ambiente controlado.
La habituación no es más que el decrecimiento de la respuesta frente a un estímulo que, por su repetición, se considera inofensivo.

En condiciones de baja luminosidad, la Mimosa deja de recoger sus hojas considerablemente antes que en condiciones de luminosidad alta, frente a estímulos repetidos. Con el propósito de no desperdiciar energía de manera innecesaria, la Mimosa se habitúa con mayor rapidez a estímulos inofensivos, como el de la brisa tibia de la tarde.

Tras seis días de ausencia de estímulos, el proceso de habituación de la Mimosa continúa intacto. No recoge sus hojas ante el contacto de un dedo o la caída de una gota.

Tras veintiocho días, si acariciamos sus hojas o una gota de lluvia impacta sobre ellas, la Mimosa no recoge sus foliolos.

Tras cuarenta días, si besamos un foliolo o la caída de una gota de lluvia la estremece, la Mimosa pudica no recoge sus hojas.

La Mimosa es capaz de retener información sobre ciertos estímulos a los que se encuentra ya habituada. Esta habituación a situaciones consideradas inofensivas es, para algunos, una especie de memoria.

La memoria de la Mimosa dura al menos por cuarenta días.

No-me-toques
Sensitiva
Moriviví
Vergonzosa
Adormidera o Dormilona
la planta de la humildad y del rezo
hierba del sueño
planta de la vergüenza o Makahiya
también,
la planta de la memoria.

446

Mientras riego las plantas que he olvidado por unos días, logro escuchar el sonido del agua penetrando la tierra seca.

428

Atardecer de domingo. La inminencia. Habrá ahora que levantar los restos del fin de semana, limpiar los segmentos oscurecidos en la alfombra, los rincones en los que las noches se obstinan, restituir el orden para recibir el día con los brazos abiertos, de cara al sol.

414

“Con la vista inmóvil, fija en la negrura del barro, adormecíase, huía de sí mismo hacia los días lejanos a los cuales iba a poner término definitivo la vida nueva, el olvido con que venía soñando desde tanto tiempo” (Emilio Rodríguez Mendoza. Vida nueva).

396

Leo el reverso de los 40 días. Me parecen las notas de una persona “deprimida”. Sin embargo, fueron 40 días en los que pude sentirme entregado. El amor (que acá solo debería significar esto: el deseo de vivir la vida con respeto) requiere entregarse a lo que esta ofrece, sin pensar, arrojarse.

393

Terminaron los 40 días. Ahora, ¿la vida nueva?

392

23 de octubre.
Se cumplieron los 40 días. Entre el día 1 y el día 40, la salida del sol se adelantó 10 minutos.

387

16 de octubre.
Encuentro en el diccionario esta bella acepción de cúmulo: “Conjunto de nubes propias del verano que tiene apariencia de montañas nevadas con bordes brillantes”.

“Y tengo por los contrarios una rabia carmesí”.

Esta, la última semana de la cuaresma, los últimos 7 días, 7 oportunidades para ceder a la tentación de dejar de escribir.

384

13 de octubre.
He dejado de anotar mis sueños. Tengo la sensación de haber soñado algo conmovedor, pero el olvido ganó. ¿De qué manera que no puedo anticipar se manifestará ese sueño durante el día?

Todo termina / todo se pudre
se convierte en una noche.

La realidad, muy bien, está social, discursivamente construida, pero no por eso deja de golpearnos, no por eso el dolor deja de existir. Es más, ese conocimiento (como cualquier conocimiento) no evita que suframos.

381

10 de octubre.
Otra vez el sol del amanecer me toca la cara / proyecta mi sombra sobre la pared / me da una vida clara con la cual me identifico: la calma.

La sombra es el tamaño exacto de un cuerpo.

Realizar un acto sin sentido por 40 días. El asunto, la pregunta no es por el sentido, sino por la repetición.

374

2 de octubre.
Se acaba el día, se encienden las habitaciones / ceden luego a la noche / el cielo se enciende y gira en el pasado que dormimos.

