Sucede con cierta regularidad que la corteza oceánica se introduce bajo la corteza continental. Estos grandes movimientos liberan magmas y fluidos hidrotermales que ascienden por fisuras y grietas; minerales líquidos incandescentes que -en su camino de subida a la superficie de la tierra- se enfrían y cristalizan. A esas formaciones verticales se les llama filones, vetas y vetillas.
Como un modo de dar cuenta de tales vetas de escritura acumulada, hice un análisis de repeticiones de palabras por cada año del diario y clasifiqué luego cada una de sus entradas con las palabras resultantes: vetas que señalan otros depósitos minerales, otras estructuras verticales que atraviesan la horizontalidad del tiempo de la escritura del diario.

VETA ☷ nuevo

596

“Trato de acostumbrarme a la idea de que ya no emprenderé aventuras nuevas. En adelante solo retoco y corrijo lo escrito, completo los libros inconclusos. Me faltará seguramente el tiempo. Recibirán esos títulos la marca de lo incompleto y lo truncado” (Veneno de escorpión azul, p. 24). La marca del tiempo que falta: que es el único del que se dispone.

559

Hablamos del clima para llegar luego a otras materias, preguntas sobre mi bienestar y la salud de los parientes, buenas nuevas sobre los nietos nuevos, de quienes habla como yo de las plantas o los animales que atisbo libres en el río, con una atenta distancia por ver desplegarse la vida.
Hoy es la primera tarde más o menos fría del año en Santiago y hablamos del clima, en Antofagasta ha empezado también a refrescar.

540

Ayer creí llegar a una especie de reconocimiento. Es, sin embargo, algo que ya había pensado, pero a lo que ahora se suman los últimos días en Antofagasta.
Tras la vida vieja y su ruptura, vino la experiencia de la desolación: no tener nada ni a nadie, no hay lugar. Esta experiencia, en su versión luminosa, condujo a la posibilidad de “volver a nacer”, la posibilidad de la “vida nueva” como locura de trabajo y tal.
Pero, luminosa u oscura, tras la desolación está el desierto.
En el viaje –que es siempre un regreso– comprendí que existe un lugar o, al menos, su promesa: el retorno a la memoria infantil, la alegría infantil (sin habla), donde soy querido a pesar de mis dificultades para aceptar el amor sin medida.
Ahora la valentía: mirar, ofrecerme, permanecer quieto y escuchar, estar presente, respirar, estirarme cuando el sol se entrometa por la ventana y descansar cada vez que sea necesario.

535

Mi tía nos invita a tomar once a su casa para celebrar mi venida, el cumpleaños de mi madre y, en general, que hoy estamos juntos. Están los abuelos, mi tío, mi primo y mi sobrino. Reímos comiendo un pan horneado con gracia. Antes conversamos en el patio sobre los cactus del jardín, comemos frutas maravillosas y mi abuelo nos habla de los pájaros. Del viaje que hizo hace unos años a Cunaco a visitar a unos parientes perdidos. De esa primera mañana en la que el canto de los zorzales le regaló una vida nueva.
Para mí, es difícil escuchar estas historias sin tragarme unas lágrimas de alegría. Él, que resentí tanto durante mi adolescencia por ser un hombre como todos los hombres, se emociona con el canto del zorzal, la timidez del chercán, la vida altiva del tiuque.
Llega mi hermano luego y vemos álbumes de fotos. Descubro mi alegría infantil y se me enciende algo dentro. Después mi hermano cuenta cuando descubrió a mi abuelo entusiasmado viendo videos de las cortísimas faldas de las bailarinas de saya en Youtube y todos reímos.

527

Por las noches veo Mad Men. Hay un capítulo hermoso de la cuarta temporada. Lane Pryce y Don Draper se quedan solos en la oficina en la noche de año nuevo. Deciden ir al cine a ver Godzilla, luego van a un restaurant. Aquí, Lane le dice a Don que le recuerda a un amigo del colegio a quien todos admiraban, ese adolescente que tras de sí lleva siempre, como una estela, al resto de sus compañeros. Ese joven murió en un accidente en motocicleta.
Es el mismo tipo de niño-hombre al que admiré: C., P. Seguro hoy están muertos o consumidos por la familia y la monogamia, ellos no escriben ni realizan un trabajo, seguramente, perdurable, pero son todo lo que quisimos ser.

526

El deseo que quiero para ambos se parece al deseo tras la insistencia del día, pues cuando el mundo se ofrece de manera nueva, no queda más que escribir para no olvidarlo nunca.

519

Vivimos en la misma casa, pero en diferentes extremos. A la salida del sol, cuando está en su cenit, al llegar la noche nos reunimos como nuevos paganos.

