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El príncipe me arroja su diario a la cara. En él leo episodios de la vida joven que vivimos. De esos años, yo recuerdo cierta bruma colorida, como si hubiese estado siempre despertando y el sol de la mañana me nublara los ojos. En su diario, la vida es más completa, los objetos más definidos. Yo soy un mueble hermoso arrojado en la esquina del mundo, la luz que rebota en la madera para volver a golpear su retina.