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Ambos lados del paradigma (la doxa de la “libertad” político-sexual) se arrogan falta de tolerancia o directamente intolerancia.
Hay cierta amargura detrás. La palabra pierde sentido o, ya desde hace tiempo, no tiene sentido alguno: el llamado a la tolerancia es una estrategia típica de los discursos dogmáticos.
En la "cuestión" de la identidad, el problema no es la tolerancia, sino la conmoción.