Hacia el año 2011 o 2012, comencé a anotar el presente, sin mayor propósito, sin ninguna rigurosidad o frecuencia preestablecida. He decidido, ahora, exponer esos apuntes que brotan cuando se “deja de escribir”, la escritura que media la distancia entre un libro y otro, bajo la condición de continuar con esta práctica y publicar esas notas durante un tiempo indefinido.

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Un libro largo -aunque aburrido a veces- es un refugio. Entra uno allí y se protege del frío. Un libro largo te dice afuera está frío y hostil, entra, que te hago compañía. Es una fortuna: no necesitar del libro para refugiarse de nada ni para estar acompañado, hacerlo por gusto, porque hay tiempo disponible.
Como me duermo último, con los dedos y los ojos ocupados, hasta que el sueño me vence, caigo sobre ese otro sueño que me guarda el mundo dormido, para que viva yo el día como se deben vivir los días: de manera nueva y grácil, a pesar de todo.
Un cajón de manzanas.
En una calle inclinada.
Todo lo tiñe de rojo.

De lejos, bien de lejos.

Un cajón de manzanas.
Verdes o amarillas.
Jaspeadas o rosas.
Manzanas de temporada.
Calle abajo corren.

Como la sangre corren.
En una calle inclinada.

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Entradas aleatorias

El rey de Lidia echó a la suerte el destino de la mitad de su pueblo frente a una gran carestía. Los lidios son conocidos -eso se dice- por ser el pueblo inventor del juego de los dados. Los primeros dados fueron hechos con huesos de tobillos de oveja u otros mamíferos, pues estos huesos -llamados astrágalos- son similares a un cubo, en el que inscribían figuras o puntos. La suma total de los puntos de un dado de seis caras es 21. La suma de sus caras opuestas siempre es siete: 1+6; 2+5; 3+4. Tanto la decisión del rey de los lidios como la asignación de valor a los signos en las caras del astrágalo son arbitrarias. Esto sabía el rey de Lidia, que "se puso al frente de aquellos a quienes la suerte hiciese quedar en su patria".

09/2025 _ Conoce más