Alimentado el miedo, 
el enemigo avanza. 
Se intensifica su marcha, 
se fortalecen los cercos 
intercomunales. 
El enemigo cuida 
la llegada de la noche. 
  De la guerra no sabíamos nada, 
nada del enemigo sonriente, 
nada del asesino amable: 
la guerra era la vida 
como la conocíamos y no 
conocíamos sino la guerra. 
  En momentos en 
que la gestión de 
la vida se hace visible, 
se revela la guerra 
como estrategia sin tiempo. 
  Para el político para 
el poeta para 
el filósofo es 
fácil insuflarse 
de esta / retórica que 
valida la violencia sin condiciones 
reflota / el deseo de 
un poder central 
el deseo del sacrificio. 
  Pero ante la guerra sin tiempo 
ante la violencia original 
ante el cuerpo sagrado. Ante 
todo este deseo por lo trágico, 
aparece otra evidencia, otra 
realidad: el cuerpo como cifra; 
la muerte como estadística; la 
política como recuento. 
  El enemigo carece de toda dignidad. 
su maldad más grande: 
desconocerse como enemigo.