Sucede con cierta regularidad que la corteza oceánica se introduce bajo la corteza continental. Estos grandes movimientos liberan magmas y fluidos hidrotermales que ascienden por fisuras y grietas; minerales líquidos incandescentes que -en su camino de subida a la superficie de la tierra- se enfrían y cristalizan. A esas formaciones verticales se les llama filones, vetas y vetillas.
Como un modo de dar cuenta de tales vetas de escritura acumulada, hice un análisis de repeticiones de palabras por cada año del diario y clasifiqué luego cada una de sus entradas con las palabras resultantes: vetas que señalan otros depósitos minerales, otras estructuras verticales que atraviesan la horizontalidad del tiempo de la escritura del diario.

VETA ☷ casa

Sobre esta tierra dormimos. 
Contemplamos el paso 
Del tiempo:

La vida abierta al mar 
Parecida a la vida 
Colorida de la flora endémica 

Lila de la dicliptera 
Amarilla del michay azul
De la flor azul de la dalea; 

Tuvimos tiempo de estar solos 
Sobre esta tierra 
-El tiempo del aprendizaje 
Y del juego-

Encontramos compañía en otros 
Que compartieron nuestra afición 
Por las cosas de la tierra. 

Hicimos el amor sobre esta tierra

Tras la partida otros 
Ocuparon el suelo en el que dormimos
Y soñamos. Elevaron 

Improvisados asentamientos 
Casas de madera y nailon 
De madera y latón casas
De madera y concreto.

Para quienes aseguran que en esta 
Tierra no hay nada, que nada 
Brotará de estas ruinas / digo

Bajo esta tierra descansan 
Los huesos queridos.

Con el propósito de detener la expansión sin control de terrenos tomados en el sector Costa Laguna al norte de Antofagasta, el día de ayer el Ministerio de Bienes Nacionales dio la orden de "recuperar" las 13 hectáreas de terrenos fiscales tomados.
Uno de los factores que detonaron el desalojo y demolición de esas viviendas precarias fueron las denuncias de ventas ilegales de terrenos de desierto. 

En el reverso de esas imágenes / aéreas de los macrocampamentos, de los planos generales y contrapicados de maquinaria pesada / está el negocio / de la división de la tierra / desierta, la compartimentación de las casas / por las que el desierto / arenoso / improductivo encuentra / un valor suplementario. 

En esas imágenes es visible el abuso, la necesidad y la exclusión social con las que -¿es posible decir?- el vacío de representación se llena.

Sorprendidos por la sombra de la araña de rincón, tras no poder sacarla de la casa sin dañarla, escribimos juntxs el siguiente poema:

araña

dos versos de
cuatro patas.
La tercera y última lechuza blanca que vi fue en uno de los últimos días de escuela que, paradójicamente, era una noche en la que celebramos la graduación de octavo. Más allá, siguiendo la calle de abajo unas esquinas más allá estaba la casa de Helena, cruzando la calle, las casas del Belga, de Juanito, de Cristián, de Carlitos, más lejos -donde la calle en los días ventosos fundía sus límites con el desierto- la jaula de Alejandro. A quien traté muy mal pues éramos ambos demasiado pálidos.
Tras un día o dos de permanecer callado o, más bien, sin poder decir una palabra, limpio la casa, limpio mi cuerpo, en silencio.

Pienso que este diario debería honrar esa incapacidad de decir que conduce a la práctica del cuidado y el oído.

Imagino, entonces, un libro. Un libro en el que cada hoja en blanco representa un día. Páginas blancas en las que los pájaros despliegan su canto y el viento golpea la ventana, en las que reverbera el murmullo humano.

En este libro, yo elijo de alguna manera reducir mi movimiento, consagrándolo al aseo del espacio en el que despierto, como, observo y escucho pues, después de uno o dos días, sé que no es necesario que diga nada.
Murió el padre
Sin llegar a conocer a sus nietos
Se fueron las hijas y los hijos
Murió la madre

El silencio por fin tomó la casa

Brotó de los orificios, de todas
Las orillas bajo todos los muebles
El habla de los invertebrados.

977

El mundo continúa. Son pequeños signos. Es la noche del sábado. Algunas personas vuelven a sus casas. El ruido de sirenas a lo lejos se aproxima, mientras los pesados pasos se detienen frente a un umbral. Voltean la cabeza. Una patrulla o un carro de bomberos deja una estela de sonido y luz. Todo continúa. Pero el camino es pesado. Las lágrimas son inevitables. Tiraron un niño desde el puente al río.

973

También vi cerca de esas casas
-rurales cercanas a Santiago-
algún racimo de uvas
estratégicamente situado lejos
de la casa pero a la vista
abrazado por un enjambre de moscas.

972

Qué con las bolsas de agua las
Botellas transparentes llenas
De agua en los umbrales de
Algunas casas para espantar
Las moscas los domingos frutales

Pues ven su reflejo y se asustan
Me dijeron una vez cuando chicxs.

