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Reconocí de pronto la imagen del dolor. Era la imagen del mar, de las olas golpeando la orilla. Y el cuerpo herido era arrastrado por cada una de esas olas sin descanso. Y el cuerpo desmembrado se hacía parte de ese dolor sin cuerpo. Y el cuerpo erosionado, de esa energía sin organismo. Y el cuerpo pulido, de ese pulso sin órganos. Y el cuerpo disuelto, de esa materia.
Era la imagen del mar, del movimiento de las olas que se imprime en la arena húmeda y vibrante.