Hacia el año 2011 o 2012, comencé a anotar el presente, sin mayor propósito, sin ninguna rigurosidad o frecuencia preestablecida. He decidido, ahora, exponer esos apuntes que brotan cuando se “deja de escribir”, la escritura que media la distancia entre un libro y otro, bajo la condición de continuar con esta práctica y publicar esas notas durante un tiempo indefinido.

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Hablamos de la muerte a estas alturas
De la noche la noche dinámica
Que descansa su peso en cada rama

Gira en el cielo entre todas las cosas:
En obstinados ojos en el cielo
Ondulado en los dolorosos ojos.

Hijo oscuro es esta noche arrojada
En brazos de todas las cosas.

A estas alturas de la noche hablamos
De la muerte –
 
Tierra negra donde crece
Hecha de sombras
La flor del crisantemo.
El año pasado en vísperas de ese acontecimiento conocido como la muerte de una amiga, soñé que estábamos sentadas frente a un televisor de 14 pulgadas. Alguna escena había concluido y luego apareció el característico ruido blanco -conocido también como nieve- que producía la interferencia o la ausencia de señal en esos aparatos antiguos. Hablamos de lo que habíamos visto supongo. Yo pregunté:
– De que el lenguaje continúe, ¿de eso se trata?
Y me contestó:
– No, no se trata de eso.
– ¿De qué se trata entonces?
– De derribar los muros
– ¿Cuáles muros? –insistí.
Pero no obtuve respuesta.

De noche el viento
Hace girar las hojas del libro
Abierto sobre la mesa.

Pasa por entre las líneas
De texto por entre las letras
Y cada carácter oscuro

Como si acariciara al bagual
Que de pronto se deja aguachar
En medio de la libertad del monte.

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