Sucede con cierta regularidad que la corteza oceánica se introduce bajo la corteza continental. Estos grandes movimientos liberan magmas y fluidos hidrotermales que ascienden por fisuras y grietas; minerales líquidos incandescentes que -en su camino de subida a la superficie de la tierra- se enfrían y cristalizan. A esas formaciones verticales se les llama filones, vetas y vetillas.
Como un modo de dar cuenta de tales vetas de escritura acumulada, hice un análisis de repeticiones de palabras por cada año del diario y clasifiqué luego cada una de sus entradas con las palabras resultantes: vetas que señalan otros depósitos minerales, otras estructuras verticales que atraviesan la horizontalidad del tiempo de la escritura del diario.

VETA ☷ largo

645

Kazan (el traidor) –quien fue el marido de Loden entre 1968 y 1980–, responde, ante las palabras de Duras sobre la coincidencia entre sujeto biográfico y personaje, que Barbara Loden (de larga experiencia como actriz en el teatro y el cine) siempre incluía algún elemento de improvisación en su trabajo, “una sorpresa” que le otorgaba vida a su actuación.
Sin embargo Duras se refiere a otra cosa. El milagro de Wanda supera la interpretación actoral: “Ella es más auténtica en la película que en la vida”, dice, sin haber llegado a conocerla.
El milagro no parece radicar entonces en la actualización de contenidos biográficos, la fidelidad, naturalidad o realismo de la interpretación, es un asunto de “autenticidad” por el cual se hace legible, como idéntica, la relación entre el cuerpo de una mujer específica y un discurso particular sobre las mujeres.

633

Entre los escasos fragmentos que alcancé a escribir conservo los siguientes:

“Y el juego consiste en darle a los postes a pesar de que la noche es inminente o, por lo mismo, por tanta luz inútil, tanta luminaria y tanto camino iluminado. Sus nombres eran bíblicos: Zacarías, Saulo, Manuel, José. De alguna manera, yo soy todos ellos”.

“Ocho y media de la tarde, ni siquiera nueve. Hora del día, y era esto un consenso entre los niños perdidos para siempre el mes de junio de 1990, en que la sombra de una persona alcanzaba su mayor dimensión, especialmente en el solsticio de verano.
Saulo siempre fue el más alto de todos, lo seguían la Caty y la Olga, José, de menor edad, aún no alcanzaba un desarrollo satisfactorio, era más bien bajo. Saulo, por lo tanto, lograba abarcar una mayor extensión de terreno con su sombra. Con los brazos abiertos, se extendía calle abajo llegando al mar, o eso decía, a los mil años, cuando fuera un gigante.
El mundo no tiene sino doscientos a los once: por eso no andaban gigantes por la calle; a lo más un tipo de dos metros y tanto que habían visto por televisión: ‘¡El hombre más viejo del mundo!’ (y más alto), de una edad cercana a los ciento veinte. Desde aquí se desprendía que el ser humano (niñas y niños, todos), aproximadamente a los setenta u ochenta años de la formación del planeta, recién había proliferado. Antes, bajo la forma de animalejos diversos vagaba por los océanos. Las montañas no existían. Nunca se preocuparon de ellas. Eran un espejismo. No existe la distancia. Esto lo afirmaba Olga. José creía en cambio que el mar era lo que no existía. Una vez leyó que las ratas en transatlánticos arribaban a islas lejanas, caminaban por una crisneja, escalaban por las cadenas de las anclas, nadaban hasta un barco, partían. José decía que los marineros eran todos unas ratas; el mar, una forma especial de decir montañas (había muchas maneras de decir una misma cosa y eso lo aterraba). Las ratas venían de las montañas entonces. Él y toda su familia vivían en una ínsula. Su madre le recriminaba que leyera tanto: te vas a quedar ciego… Leer, concluyó, es malo para la vista.
Saulo, en cambio, afirmaba que era solo el sol lo que existió. ¿Y la lluvia?, a veces llueve en invierno o otoño… La lluvia no es sino otra forma del sol. El sol tiene dos formas extremas si más condensado o disperso. El sol es un círculo en el cielo y uno que baja subiendo de nuevo y para siempre. O dos anillos entrelazados, que giran. Todo el desarrollo del humano era explicado por el principio de giro perpetuo de dos anillos entrelazados.
Olga en realidad no creía en estas cosas, con el año y medio que le llevaba a Saulo tenía todo muy claro. El mundo era el mundo simplemente”.

