Sucede con cierta regularidad que la corteza oceánica se introduce bajo la corteza continental. Estos grandes movimientos liberan magmas y fluidos hidrotermales que ascienden por fisuras y grietas; minerales líquidos incandescentes que -en su camino de subida a la superficie de la tierra- se enfrían y cristalizan. A esas formaciones verticales se les llama filones, vetas y vetillas.
Como un modo de dar cuenta de tales vetas de escritura acumulada, hice un análisis de repeticiones de palabras por cada año del diario y clasifiqué luego cada una de sus entradas con las palabras resultantes: vetas que señalan otros depósitos minerales, otras estructuras verticales que atraviesan la horizontalidad del tiempo de la escritura del diario.

VETA ☷ largo

Marta Elena Samatán -en Gabriela Mistral, campesina del valle de Elqui- reconoce en el archivo producido por Isolina Barraza una fuente importante para la elaboración de su libro. Escribe sobre el Archivo Gabrielino: “Ese enorme archivo -reunido a través de largos años y paulatinamente enriquecido con piezas valiosísimas- forma, en verdad, parte de su vida y por eso no se decide a desprenderse de él”. Habla Samatán de la vida de Isolina, no de Gabriela.
Durante el siglo XIX y gran parte del XX, un archivo era entendido como la acumulación natural u orgánica de documentos producidos por una persona “física o moral” fruto de sus actividades. Ese principio fundante –el respeto de los fondos-, que aseguraba la identidad de un fondo archivístico en la procedencia del conjunto de documentos, actualmente es entendido de manera más dinámica, pues la realidad y la práctica indican que un archivo -sea cual sea su ámbito- puede ser conformado por documentos de diversas procedencias y generado “tanto individual como comunitariamente”, en diversos momentos (Caroline Williams, citada por Marta Lucía Giraldo en Archivos vivos).
De todos modos, así como un documento en su acepción arqueológica es una huella humana, los archivos tienen un fuerte lazo con las vidas de quienes los producen pues el acto de acumular signos, finalmente, huellas, indicios y restos solo es posible cuando estamos vivos. Así imagino yo el diario. Así imagino la materia con la que se hacen los libros.
Hoy ha muerto mi amiga
Fue hace unas semanas
Pero la muerte de alguien
Querido al menos por un tiempo
Siempre es hoy.

Hace años un amigo antes
De un largo viaje me regaló una
Figura de Pinocho un amuleto
Para mi protección.

Yo le regalé a mi amiga ese amuleto
Quizás hace un año atrás o dos.

Era la figura de Pinocho niño
No de la marioneta de madera
Sino del niño humano al cual
Se le ha otorgado su mortalidad.
Una nota antigua, que olvidé y releo. Luego de encontrarme atrapado en el tiempo largo del duelo, recuerdo ese sueño de hace unos meses (días o años, el tiempo del diario -a pesar de su cronología- es siempre el presente) en el que mi papá me buscaba para contarme sobre la muerte de su hermano. Yo le decía que su muerte era una oportunidad para celebrar su vida. Hoy -despierto- entiendo que la vida siempre es poca y toda muerte injusta para quienes continúan viviendo.
La lechuza blanca, lechuza de campanario, chiwüd o yarken vive en Chile desde el norte chico hasta el cabo de Hornos. Se alimenta de roedores, del ratón de cola larga entre ellos, y anfibios. Es un ave de hábitos nocturnos. Recuerdo de niño, en más de una noche, exactamente 3 noches distintas, haber visto su cara blanca enfrentándome en la copa de un árbol en medio del desierto de Atacama. Hoy sé que es improbable. Así como sé que decir un árbol en medio del desierto de Atacama es decir una ciudad / y que las raíces del tamarugo llegan a los 8 metros.
No tengo fotos de algunas personas que han muerto, ni de otras que también quise mucho, ninguna foto de mi infancia. Tengo recuerdos de fotografías que miré durante largo tiempo, reiteradas veces, por lo que creo que podría reconstruirlas, al menos en versiones sin detalles: mi hermana a los 3 o 4 años posando con traje de baño en la playa; mi hermano con el brazo enyesado y polera de Colo-Colo sonriendo con los labios apretados; yo a los 2 o 3 años con chaqueta azul y polera de hilo roja y líneas blancas en el parque japonés; lxs tres con mi hermana y un amigo, abrazados por la cintura frente a la cámara en el patio; mi mamá embarazada de mi hermana o de mí, vestida con una especie de camisón o vestido largo, mirando en dirección contraria al mar, a favor de las olas, seguramente, en El Trocadero.
Leo en una novela que los fantasmas no aparecen en las fotografías porque la placa no era lo suficientemente sensible para capturarlos.

