Hacia el año 2011 o 2012, comencé a anotar el presente, sin mayor propósito, sin ninguna rigurosidad o frecuencia preestablecida. He decidido, ahora, exponer esos apuntes que brotan cuando se “deja de escribir”, la escritura que media la distancia entre un libro y otro, bajo la condición de continuar con esta práctica y publicar esas notas durante un tiempo indefinido.

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Las manos mueven las nubes
No son los ojos. Son las manos
Las que les dan forma
De cúmulo y estrato de gran

Ciudad a lo lejos. Forma incluso
De mano abierta de párpado de
Abrazo. Recuerdo esto hoy que

Blancas huestes se enfrentan
En el cielo. Hoy que animales
De cuerpo caliente huyen

De la piedra labrada la punta
Filosa de la flecha o el proyectil
Que rasga el azul del cielo.

No son los ojos.
Son las manos deseosas
Las que dan forma a las nubes.

Las mullidas manos de un bruto
Que aún no sabe mucho del dolor.

El viento azota las ramas del árbol.

Destellos se desprenden de las hojas
Como lúcidas gotas de luz sus-

Pendidas en el aire. Al atardecer
El movimiento -toda esa violencia

Del viento- se resuelve en sombra.
Cuando llega la noche, en oscuridad.

Claro, esto sucede para quien está
Dentro, refugiado del viento. Para quien

Está fuera solo la violencia sucede.

De las trizaduras en la oscura

Noche

Del tiempo

Aparecen                 sombras

Destellos:

La vida se desprende de la nada.
Los crisantemos florecen en otoño /
dejando a las otras flores disputarse la primavera


Con el tiempo –aunque quizás es así siempre–
El mundo se reduce a una parcela al pedazo
De tierra donde los aromas se entreveran
Con las briznas de pasto. Un mundo rico
Aunque pequeño donde todo está al alcance
De la mano y disponible. Es la riqueza inmediata
De los sentidos en su proximidad con el entorno.

Aquello que llamamos goce juego amor.

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