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El calor se arrastra por el suelo de la peluquería y nos muerde los tobillos, afuera el frío cristaliza el aire. Me dice de pronto que si se le enfrían los pies de inmediato enferma. Deriva, tuerce su relato, pero vuelve siempre al tronco en el que descansa. Hoy me contó sobre su miedo y su fortaleza. Al salir yo, nos abrazamos. Supongo que durante los segundos que quedó la puerta abierta, dos animales opuestos –dos animales incompatibles– se enfrentaron bajo el umbral.