Sucede con cierta regularidad que la corteza oceánica se introduce bajo la corteza continental. Estos grandes movimientos liberan magmas y fluidos hidrotermales que ascienden por fisuras y grietas; minerales líquidos incandescentes que -en su camino de subida a la superficie de la tierra- se enfrían y cristalizan. A esas formaciones verticales se les llama filones, vetas y vetillas.
Como un modo de dar cuenta de tales vetas de escritura acumulada, hice un análisis de repeticiones de palabras por cada año del diario y clasifiqué luego cada una de sus entradas con las palabras resultantes: vetas que señalan otros depósitos minerales, otras estructuras verticales que atraviesan la horizontalidad del tiempo de la escritura del diario.

VETA ☷ pensar

859

De pronto, cuando todo comienza a bajar y ejerce presión sobre mi cuerpo -hoy, como en la práctica, como en el amor, como en la amistad, vuelve a ocupar su sitio el cuerpo-, pienso. Y aquel acto, lo recibo como una bendición.

836

Mientras veía la película (la vida) de Jonas Mekas: As I Was Moving Ahead Occasionally I Saw Brief Glimpses of Beauty; me asaltó la pregunta sobre cuál es –para mí, ¿cuál será?– la materia en la que en algún momento se impondrá el desorden armónico de las relaciones humanas. Aquellos materiales heterogéneos que mostrarán eventualmente la forma en que serán leídos, por mí y por otrxs.
¿Cuál es para mí –¿el diario?– ese soporte en el que sin pensarlo se inscriben y habitan las personas que he amado?

819

Me dice que a veces le embarga la sensación de que la vida es difícil o, más bien, que ha resultado difícil. No por las dificultades materiales y políticas que supone vivir en un país injusto, sino porque los amigos están perdiendo la cabeza y las amigas ya la han perdido hace tiempo y que eso le produce una cierta angustia.
Entonces me escribe esperando que le escriba de vuelta. Pero yo no escribo. Dibujo y repito en cambio estas letras sobre un cuaderno de croquis para que aparezca tras sus formas la forma suave del mar.
Yo no respondo. Elijo por sobre la comunicación este ejercicio arraigado en la esperanza de que el color del mar coincida con el color de la escritura o que, al menos, la acumulación de estos fragmentos se parezca en algo a la tierra acumulada, a la historia del suelo y de la gente que habitó este territorio, convertida en astillas de huesos, trozos de loza y vidrio erosionados, indicios de una forma de vida en la que pudieron quererse, se dañaron y se amaron; formaron hogares en los que bebieron y comieron; construyeron edificios en los que trabajaron; cayeron sobre el suelo. Y el movimiento de la tierra, luego, y del viento, el movimiento del mar y del cielo erosionó sus huesos y utensilios y la tierra se les vino encima y deshizo su piel y su pelo, sus uñas y sus nervios y absorbió sus fluidos y ascendió como un brazo por entre las capas del suelo hasta romper el mantillo o, por alguna grieta del asfalto, extenderse al cielo.

Yo no respondo. Porque supongo en su mensaje una especie de obligación a la que me rebelo. Y porque a veces es más fácil pensar en los muertos que enfrentar a los vivos.

809

Escucho a Vivek Shraya. Dice: “I really think that my femininity was taken from me”; e inmediatamente pienso en mi padre.

784

De pronto un dolor profundo me presiona el pecho, rompe luego en llanto o brota.
Sobreviene el agradecimiento. Agradezco este dolor porque me recuerda que tengo un cuerpo que siente, que piensa, que sueña.

760

“Yo, en cambio, pensaba que lo central para explicar y comprender a los seres vivos era hacerse cargo de su condición de entes discretos, autónomos, que existen en su vivir como unidades independientes”.

634

Comencé a escribir pensando que este texto (lleno de huesos y músculos), que yo en tanto que texto, tejido de nervios y carne y huesos y músculos, sería la armazón flexible que evitara la caída de los hombres-niños, pero no soy sino un cuerpo que mira y que siente y recuerda, que escribe. Solo puedo ofrecerles este oído que escribe.

540

Ayer creí llegar a una especie de reconocimiento. Es, sin embargo, algo que ya había pensado, pero a lo que ahora se suman los últimos días en Antofagasta.
Tras la vida vieja y su ruptura, vino la experiencia de la desolación: no tener nada ni a nadie, no hay lugar. Esta experiencia, en su versión luminosa, condujo a la posibilidad de “volver a nacer”, la posibilidad de la “vida nueva” como locura de trabajo y tal.
Pero, luminosa u oscura, tras la desolación está el desierto.
En el viaje –que es siempre un regreso– comprendí que existe un lugar o, al menos, su promesa: el retorno a la memoria infantil, la alegría infantil (sin habla), donde soy querido a pesar de mis dificultades para aceptar el amor sin medida.
Ahora la valentía: mirar, ofrecerme, permanecer quieto y escuchar, estar presente, respirar, estirarme cuando el sol se entrometa por la ventana y descansar cada vez que sea necesario.

532

En el café pienso en los libros de R., en las entrevistas que le han hecho ahora último y en las consultas que me hace cuando no está seguro de las imágenes que proyecta en sus respuestas.
Pienso que una manera justa de entender esos libros sería diciendo algo así: son la manifestación de una subjetividad que necesariamente trasciende el libro porque su vida es excesiva.
Aunque, la verdad, uno nunca deja de pensar en sí mismo, más allá de las declaraciones de honestidad y el amor por los otros.

