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Panguipulli, 5 de febrero, 2021
¿Qué decir?, ¿qué se puede decir -otra vez- frente al uso “desmedido” de la fuerza, de una institución que monopoliza la violencia y debe gestionarla?, ¿qué se puede decir cuando la retórica que sustenta dicho monopolio solo ve errores de procedimiento, responsabilidades individuales? Este asesinato -el de hoy / otra vez- es la reiteración de las consecuencias largamente documentadas de la criminalización, de la retórica de la guerra, que ve enemigxs allí donde unx (u otrx) se ve a sí mismx y sus semejantes. Ante la intensificación de las estrategias y tácticas represivas solo son esperables consecuencias que afectan la vida de las personas. Ninguna solución hay allí donde se reducen los problemas sociales y políticos al crimen (o su sospecha), cuando el crimen como concepto preexiste a toda infracción. El discurso represivo construye -ya lo sabemos- al otrx en enemigx pues sin enemigx todo su aparataje institucional se desploma. Hay un enemigx implacable, poderosx, esencialmente invencible, sin el cual toda institución represiva carece de sentido.

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El rey de Lidia echó a la suerte el destino de la mitad de su pueblo frente a una gran carestía. Los lidios son conocidos -eso se dice- por ser el pueblo inventor del juego de los dados. Los primeros dados fueron hechos con huesos de tobillos de oveja u otros mamíferos, pues estos huesos -llamados astrágalos- son similares a un cubo, en el que inscribían figuras o puntos. La suma total de los puntos de un dado de seis caras es 21. La suma de sus caras opuestas siempre es siete: 1+6; 2+5; 3+4. Tanto la decisión del rey de los lidios como la asignación de valor a los signos en las caras del astrágalo son arbitrarias. Esto sabía el rey de Lidia, que "se puso al frente de aquellos a quienes la suerte hiciese quedar en su patria".

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