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Primero fueron noches incontables de un malestar tenso; en las que me levantaba de la cama con el cuerpo fuera de sitio. En la oscuridad me apresuraba hacia el baño dejando el pijama descascarado por el suelo, camino de la ducha.
“Las uvas huecas, perfumadas del jabón” me devolvían la calma y podía, entonces, caer dormido nuevamente sobre la tina, mientras el agua terminaba por lavarme los sueños.