Pero para algunxs, en el pasado, las fotos no hacían sino retratar fantasmas.

Para otrxs la foto era una especie de palimpsesto. Una escritura acumulativa en la que la permanencia de los rastros de escrituras borradas funcionaba como una metáfora precisa de la larga exposición temporal a la que debían someterse lxs retratadxs con los primeros mecanismos fotográficos. Walter Benjamin llegó a hablar de esos retratos como el resumen de un rostro.
Para Nadar o Balzac la foto capturaba (literalmente: atrapaba) las láminas que se desprendían de todos los cuerpos y llenaban el aire. Los aparatos fotográficos -según las supersticiones del XIX- robaban el alma, eran especies de máquinas cazafantasmas.
Alma, imagen y fantasma eran concebidos como filmes, películas, láminas, cuerpos de luz que, capa a capa, conformaban eso que llamamos el cuerpo de otrx, el cuerpo querido, deseado, odiado de otrx, cuya muerte estaba implícita en el desprendimiento cotidiano de las láminas fantasmagóricas, fílmicas, fotográficas que los constituían.
Respecto de los fantasmas, si hay algo cierto es que en el transcurso de dos siglos -que coinciden con la modernización capitalista de las sociedades occidentales- han ido desapareciendo de las fotografías.
¿Cómo serían todos esos libros, largos o breves, más o menos alejados de la estética del tiempo: de frase corta, verbo simple, autocentrados y nostálgicos; escritos en el umbral de la muerte?, ¿reafirmarán la ideología familiar, cada uno idéntico al otro, el discurso heterosexual y sus universalismos?, ¿serán legibles en serie, articulados por clase social y año?, ¿aparecerá el país, el continente, la lengua y bajo qué signos?, ¿quiénes los leerán una vez muertxs también sus herederxs?, ¿anunciarán ellos las nuevas formas de una justicia excéntrica?

997

La respiración es una larguísima calle
Entre el hogar y mi deseo
Más allá del horizonte.

987

En “Nos han dado la tierra” de Juan Rulfo leo:
“Somos cuatro. Hace rato como a eso de las once
éramos veintitantos; pero puñito a puñito se han ido
desperdigando hasta quedar nada más este nudo
que somos nosotros”. Hace rato había estado viendo
en Google Maps el lugar que ocupo en el mundo
(un punto aproximado en ese mapa es mi lugar en el mundo),
rodeado por líneas punteadas que representan calles,
puentes, autopistas, límites comunales, regionales,
largos ríos quebradizos y fronteras. Así como algún
punto del mapa señala el lugar aproximado de mi cuerpo,
otros indican esos puñitos, puñados, nudos de mujeres,
hombres jóvenes y viejos, en los puntos de ilegalidad
que dibujan las líneas de las naciones.

920

De noche las nubes quebradas
La luna llena quebrada
En las ventanas
De la torre
Más alta.

~

De día una larga cola
De mujeres y hombres
Alrededor del alto
Edificio de la AFC
Espera
Para cobrar el seguro
De cesantía.

897

“Presentiment – is that long shadow – on the Lawn –
Indicative that Suns go down –

The Notice to the startled Grass
That Darkness – is about to pass –”
E. Dickinson. 764.

875

En los sueños la casa familiar es un conjunto sin fin de habitaciones adheridas unas a otras sin mayor concierto ni consideración por las restricciones del espacio, otras veces un largo pasillo de muchas puertas, fragmentos materiales, en ocasiones, escombros de lecturas, del amor, del trauma, escombros del cariño y la violencia. Hoy despierto sobre mi cama, me levanto con más o menos fuerza que ayer o mañana, me ducho y salgo a la calle. Veo, a lo lejos, una polvareda.

873

Suena la larga bandera fuera
del estadio nacional
se infla y enreda
en el cable que la iza y
roza la destruye
en lo alto vuelan sus trozos
integrados al gran viento.

