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De pronto me descubro siendo despiadado. Solo quiere un poco de atención, un beso, que le abrace o le escuche, yo lo sé perfectamente, aun así, elijo quedarme sentado practicando el sport de los vocablos. Hay una secreta fascinación en ese juego por el cual me construyo como un intelectual flácido e impotente y, al otro, como objeto de la necesidad de afecto.
Ahora juego a lo mismo mientras escribo, esta vez en serio, solx.