Sucede con cierta regularidad que la corteza oceánica se introduce bajo la corteza continental. Estos grandes movimientos liberan magmas y fluidos hidrotermales que ascienden por fisuras y grietas; minerales líquidos incandescentes que -en su camino de subida a la superficie de la tierra- se enfrían y cristalizan. A esas formaciones verticales se les llama filones, vetas y vetillas.
Como un modo de dar cuenta de tales vetas de escritura acumulada, hice un análisis de repeticiones de palabras por cada año del diario y clasifiqué luego cada una de sus entradas con las palabras resultantes: vetas que señalan otros depósitos minerales, otras estructuras verticales que atraviesan la horizontalidad del tiempo de la escritura del diario.

VETA ☷ hablar

203

Mi hermana llama y no contesto. Estoy demasiado al filo como para sostener la voz un sábado a media tarde. Me escribe luego por el chat e insiste. Yo me preocupo de mantener el orden de esta casa que usurpo hasta que no puedo ya negarme a leer sus palabras.
Escribe de su dolor en palabras difíciles porque experimentar el dolor es difícil. De repente todo se suaviza y estamos juntos como hace mucho. Le propongo que nos veamos en un lugar hipotético a las 6 de la tarde de este invierno u otro y escribe: Sí, tomémonos un té a las 6 de la tarde mientras vemos el atardecer frente al mar y hablemos, porque somos hermanos y solo los hermanos pueden hablar de estas cosas.

199

Le doy a leer estas notas a C. “No se puede lastimar a nadie a costo de escribir”.
Es incómodo leer estas palabras, lo es también para mí escribirlas y exponerlas sin consentimiento; como te dije, las personas de las que hablo son también parte de lo que soy o, debiera decir, de la imagen que construyo de mí mismo, para mí. Soy injusto, pero los libros son injustos. Debo negociar cada frase, sin embargo, pensar en el respeto que les debo sin perderlxs a ustedes de paso o encontrarme, de pronto, escribiendo, como ha sido siempre, a salvo, arropado mientras regreso.

195

Estuvimos con J., toda la noche hasta que anocheció otra vez y hablamos hasta no tener más que decir. Antes despertamos y fuimos a la feria un domingo de lluvia para aclarar el rostro y la mente con frutos secos, semillas y champiñones: shiitake, portobello, melena de león para no perder la memoria.

184

Soñé que subíamos por un ascensor interminable mientras hablábamos de la alienación que supone soñar con ascensores, soñar que tenemos que descansar, soñar con dormir.

182

¿Qué quiero decir sobre mi hermana? Sobre ser madre, ser mujer, ¿qué podría saber yo de eso? Hasta ahora he escrito el desprecio –un amor vergonzoso-, la semejanza que nos une, el odio a mí mismo. Sobre la madre cierta identificación barthesiana, homosexual.
Yo quiero hablar de la hija muerta, de despertar en el cuerpo de mi hermana, de sentir su dolor, expresarlo en palabras simples (porque amor y dolor son simples).
También quiero hablar de la meditación de la madre, ese ejercicio budista para cuando no puedes sentir nada, para cuando te sientes vacío: intentas recordar ese momento en que tu madre te amó sin reservas, te concentras en él luego, e imaginas que eres la madre del mundo y que el mundo es tu madre.

148

Visión periférica. En un mundo donde la colaboración se hace de la suma de proyectos personales, el decir del artista, del intelectual, está circunscrito entre dos enunciados límite: el silenciamiento del sujeto crítico y la carencia de financiamiento.
Por supuesto reduzco las cosas: el poeta es mezquino y se queja. Pero se ha construido toda una literatura desde la queja, las carencias económicas y de espíritu, problemas que solo se solucionan hablando, compartiendo conocimientos, enseñando y aprendiendo, en suma, colaborando. También, encontrando momentos de soledad. La lucha –la queja- es contra el aislamiento.

127

Las escucho hablar de sus hijos futuros, de la adopción y la militancia. Hemos comido juntos esta tarde. Ahora P., está recostada sobre tus piernas y tú acaricias su cabeza mientras se entrega a un sueño amable.

107

Anoche, hablamos largo con P., sobre nuestras vidas, sobre cómo las vidas se trizaron.
La imagen de un corazón roto.

100

Almorzamos junto a P. Hablamos largo sobre ella. Está constantemente ahogada, con ganas de decir algo que aún no piensa, o algo que de tan dicho pudiera parecernos innecesario escuchar: “Me gustaba que me quisiera”.


78

He tenido que ir al dentista para superar mis problemas de sueño y de conciencia. La asistente, mientras me pasa la factura, pregunta qué hago para ganarme la vida. Le digo que estudié literatura. Habla entonces de ciertos escritores que no he leído. No digo nada y parto mientras me dice que quizás podamos seguir hablando en la próxima sesión.
Abomino de su cercanía, de la manera en que me acaricia la mano cuando el doctor administra la anestesia.

67

Vino P., –trípode y cámara en mano- hablamos del proyecto: pensar en el arco imaginario entre Jean Rouche y Eduardo Coutinho. Pensar en el arco que se dibuja entre Crónica de un verano y Jogo de cena. Pensar en el arco entre la representación como ilusión de realidad y la realidad como conciencia de la representación.
Luego: tú y P., hablan, consolidan su amistad o qué sé yo. Esos son momentos a los que no puedo acceder.

63

Estoy en el aeropuerto: campos minados, estrictas prohibiciones de tomar fotografías, militares, trabajadores volviendo a sus casas en el sur. Poco antes: Pedro desliza diez mil pesos en mis bolsillos. Por la espalda alguien toca mi hombro. Es la presencia silenciosa de la abuela, que me abraza y me habla al oído. Su secreto es hermoso.

61

Almorzamos los cuatro –el padre escarba la tierra esperanzado en encontrar algo, la silla de la hermana ahora la ocupa el sobrino-. No es importante la comida –digamos que es solo pan-. Es difícil comenzar una conversación cualquiera, aunque solo hayamos hablado de cosas sin importancia en nuestras vidas. Todo se reduce a alguna inútil prueba de fuerzas entre mi hermano y yo por la descarada falta de educación del sobrino que come con las manos, desparramando la comida por el suelo. El comedor es una pequeña plaza entre la cocina y la televisión
La mamá manifiesta, como siempre, un cansancio sincero por nuestra actitud y habla de la responsabilidad de los hombres.
Afuera los vecinos, impregnados de espíritu navideño, beben desde anoche en los jardines de la cuadra.

57

“This is the oppressor’s language
yet I need it to talk to you”.

Me entero ahora (a las 20 horas con 5 minutos) que, a los 82 años, murió Adrienne Rich.

45

¿En nombre de qué monstruo hablaré yo, entonces, hermana?

44

El relato del monstruo está enmarcado por el relato de Víctor Frankenstein ("I beheld the wretch –the miserable monster whom I had created"), es Víctor el que habla por el monstruo, creeríamos. Pero el relato de Frankenstein, a su vez, está enmarcado por el relato de Robert Walton ("Our affectionate brother"), quien transcribe las palabras de V. Frankenstein una vez que el mundo se ha acabado para él y la vida es una pura venganza. Lo más interesante de esta espesura de voces es, sin embargo, el lector a quien está dirigida: Robert escribe una larga carta a su hermana Margaret. Recordar esto, en medio de las voces de todos esos hombres, es quizás el gesto más significativo de la novela, como lectores, asumimos el lugar de una mujer.