Sucede con cierta regularidad que la corteza oceánica se introduce bajo la corteza continental. Estos grandes movimientos liberan magmas y fluidos hidrotermales que ascienden por fisuras y grietas; minerales líquidos incandescentes que -en su camino de subida a la superficie de la tierra- se enfrían y cristalizan. A esas formaciones verticales se les llama filones, vetas y vetillas.
Como un modo de dar cuenta de tales vetas de escritura acumulada, hice un análisis de repeticiones de palabras por cada año del diario y clasifiqué luego cada una de sus entradas con las palabras resultantes: vetas que señalan otros depósitos minerales, otras estructuras verticales que atraviesan la horizontalidad del tiempo de la escritura del diario.

VETA ☷ llegar

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Soñé que estábamos en una casa amplísima. En algún momento te perdí de vista o me perdí simplemente en medio de las incontables habitaciones. Comencé a abrir puertas que conducían a otras piezas vacías en busca de la salida a la calle. Logré llegar a un patio donde encontré a un hombre joven sentado sobre el pasto, llevaba a cabo una tarea que no pude identificar pues se levantó enseguida me vio aparecer, como con una deferencia ancestral frente al extranjero. Me indicó la salida como se lo pedí. Al fondo de la casa, vista desde donde estábamos, tras una puerta con mosquitero vi a un niño de sexo indeterminable sumergido en la luz de la cocina, estaba parado casi de espaldas a mí, mirándome por sobre el hombro. Logré entrar a la casa. En la habitación había una pareja de jóvenes aprestándose a dormir. Apagaron la luz y yo, cuestión extraña, continué allí, de pie, en medio de la oscuridad. Antes de esto habíamos intercambiado algunas palabras, yo era una presencia palpable, no un fantasma, una persona completamente diferente. Un ruido como de uñas arañando una superficie de madera se repetía debajo de la cama, no los dejaba dormir. La mujer se quejaba, encendió la luz. Dentro de la pieza había un mirlo negrísimo buscando la salida de esa jaula, algo así como la libertad, un mundo más amplio. Antes de que ambos entraran en pánico y de paso asustaran al pájaro, me puse de rodillas y le hablé al mirlo, pero sin palabras. Le ofrecí mis manos abiertas, abrí la ventana y el mirlo voló de vuelta a la noche. Luego, otros pájaros comenzaron a salir de los rincones oscuros de la pieza: un gorrión, algunos chincoles, pequeñísimos chercanes, un zorzal; los ayudé a todos a salir por la ventana, pero no alcancé a salir yo mismo cuando desperté. 

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El proceso fundamental de la actividad onírica consiste en contar los sueños

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23 de septiembre.
Hay nuevas horas, nueva luz, espacios amplios, un mundo nuevo.

Hoy escribí casi exactamente lo mismo que ayer. El décimo día, día del hastío, de la repetición, número de la vida vieja.

A veces siento que emprender esta, como toda otra tarea, carece de sentido. Este es el mundo, “¿hay sentido en él?”

Luego de la alegría –inmensa, me atrevo a decir– caigo en este hastío, dudo de todo, de mis intenciones declaradas de benevolencia. Llego a pensar que necesito estos estados de autoconmiseración, de esta morbidez que se manifiesta contra la vida activa. Ahora mismo el cuerpo frío de las cosas me consuela. Un sentimiento persiste: la mística desaseada de la anulación, del anonadamiento, del llanto, de eso que a los ojos del mundo –que son mis propios ojos– es nada más que depresión.

Un sentimiento horripilante llega como corolario: ¿quién es esa persona?

307

Llega la noche y con ella la desesperación, el taedium vitae que sigue al placer.

281

Nos vemos con F., y llegamos a la siguiente conclusión luego de celebrar nuestro encuentro: solo el asombro nos permite enfrentar el mundo con alegría.

242

Yo leo por las mañanas después del desayuno, tras el almuerzo mientras los otros duermen siesta, al llegar la noche cuando la familia se calma. Él me ha estado mirando con cierta distancia o curiosidad, no sé, hasta que me pregunta qué estoy leyendo. En voz alta le leo un poema que al parecer lo sorprende, me pide que le lea otro. Después de unos días hablamos y me cuenta: me gustó ese poema que dice: “Las estrellas perdidas son para ti, el frágil cuerpo de un bañista es para ti”.

