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Se levanta del asiento con impertinencia, bosteza y se estira. Yo intento dormir, pero no puedo evitar observar su cara idiota mientras mira por la ventana. Siento una horrible distancia entre nosotros, no puedo identificarme con su escasa humanidad; de inmediato el desprecio, cierto asco por el gesto de su boca semiabierta, signo inequívoco de estupidez, por sus ojos que se abren de manera desproporcionada, al tiempo que una sonrisa le suaviza el rostro.
El asombro lo embarga, todo cambia ahora, me emociona su entrega sincera a la maravilla que significa surcar el aire, sobre la cordillera de Los Andes.