529

Toco el hueso de la clavícula derecha –tras sumergirme en la playa– con los dedos índice y medio –tras humectar la piel con una crema suave y blanca– de la mano izquierda, mientras leo o pienso arrojado sobre el sillón –bello y terso– como un animal cansado, sobre su propio cuerpo.

514

Gran parte de las conversaciones en esta casa giran alrededor de las enfermedades de mis abuelos, tíos y demás parientes, sus tratos más o menos ingratos con los doctores, los necesarios cambios en las dietas y sus regímenes de ejercicios, los remedios, naturales y artificiales, farmacias y hospitales.
Cuando pienso que el asunto se trata de aceptar la muerte, científicos y curanderos hacen todo lo posible por alargar la vida.

497

Me detengo a mirar la manada del viento que pasa entre los árboles del cerro. Me concentro en la flexibilidad de alguna rama –que sale y entra en la luz de la tarde, que va y viene de la oscuridad de la copa– y pienso que en esa rama, viva y muerta, todavía prendida del árbol, está el poema.

457

Dos concepciones ya tradicionales del texto:

-un lugar donde se amontonan niveles
-un espacio donde se tejen redes.

Esta distinción descansa sobre una dicotomía operativa: profundidad y superficie. Como en toda opción hay, por cierto, una moral que la garantiza: la que determina lo profundo como objeto de interpretación: la verdad de un texto, figura de la sustitución, ideología del referente. Es obvio, la vigencia de la idea de la red nos hace más deseables, pensar en redes interconectadas donde el sentido se disemina es más legible hoy que pensar en niveles de profundidad. Pero una hoja

¿cuál es el sentido de una hoja?
Una hoja, professor,
es “una superficie infinitamente profunda”.

438

Amamos y vivimos en el mundo, sin embargo.
Entender lo que nos separa desde la angustia, la insatisfacción, no contribuye sino a pensar el amor, la vida alegre, como un espacio fugaz, “un placer extinguido apenas saboreado”, en el que se anula la diferencia por el pestañeo de lo absoluto inaccesible. Pero no, habrá que entender lo que nos separa (los motivos de dolor) no para reparar esa distancia, sino para, desde ella, mirar de nuevo las cosas.

435

He llegado a pensar, casi a decir:

“Distantes, dejando de pesar el uno sobre el otro, ¿acarreamos nuestras almas con esfuerzo?”

“Acabas de cumplir 82 años. Has encogido seis centímetros, no pesas más de 45 kilos y sigues siendo bella, elegante y deseable”.

409

Foliolo, cada una de las “hojuelas de una hoja compuesta”. A partir de esta definición, habría que pensar en comunidades politizadas cuyos individuos actuaran como los foliolos de la Mimosa pudica o pensar un cuerpo (deseante) compuesto de foliolos, ligero y verde, quisquilloso.

396

Leo el reverso de los 40 días. Me parecen las notas de una persona “deprimida”. Sin embargo, fueron 40 días en los que pude sentirme entregado. El amor (que acá solo debería significar esto: el deseo de vivir la vida con respeto) requiere entregarse a lo que esta ofrece, sin pensar, arrojarse.

371

28 de septiembre.
Ser más arbitrario, yuxtaponer rabiosa, caprichosamente. El deseo no es por el sentido inanticipable, sino por la posibilidad de continuar escribiendo.

Me parece imposible expresar de manera simple aquello que deseo. No es un problema de estilo, es un problema de referencia, de denotación, de la relación entre el lenguaje y el mundo.

Hoy es el cumpleaños del padre. Pienso en enviarle de regalo un reloj con la siguiente inscripción: te devuelvo el tiempo.

366

23 de septiembre.
Hay nuevas horas, nueva luz, espacios amplios, un mundo nuevo.

Hoy escribí casi exactamente lo mismo que ayer. El décimo día, día del hastío, de la repetición, número de la vida vieja.

A veces siento que emprender esta, como toda otra tarea, carece de sentido. Este es el mundo, “¿hay sentido en él?”

Luego de la alegría –inmensa, me atrevo a decir– caigo en este hastío, dudo de todo, de mis intenciones declaradas de benevolencia. Llego a pensar que necesito estos estados de autoconmiseración, de esta morbidez que se manifiesta contra la vida activa. Ahora mismo el cuerpo frío de las cosas me consuela. Un sentimiento persiste: la mística desaseada de la anulación, del anonadamiento, del llanto, de eso que a los ojos del mundo –que son mis propios ojos– es nada más que depresión.

Un sentimiento horripilante llega como corolario: ¿quién es esa persona?

359

13 de septiembre.
Camino contra el sol. Aparece la sombra de alguien que sigue mis pasos. Pienso antes que otra posibilidad, que eres tú, que vienes a sorprenderme.

Segunda parte del ejercicio: leer por las tardes.

¿Por qué alguna vez en el pasado, en el futuro, dejar de ser esto que soy en este momento: una persona abierta a los otros y al mundo, calmada?

Por otro lado reposa también la sensación de que me he vuelto una persona indeseable, un manipulador insaciable que puede imitar a su antojo los sentimientos del otro y propiciar su simpatía.