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Soñé que mi papá me iba a buscar por allá, a esos lugares donde me escondo del mundo, los amigos y la familia. Me sacó del grupo de desconocidos en el que estaba para contarme sobre la muerte de su hermano. Tenía la punta de la nariz tiznada, manchada de carbón. Mirándome a la cara se lamentaba profusamente sobre la muerte de su hermano, se frotaba el rostro, se limpiaba los ojos que lloraban. Esta fue la primera vez que lo vi llorar. Para calmarlo, le dije que O., había vivido una buena vida, que su muerte era una ocasión de celebrar su vida. Tras mis palabras, me dio la espalda y partió. Lo perseguí pues pensé que era lo correcto: ir tras de él, como él se fue tras mis palabras. Él, que me dio un lenguaje que rechacé, se iba herido por mi lenguaje nuevo. Entré a una pequeña sala de teatro o un cine destruido. Estaba sobre el escenario. Alguien lo presentó a la audiencia que esperaba su acto. Sentado, en su rodilla descansaba una guitarra gris, de cuerdas rotas. Comenzó a tocar un blues acerca de su hermano muerto. Ese fue a mis ojos el momento de su redención.