“Y en el presente están todos muertos, perdidos sus cuerpos en algún lugar de la playa, arrastrados por los tumbos.
Ahí los veo emerger de entre el resto de los cuerpos de la fosa, entre esos brazos y torsos sin dueño, enverdecidos por el mar, el rostro de Saulo, la ropa de Zacarías, la mano que llevaba el reloj de Manuel todavía marcando el tiempo”.

“Que el planeta fuera plano o redondo, un disco flotante o cualquier otra de las teorías del resto, no fue nunca una de sus preocupaciones. La elipse que el sol dibujaba sobre el cielo como la de los astros menores o la luna; la curvatura de las nubes; el ineludible descender de los viajeros que es su ascender, recortados por el horizonte; la difícil imaginación del borde, juntura de mar y cielo; o la vez que subieron el cerro esperando ver la pared del mundo y solo descubrieron más y más cerros, otros convertidos montañas, planicies, pampas salares desierto bosques ciudades, costa, mar tomando altura y vuelta a dar con el primer hito, por el mismo camino, pasando fuera de la casa, repitiendo la ruta que soñaron. Podrían haber dicho: primera vez que emprenden aventura, primera vez sin supervisión, la primera de vuelo los padres, a no mediar la amplitud racionalista del rostro de la Olga, su ceño de inteligencia, las trenzas que disimulaban buenamente bajo un aspecto infantil, largas tardes al sol, prolongadas jornadas de observación atenta, incontables días e incontables noches de arduas evaluaciones del comportamiento de aquellos niñitos, niños que fueron sus amigos, sus enemigos, su familia; a no mediar su amor, sus casi dos años menos de juventud.
La redondez de la tierra, para Olga, la naturaleza de su acción, manifestaba su evidencia. Pudo deducir, sin mitologías, cada proceso y explicarles, de haber querido, el ineludible movimiento circular, indeterminado e infinito del mundo y sus estratos. Y más particularmente, que la sombra de una persona se alargaba tanto cuánto su relación con la orientación de la luz del sol se lo permitía y que –en un momento de su ciclo diario– la sombra coincidía con la altura exacta de sus cuerpos; que pasado el mediodía era el momento preciso para saber cuánto más crecidos estaban; que las ocho y media de la tarde durante el solsticio de verano era por completo una ilusión, un simulacro de sus futuras medidas; que incluso José podría ser más alto que todos si más cercano al crepúsculo vespertino se confrontaba con la sombra que Saulo proyectó a media tarde; que el ser humano no alcanza los mil años; que los cuerpos vuelven al mar, donde todo después se cierra”.

553

Según Walter Benjamin, “las viejas cajas con las que se hacían los daguerrotipos”, poco sensibles a la luz, requerían de un largo tiempo de exposición.
En el caso de los retratos, gracias a esta dificultad técnica, estos primeros aparatos producían una expresión “más universal y viva”, un resumen de esos rostros fotografiados (Libro de los pasajes, Y 8, 1).

513

Traje de equipaje dos libros larguísimos que espero leer uno a la vez, del comienzo al fin de este viaje: El libro del desasosiego de Pessoa y el Diario íntimo de Oyarzún.
Ahora leo a Bernardo Soares, personaje apenas, ayudante de contador, espejo de Pessoa. Me pasa algo extraño (nuevo): leo cada una de las palabras de Soares como si leyera a mi enemigo. Casi nada le creo, de todo lo que dice desconfío, me parece un idiota (el que no se ocupa de los asuntos públicos), a veces un fascista, pero quiero su mal, me hace bien, por eso debo conocerlo.

