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He tenido que ir al dentista para superar mis problemas de sueño y de conciencia. La asistente, mientras me pasa la factura, pregunta qué hago para ganarme la vida. Le digo que estudié literatura. Habla entonces de ciertos escritores que no he leído. No digo nada y parto mientras me dice que quizás podamos seguir hablando en la próxima sesión.
Abomino de su cercanía, de la manera en que me acaricia la mano cuando el doctor administra la anestesia.