951

Hasta el momento en que Gutiérrez, el joven escritor José Santos Gutiérrez [González Vera], decide dejar la casa familiar y le propone arrendar una pieza en un conventillo, Aniceto no había sino vivido apenas, en algún rincón entre Buenos Aires, Valparaíso y Santiago. Esta pieza donde comparten una cama de una plaza y media, dos sillas y una mesa en la que José Santos escribe y fuma por las noches, mientras Aniceto se sumerge en el sueño, abiertas las páginas de un libro, es su primer hogar o algo parecido a un hogar.
José Santos es narrador, Aniceto escribe poemas que se deslizan por los agujeros de sus bolsillos para perderse también en su memoria. Por las mañanas se reúnen con Sergio en la falda del cerro San Cristóbal para ejercitar el cuerpo: suben caminando y bajan luego corriendo para ir a trabajar a la imprenta de la revista Numen, propiedad del poeta Juan Egaña.
Duermen juntos, asean sus cuerpos uno al lado del otro, dialogan sobre literatura y política, siempre juntos, al menos por un tiempo. En la conversación que mantienen antes de acordar esa vida precaria, pero libre, en común, se preguntan el uno al otro si tienen “inclinaciones hacia la homosexualidad”. “NO”, responden con mayúsculas. No hay una relación sexoafectiva entre ambos, sin embargo, se llaman a sí mismos los “convivientes”.
Es la segunda década del siglo XX en Santiago de Chile y Aniceto -a pesar de haber experimentado relaciones heterosexuales pasajeras y frustradas- nunca ha manifestado ningún deseo por una mujer.
Es la segunda década del siglo XX, los hombres jóvenes mantienen, a veces, este tipo de relaciones homosociales y, a veces, las dejan para encontrar un trabajo estable, formar una familia e ingresar a la política, los discursos, la vida institucionalizada. A veces también dejan una vida u otra: allí se convierten, a veces, en “enfermos o viciosos, borrachos, cafiches u homosexuales”, en suma: en los seres humanos (“desnutridos, abandonados, sin preparación ni destino”) que conforman el “submundo extraordinario, pero un submundo humano” de los conventillos.

944

El problema de entrar a la casa inmensa del afuera.
Para entrar a una casa primero debemos entrar a una casa.

934

En el encierro, pregunto: ¿cuál es el espacio que debo atravesar, hacia la casa inmensa / del afuera?

924

Como un molusco

Un hombre
Porta una casa

Como un hombre

Parado
En la puerta
De su casa.

875

En los sueños la casa familiar es un conjunto sin fin de habitaciones adheridas unas a otras sin mayor concierto ni consideración por las restricciones del espacio, otras veces un largo pasillo de muchas puertas, fragmentos materiales, en ocasiones, escombros de lecturas, del amor, del trauma, escombros del cariño y la violencia. Hoy despierto sobre mi cama, me levanto con más o menos fuerza que ayer o mañana, me ducho y salgo a la calle. Veo, a lo lejos, una polvareda.

865

El sol que sube por el cerro. El viento que baja por su falda. Ejercen presión sobre mi cuerpo, cuando camino de vuelta, esta tarde.
Resiste al comienzo la presión el cuerpo, pero cede. Se abre cada uno de sus poros. Respira el tejido aireado, de pronto nuevo, recompuesto. Absorben el sol las papilas que experimentan el mundo. Cada agujero recibe y da, convive en el aire con las partículas de luz cálida, del viento tibio. Tocan los surcos de los pies los surcos de la goma del zapato, tocan / los surcos de la tierra, bajo el asfalto, sobre las raíces y la vida subterránea.
Consigo entrar, de vuelta a la casa. Me siento, como lo hago siempre, sobre la imagen de un cuerpo que lee.

863

Anoche soñé que tenía una hija, una hija hermosa que era a veces un perro. Dormía a los pies de la cama o iba a mí para enredarse en mis brazos y me hablaba suave y articuladamente entre gruñidos y ladridos. Y yo la amaba pues no tenía nombre o era quizás una extensión de mi verdadero nombre. Mayormente permanecíamos tirados en la cama o en el suelo al nivel de los mamíferos menores. O con el hocico sobre la hierba al nivel de los insectos. Y nos mirábamos con un amor profundo y desconocido hasta entonces para mí. Enrollado mi cuerpo, dormía mi hija en el hueco que quedaba entre mis patas, la cola y el hocico. Al mediodía había ido a la clínica a verte y caminé después hasta la casa desanimado. La gente volvía a reunirse en el hueco de la Plaza Italia entre las patas de Santiago, perro hoy viejo y amoroso como yo en mis sueños.

849

Las imágenes se registran, se superponen y exhiben de manera desordenada; se distribuyen bajo las lógicas y en los canales de las redes sociales, por un lado, y en la televisión y la radio, por otro; son reorganizadas, repetidas en loop, comentadas por periodistas y expertos; palabras se les adhieren –imágenes ruidosas, que suenan en las calles, dentro de los edificios y en las casas; imágenes ruidosas que desplegadas una tras otra, una encima de otra, le dan cuerpo al ruido y, de pronto, nieva.
Es 23 de octubre y está nevando en Chile.

837

Francis Ford Coppola dijo alguna vez que gracias al acceso a la tecnología del video casero, en un futuro cercano, todos tendríamos la posibilidad de filmar nuestra propia película, en nuestras propias casas, con nuestros amigos. De ese deseo nació Compost, una película interior, que nunca alcanzó a ser filmada.

829

A la hora en que todos vuelven a sus casas
dejan otros edificios
cierran puertas para abrir otras puertas
yo me quedo
una sombra se queda
sin cuerpo, sin referencia
a ningún cuerpo.

810

Después del llanto, un deseo; que nos encontremos alguna vez, en alguna casa que pueda llamar mía y estemos juntos, sin obligaciones. Que pueda yo quitarte el maquillaje de la cara tan marcado, para que aprendamos juntos a maquillarnos y, con eso, todo lo demás, de nuevo.