492

El monstruo, escondido en una choza cercana a la cabaña de la familia De Lacey, los espía, todavía ignorante de su condición monstruosa. Para entonces –rechazado por Victor Frankenstein, su propio creador– sabía que su cuerpo despertaba repulsión en los otros, pero aún no se convertía en un monstruo para sí mismo.
Tras las tablas de la choza, espía la amorosa vida familiar del viejo patriarca ciego y sus hijos, Ágatha y Félix. Este último ocupa sus días en enseñarle a Safie, la joven árabe dueña de su corazón, los fundamentos del francés, su lengua materna.
A partir de estas lecciones destinadas a Safie, el monstruo, espiando por entre las tablas, adquiere una lengua; quien no sabía sino del hambre, el frío y el calor, conoce una cultura.
Este descubrimiento será su condena. Por el lenguaje, el monstruo es capaz de definirse como otro, en su diferencia específica con la vida biológica de los humanos. A través de la lectura de libros como El paraíso perdido, Las cuitas del joven Werther y Vidas paralelas de Plutarco, logra también conocer una cuestión fundamental para la novela, que en los hombres habita juntamente el bien y el mal.
El monstruo espía a la familia De Lacey por unos meses en los que crece en su pecho la esperanza de ser comprendido –más allá de su apariencia horripilante– como un ser bondadoso. En uno de los episodios más emocionantes de la novela, el monstruo, temblando por la incertidumbre, decide descubrirse frente al anciano ciego.
La primavera se acerca y un sol tibio difunde alegría, los hijos de De Lacey emprenden un largo paseo por el campo. Convencido de que el anciano no huirá frente a su aspecto repulsivo, el monstruo decide salir de su refugio y traspasar el umbral de la puerta de la cabaña. Simulando ser un viajero en busca de descanso, le cuenta al anciano su historia rogándole que interceda para obtener la protección de unos amigos que, a pesar de ser bondadosos, solo ven en él a un monstruo despreciable.
Luego se escuchan las risas y los pasos de los hijos que regresan; desesperado, el monstruo se aferra a las piernas del anciano, descubre su verdad y le suplica que lo salve y lo proteja, que no lo abandone en este momento crucial. Félix, Agatha y Safie entran en la habitación. Todo es horror, gritos y desmayos, Félix emprende contra el monstruo, lo golpea y este –que hubiese podido desmembrarlo, “como el león al antílope”– huye de regreso a la espesura de los bosques.

463

Insistencia del día

El nombre verdadero es i, no "uno", ni "yo", sino i. Se sigue: “Insistencia del día” es una máscara, una especie de ortopedia del habla.

La imagen i en la mente quiere ser impronunciable, es a su vez un resto ( ) y un suplemento ( ): el aire que rodea (i).

Entre yo que escribe (i.e.: quien se arroga la posición de sujeto) y lo que escribe, descansa (duerme) el deseo de escribir.

Es el libro de la esperanza (y la espera), escrito antes de incorporarse por completo, con los ojos de quien sueña.

Distinto, sin embargo, del libro de los sueños.

i es un libro de amor. Del amor entendido como diferencia, que es una forma política de amar.

Existen ciertas utopías:
-dormir “sobre ambas orejas”
-ver el mundo como un proceso de constante formación y destrucción
-la continuidad de las cosas en todas las cosas.

Y algunas frustraciones:
-la necesidad de que la declaración de amor se renueve constantemente
-que no pueda el otro vivir el paraíso que deseo para él.

La escritura de i comenzó hace un par de años a partir de cuatro o cinco versos:

"Se escriben libros para decir que uno está solo en el mundo
que el día se hace más largo cuando uno está solo
se escriben libros para constatar la presencia de las cosas
para decir
estoy por fin conmigo
rodeado por las cosas",

pero concluyó en cuarenta días, dos años más tarde.

El método: escribir por cuarenta días como la primera cosa que haga al despertar (pues toda tarea que se emprenda por cuarenta días queda por siempre).

Como todo libro, i es un libro fundamentalmente incompleto –a lo sumo finge comenzar y terminar–. Alegría: la posibilidad de continuar (viviendo), reescribir, sobreescribir como práctica de una escritura inacabable.

i es una forma incompleta, que podría ser parte de ese libro pura escritura que todavía no es alguno, incansablemente otro; i.e.: el diario abierto, futuro, “no el último, sino el suplementario, el más íntimo y el más querido”.

La escritura que –por demasiado presente– no se puede anhelar o recordar.

419

La ráfaga de la nota que nos despierta al mundo.

El largo aliento del poema que envuelve y adormece.

El libro que se escribe en los sueños, el libro que se escribe en medio del tráfago del mundo.

418

El libro debe ser un largo poema interminable sobre la esperanza. En algún lugar de ese poema descansa el pedazo de tierra que nos sostiene.

416

La semilla del Erodium cicutarium se entierra como un muerto obediente, así como quien se cansa de la vida. Estira, sin embargo, luego, su largo brazo para tomar el sol.

413

Dilema del monomaniaco: ¿qué repetir ahora?

Volver a comenzar. Encontrar un modo de comenzar que se crea definitivo (el último comienzo que conduzca a la consecución final de la vida), que ocupe el espacio de una verdad última: la escritura de la vida nueva, la utopía del foliolo, el cuerpo abultado: el largo brazo de la semilla que abrasa el sol.

233

El jabón, petrificado en la jabonera, tras el largo viaje. Vendrá, luego, su “baba luminosa y nacarada”, a reblandecer las manos.

