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El decorado en las fotos de estudio de fines del XIX.
Veo el retrato de unos hombres sentados sobre esplendorosas sillas en lo que parece ser, a primera vista, un jardín interior (un invernadero). Ramos de flores, guirnaldas decoran las paredes; se entrometen, en medio de sus piernas, maceteros: helechos, diferentes variedades de quiscos, la Mimosa pudica.
No existe naturalidad alguna en esa escena, tampoco en los rostros saturados por la exposición. De ahí cierta distancia, pero la delicadeza de situar, azarosa o estratégicamente, por motivos del más estereotipado convencionalismo o por un derroche de creatividad, esos maceteros sobre el suelo del estudio, al centro de la foto…, como si el carácter mortuorio de tales fotografías no viniera de las vidas para siempre perdidas, sino del énfasis en la dimensión vegetal de la muerte.