367

24 de septiembre.
Despierto llorando. No es la anulación, el anonadamiento, sino la exacerbación del cuerpo lo que se ha ido descubriendo.

Anoche, frente al espejo me vi a mí mismo con una cara que no pude reconocer, la nariz más grande, me miraba desafiante, quería imprimirme miedo, pero más bien me causó risa. Ahora es, de manera consciente, parte de mí, ese que secretamente me dirá qué hacer, mi Cyrano, mi demonio.

40 días: la afirmación del ego en su multiplicidad.

366

23 de septiembre.
Hay nuevas horas, nueva luz, espacios amplios, un mundo nuevo.

Hoy escribí casi exactamente lo mismo que ayer. El décimo día, día del hastío, de la repetición, número de la vida vieja.

A veces siento que emprender esta, como toda otra tarea, carece de sentido. Este es el mundo, “¿hay sentido en él?”

Luego de la alegría –inmensa, me atrevo a decir– caigo en este hastío, dudo de todo, de mis intenciones declaradas de benevolencia. Llego a pensar que necesito estos estados de autoconmiseración, de esta morbidez que se manifiesta contra la vida activa. Ahora mismo el cuerpo frío de las cosas me consuela. Un sentimiento persiste: la mística desaseada de la anulación, del anonadamiento, del llanto, de eso que a los ojos del mundo –que son mis propios ojos– es nada más que depresión.

Un sentimiento horripilante llega como corolario: ¿quién es esa persona?

365

22 de septiembre.
El alba, de rosados dedos.

La práctica de los 40 días más que ofrecer rigor / rigurosidad al “ejercicio”, al “trabajo” de escribir, le imprime a veces una desagradable sensación de tarea cumplida. Extraño la inmersión constante en el presente que implica escribir un diario sin propósito alguno.

Existe, por otro lado, una cierta ausencia de control que me interesa / fascina y obliga a continuar.

“Una cierta ausencia de control”. El adjetivo indefinido es decidor sin embargo: señala certeza y duda al mismo tiempo.

358

12 de septiembre.
Toda tarea que uno emprenda por 40 días queda por siempre. A partir de mañana, escribir por cuarenta días como la primera cosa que haga al despertar.

El procedimiento: levantarse antes de la salida del sol. Escribir en ayuno. 40 días hasta el 23 de octubre, el día en que nací hace 33 años.

357

día 40. Una nube, pequeña, dorada, posada apenas sobre la línea de la montaña, anuncia la salida del sol, la insistencia del día.

356

día 39. A medida que el sol asciende y la luz disipa la oscuridad de la montaña, descubro que tras ella se alzan otras montañas, celestes, grises hijas del cielo, que la indiferencia del día esconde.

355

día 38. La noche se repliega reverente frente al día que avanza. ¿Quién tira el hilo del primer pájaro?

347

día 30. La cáscara del cielo resquebraja en arreboles por donde la luz penetra: es el mundo que nace al día.

345

día 28. El refrigerador revienta el sonido del alba. De pronto todo cae en su sitio. El ciclo del día finge su continuidad: caótica danza que los solitarios imitan en pasos regulares, esquemas, figuras abstractas, luminosos signos discretos.

344

día 27. Las grúas transportan los pesados objetos de la sensibilidad, alzan pequeñas montañas, montículos aquí y allá. Las montañas contienen el barullo arbitrario del día.

327

día 10. Una habitación se enciende. Comienza el día.

326

día 9. La palabra se rompe. Secreta el día. Su rumor avanza.

324

día 7. Deseo de despertar a un sueño más profundo. El sueño que el manto del día arropa.

321

día 4. Más allá de la bruma, el oro del día.

319

día 2. La escritura del ayuno, la escritura blanca del alba, la que comienza al fondo de las cosas, sonido destinado a perderse con la marcha del día.

318

día 1. El sonido brota desde el fondo de las cosas, aumenta. En algún punto, revienta el día, se expande.

314

Deseo del paraíso: recordar cada uno de los segundos que transcurrieron durante estos dos últimos días, una memoria “pánica”, horrorosa.