839

La película de Jonas Mekas fue estrenada en noviembre del año 2000. Utilizó en ella décadas de filmaciones de videos familiares y registros de audio, que van más o menos desde fines de la década del sesenta hasta los últimos minutos del año 1999. Dice que no pudo simplemente dejar de filmar. Que no es un cineasta sino alguien que filma, no un filmmaker, sino un filmer. Su trabajo no es tanto el producto de una deliberación como de una actitud de disponibilidad frente a las imágenes, frente a la memoria. En alguno de los momentos de esta larga película de casi cinco horas, les pregunta a sus hijos ya crecidos, en los últimos diecisiete minutos del milenio, si las imágenes que ha registrado de sus respectivas infancias coinciden con la vida que recuerdan. Son ellos, sin embargo, afirma, son ellos vistos por él, pero también es el recuerdo de su propia infancia el que ha filmado en las experiencias de esos niños que descubren el mundo.

832

Soñé -era de noche, estábamos en un alto edificio- que la carretera que atraviesa la ciudad era una larga serpiente arrastrándose entre la hierba que brillaba.

816

Es sorprendente la fuerza de la tela de la araña, la elasticidad de la brizna de hierba, de la rama que recién estira su brazo y se despercude.
Noto su fragilidad, sin embargo, cuando el viento –largo animal sigiloso– huye por el campo o las ciudades y agita rama, brizna y tela, se arrastra en los rincones que ilumina, serpentea en el aire y sacude la copa.
El amor es un poquito como eso.

774

Terminamos de ducharnos. Es un día caluroso tras la práctica de Educación Física. Agradecemos la usual ausencia de agua caliente en los camarines. Volvemos a la larga banca sobre la que hemos dejado nuestros bolsos con la ropa del liceo público. El compañero nuevo entra tarde a la ducha. Nos espera para quitarse la ropa frente a todos. Tiene un pene grande y semierecto, pálido como el resto de su cuerpo. Con el pelo largo sobre los ojos, deja sus cosas y nos mira. De inmediato nos cubrimos al verlo y caemos sobre la banca, apresados entre el vaho que expelen los cuerpos desnudos y la pared del camarín. Por un segundo contemplamos esa revelación. Él está ahí, parado y blanco en medio del vaho, resplandeciente como un animal mítico.

765

Desperté en medio de la noche y apresurado balbuceé el siguiente sueño:
Caminaba por las calles con grandes trozos de grasa. Una grasa blanca y sólida. Me habían dado alguna droga y llevaba muy contento esos grandes trozos blancos y firmes. Volvía al hogar –el hogar es donde no se vive solo–. Sobre el refrigerador había una nota en la que me decían que habían ido a dar un paseo, pero volverían pronto. Yo escalé el refrigerador que era inmenso para quedarme en lo alto a contemplar la remota arquitectura de la cocina y el living. Bajé luego y me miré al espejo. La piel de mis brazos era quebradiza y violácea, tenía grandes moretones de vidrio por piel, en el dorso de las manos, en el pecho, en la frente. Me sacudí y cayeron pedazos del vitral de mi imagen al suelo. Este era un sentimiento de felicidad, estaba cambiando de piel. Me quedaba dormido después. Llegaron de vuelta cargando sus propios muertos. Acostado en la cama leía una nueva traducción de Moby Dick que tenía ciertas interrupciones del traductor, notas y glosas, largos poemas al final de los capítulos en los que reflexionaba sobre su oficio. Me tapaba la cara con el libro para no ver a esos fantasmas, también para no ser visto. Te acercabas a la cama tratando de quitar el libro de mi cara, me hablabas tranquilamente para despertarme por fin. Tú me acariciabas entonces la pierna, sentada más atrás, a los pies de la cama. Yo estaba enfermo y necesitaba toda esa atención. Esa era precisamente mi enfermedad.

762

Comienza el descenso. Abajo los barcos dejan largas nubes blancas tras de sí.

Nubes, islas, ciudades del mar y del cielo.

De entre las nubes, aparece el gran cerro Coloso, interrupción del cielo.

En piedra blanca sobre la arena rojiza del desierto, los primeros mensajes al cielo.

La ciudad aparece / cuerpo dentro de una sombra, las nubes silenciosas.

Las ruedas tocan el asfalto. Se conmueve la estructura de aluminio y otros metales ligeros. Se elevan los frenos de las alas para oponer resistencia al viento.

Ponemos los pies sobre la tierra.

686

Por fin despierto de este largo sueño. En las calles los demás hombres duermen todavía sobre las bancas y veredas, en alguna esquina, con las manos dentro de los pantalones, aferrados a sus penes semierectos.