238

Dibujamos un círculo sobre la arena. ¿Qué es?, ¿qué puede ser? Una pelota, una naranja, el sol o una rueda.
Sabemos, le digo, que una pelota no es una fruta o el sol una rueda, pero en algo se parecen. Todos son un círculo, la circularidad, insisto, es ese aspecto que comparten y por el cual podemos llegar a decir: naranja del cielo o:
el sol rebota en la arena de esta playa
rueda
hacia la tarde.

181

¿Cómo se me acabará la vida? A ratos cierta ansiedad por que llegue el instante de la muerte. La pregunta por el cuándo es irrelevante. Me interesa el “cómo”, su “forma”.
Una estética del momento de la muerte.

156

Cuando desperté el otoño había llegado. Tengo la sensación de que dormí todo el verano y todas las cosas que tengo que hacer están acumuladas en el escritorio.

96

Comienzo a escribir: llegué a los 30 años entristecido y mutilado, sin más esperanza que la de una muerte justa…

95

Gómez Rojas pidió un libro para sobrellevar su tiempo en la cárcel y murió quizás sin llegar a tocar otro más que el libro que estaba escribiendo, Ricardo Ahumada llevaba un libro en su bolsillo cuando le dispararon desde el edificio de la DC y Juan Pablo Jiménez un montón de hojas. ¿Qué cargaremos, amigxs, en el momento de nuestra muerte?

88

R., me escribe desde el río Puelo. Me cuenta de su viaje a la montaña junto a J. También que nos han extrañado y pregunta por nuestra casa. Le cuento que todavía no llegamos, recién mañana viajaremos, en bus, por largas horas a través de las montañas.
Concluyo: “No me he sentido muy bien últimamente. Tengo una crisis existencial por ahora, aburrimiento, spleen, vacío sincero. Debo pensar largamente en mí”.
Todo como si fuera lícito ser honesto con alguien.

71

Por ahora me niego a pasar en limpio estos apuntes. Quiero ver hasta dónde llega esta escritura, qué desborda, qué contamina, de qué se inunda. Dejar que los proyectos se dispersen y cambien sea quizás la única honestidad de una escritura. Al menos para mí.

30

Las nueve y media, noche de año nuevo. El papá llega recién del trabajo. Lo sé por sus ruidos, el sonido de sus pasos hasta la reja del antejardín, la manera singular de abrir la puerta o desplazarse cansado al interior de la casa. Le dice la mamá a Daniel: “Llegó tu abuelo” y él corre a verlo llegar. Solo espero que le diga al abuelo palabras alentadoras, de esas que los niños dicen sin pensar, esas palabras con las que los adultos se sorprenden y por las que convierten a los niños en seres mitológicos.

21

Le cuento a José mi mejor treta, cuando le gano el gallito al papá, el padre; el día que me encontré diez lucas. Corrí el riesgo que me dijera: estamos cortados. Víctor, hasta aquí llegamos, nosotros estamos cortados y de verdad se cortara todo: la confianza construida a partir de silencios, de engaños limpios, delicadezas y sobre todo obediencia irrestricta; el poco dinero que me diera; su alegría.
Aun así, esperé que salieran, me quedé como ya les tenía acostumbrados. Sigiloso entonces al cajón de la plata: un billete de entre muchos.
Al volver, convenzo al primo-niño de que me acompañe a comprar un helado, que le convido.
Camino al almacén, espero el momento preciso para agacharme y gritar excitado que me encontré diez lucas, primo, diez lucas. Vamos, te compro el helado que quieras, ranita. Por supuesto accede y compro su fidelidad. Tengo un testigo, soy invencible.
Lo mejor, todos se lo creen todo. Pero el papá, el padre me mira y sabe, sé que lo sabe, sabe que le he robado diez mil pesos. Y no dice nada.

5

El rostro. La puerta entornada entonces, la poca luz que entra resalta el sudor en la piel del rostro de mi hermano. Una línea y un círculo para finalizar la nariz. Hace calor aún.

Esa luz llega desde la ventana. Y la ventana –hacia el poniente- es la más cercana de los tres al sol. Ventana, hermano y yo, un triángulo escaleno del que represento el vértice occidental.