295

Trato de concentrarme en alguna tarea. El recuerdo de los últimos días me estremece. ¿Se puede volver de la dicha?

247

El viaje es interrumpido por una falla mecánica. Debemos esperar en medio del desierto a que el próximo bus nos lleve a nuestros respectivos destinos. Es de noche y el cielo es elocuente. Los pasajeros pierden la paciencia de inmediato o bromean con el desinterés de los sobrecargos. Tomamos café o Coca-Cola, imaginamos el paso del tiempo capeando el frío; algunos planifican el día, aprovechan para sacar cuentas, cerrar algún negocio, advertirse de las costumbres de los habitantes de la ciudad próxima. Yo miro hacia arriba y recuerdo: la Cruz del Sur, la Osa mayor, Escorpión y Tauro, el punto rojo de Marte, tendidos sobre el techo de la casa.

242

Yo leo por las mañanas después del desayuno, tras el almuerzo mientras los otros duermen siesta, al llegar la noche cuando la familia se calma. Él me ha estado mirando con cierta distancia o curiosidad, no sé, hasta que me pregunta qué estoy leyendo. En voz alta le leo un poema que al parecer lo sorprende, me pide que le lea otro. Después de unos días hablamos y me cuenta: me gustó ese poema que dice: “Las estrellas perdidas son para ti, el frágil cuerpo de un bañista es para ti”.

227

Tenemos que mover la cama tras la muerte del padre, para barrer la pieza y que la vida se esparza, encuentre un lugar limpio donde brotar, luminoso donde crecer. Yo soy un niño y la madre una joven mujer a unos centímetros de su propio cuerpo. La cama es pesadísima, el día quieto. No podemos moverla, quizás lloramos de impotencia, no sé, solo recuerdo la bruma luminosa del patio inundando la pieza. De pronto la cama se mueve, es el fantasma bondadoso del padre que aligera el peso de estar solos.

224

Otro día, otra mañana. Las ventanas se reflejan en las ventanas.

219

Al decir de Watanabe:

“Hay días de felino
y días de paquidermo. Hoy sean bienvenidas
las benéficas ensaladas, la suave soya y las frutas
aunque tarde:
ya cincuenta años que comes carne
y estás eructando miedo”.

209

Camino perdido por la calle mientras lloro mirando a los extraños que me evitan o me ven pasar o paran para abrirme paso. Es mediodía y estoy aterrado por el ruido de las bocinas y el traqueteo del milenario chasis de los automóviles; arriba, el cielo cerrado por las líneas de los edificios. Doblo en una esquina y un hombre se arrodilla para atajarme de manera gentil, pregunta por mi nombre, mis apellidos, me pregunta dónde vivo, si acaso sé cómo volver a la casa. A todo respondo que no. Me toma de la mano y me conduce entre la gente hasta una comisaría. Allí se hacen cargo de mí, me dan postres para calmarme, jaleas, una sémola lánguida y desabrida que como porque no sé qué otra cosa hacer. Estoy sentado en un pabellón oscuro. Al fondo veo la puerta por la que entramos. Llevo aquí dos días o más en los que la noche se ha ausentado. La puerta se abre al tercer día y aparece la madre con una sonrisa hermosa de alivio en el rostro. El último bocado es dulcísimo. Después salimos a la calle rumbo a la casa. Me dice: fuiste muy valiente.

¿Este es el recuerdo que he estado buscando?

207

Recuerdo un sueño que tuve de niño. Estamos con el hermano en la sala de espera de un consultorio. Ninguno está enfermo, pero esperamos sentados en esas ásperas sillas color vino. Al frente la sala de examen, a la izquierda hacia el fondo está la puerta de salida que es asaltada por una bruma de luz que entra por el vidrio tras inundar la mañana. Antes, justo al lado de la silla en la que estoy sentado, hay un macetero lleno de tierra seca y brillosa, sin raíces. El hermano menor escarba esa tierra y encuentra una moneda fulgurosa como el sol de su rostro, corre hacia la calle por el pasillo y se funde con la bruma. Desesperado escarbo entonces la tierra y también encuentro, no una, sino incontables monedas que apenas puedo sostener entre las manos, con los bolsillos llenos. De pronto la puerta del pabellón se abre y aparece la mamá que me había estado buscando por siglos. Me obliga a dejar que esas monedas germinen en la sala de espera del consultorio, salimos a la calle y el día nos cubre.