513

Traje de equipaje dos libros larguísimos que espero leer uno a la vez, del comienzo al fin de este viaje: El libro del desasosiego de Pessoa y el Diario íntimo de Oyarzún.
Ahora leo a Bernardo Soares, personaje apenas, ayudante de contador, espejo de Pessoa. Me pasa algo extraño (nuevo): leo cada una de las palabras de Soares como si leyera a mi enemigo. Casi nada le creo, de todo lo que dice desconfío, me parece un idiota (el que no se ocupa de los asuntos públicos), a veces un fascista, pero quiero su mal, me hace bien, por eso debo conocerlo.

462

Al problema de volver a comenzar –ya como futuromanía, ya como condena– corresponde una idea de la vida / de la identidad insatisfecha / fisurada. Solo puedo vivir / decir yo cuando encuentro esa forma brillante / diferente / nueva de comenzar a vivir o escribir: al problema de volver a ser –entre quien no quiere morir y quien no puede hacerlo– corresponde una idea de la vida disciplinada por la práctica de la escritura.
Marty llegó a creer que Barthes consideraba loca a toda persona cuya vida no estuviera disciplinada por la escritura. En otro fragmento escribe: “Su locura era su yo”, la “enfermedad de escribir”.
Nada tiene que ver la manía de la praxis con “estar loco”; en su sentido más simple, ambas locuras se oponen: es loco quien no vive para escribir - la escritura como locura de trabajo impide vivir (desear, amar / ser amado).
La disciplina, sin embargo, no satisface la incógnita de la vida insatisfecha. El problema de volver a comenzar / volver a ser implicaría encontrar una vía de escape a la oposición entre vida y escritura.

Su figura
su poética
es la deriva.

431

El cielo cubierto del nuevo año. De entre las nubes el sol parpadea por un instante; señala la espléndida presencia de lo que aparece –diferente– frente a nosotros.

426

El uso de la imagen electrónica en Notebook on cities and clothes (1989) implicó para Wim Wenders un repliegue en la concepción de los contenidos representados; de pronto, un tiempo nuevo (el “tiempo real”), un flujo inédito, la continuidad de los gestos que la cámara de video hacía posible filmar abrieron la continuidad efímera del presente.
En términos generales, un cambio tecnológico envuelve una pregunta por la identidad. ¿Quién soy, a quién frecuento, a quién persigo, ante quién aparezco?

414

“Con la vista inmóvil, fija en la negrura del barro, adormecíase, huía de sí mismo hacia los días lejanos a los cuales iba a poner término definitivo la vida nueva, el olvido con que venía soñando desde tanto tiempo” (Emilio Rodríguez Mendoza. Vida nueva).

413

Dilema del monomaniaco: ¿qué repetir ahora?

Volver a comenzar. Encontrar un modo de comenzar que se crea definitivo (el último comienzo que conduzca a la consecución final de la vida), que ocupe el espacio de una verdad última: la escritura de la vida nueva, la utopía del foliolo, el cuerpo abultado: el largo brazo de la semilla que abrasa el sol.

411

Aquel árbol, de flor roja de apariencia carnosa, florece en septiembre, mantiene sus flores durante todo octubre. Es 14 de noviembre y sus flores se pudren en el suelo. La hoja nueva, verde, resplandece junto al sol de la mañana.

393

Terminaron los 40 días. Ahora, ¿la vida nueva?

380

9 de octubre.
La salida del sol es siempre una sorpresa, ahora mismo calienta mi mejilla izquierda mientras escribo. Un deseo nuevo, escribir para que salga el sol y la vida que nos sobrevive continúe.

Al decir de W. Herzog: una indiferencia monumental, eso es lo que vemos en el rostro del oso.

366

23 de septiembre.
Hay nuevas horas, nueva luz, espacios amplios, un mundo nuevo.

Hoy escribí casi exactamente lo mismo que ayer. El décimo día, día del hastío, de la repetición, número de la vida vieja.

A veces siento que emprender esta, como toda otra tarea, carece de sentido. Este es el mundo, “¿hay sentido en él?”

Luego de la alegría –inmensa, me atrevo a decir– caigo en este hastío, dudo de todo, de mis intenciones declaradas de benevolencia. Llego a pensar que necesito estos estados de autoconmiseración, de esta morbidez que se manifiesta contra la vida activa. Ahora mismo el cuerpo frío de las cosas me consuela. Un sentimiento persiste: la mística desaseada de la anulación, del anonadamiento, del llanto, de eso que a los ojos del mundo –que son mis propios ojos– es nada más que depresión.

Un sentimiento horripilante llega como corolario: ¿quién es esa persona?

313

Caminar se hace difícil por lo placentero que es enfrentarse al mundo, los pies se hinchan, las rodillas tiemblan, energía nueva sube hasta los brazos, una brisa recorre la espalda. Todo llega desde abajo, de lo subterráneo.

293

Vuelvo. Me siento a comer, en el escritorio, una clementina, hija del sol. Al mascarla lloro. Un sentimiento nuevo: felicidad y tristeza; por poder vivir, por dejar de hacerlo.

291

Salgo por la mañana. Veo los brotes de la hoja nueva, la exuberancia de la primavera que se pronuncia. No puedo evitar un sentimiento ridículo: son los signos de algo que comienza.