206

Soñé que estábamos corriendo por la playa con el sobrino, el fantasma de la familia y otro niño, un gnomo o dulce duende de barba larga y abundante.
En la arena se escondían pequeños dinosaurios plásticos de diversos colores que el sobrino y su amigo recogían como tesoros.
El hermano luego de un rato le ordena que deje todos esos animalillos donde los encontró pues ya tiene suficientes juguetes.
El regreso a la casa es triste.
Estamos en una pieza vacía con suelo de madera, concentrados melancólicamente en la luz del sol que golpea las tablas y descubre la cremosidad del polvo en suspensión.
De pronto, por la ventana trepa el enano barbudo, deja caer de sus manos un caudal de pequeños dinosaurios plásticos que inunda las junturas de las tablas y la pieza. Nos miramos con un rostro bello y excesivo, el sol se adueña de nuestros cuerpos, descubrimos que somos parte de esa luz.

164

En un episodio de Solo un punto, novela del narrador peruano Julio Meza Díaz, un personaje resulta muerto a puntapiés.
El Andino Profundo es uno de los parias de un colegio regido por los más largos brazos del fascismo europeo en medio de una Lima noventera en la que todos pueden ser acusados de cholos y, por lo tanto, de terroristas. El Andino Profundo es golpeado hasta la muerte por ser cholo.

107

Anoche, hablamos largo con P., sobre nuestras vidas, sobre cómo las vidas se trizaron.
La imagen de un corazón roto.

100

Almorzamos junto a P. Hablamos largo sobre ella. Está constantemente ahogada, con ganas de decir algo que aún no piensa, o algo que de tan dicho pudiera parecernos innecesario escuchar: “Me gustaba que me quisiera”.


98

Ayer, tras largas horas frente al computador, conseguí una horrenda irritación del ojo derecho.
Recordé una vez que leía a oscuras y R., me sorprendió en mi secreto: enciende la luz y me reta, suavizado su cuerpo.

92

Encuentro en mi largo regreso a la casa, La oscura vida radiante, un libro en medio de otros tantos libros destinados a cruzarse en mi camino. En las últimas páginas leo la historia de Daniel Vásquez, el poeta anarquista, encarcelado por subversivo, vuelto loco a punta de torturas y muerto en su celda como solo un dictador envejecido debe morir en su celda. Daniel Vásquez es en verdad José Domingo Gómez Rojas, fallecido el 29 de septiembre de 1920 en la casa de Orates por una meningitis no diagnosticada a tiempo. Otras versiones dicen que murió en medio de las botas ensangrentadas de los gendarmes en la Penitenciaría de Santiago. La cuestión es que apenas tenía 24 años.
En medio de una guerra inventada por el Presidente Sanfuentes para impedir la elección de Alessandri, ese año de 1920, Gómez Rojas, joven estudiante de Derecho y Pedagogía, fue apresado después del asalto a la Federación de Estudiantes de Santiago y acusado de antipatriota por oponerse a la guerra con Perú.
En La oscura vida radiante Gómez Rojas se llama Daniel Vásquez, seudónimo con el que firmó un par de poemas, pero el Ministro José Astorquiza Líbano conserva su nombre. El Ministro Astorquiza condenó a Gómez Rojas por “vendido al oro peruano” y –por encender un cigarrillo en su presencia- lo mandó a la cárcel bajo completa incomunicación. Encerrado allí, sin contacto con el mundo, en la oscuridad de la justicia chilena, perdió la razón y luego la vida. El día de su entierro, Alessandri fue declarado vencedor de las elecciones presidenciales y la tristeza se extendió un milímetro más sobre la historia de Chile.

88

R., me escribe desde el río Puelo. Me cuenta de su viaje a la montaña junto a J. También que nos han extrañado y pregunta por nuestra casa. Le cuento que todavía no llegamos, recién mañana viajaremos, en bus, por largas horas a través de las montañas.
Concluyo: “No me he sentido muy bien últimamente. Tengo una crisis existencial por ahora, aburrimiento, spleen, vacío sincero. Debo pensar largamente en mí”.
Todo como si fuera lícito ser honesto con alguien.

77

"A solas el día parece más largo". Saco esta frase del libro.

44

El relato del monstruo está enmarcado por el relato de Víctor Frankenstein ("I beheld the wretch –the miserable monster whom I had created"), es Víctor el que habla por el monstruo, creeríamos. Pero el relato de Frankenstein, a su vez, está enmarcado por el relato de Robert Walton ("Our affectionate brother"), quien transcribe las palabras de V. Frankenstein una vez que el mundo se ha acabado para él y la vida es una pura venganza. Lo más interesante de esta espesura de voces es, sin embargo, el lector a quien está dirigida: Robert escribe una larga carta a su hermana Margaret. Recordar esto, en medio de las voces de todos esos hombres, es quizás el gesto más significativo de la novela, como lectores, asumimos el lugar de una mujer.