200

Pocos días que recuerdo en los que fui –ahora pienso- feliz. Esa tarde en Concón cuando bebimos ron, oriné en el patio de la cabaña y robamos una planta luego de ganar algo de dinero en la calle tocando guitarra. Esa otra tarde cuando intentaste demostrar tus habilidades marciales y caíste, la noche que salimos a la calle a gritar por nuestro amor desaparecido en medio del parque Bustamante. O esa vez que bailamos el odio en calzoncillos, la madrugada en la que le arrebatamos un árbol a la tierra y lo metimos a la casa para imaginar la mitología de las raíces. Y también están esos otros momentos que me reservo, no por pudor, sino porque son inexplicables.

192

El primer día en la casa de P. y C., nos fue arrebatado por la luz. Nos prepararon un desayuno austero. En frente, una anciana tomaba sol sobre la azotea. Hice un comentario y rieron. Entonces fui el cuarto entre ellas.

190

Entrar en lo cotidiano implica despertar. Hay novelas que simplemente no despiertan al tránsito del mundo. Esta, por ejemplo, comienza un día domingo, con toda la modorra de los días domingo, y permanece en ese tiempo, sin avanzar, recostada sobre sí misma.

153

Recuerdo al padre afeitándose en el patio, con un pequeño espejo en una mano y la cuchilla en la otra, cuidadosamente deslizándola por el cuello, debajo de la nariz y esos pequeños pliegues que -ahora sé- suponen una dificultad más grande. Luego con la manguera azul lavarse la cabeza, la cara. Quise a mi papá ese día.

152

Es un día cualquiera, estamos en un restorán, luego de una tarde amable de verano, C., me dice: “Es como si hubiera nacido en el lugar donde estamos sentados”.

137

Soñé que entrabas a la pieza donde he estado escribiendo por días, borradores del poema de mi vida, el suelo está lleno de hojas rasgadas, poemas sobre mí mismo que dificultan tu paso.

94

José Ricardo Ahumada Vásquez murió asesinado mientras marchaba por el frontis del edificio de la Democracia Cristiana el 27 de abril de 1973 en Santiago de Chile. La bala fue disparada desde los balcones del alto edificio y el obrero Ricardo Ahumada llevaba un libro en la mano, no un arma, sino un libro. Juan Pablo Jiménez murió de un disparo en la cabeza el 21 de febrero de 2013 en dependencias de la empresa Azeta, era presidente del Sindicato N°1 de trabajadores. Llevaba en sus manos un montón de documentos relacionados con su actividad sindical, al día siguiente tenía una audiencia para denunciar abusos laborales.

92

Encuentro en mi largo regreso a la casa, La oscura vida radiante, un libro en medio de otros tantos libros destinados a cruzarse en mi camino. En las últimas páginas leo la historia de Daniel Vásquez, el poeta anarquista, encarcelado por subversivo, vuelto loco a punta de torturas y muerto en su celda como solo un dictador envejecido debe morir en su celda. Daniel Vásquez es en verdad José Domingo Gómez Rojas, fallecido el 29 de septiembre de 1920 en la casa de Orates por una meningitis no diagnosticada a tiempo. Otras versiones dicen que murió en medio de las botas ensangrentadas de los gendarmes en la Penitenciaría de Santiago. La cuestión es que apenas tenía 24 años.
En medio de una guerra inventada por el Presidente Sanfuentes para impedir la elección de Alessandri, ese año de 1920, Gómez Rojas, joven estudiante de Derecho y Pedagogía, fue apresado después del asalto a la Federación de Estudiantes de Santiago y acusado de antipatriota por oponerse a la guerra con Perú.
En La oscura vida radiante Gómez Rojas se llama Daniel Vásquez, seudónimo con el que firmó un par de poemas, pero el Ministro José Astorquiza Líbano conserva su nombre. El Ministro Astorquiza condenó a Gómez Rojas por “vendido al oro peruano” y –por encender un cigarrillo en su presencia- lo mandó a la cárcel bajo completa incomunicación. Encerrado allí, sin contacto con el mundo, en la oscuridad de la justicia chilena, perdió la razón y luego la vida. El día de su entierro, Alessandri fue declarado vencedor de las elecciones presidenciales y la tristeza se extendió un milímetro más sobre la historia de Chile.

77

"A solas el día parece más largo". Saco esta frase del libro.

56

En La Tercera –el pasado sábado- publicaron un reportaje con un perfil de los asesinos. De uno de ellos se dejaba entender que era un “homosexual reprimido”.
Ayer –luego de 25 días de agonía- murió Daniel. La muerte, su relato, el crimen, todo obedece a un flagrante desprestigio del amor.

48

Mi estadía en Antofagasta. Todo se reduce a esta interioridad y a pequeños momentos de ternura. Los días se tratan de escabullirse entre la gente y encontrar un rincón oscuro donde escribir o una jaula.

28

Hay fórmulas, secretos, palabras necesarias. La relación de identidad como recurso majadero. Debo comparar, por ejemplo, los días que cuenta un preso para salir de la cárcel con los días que faltan para nuestro reencuentro. Lo mismo resaltar tus cualidades en la semejanza con cosas "excelsas" o materias "puras" de la existencia. Como en Perceval, que al ver la sangre del cisne sobre la nieve recuerda las mejillas de su amada. Esa palidez también tiene que ver con la muerte y, allí, Eurídice y Orfeo, la ficción llamada Poe, Macedonio Fernández.
El principio de semejanza –como es y ha sido siempre- abre el paso, el camino a la representación.

27

Me es difícil escribir todos los días. Una serie de factores siempre se han tenido que conjugar. Ese juego –las veces que demostró una productividad mayor- fue completamente casual. No obstante, debo prepararme para escribir, encontrar un lugar solitario, en el que no haga otra cosa en el día, ventilado, más bien frío. Callarme o conseguir el silencio mediante momentos de completa inactividad. Luego, escribir sobre ello, tentar una forma de la taciturnidad.

26

Extraño cuando me he propuesto escribir cada uno de los días que faltan para nuestro reencuentro. En algún sentido, son estas líneas como las líneas que el recluso marca en las paredes de su celda, "las cuatro paredes albicantes".

21

Le cuento a José mi mejor treta, cuando le gano el gallito al papá, el padre; el día que me encontré diez lucas. Corrí el riesgo que me dijera: estamos cortados. Víctor, hasta aquí llegamos, nosotros estamos cortados y de verdad se cortara todo: la confianza construida a partir de silencios, de engaños limpios, delicadezas y sobre todo obediencia irrestricta; el poco dinero que me diera; su alegría.
Aun así, esperé que salieran, me quedé como ya les tenía acostumbrados. Sigiloso entonces al cajón de la plata: un billete de entre muchos.
Al volver, convenzo al primo-niño de que me acompañe a comprar un helado, que le convido.
Camino al almacén, espero el momento preciso para agacharme y gritar excitado que me encontré diez lucas, primo, diez lucas. Vamos, te compro el helado que quieras, ranita. Por supuesto accede y compro su fidelidad. Tengo un testigo, soy invencible.
Lo mejor, todos se lo creen todo. Pero el papá, el padre me mira y sabe, sé que lo sabe, sabe que le he robado diez mil pesos. Y no dice nada.

20

La vez que a los quince juntamos monedas, robamos tequila, compramos unas cervezas y bebimos con José. Al otro día quedaron cervezas que exageramos. El Tío las robó.

14

Me he propuesto escribir cada día hasta que cese el viaje. Esta carta es también una carta de viaje: "Abiertos los ojos donde alguna vez abrí ventanas y solo vislumbré el deseo de ver".

13

Todo el día alérgico y las voces, los gritos se me hacen insoportables, la violencia me asiste.
Ahora: todo tranquilo, inmóvil, cartesiano.